Creo que fue el amigo Scott Corrales el primero en señalar, cuando menos en Internet y en idioma español, la correspondencia que parecía haber entre ciertas apariciones de OVNIs y los sitios elegidos por personajes desconocidos para llevar a cabo ceremonias de corte satánico. La especie, cuando menos, fue aprovechada por una corriente ideológica vinculada con un cristianos ultramontano de tinte neopentcostal para «demonizar», por caácter transitivo, no sólo al fenómeno en sí sino, obviamente, a la Inteligencia o Inteligencias que se mueven detrás del mismo. Y cuando a través de los años uno bregó por una lectura objetiva y desprejuiciada del tema, ajena a intereses sectoriales y mucho menos seudo religiosos, genera cierta escozor tener que preguntarse, en aras precisamente de aquella objetividad si, después de todo, no habrá, efectivamente, cierta correspondencia…
Cuando se sostenga que la totalidad de los «extraterrestres» que eventualmente nos visitan son «hermanos del Cosmos», convendría reflexionar sobre los casos de abducción, donde se comienza por la violación del albedrío del protagonista y en ocasiones culmina con dolorosas (en términos psicológicos y/o fisiológicos) prácticas intrusivas. Es el momento en que debemos preguntarnos si esos episodios (o todos ellos) no tienen más de «extradimensionales» que de «extraterrestres». Y enfrentar el incómodo hecho intelectual de descubrir que, bajo los ropajes del marco cultural de cada época, ha ocurrido desde siempre. Sólo que les dábamos otros nombres.
Extraterrestres, extradimensionales. Si lo último tiene relación con lo divino-maligno, cielo e infierno, dioses y demonios, se me ocurre que podemos escarbar allí algo. A fin de cuentas, ¿qué diferencia hay entre las corrientes que hablan de dimensiones o universos paralelos donde existen —para nosotros— seres no físicos, alternativamente favorables, desfavorables o indiferentes para nosotros, y toda la teología de ángeles y demonios?. Puesto de otra forma, ¿qué pasa si releemos la teología y el catecismo, y observamos la liturgia de tantas religiones preguntándonos si no se trata más que de arcaicos intentos de contactar —o bloquear contactos— con otras dimensiones?. Otrosí digo: ¿y si nos preguntáramos si las «abducciones» son aggiornamientos de las «posesiones»?.
Desde ese lugar, quizás debamos especular (total, es gratis) con una re-lectura de los rituales esotéricos, especialmente de los de tipo medieval. Ese ánima mundi (luego llamado «occultum»), dentro del cual el oficiante maneja los elementos recreando un Microcosmos que cree se proyectará, por Ley de Correspondencia, en el Macrocosmos de la Realidad Objetiva, ¿puede ser la sobrevivencia -intoxicada o literal, será cuestión de discusiones bizantinas- de portales dimensionales pret-à-porter ?. Creo que aquí se plantea lo que para algunos será un obstáculo y para otros, un puente: sólo quien haya vivenciado (y no sólo episódicamente) los fenómenos que ocasionalmente se producen en el ámbito de esos rituales, puede comprender cabalmente lo que quiero decir aquí. Quizás la geometría esotérica, las letanías, los gestos, las fragancias y todos los otros elementos se combinen como llaves maestras momentáneas de otras dimensiones. Postulo que el «salto cuántico» que debe dar la Ovnilogía (so pena de difuminarse en la nada) es adquirir un carácter «vivencial» prolijamente equilibrado con la recopilación y muestreo. Mientras los ovnílogos sigan creyendo que resultan «serios» y «creíbles» en la medida que acentúan su fidelización al pelotón de tuercas y tornillos, tratando de tomar este fenómeno con la asepsia de un entomólogo desapasionado observando la épica historia de un hormiguero, sólo conseguirán continuar girando en el círculo (si vicioso o no, quién soy yo para esos adjetivos) de los que creen avanzar y sólo caminan en elipses cerradas.
Desde el más puro cartesianismo puede objetárseme esta propuesta como improcedente. Señalaría, en mi descargo, que el tan mentado cartesianismo presupone que el crítico ha repetido y verificado la proposición. Pregunta: ¿a cuántos académicos de salón han visto ustedes de túnica y de pie en el centro de un «occultum»? (bueno, yo sí he visto algunos; pero jamás lo admitirían, y ése es el punto).
Ahora bien, ¿porqué el título de este artículo?. Porque tengo la fuerte sospecha que -está dicho- los rituales ocultistas abren ventanas a otras dimensiones. Donde pululan todo tipo de entes, más o menos inteligentes, más o menos «amables». Pero todos, espirituales, término éste que ha devenido en sinónimo de angelical para el común de las gentes peor que sólo remite a una tipificación de naturalezas, por esa definición, simplemente no materiales. Donde la naturaleza «moral» es harina d eotro costal. Ángeles y demonios. «Grises» y «hermanitos del cosmos», «reptilianos y pleyadianos». ¿Cuál es la diferencia?.
