LA EMBESTIDA DE LOS ESCÉPTICOS

LA EMBESTIDA DE LOS ESCÉPTICOS

Estas líneas no pretenden, a diferencia de otros escritos míos, reflejar una particular investigación. Constituyen sí un cúmulo de reflexiones o, si lo prefieren, pensamientos que elijo expresar en voz alta o por escrito. Y que creo oportunos pues, entre otras cosas, si de algo carece la ovnilogía es de pensadores abstractos. Mejor aún –aunque la expresión parezca peyorativa– de filósofos de la temática OVNI. Es decir, estudiosos que sin despreciar –cómo hacerlo– la investigación de campo, se detengan a meditar sobre algunas cuestiones aparentemente periféricas pero sin embargo  de graves implicaciones sociales, colaterales al fenómeno, para darle un mejor contexto al por qué de la tempestad intelectual que suele desatarse apenas pronuncia uno las palabras “malditas”: platillo volante.

Esto es particularmente cierto en el caso del auge, si no popular cuando menos mediático, de refutadores y escépticos, algo que afecta no sólo a la ovnilogía sino también a la parapsicología, los cultos religiosos exóticos y toda aventura del conocimiento humano que implique transgredir las normas del “establishment” académico. Aquí, extendiendo estas consideraciones al terreno de los OVNIs, pero seguramente cambiando (Borges supo escribirlo mejor que yo) algunos nombres propios y dos o tres circunstancias, serán competentes también para cualquier otro ámbito de las así llamadas “disciplinas alternativas”.

En los últimos años hemos asistido a una proliferación, tanto en nuestro país como en el extranjero, de individuos o agrupaciones empeñadas en desacreditar todo lo misterioso y extraño; extraño a su concepción racionalista, mecanicista y positivista del Universo, debería aclarar. Con un espectro tan amplio de antecedentes que van desde la formación universitaria a fieles renegados de algunas de estas “creencias”, pasando por periodistas, religiosos y un largo etcétera, han adoptado una cruzada personal de lo que ellos llaman “desmitificación”. Así, respaldándose en rimbombantes títulos como “especialistas en sectas” (¿Ah, sí?. ¿Y quién los especializa?), miembros de “agrupaciones para una alternativa racional” o de “comisiones para la investigación y refutación de las pseudociencias”, aparecen frecuentemente en los canales de televisión de todo el orbe tendiendo celadas a ovnílogos y parapsicólogos por igual para los cuales reservan, en todos los  casos, sólo dos epítetos: comerciantes o delirantes.

Soy absolutamente conciente de que pululan muchos advenedizos y explotadores de la credulidad ajena en estos terrenos. También,  que los delirios paranoicos o mesiánicos de algunos pueden llevar por caminos peligrosos a los espíritus débiles. Sólo que no me considero espiritualmente tan elevado como para arrogarme el derecho de ser fiscal de la conciencia ajena, y seriamente dudo que los personajes de los que estoy hablando tengan ese grado de “evolución”. Estos paladines de la Gran Diosa Razón, en su no confesado oscurantismo medieval, aspiran a ser los guardianes del justo saber, custodios de lo correcto y aceptado en términos académicos, pero parecen necesitados de urgentes lecciones de historia, aunque más no sea para recordar algunos de los adagios que los romanos supieron legarnos, como aquél que decía: “¿Qüi custodiet ipsos custodios?” (¿Quién vigila a los vigilantes?”).

Sin embargo, para no dar a mis críticos la oportunidad de tildar a estos párrafos de simple reacción histérica para curarme en salud, permítaseme acercar algunas líneas que pienso pueden ilustrar un poco más sobre las razones ocultas de –Alejandro Dolina dixit– los Refutadores de Leyendas. Leyendas, obviamente, que no son tales.

Sospecho que hay otras motivaciones detrás de ellos que en nada rinden culto a la objetividad científica. Y voy a evitar caer –aunque me resulte tentador– en el facilismo de suponer que sus conductas responden a foráneos intereses o sean parte de un plan conspiranoico para ocultar a la opinión pública, por ejemplo, la verdad sobre las naves extraterrestres que visitan nuestro planeta. Creo que las razones son más sencillas, y aquí las expongo.

