¿Puede uno autoinmolarse con un escrito?. Si ello es posible, en mi caso éste será recordado como, cuando menos, el primer paso en esa dirección. Sólo cuando en algunos comentarios dispersos por ahí, sugiriendo alguna que otra idea que forma parte de este trabajo, bastó para que me putearan en arameo, se me hizo evidente que mi opinión repugnaría a muchos. Yo, un perverso iconoclasta según ellos, podría hacer ejercicio de lo “políticamente correcto” y cerrar la boca (o dejar de teclear) aunque más no fuera pensando en algún público potencialmente interesado en mis otras, numerosas actividades. Pero no me es posible. Sólo puedo ofrecer una certeza en mi vida: decir lo que se piensa, hacer lo que se dice.
Los hechos acaecidos en Cova de Iría, Portugal, entre mayo y diciembre de 1917 han sido analizados en innúmeros libros, artículos, ensayos, tesinas, documentales televisivos, videos en Youtube, blogs, etc., y uno podría suponer que bastaría con reveer parte de ese ingente material para formarse una opinión propia –quizás más cercana a la creencia que a la evidencia- sobre las pretendidas “apariciones marianas” que transformaron el lugar en una meca de peregrinaje para el mundo católico y uno de los fenómenos psicosociales más espectaculares de los tiempos modernos. Y seguramente será así. Pero para este autor, en ocasiones no basta la lectura del trabajo de terceros (por muy respetables que resulten en todas sus aproximaciones) sino se impone la necesidad de la observación “in situ”. Muchas veces, también, se me ha señalado (cuando no, criticado) que para una “investigación de campo” de temas tan complejos no basta una visita fugaz, y quizás se esté en lo cierto; pero no es menor la “composición de
¿Puede uno autoinmolarse con un escrito?. Si ello es posible, en mi caso éste será recordado como, cuando menos, el primer paso en esa dirección. Sólo cuando en algunos comentarios dispersos por ahí, sugiriendo alguna que otra idea que forma parte de este trabajo, bastó para que me putearan en arameo, se me hizo evidente que mi opinión repugnaría a muchos. Yo, un perverso iconoclasta según ellos, podría hacer ejercicio de lo “políticamente correcto” y cerrar la boca (o dejar de teclear) aunque más no fuera pensando en algún público potencialmente interesado en mis otras, numerosas actividades. Pero no me es posible. Sólo puedo ofrecer una certeza en mi vida: decir lo que se piensa, hacer lo que se dice. Los hechos acaecidos en Cova de Iría, Portugal, entre mayo y diciembre de 1917 han sido analizados en innúmeros libros, artículos, ensayos, tesinas, documentales televisivos, videos en Youtube, blogs, etc., y uno podría suponer que bastaría con reveer parte de ese ingente material para formarse una opinión propia –quizás más cercana a la creencia que a la evidencia- sobre las pretendidas “apariciones marianas” que transformaron el lugar en una meca de peregrinaje para el mundo católico y uno de los fenómenos psicosociales más espectaculares de los tiempos modernos. Y seguramente será así. Pero para este autor, en ocasiones no basta la lectura del trabajo de terceros (por muy respetables que resulten en todas sus aproximaciones) sino se impone la necesidad de la observación “in situ”. Muchas veces, también, se me ha señalado (cuando no, criticado) que para una “investigación de campo” de temas tan complejos no basta una visita fugaz, y quizás se esté en lo cierto; pero no es menor la “composición de lugar” que me permite el estar en el terreno. Me ocurre en esos momentos algo que suelo definir como el “armado espontáneo de un rompecabezas mental”, donde las piezas del puzzle se desplazan por sí mismas hacia posiciones más articuladas, encontrándole sentidos subyacentes a instancias que en las leídas previas pasaban desapercibidas. Aún más: suelo decir que casi puedo visualizar como si esos “movimientos” ocurrieran en una pantalla frente a mis ojos. Por todo ello, mi visita al preciso centro de las “apariciones” de Fátima no resultó infructuosa. Debo señalar aquí que recorrí el lugar –para encontrar una mirada objetiva, gusto de comenzar desde las “historias oficiales”- no con algún trabajo del impecable investigador lusitano