LA EXPERIENCIA DE ABDUCCIÓN «EXTRATERRESTRE» COMO INICIACIÓN ESOTÉRICA (1)

LA EXPERIENCIA DE ABDUCCIÓN «EXTRATERRESTRE» COMO INICIACIÓN ESOTÉRICA (1)

La irrealidad de una fantasía no es enteramente tan absoluta como por lo general suponemos: si nuestra conducta, por ejemplo, es afectada por nuestro deseo fantástico de ganar el afecto de la persona amada, si modifica nuestra vida y tal vez afecta todo el curso de nuestras carreras, ¿podremos decir sensatamente que fue una causa irreal la que produjo estos efectos por demás reales? (tomado de Hillary Evans)

A lo largo de numerosos artículos y diversos ensayos, he venido proponiendo –ignoro con qué suerte- una nueva óptica de abordaje respecto de las causas tras el fenómeno OVNI; un abordaje equidistante de la interpretación materialista alienígena como de la psicologista que entiende estos fenómenos como subproductos alucinatorios de carencias o represiones emocionales. Una óptica que –resumo- entiende la presencia de una inteligencia exterior y ajena al testigo, pero que por razones que no abundaremos aquí (ya que ameritan un estudio por sí mismas) se disfraza, dramatiza y representa una puesta en escena de naves, astronautas, escalerillas, controles luminosos, camillas de quirófano, botas y cinturones fosforescentes, en fin, tuercas y tornillos. Una óptica que entiende que, sea esa inteligencia o inteligencias sencillamente extraterrestre o complicadamente extradimensional (cualquier cosa que fuere lo que entendamos por este término) “construye” situaciones no “reales” en sí mismas en el sentido de causa y efecto, sino verdaderas teatralizaciones enteléquicas, donde el episodio tiene otras razones de ser que aquellas que se le adjudican.

Un automovilista avanza en total soledad por una carretera de madrugada. Es sólo oscuridad y silencio, paz y quietud lo que lo rodea en una noche donde, quizás, él es el único motorista que ha pasado por allí. De pronto, de un costado de la ruta emana un poderosísimo haz luminoso y el hombre, estupefacto, ve de entre un bosquecillo elevarse, hasta entonces inadvertido, un destellante OVNI multicolor que en potentísimo despliegue acelera y se pierde en lontananza. Los ovnílogos conocemos un sinnúmero de casos de este tenor, y estoy seguro que cada uno que esté leyendo estas líneas no ha podido evitar el acto reflejo de asociarlo con algún episodio específico de su conocimiento. Y todo parece tan simple: una nave extraterrestre ha sido “casualmente” observada en su despegue por un circunstancial viandante. Tan sencillo como eso. O no. Porque, para molestar, se me ocurre una pregunta: ¿porqué tuvo el OVNI que despegar justo cuando pasaba el único automovilista de esa madrugada?. De haberlo querido, el despegar unos minutos antes o después lo hubiera mantenido en el anonimato (lo que, por otra parte y si uno se atiene a las periódicas “declaraciones” de estos pretendidos extraterrestres, o la propia historicidad del fenómeno, es lo que se reivindica permanentemente). Pero no. Es como si la inteligencia detrás del OVNI hubiera estado esperando ese momento. Como si lo hubiera hecho con toda intención de ser visto por ese solitario y desprevenido testigo. Pero sólo por un testigo. O bien, también en horario fuera de lo común, dos amas de casa de un suburbio ven descender con movimientos erráticos un OVNI junto al cual, segundos después, se posa otro. De ambos sale un grupo más o menos numeroso de aparentes tripulantes que se dedican, afanosa y ostensiblemente, a “reparar” al primero de los objetos, o por lo menos eso es lo que parece ser la naturaleza de sus actos. Manipulan objetos con aspecto de herramientas bajo y sobre la nave, acarrean cajas de variado tamaño de uno a otro lado, incluso, ¡oh, bizarro anacronismo!, la rutilante luminosidad de… puntos de soldadura es arrancada de su superficie. Hasta aquí, todo parecería absolutamente previsible, esperable y dentro de lo atípico de la circunstancia, “normal”. Pero sólo si no nos hacemos ciertas incómodas preguntas. Por ejemplo: ¿Porqué siempre resulta exitosa en tiempo y forma la reparación? (Alguien dirá que las historias de “OVNIs estrellados” demuestran que “no siempre” terminan satisfactoriamente; pero precisamente a eso me remito. O se estrellan, o salen airosos de la “panne”). ¿Porqué no queda ningún resto material de semejante bricolage?. Y, lo más importante, ¿porqué siempre la reparación termina justo a tiempo?. A tiempo antes del inminente amanecer; a tiempo antes que pase el primer bus de la mañana, a tiempo antes que el policía de ronda, la patrulla de caminos o el guardia privado acierte a pasar por el lugar. En suma, justo a tiempo antes que aparezcan otros testigos.

