¿Somos marionetas espirituales? Explorando la Consciencia fuera de lo humano

¿Somos marionetas espirituales? Explorando la Consciencia fuera de lo humano

Éste es quizás uno de mis artículos más “reflexionados”. Pero con frío escepticismo le profetizo pocas lecturas y algunos “me gusta” de cortesía porque, claro, buscar videos en Youtube es más entretenido. Pero no sería consecuente conmigo mismo si, pese a ello, no lo pusiera por escrito, y seguramente también en un podcast. En Youtube, es un trabajito editorial que no me place pero allá alguno de ustedes si se les despierta creatividad sobre estos conceptos. En cuanto al artículo en sí, es denso, acepto. Pero puede disparar algunas ideas al lector.

Es grotesco pero desagradablemente cierto que si a una gallina se le ubica, cerca pero inmóvil, una comadreja disecada, después de cierta reacción de sorpresa el plumífero queda absolutamente indiferente frente a su natural depredador. Pero si se toma una bolsa cubierta de piel y se le fijan dos botones brillantes donde en un animal deberían ir los ojos (una verdadera caricatura de comadreja) pero mediante un cable s ele imprime un sentido de movimiento, la gallina se desespera por huir. El estímulo – señal, codificado genéticamente tiene valores primitivos y esenciales, donde no importa tanto el aspecto sino otras variables como, precisamente, el sentido de movimiento, a pesar que no se parece casi en nada al agresor. Con los correspondientes estímulos – señales se ha demostrado que esto también es válido para toda la escala animal, incluido el ser humano. Cuando se descubre cuáles son los estímulos específicos todos se dejan manipular de manera previsible con los estímulos fabricados, en última instancia, gracias a ellos mismos. La reacción se produce no sólo de manera previsible, sino infalible. Los seres biológicos son totalmente incapaces de escapar al efecto desencadenante de tales estímulos.

La composición del estímulo clave desencadenante en base del menor número de características válidas para todos los enemigos de la gallina que entran en consideración, es la única solución imaginable del aparentemente casi utópico problema que consiste en almacenar genéticamente una imagen que refleje todos los enemigos que puede llegar a encontrar algún día porque efectivamente existen en el mundo real. Lo que ha realizado aquí l evolución es nada menos que una “generalización y abstracción”, una generalización que prescinde sistemáticamente de la diferencia de detalles individuales. Así pues a la gallina como organismo biológico, el conocimiento congénito sobre el mundo le proporciona una información óptima, exacta, útil. Y como su existencia se limita a la esfera biológica, para ella el caso queda así solucionado de manera satisfactoria.

Algo distinto se presenta el asunto para nosotros. Con respecto a la facultad cognoscitiva de la gallina, nosotros nos encontramos en una esfera superior, casi podríamos llamarla una “metaesfera”. Examinada desde ese “plano metafísico” para la gallina, la situación descrita en su totalidad gracias al sistema cerrado que provee el programa de comportamiento congénito con patrón desencadenante incorporado, por una parte, y la constelación de señales objetivas como estímulo desencadenante por otro adquiere una cualidad muy distinta. Extrapolando, nada impide suponer que la constelación de percepciones espirituales de la humanidad (revelaciones sobrenaturales, mensajes cósmicos, voces angelicales, ovnis, manifestaciones fantasmales y cuanto etcétera pudieran ustedes imaginar) pueden ser reducibles a estímulos – señales básicos, y de ellos el OVNI puede ser el estímulo clave desencadenante. Esto explicaría varias cosas: por un lado, el amplio espectro de intereses que paulatinamente van adquiriendo los aficionados a estas temáticas, desde una curiosidad monotemática hasta una inquietud universalista. Y por otro lado, las “modas” cíclicas que lo “sobrenatural” presenta en distintos momentos de la historia humana. Y finalmente, los sustratos comunes tanto a los fenómenos ufológicos como los paranormales.

