VISITANTES DE DORMITORIO: LA HIPÓTESIS ASTRAL

VISITANTES DE DORMITORIO: LA HIPÓTESIS ASTRAL

visLa definición más escueta de la expresión “visitantes de dormitorio” diría que refiere a la aparición, durante el dormir, de pretendidos seres extraños que interactúan –de maneras generalmente desagradables- con los “visitados”. La víctima tiene el recuerdo infuso que durante la noche una “presencia” o entidad se manifestó en su dormitorio, a veces estableciendo algún tipo de comunicación con el testigo; muchas veces, actuando sobre él, sometiéndole a lo que parecería ser una serie de análisis o pruebas, en otras ocasiones, implantándole misteriosos objetos en sus cuerpos. En un porcentaje mínimo, también, “abduciéndolos”, es decir, secuestrándolo, y el protagonista-víctima se sabe entonces transportado a un ambiente extraño –generalmente, lo que parece el interior de una nave espacial- donde esos estudios se hacen más intensos y, por lo general, invasivos.
Todo quedaría reducido a una curiosidad tal vez psicopatológica sino no fuera que las encuestas revelan números alarmantes: sólo en Estados Unidos –para poner de ejemplo donde se han llevado adelante estudios más extensivos- el 3 % de la población entrevistada dice haberse visto envuelta en estos episodios. Extrapolando, estaríamos hablando de la friolera de unos 9.000.000 de personas…
La secuencia típica de acontecimientos es ésta: el testigo sufre una sucesión de perturbaciones en el dormir (individuos que, históricamente, no presentan anomalías en su historial de ese tipo). Progresivamente comienza a tener el recuerdo residual de una o varias entidades que la observan primero desde una cierta distancia y en noches sucesivas se aproximan y operan sobre su cuerpo. Paralelamente y ya en estado de vigilia comprueba enigmáticos sucesos en su entorno: los animales –propios, y los que no lo son pero suelen encontrarse en las cercanías- tienen extraños comportamientos, generalmente agresivos. Las instalaciones, electrodomésticos y aparatos electrónicos de su vivienda sufren repetidos percances, generalmente como si sus sistemas de alimentación eléctrica estuvieran sometidos a fuertes campos electromagnéticos y, finalmente, la propia víctima experimenta lo que en lenguaje llano llamaríamos un amplio espectro de “fenómenos paranormales”. Estos acontecimientos pueden sucederse durante meses y en ocasiones, años, para cesar tan abruptamente como comenzaron a producirse, aunque en un cierto porcentaje se repiten cíclicamente a través de décadas.

Siempre me llama la atención que los interesados o estudiosos en el fenómeno de los “visitantes de dormitorio” no reparen en, precisamente, la particular naturaleza ya descritas en el título en si mismo, esto es, que sean, justamente, “visitantes de dormitorio”. Es decir, y sin jugar (demasiado) con las palabras, que se manifiesten –estuve a punto de escribir, “materialicen”- durante el sueño de sus víctimas.
Esa particular naturaleza de las manifestaciones justifica que en un siglo –el XX- donde las lecturas psicologistas fueron empleadas en exceso en todos los órdenes de la actividad humana, se quisiera explicar esta fenomenología como simples aspectos “alucinatorios” propios de los sueños. Pero su extensión cuantitativa conspira contra esta explicación, toda vez que quienes son afectados por ello no presentan –ni antes, ni después- ninguna otra conducta patológica que, de tratarse de alucinaciones, deberían manifestarse, ya que aquellas nunca vienen solas.
Es muy interesante señalar que el fenómeno no es nuevo: ya en la Edad Media se referían numerosas historias de “íncubos” y “súcubos”, esto es, “demonios” que acosarían a las personas durante su sueño. En el Renacimiento y avanzado el siglo XIX se les suponía espíritus errabundos. Y, claro, en el siglo XX, visitantes extraterrestres. Los defensores de la especulación que se trata de experimentos llevados a cabo por seres de otro planeta se basan en la descripción que los propios testigos reconstruyen, no tanto de los seres en sí (¿qué hace que un “gris” sea interpretado como un ser extraterrestre sino una presuposición?) sino, en el caso de los “secuestros”, la descripción del ámbito en que es llevado: una cabina aséptica, una camilla bajo grandes luces, paneles de controles, quizás hasta una ventanilla a través de la cual se ve, lejana, la superficie de la Tierra… pero hace rato que los investigadores del fenómeno OVNI hemos tomado nota que el “fenómeno” (considerado globalmente) se manifiesta conforme al paradigma –es decir, el marco de creencias y formación cultural- del percipiente. Lo que es decir que el ovni no se manifiesta como es en realidad, sino es percibido como el testigo espera verlo: es, por lo tanto, “proteiforme”, adoptando las características culturales del momento. Y el siglo XX fue el momento de los viajes espaciales, como la Edad Media fue el momento de las apariciones demoníacas. Que el testigo esté “convencido” que vio una nave espacial es tan subjetivo como cuando cree estar convencido de tantas cosas en su vida ignorando que es su inconsciente –y los mandatos, culturales, sociales, familiares inscriptos en él- lo que condiciona su percepción.

