De todos es conocida la historia –e hipótesis- del “astronauta de Palenque”. El friso que funge de lápida en la tumba de Pacal, gobernante de la ciudadela homónima del actual territorio mexicano, reflejada tempranamente por el suizo Erich Von Däniken en su recordado libro “Recuerdos del Futuro”. Como se recordará, el escritor y otros exégetas de la Arqueología oficial señalaban su parecido con un sujeto dentro de una “cápsula espacial”, empujando un comando (a mi parecer, sugestivamente similar a aquella vieja palanca de cambios de los Citröen 2CV y 3CV) y con lo que parecería un inhalador entrando en su nariz. Por cierto, la ciencia académica ha ridiculizado esta hipótesis, explicando que “posiblemente” se trata de una abstracta representación del “dios – abeja” o, por el contrario, algo como la “sublimación del maíz”. Huelga decir que como dos explicaciones disímiles no pueden ser ambas verdaderas, es posible que no solamente una de ellas sea equivocada, sino que lo sean ambas.
Con lo que regresamos a la idea original. ¿Y si, después de todo, sí remite a una nave espacial, “bajada” al marco de comprensión de un aborigen de ese entonces?. No pidamos fidelidad sino preguntémonos si no se respetan las ideas generales; a fin de cuentas, cuando un niño pequeño dibuja un cohete espacial, convengamos que, con la realidad, tiene apenas un “aire”, una aproximación a… la idea general.
El mismo Pacal es un enigma, con su 1,75 mts de altura, veinte más que la media maya de entonces. Esto obviamente no prueba nada, más allá de su propia extrañeza. Pero suma.
No agotaremos aquí el enigma de Palenque, ni es la intención de este artículo, sino presentar dos documentos. Dos antiguas fotografías tomadas por el arqueólogo alemán Teobardo Maler, a quien nos referimos en otra ocasión sobre su descubrimiento de un friso que reproduciría un hundimiento similar a la Atlántida. Pues bien, Maler registró también esta pieza interesantísima: una roca, aislada, que por un lado muestra un abigarrado conjunto de símbolos que más remiten a reproducir maquinaria complicada en la lábil “lectura visual” de un nativo, y con una sugerente forma general acampanada (de la roca). Pero como si no bastare, del otro lado, en el centro y cómodamente sentado, un individuo que también parece estar empuñando comandos.
Saliendo del universo maya, pero sin abandonar el México antiguo, otros misterios que hablan de conocimientos avanzadísimos esperan explicación. Como el “efecto Rayos X” que se produce en Xochicalco, estado de Morelos: hay allí un observatorio subterráneo, comunicado con el exterior sólo por una abertura en la roca de 8,62 mts de largo. Ciertos días del año, a horas precisas, la luz del sol penetra por allí pero, por algún efecto óptico que desconocemos, lo hace con tal intensidad que si uno introduce la mano en el haz de luz es posible observarse los huesos. La imagen que acompañamos –y que se encuentra en el “museo de sitio” no sólo no está retocada, sino cuenta con el aval absoluto del Instituto Nacional de Antropología e Historia de ese país, ya que fueron sus técnicos quienes la tomaron.
Volviendo a las “naves”, éstas también aparecen en la anterior cultura Olmeca, así como la representación de individuos “volando” a caballito de gigantescas aves, en un todo similar a la conocida iconografía asiria. Y representaciones mexicas de seres “saliendo” del interior de círculos, lo que también se ha encontrado en Tassili N’Ajjer, en el Sahara.
La interpretación presentada está teñida de subjetividad, lo admito. Pero forma parte de una constelación de misterios “malditos”, tan malditos que la roca está hoy desaparecida. Y esto tampoco es una copincidencia fortuita: cuando se ha hecho “desaparecer” evidencias históricas irrecuperables, ha sido por plantear incógnitas incómodas para el saber establecido. Eso sólo debería llevarnos a formularnos mejores preguntas.