De lo que queremos hablar, es que la experiencia OVNI tiene, indudablemente, un componente físico: el OVNI (o lo que sea que opera detrás de él) existe, deja huellas en el terreno, altera motores, deja “blips” en las pantallas de radar. Pero sus manifestaciones, por un proceso que lentamente trataremos de ir desentrañando, tiene su realidad psicológica también. Pero una realidad psicológica que trasciende el ideario imaginativo como única causación. Dicho de otra forma; si bien sería muy sencillo explicar estas manifestaciones como de carácter alucinatorio simplemente (y, si se me permite la petición de principio, parto del supuesto que hemos previamente eliminado los posibles casos de fraude), existen ciertas preguntas que debemos hacernos, y que demuestran que, si bien la explicación psicologista resulta a priori culturalmente satisfactoria, es sólo el producto de un paradigma, y si parece satisfacer con prontitud el deseo de respuesta es sólo porque constituye una explicación coherente más, pero no la única. O no tan coherente, en tanto y en cuanto no responda a esos interrogantes fundamentales. Por ejemplo, la afirmación extendida de que ciertos autodenominados “testigos de encuentros cercanos” dramatizan un episodio de alucinación a partir del material que en el Inconsciente anida relacionado con ello (películas, relatos de diarios y revistas) es sólo digerible cuando sabemos que el sujeto acumula cierto bagaje informativo sobre el particular. Pero, ¿dónde deja eso a los miles de testigos analfabetos, marginales de la cultura que jamás han visto una película y menos sobre extraterrestres?. ¿Qué pasa con las descripciones cuando provienen, no sólo de avispados cosmopolitas, sino de trashumantes saharianos, bantúes, aldeanos del altiplano, indígenas chachapoias?. ¿Cuál sería en estos casos el “fundamento cultural” de sus percepciones?. Y, más aún, ¿qué pasa con los primeros testigos de los primeros tiempos, cualquiera que éstos hayan sido?.

Seguramente algún lector echará mano aquí al argumento del Inconsciente Colectivo, como gigantesca y atemporal “base de datos” de la humanidad y de cuyos arquetipos (estructuras eidéticas primarias) se alimentan todas las mitologías y, dirán nuestros detractores, lógicamente también la saga de los OVNI. Cuando Jung expresó la idea de que el OVNI, con su forma circular, era un “mandala”, símbolo de la totalidad, el reencuentro con sí mismo, abrió las compuertas a un aluvión de reduccionistas y simplistas: para ellos y desde entonces, el OVNI fue sólo la expresión inconsciente de la angustia existencial. Luego cerraron filas los freudianos, con su hipótesis de que los OVNIs con forma de cigarro eran… símbolos fálicos, emergentes de las carencias o represiones sexuales de la gente. No nos han dicho qué hacer con los OVNIs cúbicos, pentagonales, triangulares, pero no creo que haya problema: como ciertos psicólogos son capaces de explicar cualquier cosa, no dudo que no tardarán en construir una remanida estructura dialéctica a la que denominarán “explicación”.

Pero no nos alejemos del concepto de Inconsciente Colectivo y su arquetipo, el mandala. Sólo que creo que se trata de un excelente y estimulante concepto, sí, y no podemos desecharlo: tal vez los visitantes que llegan en naves en forma oval o esférica expresen la idea de totalidad, pero reconozcamos que hay que bucear en demasía para encontrar unos pocos componentes arquetípicos en el promedio de informes sobre OVNIs y, aunque los encontráramos, son más bien abstracciones intelectuales, improbables de inspirar una experiencia emocional vívida.

