«La ciencia estricta –es decir, la ciencia matematizable– es ajena a todo lo que es más valioso para un ser humano: sus emociones, sus sentimientos de arte o de justicia, su angustia frente a la muerte. Si el mundo matematizable fuera el único mundo verdadero, no sólo sería ilusorio un palacio soñado, con sus damas, juglares y palafreneros; también lo serían los paisajes de la vigilia, la belleza de una fuga de Bach o por lo menos sería ilusorio lo que en ellos nos emociona».
Ernesto Sábato
Aun cuando entiendo y acepto que seguramente no seré comprendido por algunos de mis lectores (o, lo que es peor, seré mal comprendido) he decidido encarar con entusiasmo la redacción de estas líneas, convencido de que, cuanto menos, estas reflexiones, si bien no tienen la soberbia de aspirar a codificar la «verdad revelada» en torno al enigma de los OVNIs, sí constituirán en su defecto, un enfoque renovador para muchos, proponiendo –proponiéndoles– rever sus propias concepciones en torno a la temática. Si luego de esa revisión tales concepciones permanecen incólumes, esto también será un rédito positivo de este trabajo, pues por lo pronto habrá servido para poner a prueba –y en ese hipotético caso– reforzar las creencias preexistentes. De no ser así, su carácter revulsivo motivará a replantear enfoques que, por ende y hasta ese momento, habrán tenido más de anquilosadas que de razonadas.
Sé también que proponer este extraño maridaje entre Esoterismo y Ovnilogía escandalizará a muchos, aunque tal vez sea sólo una expresión de deseos de mi pedantería suponer que mis opiniones puedan escocer a más de uno; entonces, auguro para ellas el silencio de los indiferentes y el olvido de los frívolos. No importa; en el resbaladizo terreno que nos ocupa, la imperturbabilidad de una creencia a través del tiempo no es señal de la fortaleza de la misma sino, en todo caso, de la inseguridad psicológica de quien la sostiene, más afín a encerrarse entre los muros de la doctrina aceptada que a enfrentar el desolado valle de los cuestionamientos.
Porque va de suyo que en una época donde el paradigma dominante es el científico, donde, como escribí alguna vez, un individuo es creíble más por los oropeles académicos que presente que por la certeza, equilibrio o justicia de su pensamiento; donde el referente de lo cierto y creíble pasa por la exhibición cuantitativa de títulos –olvidando de manera demasiado sencilla que detrás del diploma y del guardapolvo yace una naturaleza humana con los viejos miedos y las pasiones de siempre de cualquier otro ser humano– y perdiendo la perspectiva histórica de que cada época tuvo su propio referente: (eclesiásticos en la Edad Media, políticos y militares hasta la segunda mitad del siglo XX, medios periodísticos con ínfulas de ángeles guardianes en la segunda mitad del mismoy comienzos de este siglo XXI) en esta época, decía, el Esoterismo –palabra que muchos critican pero pocos estudian– retrotrae el pensamiento colectivo a épocas oscuras de ancianas espantosas revolviendo malolientes calderos. Tanto es así, que en una época como la nuestra, donde la información circula tan libremente que se supone que tenemos una visión panorámica bastante acertada de todas las cosas, al Esoterismo se lo asocia con supersticiones dignas de espíritus débiles, malignidades disfrazadas de hipocresías u oscuras manipulaciones de las vertientes más sangrientas del poder político.
Y bien sí. Es cierto que lo que los medios llaman “esoterismo”, a través de revistas planeadas inteligentemente para vender recetas mágicas a las masas (pero hechas por periodistas profesionales, no por ocultistas), personajes deleznables a la sombra de gobiernos autoritarios o sensacionalistas programas de televisión donde draculianas damiselas exóticamente sedientas de sangre dicen practicar las artes ocultas, todo esto, en fin, abona la perversa (en el sentido psicológico de la expresión: “desviado de lo correcto”) sensación de que lo brujeril, ocultista y necromántico es el residuo vergonzoso de la ignorancia de la humanidad. Y, con la misma certeza, sé que tratar de explicar que existe un esoterismo serio, responsable, filosófico, fundamentado, racional y que puede aportar interesantes concepciones para abordar el fenómeno OVNI, será mirado con sorna por los mismos espíritus críticamente racionalistas y echado al cesto de residuos. O la papelera de reciclaje de su PC. Y, como veremos en los párrafos siguientes, tal actitud no responde a la “fundamentación científica” de esa execración del Esoterismo, aunque se le disfrace de tal, sino a motivaciones más profundas, oscuras e incontrolables.