Joaquim Fernandes (que no es pariente de un servidor) quien hace años llegó a la conclusión que la aparición de la Virgen de Fátima de virgen católica tuvo nada y sí mucho de “extraterrestre”. Ciertamente, quizás este artículo podría reducirse a citar a ese analista y dar por cerrado el caso pero, como ya señalé, necesitaba una mirad personal, de manera que la referencia, aquí, al mismo tiene el valor de un tributo a su trabajo. Y a su valentía, en un país donde el peso de la iglesia es todavía considerable (más, unos treinta años atrás cuando lo dio a conocer) y mucho fue el descrédito y las agresiones que recibiera de sus connacionales por esa propuesta, si se quiere, casi subversiva para el pensamiento conservador. Pero no. Recorrí el lugar y me senté a leer, tanto en la histórica basílica como en la nueva y moderna iglesia, con el libro “Era una Señora más brillante que el sol”, del padre Giovanni de Marchi, italiano, editado por “Misiones Consolata”, en la misma Fátima. De manera que, siendo esa mi fuente histórica, uno puede suponer cualquier cosa menos que sea favorable a “lecturas alternativas” y sí, quizás, subjetivamente afín a la versión, “lavada” y pacata, de la mojigatería devocional. La sucesión de los acontecimientos es tan larga y compleja que debería dedicar varias páginas sólo a su descripción. Digamos, muy brevemente, que tres niños, Lucía dos Santos, Jacinta y Francisco Marto (de los cuales sólo sobrevivió hasta avanzada edad la primera, devenida monja de cierta transcendencia popular) quienes entre los meses ya citados tuvieron una serie de observaciones anómalas en el lugar, a once kilómetros de la ciudad de Ourém. Es necesario, primero, aclarar varias confusiones bastante instaladas:- Si bien se fija mayo a diciembre de 1917 como período de las apariciones, esto sólo aplica a las más relevantes, es decir, las dos primeras –que no fueron de la “virgen”, sino de un “globo de luz” y un “ángel”- hasta que cesan las de la propia “Señora”. Empero, observaciones extrañas y anómalas comenzaron en abril de 1916 y continuaron sucediéndose hasta junio de 1919. Y aquí tenemos una de las primeras manipulaciones a que hace referencia el título y que, indudablemente, fueron aprovechadas –si no, directamente propugnadas- por la propia jerarquía católica: la “profecía” del advenimiento del comunismo (como uno de los grandes “males mundiales” frente a los cuales la “virgen” advierte no es de mediados del año 1917 (anticipándose así por poco a la Revolución Bolchevique, con algún carácter profético) sino de algún momento no precisado entre fines de 1918 y principios de 1919, cuando esa Revolución ya estaba en marcha y conocida en todo el mundo. Y si alguien aduce que estos tres pastorcitos casi analfabetos no podían estar al tanto de esos episodios mundiales, es el texto de cabecera con que investigamos en el lugar el que nos señala que desde mediados de 1917 el doctor Manuel Nunes Formigao, también sacerdote, fue quien se tomó muy en serio y acompañó y aconsejó a los niños, brindándole asistencia. Con el seudónimo “Visconde de Montelo” escribe, de hecho, los dos primeros libros sobre el tema: “Os episodios maravilhosos de Fátima” (1921) y “As grandes maravillas de Fátima” (1927). Esto, también, desarticula un “meme” instalado: que los niños habían encontrado mucha oposición, descrédito y amenzadas por parte de las “fuerzas vivas”. En realidad, el escepticismo clerical duró muy poco y si en algún ámbito encontraron burla y desazón, fue el familiar.
- Las observaciones no se produjeron todas en el mismo sitio, sino en –según la fuente- siete u ocho distintos, incluida la vivienda particular de Jacinta y Francisco. La Basílica, comenzada a construir en 1928 y consagrada en 1953, se levanta donde la primera aparición de la “Señora”, y la moderna Iglesia del Rosario donde el “ángel”, mientras que una lateral “capilla de las apariciones” señala el lugar de aparición de los “globos de luz” y una de la propia “virgen”. En cuanto a la famosa encina y la vivienda de los Marto, allì se apareciò una vez, también, la entidad y varias los “globos de luz”.También tuvieron “visiones” en los pueblos de Valinhos y Aljustrel.