Ciencia ficción y OVNIs

La explicación más sencilla de un hombre no es la de otro hombre. Hace años, el folklorólogo Bertrand Méheust “demostró” la correlación existente entre las antiguas apariciones de OVNIs de los años ’40 y ’50 y relatos de ciencia ficción de principios de siglo. Esto parecía zanjarlo todo. Sólo que quedaba un problema que Méheust sugestivamente ignora: la absoluta improbabilidad que un campesino tejano de los ’50 hubiera leído, por caso, un relato de ciencia ficción publicado en alemán –y nunca traducido- en una revista de cuarenta años antes. Recuerdo un caso belga de 1954: “Una pálida luz les permitía distinguir lo que les rodeaba, y parecía no salir de ninguna parte”, detalle que sí tiene un antecedente en la narrativa fantástica francesa… de 1908: “Sobre ellos brillaba una luz verde difusa, pero, ¿de dónde venía?. Parecía formar parte del material mismo de la habitación…”. Algunas de estas reflexiones pueden ser extendidas también al campo de la abducción. Es difícil creer que las particulares descripciones concordantes de los secuestrados en cuanto a ser coincidentes en detalles de, por ejemplo, el instrumental quirúrgico que se empleó sobre sus cuerpos respondan a un arquetípico modelo de escalpelo cósmico. La avanzada psicologista, empero, se encoge de hombros y aduce la riqueza de recursos de la imaginación humana. Citan, en su concurso, los experimentos con voluntarios hipnotizados que fueron invitados a “imaginar” el secuestro a bordo de un OVNI, y la estrecha correspondencia de sus descripciones con los relatos dados como “reales”. De allí a deducir que los abducidos lo imaginan todo, hay sólo un paso.

Pero es un paso en falso. Porque, en primer lugar, puedo invertir la carga de la prueba de los mismos psicologistas y sostener que si se presupone que los testigos de apariciones OVNI toman el material de la cultura dominante para fraguar (aunque sea involuntariamente) sus “visiones”, pues con más razón pueden hacer lo mismo los voluntarios de estas experiencias (generalmente estudiantes universitarios deseosos de ganar unos dólares, amas de casa de mediana formación interesadas en ocupar sus tiempos libres en actividades estimulantes; pero nunca atareadísimos pastores montañeses), más aún, y como los mismos expertos saben, en un nivel profundo deseosos de complacer al controlador de la experiencia. Pero el segundo detalle significativo (concluímos aquí sobre el extenso trabajo de Alvin Lawson, John De Herrera y Walter McCall, sobre el que volveremos) es que las descripciones concomitantes surgen con individuos hipnotizados, y no con los que no lo están. Al margen de que aún desconocemos casi todos los mecanismos que operan en ese eclipse de la conciencia que es la hipnosis, a la cual los mismos críticos señalan como herramienta poco fiable en la investigación ufológica, es significativo que dicha correspondencia (entre la anécdota real y el trance inducido) ocurra precisamente en ese estado. Aunque también podríamos decir, que más que construir escenas irreales con material profundamente inconsciente, estos experimentos establecen incuestionablemente la aptitud de los sujetos hipnotizados para reproducir, no a grandes rasgos sino con intrincados pormenores, argumentos a los que no habrían tenido acceso por medios convencionales. En el estado de hipnosis –y es razonable conjeturar que otros estados pueden servir igualmente bien- los sujetos parecen poder obtener acceso a material por medios que no son físicos ni sensibles, y reestructurar luego ese material sobre una base creativa y selectiva, usándola para urdir un relato dramático, a la medida de lo que se les pide.