Porque si nos proponemos estudiar alguna relación entre Esoterismo y Ovnilogía, primero debemos entender a aquél. Y con ello comenzaremos.
Dije líneas atrás que la imagen popular que el vulgo reserva para el mismo se encuentra más cercana a la lechuza en el hombro que a la del filósofo. Pero ello deviene sólo de una pauperización de lo que se filtró al público, a través de las épocas, sobre estas ciencias. Alguien diría que si así ocurrió, después de todo, es responsabilidad de los propios esoteristas. Y quizás no le falte razón: sólo puedo decir en descargo de aquellos que creían, históricamente, tener sus buenas razones para hacer del Ocultismo algo –perdón por la perogrullada– oculto, es que estaban alentados por la buena intención de evitar más dolores que alegrías a su prójimo. Como escribiera un viejo sabio chino: “Ten cuidado de que el conocimiento no caiga en manos de príncipes ni soldados. ¡Atención!. Que no haya una mosca en tu laboratorio mientras trabajas”.
Si alguien supone que el Hermetismo proponía una forma de aristocracia del conocimiento, estaría en lo correcto. Pero en el sentido etimológico de la palabra aristocracia: “gobierno de los mejores”. No en un sentido político, económico, de sangre o de poder; sino en una acepción intelectual y espiritual.
No es éste el lugar idóneo –aunque me gustaría hacerlo– para discutir si la “democratización del conocimiento”, más allá de sus evidentes beneficios, es necesariamente el camino hacia la perfección de la especie humana. Pero convengamos en que el conocimiento que en unas manos solidariza y apoya la vida humana, en otras la destruye. No debe deducirse, sin embargo, que el Ocultismo propugnaba una “elitización” de la ciencia, como algo sólo para unos pocos. El eterno dilema de “quién le pone el cascabel al gato” sobreviviría sin esfuerzos. Simplemente, los antiguos esoteristas proponían al sabio como un hombre universal; universal en sus conocimientos, un científico que emocionara al escribir poesía o música en sus ratos libres o viviera de acuerdo a la presencia divina en la naturaleza. Un Leonardo da Vinci, por caso: arquitecto, matemático, pintor, músico, astrólogo. Porque a poco que buceen ustedes en los textos –los serios, se entiende– de Ocultismo, descubrirán su Gran Secreto: lo que llevó a la humanidad a épocas de barbarie y desazón, de hambrunas y guerras, del mal imperando sobre la Tierra, ha sido la separación, el divorcio entre lo material y lo espiritual, entre lo científico y lo místico (evito decir ecleciástico: lo espiritual no es patrimonio exclusivo de alguna Iglesia), entre la mente y, a fin de cuentas, una especulación como el alma. Así que olvidando calderos y escobas, pentáculos y patas de conejo, podemos definir al Ocultismo como una forma de conocer la Realidad, aunando lo racional (ciencia), lo místico (espiritualidad) y lo estético (arte).
Porque tres, y estas tres son precisamente, las formas de aprehender la naturaleza que tiene el hombre: a través del análisis de las cosas, de descomponerla en sus partes menores, sean éstas materiales o tan eidéticas como puras matemáticas: a la rosa la puedo comprender como la suma de pistilo, tallo, pétalos y corola, pero también puedo emocionarme con ella, aceptarla como obra de un dios creador (espiritualidad) y entonces colijo que a la naturaleza puedo percibirla por vías iluministas, o bien describirlas en un lienzo, un poema o una melodía, transmitiendo las sensaciones que aquélla me inspira, y entonces podré escribir de cómo describo la naturaleza mediante el arte. Si la Realidad se parece más a lo que enseña el científico, el religioso o el artista, es sólo cuestión de paradigmas.