Pero pueden inferirse dos conclusiones aún más importantes: una, que entonces el hecho que en laboratorios se pueda recrear (de manera bastante pobre, debemos admitir) “sensaciones de presencias espirituales” mediante el expeditivo método de someter al sujeto de la experiencia a estímulos físicos (con lo que se busca una reducción al absurdo de toda fenomenología paranormal a la categoría de alteraciones sinestésicas) sólo nos estaría diciendo que es posible recrear estímulos clave, y no que éstos no existan (como el hecho que pueda generarse un “agresor fantasma” en el cerebro de la gallina no quita que las comadrejas hagan de las suyas en el mundo real). Además, sólo indicarían las áreas corticales que entran en el proceso, pero no el origen del proceso en sí. Y en segundo lugar, que así como la gallina tiene una percepción del enemigo superior a la de una garrapata (para poder poner sus huevos en mamíferos, ésta necesita identificarlos de los reptiles y para ello sólo necesita un estímulo: ser sensible al ácido butírico, infaltable en todo sudor) siendo mde todas formas que a sus fines –y a su grado evolutivo- la percepción del mundo que tiene la garrapata es correcta (pero inferior a la de la gallina), antológicamente advertimos que la concepción del mundo de la gallina también es correcta, pero limitada. Por consiguiente, y viéndose que la evolución ni con mucho ha cesado, nuestra percepción del mundo, siendo correcta, también comparte con aquellas su “limitidad”. Y los propios experimentos etológicos van más allá: como la gallina reconoce a sus pollitos por el piar y no por el aspecto, se ha colocado la famosa comadreja disecada dentro del nido de una gallina, eso sí, con un minúsculo altavoz que reproducía un piar de polluelos, observándose como aquella trataba de protegerla y cubrirla, mientras que si se le cubrían los oídos, atacaba a picotazos a sus propios pollitos circunstancialmente alejados del nido. Extrapolando, de aquí a manipular a la especie humana –aún en contra de las escalas de valores que consideramos lógicas o éticas- con una manipulación de las ideas, hay un solo paso.

Llegados aquí, deberíamos preguntarnos que si después de todo desde los propios argumentos de la ciencia pueden elaborarse estas especulaciones, cuál es el porqué de la generalizada resistencia de los científicos a lo espiritual.  Las ciencias d ela naturaleza son las ciencias de la estructura y cambio d elos sistemas materiales así como del reparto espacial de diversas formas de energía (según Helmutt Von Ditfurth). En su trabajo el científico se limita a la posición del monismo materialista. Esta limitación forma parte de la definición de la disciplina a la que se ha consagrado. La investigación científica de sistemas vivos nos es otra cosa que el intento de ver adónde se llega cuando uno se esfuerza por explicar la estructura y el comportamiento de estos sistemas sólo gracias a sus particularidades materiales. Esto es legítimo y, en lo que respecta a las posibilidades de investigación práctica, el único método fructífero. Sólo que no debe perderse de vista que se trata una vez más no de una afirmación sobre la realidad, sino sobre una autolimitación metodológica; y muchos científicos lo han olvidado hace tiempo. El resultado es una enfermedad ideológica profesional que, como demuestra la experiencia, puede conducir a la grotesca convicción de que, en realidad, no existen fenómenos espirituales.

El propio Konrad Lorenz escribiò: “El proceso filogénico que conduce al origen de estructuras apropiadas para la conservación de la especie se parece tanto al aprendizaje del individuo que no tiene porqué extrañarnos demasiado que a menudio el resultado final de ambos sea casi igual. El genoma, el sistema de cromosomas, contiene nun tesoro de información de una riqueza francamente incomprensible. Este tesoro se ha ido formando mediante un proceso que a lo que más se parece es al aprendizaje gracias al ensayo y error”.