- Durante varios meses, los niños no reconocieron a la “virgen”. Cuando la entidad hace su primera aparición –en junio de 1917- la describen como “una bella joven de unos catorce años”, y cuando son interrogados respecto a porqué le calculan esa edad sólo señalan que la vieron “delgada, pequeña, delicada, con rostro casi de niña”. Aún más: acuden a confesión con el sacerdote local temerosos que la aparición sea “diabólica”. Es en la segunda –de la entidad, luego hablaremos de las otras- cuando se llama a sí misma “señora del cielo” y manifiesta fragancia a rosas, con lo que –de manera esperable- compra la credulidad de los niños, ingenuos y poco preparados, permeables a suponer que si decía lo que decía, es porque era la realidad. Sibilinamente, uno no puede dejar de pensar que es como si la entidad estuviera al tanto las angustias y temerosas consultas que los pastorcitos hicieron a sus mayores luego de la primera aparición y “prepara un discurso” más convincente para su siguiente encuentro. Más de veinte años después Lucía, al poner por escrito su biografía, da a esa segunda aparición un discurso más elaborado –que no manifiesta en sus primeros relatos- donde la “entidad” cita a Jesús y a Dios.
- La descripción que hacen puntillosamente Lucía y Francisco del aspecto de la “aparición” es –además de ser una joven con las características ya señaladas- estar cubierta por un “manto” de “cuello elevado por detrás de la cabeza”, de color “blanco brillante con gris” y…”cuadriculado”. No puedo menos que pensar en un tipo de tela, común en edredones hace décadas, llamado “matelassé”. Concluir de ello que es una “virgen” –cuando, insisto, la propia “entidad” jamás se llama a sí misma ni de esa manera ni como “madre de Dios”. Sólo el 13 de diciembre de 1917 la “entidad” se llama a sí misma “Inmaculado Corazón” y demanda “rezar el rosario”. Pero, para ese entonces, ya había ocurrido la portentosa manifestación visual masiva del 13 de octubre, cuando más de treinta mil personas vieron al “sol danzar” en un cielo nublado y un “extraño sonido”, como “millones de moscardones y abejas” era audible en un radio de diez kilómetros. El que sí invita a “orar por María y Jesús” es el llamado “ángel de la paz” que aparece en junio. Y antes y después de él, los “globos de luz”.
- Este tema de los “globos de luz” sería de apasionante y excluyente atención ufológica si el contexto de su manifestación hubiera sido otro. Para la misma iglesia es molesto, y su mención (por ejemplo, en el libro de marras que usé de guía bibliográfica trabajando en Fátima) es episódica y circunstancial, casi relegándoles a un fenómeno descartable del contexto. Pero en realidad, es seguramente a mi criterio uno de los más importantes, por ser los “primeros” –dos días distintos son observados por los niños- e introductorio, o precursor de la aparición de las “entidades”. En efecto, sea la interpretación ufológica o parapsicológica (no hay razón, en un campo especulativo como el que nos ocupa, suponer que las esferas eran realmente las “entidades”, o manifestaciones colaterales de la apertura de un “portal” a través del cual aparecen las “entidades”, o, por qué no, intentos precursores de “sintonización” de la/s inteligencia/s que verdaderamente están detrás del fenómeno. Sobre ellos, debemos señalar varias cosas.
- Si bien Lucía es la más conocida de los tres, adquirió preeminencia por una concatenación de hechos: su fuerte personalidad, su mayor edad que los otros dos niños, el obvio y cruel que les haya sobrevivido, el haber sido la redactora de “los misterios” (también conocidos como “las profecías de Fátima”) y su vida ecleciástica. Pero los “mensajes” que ella sostiene haber “escuchado” (¿”canalizado”, sería más apropiado?) son simplones y esporádicos; es Jacinta quien los escucha casi a diario, especialmente durante los últimos tres años y medio de su corta vida en que, consumida por la tuberculosis, relegada al tratamiento meramente paliativo de una pobre aldeana en el Portugal de principios del siglo XX, incluso en el hospital al que es llevada en sus días finales. Esos “mensajes” se intensifican a medida que lo hacen en igual medida sus sufrimientos, y uno estaría tentado a ver en ellos apenas el recurso alucinatorio de una mente debilitada por el dolor buscando fantasías que la liberaran aunque sea momentáneamente del cruel sufrimiento, si no fuera que los mismos son avalados –en cuanto cuando menos a la realidad del momento en que según la pobre chica decía recibirlos- por toda una curia perversamente entusiasmada por esa inmoral ecuación que equipara “pureza” y “trascendencia” a sufrimiento y dolor en forma directamente proporcional. A propósito; ¿qué pensarse de una adolescente –tras la muerte de sus compañeros de experiencia- celebrada por la iglesia pues tiene permanentemente en los labios la frase : “¡qué hermoso es morirse!” ?