En un trabajo anterior (“La fotografía psíquica entre la Parapsicología y los OVNIs”, publicado en distintos medios, entre ellos, en el número 9 de nuestra revista digital “Al Filo de la Realidad” ) me he extendido –cosa que no haré ahora para evitar ser repetitivo- entre las correspondencias que a mi entender existían entre esas dos disciplinas. Pero para la mejor comprensión de la teoría que expondré aquí, es necesario profundizar en ciertas interrelaciones. Aquí, me detendré particularmente en dos: la indiferenciación entre observaciones de OVNIs y de otro tipo de “entidades” (marianas, demoníacas, etc.) y la “selectividad” que el fenómeno manifiesta. Autores mucho más calificados que yo (Salvador Freixedo, Jacques Vallée, entre otros) abundaron en la investigación –especialmente abrevando en fuentes históricas- de “apariciones”, generalmente interpretadas dentro de un contexto religioso, pero que expurgadas de todo matiz cultural aparecían difícilmente desglosables de muchos aspectos, a veces centrales, a veces periféricos, del fenómeno OVNI. No voy a volver aquí sobre sus pasos. Simplemente (ante el clamor de muchos que seguramente sostendrán que cuando una señora campesina que “ve”a la Virgen esto es suficiente claro y taxativo como para no confundirla con un ET) repasar ciertos conceptos, el primero de ellos no perder de vista que no se puede ser a la vez juez y parte, lo que es tanto como decir que difícilmente yo pueda juzgar con equidad y objetividad una experiencia espontánea, emotiva y estresante como es la irrupción en la vida de cualquiera de uno de estos fenómenos. Como nadie es buen observador de sí mismo, que “yo concluya” que “mi” visión es tal o cual cosa es una petición de principio respetable, pero no aceptable. Lógicamente, muchas personas simples y sinceras están convencidas que han visto a la Virgen María o a tal o cual entidad espiritual porque así la misma se presenta, lo que, en todo caso, presupone asignarle a la entidad un grado de sinceridad que no se fundamenta más que en la necesidad de satisfacer las propias expectativas.