Si consideramos la cronología genética de la relación que existe entre ellos y las actividades que tienen lugar de manera consciente en nuestra cabeza y que caracterizamos con las mismas palabras, se nos cae la venda de los ojos. Entonces vemos con que con nuestra acostumbrada manera de considerar la situación nos volvemos a encontrar aferrados al prejuicio antropocéntrico que en toda ocasión quiere convencernos que nosotros mismos son el punto de partida de toda la cadena causal. Pero como también en otros campos tenemos la tendencia a basar nuestros juicios en nuestras propias experiencias como si fueran un patrón, la naturaleza nos parece condenada a la falta de ingenio, ya que no somos capaces de descubrir en ella ningún cerebro pensante. En una conclusión precipitada identificamos la indiscutible carencia de cerebro de la naturaleza con la no existencia de inteligencia,  fantasía, capacidad y todas las demás potencias creativas que en nosotros van unidas a la existencia de un sistema central  nervioso. Como durante demasiado tiempo hemos hecho del propio caso el fundamento de nuestros juicios estamos convencidos que es nuestro cerebro quien con todas esas capacidades y posibilidades lo concluye y resume y por consiguiente, sin nuestro cerebro no existirían. Un parte no menor de nuestro asombro e incomprensión de los “misterios de la naturaleza” tiene sus raíces aquí. Que una parte no poco importante de nuestra admiración por la naturaleza se debe a un enigma demasiado palpable: el asombro por lo que ha podido llevar a cabo esta naturaleza que tiene que arreglárselas sin cerebro y que con ello a nuestros ojos carece de todas las facultades creativas que para nosotros comporta el hecho de tener un cerebro. Como si la creatividad y la capacidad de aprender no hubieran aparecido en este mundo hasta nuestra llegada, cosa que naturalmente plantea la cuestión de cómo ha podido conseguir llegar hasta este punto la naturaleza en todos los eones previos.

Es que la Vida tiene consciencia. Aprendizaje e inteligencia, la búsqueda de la solución a los problemas y lasa decisiones tomadas ante el fondo de una escala de valores que representa el resultado de procesos de aprendizajes anteriores, todo esto existe también fuera de la esfera del cerebro. Todo esto son realizaciones que, sin estar localizadas en un lugar concreto (un cerebro o una computadora) pueden existir de verdad y actuar de verdad a nivel supraindividual. Esta afirmación no tiene nada de metafísico. Solamente contradice nuestra habitual manera de pensar. Sin embargo, nos describe más que hechos que existen de verdad en el mundo. Las funciones que acostumbramos denominar “psíquicas” son anteriores a todos los cerebros. No son productos cerebrales; al contrario, como todo lo demás, también los cerebros pudieron ser producidos al final por la evolución sólo porque desde el principio esta fue dirigida por las funciones de las que he escrito. Nuestro cerebro no es la fuente de estos logros, es su resultado. Lo único que hizo es integrar esos logros en un individuo.

En consecuencia: sabiéndose qué sencillo es crear “estímulos de respuesta condicionada” en la “metaesfera” de la percepción humana conociendo el paradigma de la que es metafísica para los humanos, es inevitable pensar con qué facilidad, desde humanos con este conocimiento (que, si devenido de estas conclusiones es accesible para mí, lo es para cualquiera) y mucho más para las inevitables entidades que existen en ese Más Allá. Que confiaremos como “fraternas”, “solidarias” y “protectoras” sólo desde la relativa, daltónica y superficial mirada de las expectativas y necesidades humanas. Ya que, en puridad, ¿por qué debería ser “buena” una entidad espiritual, si no fuera como excluyente idealización de las angustias humanas?.

Estamos orillando aquí un tema “políticamente incorrecto” (en términos del “discurso espiritual”): ¿mayor evolución equivale a mayor bondad?.

Imagino aquí largos posts y comentarios de lectores y lectoras en total desacuerdo con este cuestionamiento. Permítanme sólo argumentar que un argumento no es fundamento, y que un discurso bizantino de retórica no es evidencia. Más aún, cuando los hechos espirituales, si para argumentarlos necesitan ser extensamente intelectualizados.

Por eso, sospecho que no hay entidades “buenas” o “malas”. En todo caso, “aliados” o “enemigos”. Es decir, entidades con intereses afines y otras no.

“Aliados”. Qué curioso que sea tan propio de Castaneda el término que mejor me resuena…

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