¿Por qué se tiene el tupé de sostener que los ángeles y demonios de la Antigüedad eran reptilianos o pleyadianos mal comprendidos, y no al revés?. Por un modismo cultural. Que las entidades contemporáneas se identifiquen como tales y con específica procedencia es tan lícito como que las del pasado hacían exactamente lo mismo. ¿Por qué suponer que son más «sinceras» en el siglo XXI que en el XIV?. Si se medita, se verá que en ello solamente opera la pedantería de suponer estos tiempos más «evolucionados» que aquellos. Y no hablo de evolución tecnológica, ni siquiera social. Hablo en términos de evolución espiritual.
Alguien diría que ante las corrientes librepensadoras modernas, el supermarket espiritual, la naturalidad con que la señora de la esquina conversa con una vecina sobre reiki, magnified healing o geometría sagrada, so es así. Yo veo solamente transversalidad de la información, y no de la mejor. Aún entre «maestros» y gurúes, «facilitadores» y «canalizadores» encuentro un discurso hiper elaborado, que se enzarza en discusiones bizantinas donde a la retórica, al sofisma y la sofisticacion verborrágica llaman «argumentos». En nada se distingfuen de aquellos «padres de la iglesia» enredados en discusiones interminables en los concilios del segundo milenio discutiendo cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler…
De modo que, consensuado esto, tenemos que admitir que la Inteligencia detrás del fenómeno OVNI, coherente con su proteiformidad (*) se disfraza de oportunismo conceptual. Y todos contentos.
Los demonios personales
Ningún lector mío desconoce mi afición al Esoterismo, afición que no es sólo lectura y especulación. Con acierto o sin él, me he inmiscuido en cenáculos ocultistas, gusto aún de practicar algunos rituales (con la alegre irresponsabilidad de verlo no como un atavismo sino como la sana expresión de mi propia necesidad religiosa) y no tengo empacho en admitirlo. Hace rato que perdí la vergüenza intelectual.
Lo que sólo sabe un puñado escaso, es que a mediados de los ’70, cuando yo era, sí, apenas un curioso adolescente, viví una experiencia que algunos psicólogos definirían como «traumática» pero yo metabolicé como «aleccionadora».
Villa Martelli, a las puertas mismas de la ciudad de Buenos Aires. Un barrio residencial al norte de la ciudad. Era entonces yo amigo de otro adolescente no mucho mayor, dedicado a lo que él entendía como práctica ocultista; como aún sigue dedicándose, creo, a estos menesteres, me referiré a él solamente por su nombre de pila, Alberto. Que, para los no avisados, no es «Quique» Marzo, webmaster de este espacio.
En la época de referencia me encontraba haciendo mis primeras lecturas en el terreno del Esoterismo, si bien ya hacía un par de años que incursionaba bastante activamente en parapsicología y ovnilogía, siguiendo la más rígida escuela norteamericana.
Mi amigo vivía con sus padres en una amplia y moderna casa, sobre una calle tranquila, que contaba con un parque a sus fondos. Este abarcaba una extensión bastante amplia, se proyectaba construir una piscina y la única edificación en él era un pequeño galpón para depósito de herramientas y materiales, que tenía adosado a una pared un corto alero cubriendo una «parrilla». Al jardín se accedía desde la casa a través del comedor diario, que con una amplia puerta vidriera miraba a aquél. No había, en ese entonces, árboles que ocultaran de la vista el alto alambrado tramado que lindaba con otro parque, de idénticas características, perteneciente a una vivienda gemela a la que nos ocupa, propiedad de un ingeniero civil que habitaba en ella con su familia.
El galpón al que he hecho referencia se encontraba a la sazón desocupado, por lo que Alberto había hecho de él su refugio particular. Era un verdadero «occultum», o lugar de prácticas mágicas; el pantáculo trazado en el piso, las paredes cubiertas con inscripciones propiciatorias, una pequeña biblioteca con textos seleccionados con lo que yo creía entonces muy buen criterio, una pequeña mesa y algunos taburetes. Harry Potter se sentiría cómodo.
Alberto realizaba sus sesiones con cierta frecuencia, y extrañamente, pese a que no solía dejar participar a sus amigos (quizás a consecuencia de las pesadas bromas de las que era objeto) hacía varios sábados que había accedido a la terca insistencia de mi pedido de participación. Por cierto, oficiaba yo de mero observador y de algo así como un aprendiz, que disponía los elementos y seguía sus indicaciones según el ritual. Menciono que los días eran invariablemente sábados ya que lo que mi asociado buscaba era propiciar las energías de Saturno -que rige precisamente ese día- ya que se dice de ellas que encierran la capacidad de revelar el conocimiento de los más recónditos secretos de la Naturaleza.