Pero, en todo caso, es un hecho que privilegiar una y sólo una de esas concepciones es una forma mutilada de conocer. En consecuencia, tan limitado era el sacerdote medieval que creía que la Iglesia enseñaba todo lo que valía la pena y lo que estaba fuera de ella o era inútil o era demoníaco, como el médico, físico, astrónomo o psiquiatra que de manera enciclopédica –y en ocasiones con un tinte de soberbia– pontifica que el conocimiento exotérico (esto es, el que se transmite de un dador a un receptor que acumula pasivamente información) es el único válido. Y mientras tanto, seguramente, el músico o el poeta mirará con suficiencia a ambos porque, después de todo, él es el único que transmite el “verdadero” conocimiento.
Cada época ha estado marcada por el paradigma dominante de una forma de conocer la Realidad. Lo escrito: lo religioso en el medioevo, lo científico positivista y materialista en el siglo XIX y buena parte del XX, el arte en los ’60. Pero como siempre el Todo es más que la suma de las partes, el verdadero conocimiento debe aunar todas esas vertientes. Y eso es lo que busca el Ocultismo.
Si lo hace con velas u oraciones, o en esos depósitos pétreos de sabiduría que han sido las catedrales, donde la ciencia de su construcción se suma a sus propósitos religiosos y al arte que conmueve aun a los ateos, es cosa de anecdotario. Lo científico no pasa por la computadora o el diploma y lo supersticioso por los sahumerios o talismanes: lo serio o ridículo de un tema nunca será el tema en sí, sino el método –o la falta de él– con que abordemos su estudio. Es más supersticioso, en el sentido de depender de una mentalidad “mágica” el estudiante universitario que repite como un sonsonete y doctoralmente las conclusiones dictadas por su académico profesor (conclusiones que difícilmente cuestionará durante su carrera, sino que se limitará a tratar de repetir y aplicar) que el shamán de la tribu empeñado en recoger ciertas hierbas en la jungla bajo determinadas aspectaciones astrológicas para ver si era cierto lo que el hechicero de la tribu de las montañas le prometió como resultados. Así que comprender qué es verdaderamente el Ocultismo –sin ceder a los estereotipos que naturalmente proponen ciertos medios– implica aceptar cambiar nuestros paradigmas mentales. Aceptar que tal vez la Ciencia detente el poder de la Verdad hoy en día pero, así como no tuvo su exclusividad en el pasado, nada asegura que la tenga en el futuro. Aceptar que “hacer ciencia” no es refutar casi por deporte, ni demandar “pruebas” cuando aun muchos de sus postulados podrían refutarse, usando esas mismas pruebas en sentido contrario. “Hacer ciencia” no es, como algunos periodistas metidos a divulgadores científicos repiten de memoria, “explicar lo desconocido en términos de lo conocido” sino precisamente lo contrario: explicar lo conocido en términos de lo desconocido. Porque se trata de explicar un hecho, que constatamos (lo conocido) pero cuyas causas ignoramos, buceando en originales e inéditas hipótesis (lo desconocido) que nos ayuden a avanzar un paso más en las tinieblas.
Veamos un simple (supongo que escandaloso) ejemplo de “inversión de la prueba”: el “efecto Doppler” (el corrimiento al rojo en las bandas espectrográficas) que observó Friedmann ya en 1922 alentó –hoy universalmente aceptada por la astronomía– la teoría de la expansión del Universo; una superburbuja cósmica en permanente dilatación. Estos son hechos; repetidamente constatables por la astronomía y la astrofísica. Después de todo, ¿quién no oyó hablar de la expansión del Universo?. Y yo no puedo negar los hechos. Sólo que, confieso que más con intención de bufón que de anarquista de la cultura, se me ocurre que si podemos decir que el Universo se expande con relación a nuestro planeta y nuestros cuerpos, también podemos afirmar que el Universo tiene un tamaño constante y es nuestro planeta y son nuestros cuerpos los que se están empequeñeciendo rápidamente. Y manejando sólo los fríos datos, si vemos aceptable lo primero y delirante lo segundo, no es como consecuencia de un conocimiento real sino porque en nuestro paradigma lo primero está incorporado y lo segundo no. Lado a lado, la expansión del Universo es, para la chiquita mente humana, tan absurda como la contracción de nuestros organismos. Y que un lector vea coherente lo primero y como locura lo segundo, no es un acto de pensamiento, sino de emoción. Lo que me lleva a la enunciación de la Segunda Ley de Fernández : “La gente llama pensar a buscar desesperadamente argumentos para justificar sus creencias previas”.