Pero si analizamos objetivamente los hechos –y un ejemplo contundente de ello es el trabajo del investigador lusitano Joaquim Fernándes respecto de las apariciones de la Virgen de Fátima- sólo un condicionamiento preexistente –o ciertos intereses posteriores- del perceptor o de personas o instituciones de fuerte influencia sobre él –las iglesias- llevan a transformar lo visto en una entidad sacra determinada, cuando lo que generalmente se ve es simplemente una “luz”, o, en el mejor de los casos, una entidad humanoide, pero ni siquiera remotamente parecida a la hagiografía con que se les conoce. A fin de cuentas, un evento de los pocos mistéricamente aceptados por el Vaticano (las apariciones en Lourdes a Bernardette Soubirous) responde a estas características: Bernardette declara tener sus primeros encuentros con una “señora” (a la que por otra parte, describe casi como una niña) que, aunque se presenta como la “Madre de Dios”, le despiertan tanto recelo que no duda en concurrir a una de las “entrevistas” munida de un frasco de agua bendita que sorpresivamente arroja sobre la entidad. Que una niña campesina, inculta y en un medio fuertemente religioso como el que rodeaba a Bernardette sea lo suficientemente suspicaz como para dudar de que se tratara realmente de la Virgen, demuestra hasta que grado la entidad, cuando menos en su aspecto –si no en sus palabras- dista de responder a los modelos clásicos del género. Así, los sacerdotes estimulan (abierta o solapadamente) las revelaciones marianas, mientras prefieren ignorar centenares de miles de testimonios de manifestaciones que, por no caer bajo su égida, quedan en el limbo; sucesivos médiums espiritistas no tienen empacho en aceptar la aparición de la querida y muy finada tía Clara pero se encogen de hombros ante las descripciones de visitas alienígenas, y contemporáneos ufólogos sostienen audaces teorías cósmicas pero consideran pura y simple superstición los relatos de Garabandal o San Nicolás. Pero en realidad esta división no nace tanto del fenómeno en sí (un triángulo luminoso se mantiene suspendido en un amanecer junto a un arroyo. Dos personas lo observan: una anciana campesina que salió a revisar su gallinero y, desde la autopista, un ingeniero que pasaba en su automóvil. ¿Alguien duda que la primera contará sobre una aparición “divina” o “demoníaca” y el segundo hablará sobre un “OVNI”?) sino de la diferenciación que nosotros presuponemos. Y diferenciar presupone que cada categoría es homogénea (“todos los OVNIs tienen en común algo fundamental”) y, segundo, que esta es distinta de otras categorías (“lo que los OVNIs tienen en común es distinto de lo que las apariciones marianas tienen en común”). Y eso implicaría que conocemos bastante acerca de OVNIs y apariciones marianas como para decir cuándo una aparición es lo uno o lo otro. Y habría que ser muy, pero muy pedante, para sostener que efectivamente, sí sabemos tanto. Así que en esta aproximación, un refuerzo a la conexión entre Parapsicología y Ovnilogía radica en la muchas veces difusa línea fronteriza que separa ambos fenómenos. Pero habíamos hablado de una segunda correspondencia. Y es lo que yo llamo selectividad. Como sabemos, el fenómeno Psi, cuando ocurre, no cumple muchas de las condiciones de las energías físicas. Eso lo he descripto en otro lugar y allí quedará. Pero llamo la atención sobre el particular que no cumple el efecto “de campo”: si yo enciendo una estufa y me paro al otro lado de la sala para percibir su calor, puedo estar seguro que cualquier punto entre la estufa y mi persona también será alcanzado por el calor, mayor cuanto más próximo a la fuente emisora esté. Pero en los fenómenos extrasensoriales esto no ocurre. Yo puedo protagonizar un episodio de telepatía con el señor que está al fondo del salón sin que nadie en los puntos intermedios perciba o interfiera con lo que estamos haciendo. O puedo actuar –es un decir, claro- telekinéticamente sobre la lapicera que tengo al otro lado del escritorio sin que resulten afectados, por caso, el ratón, el teclado, el teléfono, la pila de CDs o mi pipa que están entre esa lapicera y yo. La ingeniera Carolina Grashoff me propuso una explicación “sencilla”: un mecanismo de sintonía. Así, si movemos esa lapicera y no otra, si contacto telepáticamente con ese caballero y nadie más es que por alguna razón que se me escapa, hay una afinidad, una correspondencia, diría Carolina –ingeniera al fin- una capacidad de sintonización. Pero, en definitiva, ¿una sintonización con qué?. Y así, como el dial de la radio nos permite sintonizar distintas “frecuencias” –niveles- en las cuales se expresa un mundo diferente de sonidos, creo posible que esa capacidad de “sintonización” sea con un plano, una dimensión o un orden distinto de Realidad. Otra vez, el cerebro, entonces, no produciría el fenómeno, sino que, como transductor, lo calibraría. (integro aquí este concepto al que ya he expresado en mi artículo “Memoria: el archivo del Universo”, revista “Al Filo de la Realidad” número 10) Bien, hay, de todas formas, una selectividad. Y cuando en una aparición OVNI (aunque, después de los párrafos que he escrito, sé que el lector entenderá que el mismo razonamiento puede aplicarlo a una pléyade de entidades) es percibida por ciertas personas de un grupo y no por otras, creo que se cumple un principio de selectividad similar. Aún cuando muchos crean que es más cómodo acudir a una explicación alucinatoria. Pero el punto es que más a menudo se echa mano a las alucinaciones como explicación que la probabilidad que las mismas sean las responsables, en principio, porque los cuadros alucinatorios requieren de patologías muy específicas y nunca se producen una sola vez en la vida, sino que tienen una recurrencia muy particular. Así que cuando un testigo dice estar viendo un OVNI que no es percibido por un circunstancial compañero, estamos aquí ante otra coincidencia fenomenológica entre OVNIs y Parapsicología. Mi opinión personal es que Psi y OVNIs pertenecen, con matices, al mismo ámbito. Detrás de los OVNI deduzco la presencia de una Inteligencia o Inteligencias; detrás de los fenómenos Psi no, pero sí, por el contrario, la acción multifacética de fuerzas. Creo que en ese ámbito del que estaba hablando, las fuerzas que en él operan se manifiestan en el nuestro como fenómenos Psi, y las inteligencias que en él habitan se presentan en el nuestro con la mascarada OVNI. Creo que lo que llamamos “OVNI” es un ente proteiforme que se adapta a las necesidades emocionales de quien lo percibe. Y como toda conducta demuestra la presencia de una inteligencia, y asÍ como toda conducta tiene una motivación y un objetivo, el exacerbar las necesidades emocionales de los testigos tiene que tener también su razón de ser. Pero no nos apresuremos. Ese ámbito del que he hablado lo concibo como un orden distinto de Realidad. Un plano Trascendente a aquél en que ocupamos. Y así comenzará a tener sentido el título de este trabajo.

(continuará)

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