- Es destacable que los “mensajes” de la “Señora” repiten insistentemente dos obsesiones: la erección de un santuario en el lugar de sus apariciones, y la reiteración que nada había más terrible, más horroroso a los ojos de esa familia celestial formada por ella, Jesús y el mismo Dios que “los pecados de la carne” (“los pecados que más almas llevan al infierno son los pecados de la carne”). Ante los horrores de la misma Gran Guerra que en ese entonces transcurría, ante el drama desgarrador de las inequidades sociales, el hambre y la violación de humanos derechos en todo el mundo hay algo escalofriantemente perverso, mezquino y maléfico que para esas “entidades” (y para la iglesia a la que resultan tan funcional) nada haya más diabólico que un tanto de sexo libertino de vez en cuando en la vida de uno. Tengo mi teoría sobre el porqué: la explicaré en unos párrafos.
- Hay que considerar algunos matices “paganos” tanto en los testigos como en las apariciones mismas. Cuenta el padre De Marchi que ya antes de las manifestaciones, Jacinta se maravillaba con la Luna, a quien llamaba “la lámpara de nuestra Señora”, y cuando estaba llena corría a dar la noticia a su familia gritando: “¡Madre, ahí viene la madrina del cielo!”. Nadie medianamente informado puede dejar de advertir la presencia de la simbología lunar en la hagiografía mariana. Y luego, la encina famosa de las múltiples apariciones. Una encina, que debajo de una encina en el monte Olimpo meditaba Zeus y era tan preciada por los druidas, al punto que existe, de hecho, una Señora de la Encina. Y la primera aparición del “ángel de luz” aparece cuando, resguardándose del calor, los niños penetran en la llamada “gruta de Cabeço”: a ningún estudioso, tanto de religiones comparadas como de mitología o esoterismo se le escapará el valor iniciático, como lugar físico, de grutas y cuevas.
- Una historia casi desconocida es que los niños gustaban de hacer rondas en el campo –esto, meses antes de los sucesos que nos ocupan- cantando una canción que decía: “¡Oh, ángeles, cantad conmigo/ cantad sin fin/ dar gracias yo no consigo/ oh, ángeles, dadlas por mí/ Oh, Jesús, qué amor tan tierno/ Oh, Jesús, que amor el tuyo/ dejas tu trono supremo/ y haces de la tierra al cielo!” y en ese momento se escuchaba una voz grave que parecía provenir del subsuelo haciendo coro: “de la tierra al cielo”.
- Los niños alucinaron, fantasearon y la iglesia se aprovecha de ello para cooptarla atención y devoción de los fieles. A nadie extrañaría que una inmstitución cualquiera, como ésta, no hesitara en valerse del sufrimiento de unos pequeños por un resultado que les fuera conveniente; no sería el único ejemplo. El punto, sin embargo, es la persistencia de las manifestaciones aún habida cuenta que muchos espíritus racionales trataron de interceder, que los había en aquella época. El mismo padre De Marchi en su libro acusa abiertamente a “los masones” como confabuladores que a través de artículos publicados en diversos periódicos ridiculizaban o denostaban esos fenómenos (lo que brinda un saludable aire fresco a la mirada habitualmente represora que se supone en el Portugal de cien años atrás). Si a ello le sumamos la “danza del sol” necesitamos acudir a complejas explicaciones “psicologistas” que no porque puedan construir un discurso aparentemente racional para explicar los hechos son de por sí una “demostración científica”. Se nos exigirá “pruebas” (en el sentido de “materiales”) y claro que no las hay pero; ¿no es acaso la sumatoria de conductas colectivas una prueba en sí misma para el campo de las ciencias sociales?.