Y cierto sábado allí estaba yo, escuchando lo que en ese momento me parecía una sarta de palabras sin sentido, medio ahogado por los vahos del azufre ardiente y transpirando por el encierro y el calor de las velas. Permanecimos más de una hora allí, sin que ocurriera nada digno de llamar la atención por lo cual, aburridos, dimos por terminado el ritual y, avanzada que estaba la medianoche, nos dirigimos a la casa.
Los padres de mi amigo no se encontraban allí esa noche -lo que propiciaba el «coven»- así que nos ubicamos en el comedor diario dispuestos a comer algo, tomar abundante café y conversar de tmas diversos.
Creo que fue Alberto el primero que llamó la atención sobre un extraño ruido que parecía provenir del exterior. En la oscuridad, nos pareciò percibir vagamente una silueta trepada al alto alambrado y, sospechando la presencia de un ladrón , nos proveímos de una linterna dirigiéndonos resuelta e irresponsablemente al parque, dispuestos a encarar al extraño. Pero no llegamos a hacerlo.
Allí estaba. Un ser humanoide, quizás de algo menos de un metro con setenta centímetros de estatura y fuerte complexión, pero de una extraña morfología reptiloide. Quizás era completamente humano pero su cabeza, de orejas puntiagudas y ojos muy brillantes, rojizos, acentuaba esa impresión.
Cuando el haz de luz de la linterna dio en él, el ente giró su rostro hacia nosotros. A pesar de su brillo y coloración su mirada era extrañamente humana. Creo que no gritamos porque en algún fugaz instante pasó por nustra mente swer sólo víctimas de una alucinación, tal vez provocada por los vahos del azufre. Pero eso seguía allí.
En ese instante, la luz del patio trasero de la casa contigua se encendió. Recortada su sombra contra la claridad, vimos a un hombre -seguramente el dueño de casa- salir a su propio parque. Quizás le había despertado el mismo ruido y, desconcertado aún, salía a investigar.
El ente sacudió el alambrado sobre el que estaba trepado una vez más y advertimos qué era lo que provocaba el sonido que llamara nuestra atención: una d elas extremidades inferiores se había enganchado en el alambre y el ser sacudía su ¿pata?, ¿pie?, tratando de liberarla. Igual como había visto en muchas oportunidades a perros o gatos enredados en alambres similares.
Sorpresivamente se soltó. Con un fuerte impulso, se elevó por sobre el alambrado y cayó dle otro lado, quizás para escapar a la molestia de nuestro foco luminoso. Escuchamos entonces el grito ahogado del vecino -que recién en es momento se había acercado lo suficiente como para identificar a la criatura- mientras éste corría paralelamente al alambrado, se trepaba a la pared medianera y desaparecía sobre un tejado contiguo. El ingeniero, en tanto, había vuelto corriendo sobre sus pasos, y nosotros hicimos exactamente lo mismo.
Permanecimos discutiendo hasta la madrugada, aún mucho después de que regresaran los padres de mi amigo a los cuales no les comentamos absolutamente nada. La razón era más que obvia: ¿alguien creería semejante historia?. La explicación de lo visto, sin embargo, aparecía muy sencilla: nuestras propias invocaciones, nuestro conocimiento erróneo o quizás incompleto del ritual ocultista había llamado «algo» que apareció a destiempo y totalmente libre de nuestro control. La velocidad con que se sucedieron los hechos y nuestra propia confusión hicieron que en el instante de presenciar la criatura no ejecutáramos los pasos correspondientes y ahora habría escapado a nuestro dominio.
Durante los días siguientes permanecí en constante contacto telefónico con Alberto. Me llamó sumamente la atención que, pese a mis insistentes requerimientos en el sentido que visitara al ingeniero para cotejar impresiones, mi amigo siempre hallaba evasivas para tal encuentro, además de encontrarse sometido a una specie de atontamiento o abulia permanente. Hoy en día, mi experiencia me indican que es apatía no era tan accidental o extraña a los hechos como entonces pensé, y de haberlo sabido en su momento hubiera intervenido más activamente. Quién sabe; quizás ello podría haber impedido la tragedia que estaba a punto de desencadenarse.