Sobre los ovnílogos transformados en escépticos, o de cómo algunos se verían beneficiados si alabaran a Alá

Comencemos dirigiendo nuestra atención –Argentina presenta un par de casos– a los escasísimos investigadores de OVNIs que, en cierto momento y por diversas razones, devinieron en refutadores. Creo que el por qué –inexplicable para muchos colegas que se siguen rascando perplejos la cabeza preguntándose qué les pasó a estos muchachos– es tan sencillo que por esa misma razón nadie ha reparado en él. La mística oriental tiene un divertido ejemplo de tal situación, en uno de los relatos sobre la vida del “mullah” Nasrudín, un sufí musulmán recurrente en las parábolas didácticas de los mahometanos. ¿La conocen?.

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Un guardia fronterizo, solo en el desierto, ve todos los días pasar a Nasrudín camino al país vecino con un caballo que porta dos grandes bolsas. Sospechando un contrabando, lo detiene y le ordena abrir las bolsas, pero sólo encuentra arena. Al día siguiente vuelve a aparecer Nasrudín, y, más desconfiado aún, vuelve a ordenarle abrir las alforjas para encontrarse sólo con ramas secas. Un nuevo día, un nuevo paseo de Nasrudín y ante la requisitoria del guardia, sólo aparece paja en los morrales. Sigue pasando Nasrudín y la incómoda situación se repite, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.

Hasta que llega el día en que el guardia decide retirarse a disfrutar en paz de su ancianidad. Ese último día vuelve a pasar Nasrudín, como siempre llevando de la brida al caballo. Esta vez el guardia vuelve a detenerlo, pero para confesarle sus sospechas de siempre. Aún más, tan intrigado está, que le promete a Nasrudín que, si le dice la verdad y esta verdad era la que temía, lo dejarìa marchar en tranquilidad y no lo denunciaría. Y para su sorpresa, Nasrudín admite que sí, que todos esos años estuvo contrabandeando debajo de sus narices. Asombrado, entonces el guardia le pregunta ansioso qué era lo que contrabandeaba ya que él, por mucho empeño que hubiera puesto, jamás había podido encontrar nada. Y Nasrudín le responde:

– Caballos.-

 

En Psicología es habitual la expresión destrucción del objeto de deseo. Para decirlo en términos sencillos, consiste en la necesidad, inconciente e imperiosa, de algunas mentes apabulladas ante la magnitud de tener que aceptar el hecho de que lo deseado les será para siempre imposible, imponiendo la compulsión de destruir lo que hasta ese momento era ansiosamente deseado. Los espíritus débiles, las mentes desprotegidas emocionalmente sienten como inaceptable resignarse a que lo amado, lo buscado, lo deseado, no les pertenecerá jamás. Las páginas policiales de los diarios de todos los días están llenas de ejemplos de esa naturaleza, donde novios despechados asesinan “por amor” a la chica por la que fueron sistemáticamente rechazados. La sabiduría popular lo recuerda magníficamente en la fábula de la zorra y las uvas, aquella que contaba que una zorra, desesperada por alcanzar un racimo imposible, después de largas horas de infructuosos esfuerzos decidió encogerse de hombros y alejarse diciéndose: “-¡Bah!.¡ Todavía están verdes!”

En el caso que nos ocupa creo que algunos de estos personajes, oprimidos por la idea de que nunca sabrían qué son a ciencia cierta los OVNIs (y, menos aún, tomar contacto con ellos) para conservar un cierto equilibrio emocional, “disparan” un mecanismo de negación (a fin de cuentas, uno de los Mecanismos de Defensa del Yo inconcientes) y buscan destruirlo, asesinarlo, para, a través de la gratificación que produce esa compensación, alcanzar un cierto estado de paz intelectual.