- La otra potencial explicación es, obviamente, la ecleciástica: apareció realmente la Virgen. Lo que implica que, entonces, existe la Virgen, Dios y etcétera. Ya se trata entonces de una “creencia” y una creencia no necesita pruebas, pero tampoco entonces la necesita el no creer en esa creencia. Esta perogrullada tan obvia parece dejar escapar una premisa fundamental: toda creencia es, entonces, una mera especulación. Y si es lícita una, lo es también cualquier otra. Que la especulación devocional parezca más “lógica” (en el sentido de más “creíble”) que la extraterrestre o extradimensional sólo demuestra hasta qué punto el “meme” de la mirada católica está tan enquistada no solamente en la constructio social que la “probabilidad estadística” que algo exista u ocurra es una función emocional. Recuerden la Primera Ley de Fernández: “Toda institución religiosa necesitada de recursos humanos o financieros crece de manera inversamente proporcional al buen uso que del raciocinio hagan sus feligreses”. Discernir aquí la “verdad” de los hechos no es ajeno a un contexto más amplio: el de la naturaleza misma de las manifestaciones de ésta religiosidad. Y cuando una religiosidad presenta un vector definido, a través de los siglos, que hace uso y abuso del sufrimiento, del dolor, de la censura, la represión, el castigo y de la aceptación resignada de los mismos como vía de “crecimiento” es inevitable preguntarse si ésta es una verdadera espiritualidad. Porque si la “verdad” es el grado de identidad entre una idea y los hechos, y los hechos expresan la “realidad”, siendo lo “real” la correspondencia entre la dimensión de la experiencia externa al ser y el ser mismo, entonces esta espiritualidad es “de facto” aquello que proyecta en quienes son “distintos”, construyendo para distracción de las masas (o mejor dicho, para redirigir la energía psíquica de las masas) “enemigos” que son el mero espejo de tales supuestos “espirituales”.
- que se convierten personas intelectualmente entusiasmadas en fervorosos creyentes, verdaderos “quintacolumnistas” fácilmente manipulables. Recuerden la Primera Ley de Fernández.
- El subsecuente desprestigio que en cenáculos científicos o de cara a la opinión pública esto acarrearía, enlentecería, si no detendría circunstancialmente, todo progreso independiente en pos de conocer la verdadera nturaleza de los OVNIs. Remarco lo de independiente porque, por supuesto, cualquier grupo con raíces en el poder (político o militar) que desee hacerlo no necesita para nada el crédito de tales estamentos.
- Finalmente, last but not least, como gustaba escribir el ínclito Antonio Ribera, romperé aquí una lanza: con esa estrategia se desvía la atención de la masa de lo que posiblemente es la verdadera naturaleza y origen, sino del fenómeno OVNI todo, de una parte mayoritaria y omnipresente en su esencia: el origen extradimensional, su verdadera y sinuosa naturaleza “espiritual” (no necesariamente angelical y dadivosa de bienes preternaturales) y su -para mí- cada vez más evidente conexión desde ese plano con los que llamo genéricamente “Illuminati” (si bien hace rato que dejaron de llamarse así), el Poder en las Sombras que manipula y gobierna los destinos tortuosos de esta humanidad con fines en un plano materiales, en otro, espirituales, sobre lo que he abundado en mi trabajo “Guardianes de la Luz, Barones de las Tinieblas”, que seguramente en algún momento reeditaremos .
- la gestación de un símbolo (estoy tentado a escribir un “mandala” pero lo veo más asociado a lo simbólico con fines de condicionamiento; sólo así adquiere sentido la obsesión en fijar la atención del devoto en él): ese “inmaculado corazón” de la “virgen”, envuelto en espinas –en parangón con otro corazón, este “sagrado”; el de Jesús.
- La fijación de días y horarios para compartir una misma meditación, una misma oración en un mismo objeto.
- La estimulación de la práctica proponiendo como devolución el miedo más básico de la naturaleza humana: el miedo a la muerte.