Aquél extremo “psicologismo” imperante al que me he referido peca por dos defectos: en demasiadas ocasiones, parte de interpretar casos particulares para aplicarlo a lecturas generales. Y luego, que la Psicología “explique” algo, no significa que necesariamente sea así. Sólo que resulta más “académicamente” creíble porque –está dicho- la respetabilidad que ha ganado en los últimos tiempos se transforma en un “criterio de autoridad”. Pero que no significa que sea la verdad excluyente.
Pienso en hipótesis alternativas. Pienso en la convicción milenaria que en la etapa del sueño la naturaleza humana accede a traspasar el velo que separa el mundo denso, éste donde vivimos y penamos, con otros más sutiles. Mundos de entidades etéreas, que aunque las ignoremos y las ridiculicemos no quita que deambulen entre nosotros. Y que sólo algunas mentes, en un estado especial, perciben. Pero esa percepción, originalmente inconsciente, debe ser “filtrada” por la mente consciente para ser aceptada. Debe ser racionalizada. Y racionalizar es explicar lo desconocido en términos de lo conocido. Lo “extraterrestre” era absolutamente desconocido para el testigo de la Edad Media. Pero para el testigo del siglo XXI lo “espiritual” (fuera de las religiones y la New Age) no sólo es igualmente desconocido sino –mucho peor- ridiculizado, lo que es una forma de defensa, ya que la represión de lo incómodo en términos intelectuales es más sencilla con la negación implícita en el descrédito, en la burla que nos exime –creemos- de detenernos a considerar seriamente cualquier cosa.

Y finalmente, ¿qué hacer con aquellos “implantes” que han sido radiografiados, escaneados, extirpados?. Ciertamente no parecen “chips” ni nada comprensible para nuestra mentalidad. Son pequeños objetos de metal, algunas veces en aleaciones poco comunes, cuya función se ignora. Una vez más: nuestra cultura (sólo nuestra cultura) nos lleva a pensar que un “implante” es parte de una “tecnología” y si es tal, debe ser de una “civilización avanzada”. Pero eso es sólo un reduccionismo. Con el mismo derecho puedo decir que es un “recuerdo” que un ser –no necesariamente extraterrestre- deja para confundirnos (recordemos los “duendes burlones” de la literatura de los siglos XVII a XIX, cuya principal afición era divertirse a costa de los humanos) o, también, imaginar que sí es una tecnología, pero no necesariamente “extraterrestre” (¿por qué los seres espirituales, existentes en otros planos sutiles del universo, no pueden disponer de su propia tecnología?) que facilita mantener el “contacto”?.

Por esta razón es que los Visitantes de Dormitorio –negados, excomulgados, ridiculizados, racionalizados, “explicados científicamente”- han estado, y seguirán estando aquí. Porque olvidamos con demasiada facilidad que suponer que el estado de conocimientos de hoy día permite reducirlos a mito porque así lo dicen algunos supuestos referentes “profesionales” (ignorando los estudios multidisciplinarios, e incómodos, de otros, como Budd Hopkins, el doctor Conrado Malanga, Thomas Bullard, Leo Sprinkle) no es distinto de quienes hace quinientos años aceptaban con idéntica candidez las “explicaciones” de los referentes de entonces y que, con toda probabilidad, serán superadas por las “explicaciones” de los próximos quinientos años. Porque están entre nosotros.

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