La historia (con mayúscula o sin ella) está llena de ejemplos de esta tesitura. Muchos conversos religiosos han sido más fanáticos que quienes pertenecieron de cuna a ese credo. A propósito, no olvidemos que el fanatismo es una desviación psicológica, una perturbación de la conducta y la personalidad que nada tiene que ver con la formación enciclopédica. Así el hecho de pasar por una universidad a ningún ser humano lo pone al resguardo del fanatismo. Y fanático es aquél que, porque apriorísticamente no comparte la ideología de otros, construye toda una teoría para desmerecerle y atacarle. Fanático es aquél que escandalizado por la difusión dada a las ideas del otro –e íntimamente celoso de no contar con idéntica adhesión– reclama la censura periodística sobre aquellos decires, lo que es una evidente forma de retroceso cultural. Fanático es aquél que necesariamente cree tener la verdad porque forzosamente el otro está equivocado.

Existen lógicamente otras motivaciones que concurren con aquella de la destrucción del objeto de deseo. Cuando uno sigue atentamente la creación de grupos como la Comisión para la Investigación y Refutación de las Pseudociencias de nuestro país  (Ellos, tan “científicos”, cometen el primer pecado del conocimiento, porque una organización que desde el nombre busca la refutación  no puede proponer, seria y objetivamente, una investigación) u otros, que se crean, se pelean y disuelven con la misma celeridad y liviandad que los grupos de estudio de OVNIs de adolescentes; uno, decía, no puede dejar de sentir cierta tierna compasión ante la solemnidad y la fatuidad con que estos cruzados presentan su tarea. Es natural, conociendo las “oleadas” cíclicas de la emocionalidad humana (las mismas que hicieron que en nuestra juventud miles y miles reivindicaran ideales de izquierda, imponiendo la moda psicobolche, para hoy, la mayoría de esos miles haberse transformado en cómodos burgueses defensores de un capitalismo salvaje) que ante el arreciar de la pasión pro-OVNI surgiera (el Inconciente Colectivo de la humanidad también busca sus compensaciones) una moda anti-OVNI. Pero suponer que su proliferación en estos últimos años (¿quién recuerda grupos de “escépticos profesionales” en los años 60 y 70?) se debe a que las actuales generaciones tienen una perspicacia científica que en una generación atrás no existía, es cuanto menos una falta de respeto al sentido común.

Además, ser escéptico es buen negocio. Ya no llama la atención que aparezca alguien en televisión defendiendo la hipótesis extraterrestre como origen de los OVNIs. Ni que alguien dicte una charla sobre la fenomenología paranormal. Pero que otro se plante seriamente y con una sonrisa irónica diga que los OVNIs son puro cuento, o un mago de salón ansioso de publicidad para sus presentaciones teatrales “demuestre” cómo puede imitarse un acto de telepatía, eso sí es distinto, y por ende, noticia. Además y desgraciadamente, a gran parte del público le encantan los dimes y diretes, el chusmerío (mi abuela usaba una palabrota más contundente y gráfica) así que el espectáculo de “investigadores” peleándose frente a una cámara y uno de ellos –seguramente el que tiene menos manejo de escenario, pues en televisión no triunfa la verdad, sino quien sabe manejar mejor el tiempo– destruido, genera rating. Y a los “moderadores” poco les importa de qué lado está la razón; sólo las cifras de IPSA o IBOPE.

Por otra parte, a los Congresos se suele invitar a representantes de la fauna escéptica, aunque más no sea por el temor de los organizadores de ser tildados de “sectarios” si no lo hicieren. Y muchas veces esto significa viáticos pagos y alguna otra regalía.

Además, despierta atención ser del pelaje distinto en la manada. Y en Argentina, algún ex ovnílogo y progresista escéptico se vale de esta nueva postura –y sus aceitados contactos con el mundo periodístico– para atacar a mansalva a otros investigadores, usando todo tipo de argumentos falaces con tal de cobrar viejas diferencias personales.

Por eso aplaudo, entre otros, a los miembros de la RAO (Red Argentina de Ovnilogía) al votar por unanimidad no permitir el ingreso en la organización de algún refutador. ¿Para qué?. Ya sé que mi postura puede ser tildada de “falta de objetividad y temor al disenso”. Disculpen mis críticos, pero soy un tipo simple: sólo creo que no vale la pena darle de comer a estos buitres, para que se aprovechen del esfuerzo de otros volviendo en su contra sus propias estructuras. Y por eso también elijo no abundar en citas personales; no pienso caer en la trampa de promocionarles gratuitamente ya que, como escribiera Oscar Wilde, “que hablen mal de uno es horrible. Pero hay algo peor: que no hablen”.