“Si hay algo seguro en nuestros conocimientos es la verdad de que todos los conocimientos actuales son parcial o totalmente equivocados. Dentro de cien años parecerán monstruosas las operaciones cometidas por los médicos del siglo XX en los ulcerosos. En general, les parecerá bastante cómico el afán de las curaciones locales, tendencia del hombre ingenuo a dividir la realidad. La experiencia realizada hasta el presente ha mostrado que viejas teorías que constituían Dogmas apenas han resultado ser Equivocaciones. Este hecho melancólico debería hacer meditar a los médicos y en general a los científicos que dogmatizan. A menos que piensen, valerosamente, que ese proceso de transmutación de Dogma en Equivocación ya terminó y que ahora todo lo que dicen es inmutable. No veo, sin embargo, por qué ha de poder establecerse un límite entre el Dogma y la Equivocación que pase, justamente, por nuestro tiempo”.
Ernesto Sábato
Muchos ovnílogos están afectados de una forma extraña de solipsismo: creen que su disciplina merece un crédito científico injustamente ignorado por el academicismo, pero les repugna que desde esa académica óptica se les englobe en la difusa categoría de “pseudociencias”, sospechosamente vinculable a un amplio espectro de disciplinas consideradas como residuos supersticiosos, tales como la Astrología, el Tarot o la Parapsicología.
Cada uno de estos temas los suponemos independientes entre sí. Y digo “los suponemos” porque por economía de hipótesis sólo sabemos que es una presunción; con el mismo encadenamiento de escepticismo (no sé si escribir “lógica”) que me llevaría a afirmar que, por caso, el Tarot nada tiene que ver con los OVNIs, pero partiendo de premisas distintas puedo sostener exactamente lo contrario. Si pertenezco al “pelotón de tuercas y tornillos” deduzco lógicamente que es absurdo establecer cualquier relación entre naves extraterrestres que visitan nuestro planeta y la manifestación de fenómenos extrasensoriales a partir de la estimulación inconsciente con símbolos que aparezcan en combinaciones varias (que no otra cosa es el Tarot). Pero si mi preconcepto es que las manifestaciones OVNI pertenecen más al mundo espiritual que al de lo material (ambas teorías, a partir de la casuística de los últimos cincuenta años, son igualmente defendibles), entonces es muy sencillo, mediante un común denominador parapsicológico, establecer una conexión. Para los primeros, sonaría muy poco fiable abordar la investigación (sino del OVNI, cuanto menos la del testigo) echando los naipes sobre el asunto; para los segundos, en cambio, sólo con ese método creerían aportar algo más que con un análisis computarizado.
Creo que la Parapsicología y el Ocultismo, con sus herramientas carentes de “marketing institucional” mucho pueden aportar a la Ovnilogía. Porque después de cincuenta años, poco es lo que sabemos a conciencia, y mucho lo que elegimos fantasear. Pero mientras permanezcamos abroquelados en el corset cientificista como única vía para “aprehender la Realidad”, mientras algunos de nosotros no apostemos a la alternativa de indagar otras formas, astrales si se quiere, de adquirir información sobre lo que nos interesa, nuestra ignorancia seguirá viciada por el paradigma dominante. Aunque los científicos en general y los escépticos en particular miren con sorna nuestras enseñanzas milenarias. Aunque se nos trate de ridiculizar hablando del poco “cientificismo” (aunque siempre confundan “cientificismo” con “especialización”) del que hacemos gala porque, según ellos, poco profundos podemos ser en nuestros estudios si nos dedicamos a “todo”: OVNIs, parapsicología, astrología… Olvidando demasiado fácilmente que, en cambio, ellos sí se consideran preparados para negar todo; si ellos reúnen condiciones para expedirse negativamente sobre OVNIs, telepatía, homeopatía, tarot, runas, el yeti o la energía de las piedras… ¿porqué otros no podemos hacer exactamente lo contrario?.