Es evidente que ese efecto de pasividad también actuaba sobre el otro testigo, ya que era indudable que éste también nos había visto y sin embargo no buscó explicaciones. O tal vez pensó que todo había sido una pesadilla y por vergüenza evitó buscarnos. Lo cierto es que menos de una semana después de ese sábado fatídico, una mañana de miércoles, Alberto me llamó por teléfono:
– ¿Escuchaste noticias, hoy? -me preguntó, y un raro temblor que creí percibir en su voz hizo que, sin saber aún porque, sintiera algo helado correr por mi espalda.
– Aún no. ¿Por qué?.
– Por teléfono, no -fue su respuesta- Venite a casa. Urgente.
Caminaba hacia el domicilio de Alberto, y en mi camino forzosamente debía pasar frente a la vivienda del vecino de marras. Me llamó poderosamente la atención ver un agente de policía apostado en su puerta, y un grupo de matronas conversando animadamente a unos metros de distancia.
Al llegar a mi destino Alberto salió a recibirme. Estaba lívido. Las novedades eran atroces. En la noche del lunes al martes, en un momento impreciso, se había desarrollado en esa casa contigua una verdadera tragedia. El ingeniero había matado a puñaladas a toda su familia -su esposa, su hija pequeña, su suegra- y finalmente se había degollado a sí mismo. Los cadáveres no fueron encontrados sino hasta después del mediodía, cuando un familiar con llave propia llegó a traerls ciertos paquetes e ingresó a la misma. La policía tomó intervención inmediatamente y los medios de información sólo tomaron conocimiento del hecho ya avanzada la tarde.
Nada pude hacer para quitar de la mente de mi amigo la certeza de ser en cierta forma él responsable de la tragedia. Su teoría -por cierto, bastante coherente- es que el hombre no había podido superar el impacto emocional de la visión. Tal vez ni siquiera lo comentó con los suyos, lo cual potenció la introyección del «shock». Quizás el terror hizo que comenzara a enloquecer. Quizás una noche, alguien -la esposa, la suegra- se levantó y en la oscuridad se dirigió a la cocina para beber algo. O tal vez saliera al parque a ver las estrellas. Quizás el ingeniero despertó por algún ruido y, aterrorizado, pensó que «aquello» había regresado. Quizás se armó del cuchillo -uno de caza- y atacó a una sombra. Luego, al ver lo que había hecho, terminó de perder la razón y continuó la carnicería.
Quién sabe. O quizás, de verdad, «eso» había regresado…
Desde entonces fui dejando de ver a mi amigo. Tiempo después, sólo supe por terceros que continuaba indagando en el mismo sendero. Creo que en ese momento estaba obsesionado por recuperar el control de las fuerzas que habían escapado a su dominio, para reparar así en cierta forma el mal que, sin quererlo y desde su particular punto de vista, había desencadenado. No supe nunca cuál fue el final de sus investigaciones y, por cierto, me gustaría saberlo. Tardé muchos años en poder contar esta experiencia (aún ahora, hacerlo es una catarsis). Más allá de su alta cota de extrañeza (que tal vez me hará aparecer como un farsante) su recuerdo lacerante removió, durante mucho tiempo, la angustiosa duda sobre lo que ciertos conocimientos esotéricos manejados con impulsividad e imprudencia, son capaces de liberar en las noches…
Durante un tiempo creí que lo ocurrido era explicable -si cupiera una explicación- estrictamente dentro del ámbito d elo místico, si no de lo psicológico. Pero op0rotunamente tomé conocimiento del llamado «Caso Santa Isabel», ocurrido en la provincia argentina de córdoba, y analizado estupendamente por el doctor Oscar Galíndez y su equipo de la revista «OVNIs, Un Desafío a la Ciencia». El episodio data de 1972 y trata del operario de una planta automotriz que en horas de la madrugada, dirigiéndose a los lavatorios, se encuentra con esta figura, ¡y que se asemejaba en un todo a lo que nosotros vimos!. Fue allí, en una publicación de las reputadas como «seria» en el mundillo ufológico, donde esta aparición -aún desprovista de toda asociación con objeto lumínico cualquiera- podía ser vinculada a la hipótesis extraterrestre, fue cuando me pregunté si, después de todo, no habría un común denominador entre el Ocultismo y la Ovnilogía. Tantos años después, mi certeza es casi completa. Lo que me lleva a cerrar esta nota proponiendo un estudio comparativo que vaya más allá de «Pasaporte a Magonia» (**); una experimentación sistemática desde la perspectiva ufológica y con sus propios parámetros peor plenamente enfocada dentro del campo de la vivencia paranormal.
(*) Proteiforme: que adopta distintas apariencias o formas, de acuerdo a la circunstancia.
(**) Jacques Vallée astrofísico y experto en informática francés, radicado desde hace décadas en EE UU, considerado un patriarca de la Ufología, escribiò este libro icónico donde propone una identificación entre el fenómeno OVNI y los eventos feéricos a través de la Historia.