 

“¿Qüosque tándem, Catilina?”

“¿Qüosque tándem, Catilina, abutiere patientia nostra? (“¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”) dice la Historia que le espetó Catón el Censor, senador romano, a un colega que lo tenía harto con sus esfuerzos por arrastrar a Roma en una guerra contra Cartago. ¿Qüosque tándem?, podríamos preguntarles a estos inquisidores.

Ellos encuentran un fango fértil en los agujeros que hay que llenar en las programaciones de media tarde, en búsqueda de la polémica por la polémica en sí de ciertos medios con tantas ganas de parecerse a los “talk shows” yanquis como patéticos presupuestos para imitarlos, y en parte en cierto público que, si observa como un ovnílogo, por caso, recibe acusaciones gratuitas sobre su probidad moral, piensa: “por algo se lo habrán dicho”. Una forma de pensar que lamentablemente no es tan lejana en el tiempo. Muchos argentinos aún lloran a sus muertos porque hubo gente que pensaba “algo habrán hecho”, en tenebrosas noches de fords verdes y gritos autoritarios. Los escépticos se aprovechan de esto. Saben que si un acusado les demanda por calumnias e injurias, el proceso es tan lento que para cuando la justicia resuelva ya la gente habrá olvidado el incidente original. A lo sumo, en alguna instancia del juicio, demostrada la inocencia del demandante, éste puede pedir la rectificación que el otro satisfacerá (es un decir) con un corto comentario en tono de disculpa en el mismo medio donde se produjo la ofensa, hablando para un público que no tendrá la menor idea respecto a lo que se está refiriendo. Pero mientras tanto, la injuria, como un ácido pernicioso, fue haciendo su efecto, carcomiendo la credibilidad. Son apólogos del nazi Goebbels, quien solía repetir: “Difama, difama, que algo quedará”.

Por eso miro con un poco de ironía el cruce de cartas documento y demandas judiciales que van y vienen entre refutadores, ovnílogos y su corte de milagros; creo que para nada sirven, más que para alimentar el monstruo de la burocracia, y sólo revelan un cierto grado de histerismo en sus protagonistas. Sé que pareceré troglodita, pero añoro las épocas en que estas diferencias se resolvían a solas, en una discusión que terminaba con un apretón de manos o alguno de los dos sentado en el piso con un hilito de sangre saliéndole de la nariz.

Me parece peligrosa la actitud de los escépticos de querer establecer insidiosas relaciones entre los cultores de lo que podríamos llamar ovnilogía mística (y no la estoy defendiendo; sólo me pregunto: ¿Cómo puedo estar seguro de que no hay en ellos algo de verdad?) y las “sectas”, tema por demás vapuleado hasta el cansancio. ¿Recuerdan cuando casi todos los días aparecían en todos los medios notas sobre alguna nueva secta?. ¿Cuánto hace que no ven o escuchan de alguna directamente vinculada con los OVNIs?. ¿Qué creen que pasó?. Supongo que no serán tan ingenuos de pensar que estos grupos desaparecieron en su totalidad. Adivinen, ¿entonces, qué?.

Acertaron: se acabó el negocio.

Es inmoral insinuar que porque un grupo de chicos sale al campo para tratar de tener contacto telepático con extraterrestres, necesariamente van a terminar en un suicidio colectivo como la gente de Heaven’s Gate o la masacre de Guyana (Digresión al margen: me resulta triste que mientras los libros de historia enzalzan el suicidio colectivo de novecientos judíos en la fortaleza de Massada en el año 70 DC para no caer en manos del poder constituido de entonces, los romanos, y esto como un acto de heroísmo, se vean los 936 suicidios del “Templo del Pueblo” para no caer en manos del poder constituido de 1978 en la forma del estado norteamericano como una despreciable locura colectiva. No los estoy justificando: sólo señalo cómo dos hechos idénticos pueden ser etiquetados de formas tan opuestas de acuerdo a las conveniencias políticas de quienes hagan la lectura). Estos “especialistas en sectas”, algunos formados teológicamente de siempre en la más rancia ortodoxia de su creencia que les lleva a tipificar como “secta” toda expresión espiritual ajena, simplemente encontraron –en la mediocridad de algunos y ciertos medios tendenciosos– un buen filón comercial. Porque tanto sus notas como sus libros no se regalan, precisamente.