Esta es una de las evidencias que me convencen de concluir que la argumentación en pro o en contra no depende tanto de las “pruebas” o la “investigación”, sino de la preexistencia de un determinado paradigma al que se pertenece.
Eso podría llevarme a cuestionar la existencia de un “albedrío” en la elección de la opinión personal. ¿Hasta dónde soy dueño de lo que elijo pensar y creer, no estando ese pensamiento predeterminado y condicionado por el marco cultural, la influencia mediática o las necesidades, angustias y carencias emocionales?. ¿Puede el joven nacido y criado en un ambiente de honestidad, donde desde pequeño observa los beneficios del correcto y justo proceder, realmente “elegir” entre el bien y el mal?. Seguro que sí, pero tanto a nivel consciente como inconsciente, existirán ya ciertas tendencias dominantes, y se requerirán vivencias traumáticas o personalidades desequilibradas para inclinarse hacia el mal. ¿Puede elegir un joven nacido y criado en un ambiente delictivo, amoral e inhumano, donde desde pequeño sólo observa que el “peor” (desde el punto de vista del honesto) o el “mejor” (desde el punto de vista criminal) es el que obtiene las mayores ventajas?. También seguro que sí, pero se requerirá una personalidad consolidada para ejecutar esa opción, una personalidad que sólo puede nacer de una voluntad puesta al servicio de la reflexión desapasionada. Porque detrás de “escépticos” y “creyentes” existe un sustrato común a su esencia aunque distinto en apariencia: las pasiones, la emocionalidad. Lo que enseña que, aunque se cubra de una pátina de intelectualidad, la gente es básicamente emocional, y su intelectualidad está “monitoreada” por el alter ego de las emociones. Por lo tanto, el paradigma cientificista de esta época no es la conclusión de un proceso de análisis colectivo: es apenas un estado de ánimo.
Por eso necesitamos otra forma de conocimiento: y esa forma es el Ocultismo.
“…Independientemente de cuáles sean sus resultados finales, puede que nunca lleguemos a aclarar por completo el misterio de los OVNIs, ya que siempre existirán unas mentes humanas sobre las cuales pueda actuar creativamente. Podría resultar ser una constante que se sucede a lo largo de los siglos, modificándose al nivel de cada época, localidad y habitante de este planeta. Si mantiene su actual estructura global, lo tendremos siempre corriendo delante de nosotros, tentando al hombre e incitándole a contemplar a su mundo con otros ojos, haciendo saltar nuevas ideas y estados de conciencia y llenando a la gente de sentimientos de asombro y respetuoso temor cada vez que observen a esos mensajeros de la luz atravesar los cielos de la Tierra…”
David Tansley
Finalmente, además de comprender que lo ocultista o esotérico es un método para conocer, debemos admitir que lo cognoscible, el OVNI, también requiere un abordaje más espiritualista sin negar su realidad física. En efecto, el tema OVNI gira hacia lo místico (¿quién podría negarlo?) y esto puede deberse sólo a dos razones:
a) porque el tema es de naturaleza mística.
b) Porque refleja el inconsciente de la gente. Pero la gente tiende al consumismo. Entonces refleja las represiones y las necesidades de esa misma gente. Mas entonces estamos atrapados en y por la oración (¿una tautología?). Si no útil para otra cosa, por lo menos esto demuestra la falacia de los argumentos psicologistas porque se puede construir una aparente explicación lógica que no implique necesariamente que eso sea así. Lo posible no es lo probable.
Como corolario, entre las risas de los escépticos que escucho a la distancia sobresale esta oposición: «Pero, ¿porqué siempre hay que buscar lo espiritual, lo divino, lo metafísico?». Y levantando la voz (para que mi contendiente me escuche entre las risas de sus compañeros), repito aquello que hace años me convenció, en un orden más trascendente, de la existencia de una Divinidad: lo divino, lo místico y lo espiritual existen porque si para la mente hay una necesidad de ello es porque en algún lugar, de alguna forma, hay algo que la satisface.