Existen grupos sectarios destructivos, esto es un hecho, pero no alentemos una caza de brujas; no son tantos como se dice por ahí. Recordemos el papelón que hizo la justicia rosarina cuando hace unos años, con gran despliegue periodístico, procedió contra “los niños de Dios”: ninguno de los cargos fueron comprobados, ni siquiera el de “promiscuidad sexual” de las adolescentes (los informes forenses señalaron que en la población juvenil femenina del grupo sólo un 30% había perdido la virginidad. Como dijera un médico forense: “seguramente un número menor al que encontraríamos entre las chicas de cualquier colegio secundario religioso”). Todos los cargos fueron retirados, y exonerados los acusados: pero un daño irreparable ya estaba hecho. Así que démosle a las cosas su verdadera dimensión. Ni habrá otro Waco en Capilla del Monte, ni se necesitarán decenas de negras bolsas de plástico en alguna residencia de los alrededores de Victoria.

 

No necesitamos menos escépticos; necesitamos un público más maduro.

En definitiva, creo que el “escepticismo anti-ovni” es una moda, seguramente pasajera, una forma de esnobismo intelectual que cansará a sus seguidores cuando alcancen la masa crítica que los haga ya poco atractivos u originales a la vista de todos. Algunos, sin duda, seguirán reivindicando su fanatismo (todos creemos tener una misión), reacios a desprenderse de lo que dio sentido a sus vidas. Otros, angustiados de tener que mirar por sobre el hombro de sus vidas y descubrir que los antiguos misterios están todavía ahí, endurecerán aún más sus neuronas y sí harán de la postura escéptica un sectarismo. Porque mientras haya gente que crea en sus palabras por el mero hecho de que antepongan a sus apellidos un “Dr.”, o porque afirmen petulantemente  que “no hay investigaciones científicas que hayan probado la realidad de estos fenómenos” (ignorando la abultada bibliografía que sí la hay, o aviesamente eligiendo olvidarla de cara a un público que saben no tendrá acceso a ella), mientras haya gente que crea que porque puede trucarse una foto OVNI los OVNIs no existen (olvidando que Hollywood truca excelentes catástrofes aéreas lo que no quita, desgraciadamente, que las catástrofes aéreas sí existan), mientras haya gente, insisto, que no se plante firme con su “qüosque tándem”, estos borradores de Torquemada seguirán medrando con la credulidad de los demás. Una forma aparentemente opuesta de credulidad (la credulidad en el “no-puede-ser-y-tengo-que-convencerme”), pero credulidad al fin.

Opuesta, pero complementaria. Yin y yang de este teatro cósmico.

Creo que, finalmente, nos estamos tomando las cosas demasiado en serio. Y cuando el conocimiento necesita disfrazarse de solemnidad, algo esencial se ha perdido. Creo que ni los escépticos ni los defensores de lo que sea somos tan importantes para consumir tiempos de nuestras vidas que nunca volverán en esta pelea infantil. Así que tampoco la consuma usted, amigo lector. Por eso termino estas líneas con algo que quizás sí importe. No sesudas “pruebas científicas” de ninguna de las posiciones en pugna, no. Tampoco con citas enciclopédicas de ominosos tratados. Ese alimento para el intelecto lo dejo para mentes más esclarecidas que la mía. Porque respecto a este tema, sólo quiero dejar una golosina para el espíritu. Que es poesía. La que escribió Chesterton:

                                               “… cuando las mentes prácticas nos inviten

                                                         a descubrir de qué frío maquinar

                                                                  el mundo hecho está,

                                               nuestras almas responderán en las sombras:

                                                      – Tal vez sí, pero hay otras cosas…”

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