La reciente presentación y buena respuesta de público que ha tenido la serie “Proyecto Libro Azul” (sobre las vicisitudes de la comisión homónima –Blue Book– investigadora de OVNIs de la Fuerza Aérea estadounidense) vuelve a poner sobre el tapete considerar algunos aspectos no tan masificados periodísticamente, así como ciertos misterios que aún rodean a las conclusiones de ese grupo.
En rápido racconto, podríamos decir que el interés oficial norteamericano sobre estas aeroformas comenzó inmediatamente después, no tanto del famosísimo “caso Arnold” (24 de junio de 1947) sino del “ufocrash de Roswell” (4 a 6 de julio del mismo año). A esa primera comisión se la denominó “Project Sign” (“Proyecto Signo”) y sus comienzos casi tímidos tuvieron una aceleración brutal a partir del conocido pero no tan famoso “caso Mantell”, con la muerte del piloto Thomas Mantell tras la persecución de un OVNI sobre la base aérea de Goldman Field, el 7 de enero de 1948. Se sabe a ciencia cierta que, hasta la remoción de sus integrantes (en 1949) en forma paralela fue creado otro grupo, llamado “Project Twinkle” (Proyecto Centella) exclusivamente enfocado en el estudio de las “bolas de fuego verde” que recurrentemente en esos tiempos eran observadas sobre el Estado de Nuevo Méjico y en menor medida en algunos otros. Y que las conclusiones del proyecto Signo fueron ampliamente favorables a la hipótesis extraterrestre. Esto parece haber disgustado a las autoridades de la Fuerza, que le reemplazaron por el “Project Grudge” con el claro objetivo de negar la presunción extraterrestre (significativamente, “Grudge” significa “Rencor”). Y en 1952, quizás como política de reacción disuasoria ante ciertas voces tanto del campo científico como del no científico (el doctor James Mc Donald, Frank Edwards, el capitán Donald Keyhoe) que se levantaban criticando la postura negacionista del Grudge, surge el «Proyecto Libro Azul» (Project Blue Book), según algunos, poco más que una mera oficina de relaciones públicas para dar la falsa apariencia que se estaba investigando con objetividad el fenómeno, mientras la verdadera agenda de la Fuerza Aérea continuaba discretamente tras bambalinas.
Acotación al margen: sugestivamente, es a los pocos días de iniciarse el “Proyecto Rencor” que el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, James Forrestal, se “suicida” arrojándose desde un séptimo piso de una clínica donde había sido internado unos días antes por “depresión”. Un hecho que parecerá ajeno salvo si se considera que Forrestal no solamente fue uno de los motores del Signo sino un ferviente convencido de las conclusiones del mismo e, incluso y ante la prensa, había comentado la necesidad de compartir con los ciudadanos lo que se sabía hasta entonces sobre OVNIs.
El proyecto Libro Azul continuó tanto como hasta 1969, y en el ínterin fue “acompañado” por un par de comisiones civiles científicas (si bien y sin embargo, convocadas a instancias tanto de la Secretaría de Defensa como de los propios estados mayores militares): la “Comisión Robertson” y la “Comisión Condon”. Uno se pregunta por qué los científicos ocupados en las mismas no fueron oportunamente sumados al Libro Azul, que siempre y en toda ocasión contó con apenas tres o cuatro integrantes, sino se estimara que ambas “comisiones” fueron partes articuladas de la misma “tapadera”. Resulta más creíble y lógico si, simultáneamente, distintas fuentes, unas civiles, otras militares y sin evidente conexión entre sí, concluyen al unísono que eso de los OVNIs son meras confusiones…
Todo esto está sugerido ya en los primeros diez capítulos conocidos de la serie, que hace eje en otro componente real y polémico: la participación del astrofísico Joseph Allen Hynek en dicho proyecto, claro que todo el contexto ficcionado, donde el único nombre real es el de Hynek (el capitán Edward Ruppelt, oficialmente a cargo y sobre quien regresaremos, aparece como el “capitán Thomas Quinn”) y la casuística –quizás con la sola excepción y hasta ahora del “monstruo de Flatwoods”– entremezclada y distorsionada en tiempo y espacio, además de las formas. Pero un entusiasta de la Ovnilogía puede reconocer claramente los episodios de Mantell, el caso Hill y su “mapa astronómico”, el “suicidio” –asesinato– de una pieza clave cayendo desde la ventana de un piso alto en una clínica neuropsiquiátrica, el “gas de los pantanos” de Michigan, la “oleada” de no identificados sobre Washington en 1952, los Hombres de Negro, Hangar 51, todo aderezado con conspiraciones soviéticas.
Si bien Hynek –rol principal y eje también de este trabajo– aparece con matices que ignoramos si fueron parte de su biografía personal, se muestra como lo que realmente fue. Un docente universitario y científico de línea dura que comenzó tomando este trabajo cono una forma de ganar unos ingresos extra, definitivamente escéptico frente a la naturaleza de los OVNIs y suponiendo que apenas ocuparía su atención durante un par de años, para ir variando lenta pero insistentemente a una postura objetiva primero y definitivamente “creyente” al final. Al punto que abandona el proyecto Blue Book y continúa la investigación OVNI en forma absolutamente privada, primero individualmente, y luego creando el “Center for Ufo Studies”, de larga y preclara trayectoria.
Pero es sumamente interesante hacer memoria que esta serie no es la primera en inspirarse en el Blue Book, si bien sí lo es en identificarse desde el título con la misma. Ya en 1978, la serie “Project U.F.O.”, de 26 episodios interrumpidos abruptamente durante la segunda temporada (ver trailer) tuvo como uno de sus responsables al Teniente coronel (retirado) Willim T. Coleman… que, en los tardíos ’50, había trabajado también en el Libro Azul. Nuevamente, la serie “desnaturaliza” los casos reales, modificando y novelizando sus matices, pero la sola responsabilidad ejecutiva detrás del mismo de uno de los militares responsables del Libro Azul da mucho en qué pensar.
El tema tiene relevancia para todo ufólogo, por el papel significativo que Hynek ha desempeñado en la historia de la investigación OVNI. Siempre insisto en que las recientes camadas de entusiastas e investigadores ignoran (o conocen sólo sus nombres, no sus trabajos) una pléyade de estudiosos altamente calificados en tiempos en que hablar de “platillos volantes” era un escarnio público: el propio Hynek, Jacques Vallée, convengamos, éste un tanto más “aggiornado” en la mira de los jóvenes interesados por su participación en proyectos recientes, tales como el largometraje rodado en Argentina “Testigo de Otro Mundo”, alrededor de las vivencias de un hombre de campo, Juan Pérez, y su experiencia ovnilógica. También, porque Vallée es el único sobreviviente de una generación de cerebros (junto a James McDonald, Aimé Michel, Antonio Ribera, Ignacio Darnaude, Olavo Fontes, Jim y Coral Lorenzen, el ya citado Keyhoe, etc.) que, si la Ufología tiene algunas chances de aceptación social, es en buena medida por el trabajo pionero de los mismos. Es mi fuerte y no tan manifiesto deseo que la popularización de esta serie interese a las nuevas generaciones para buscar los libros que han legado (que, una vez más, no muerden) y actualicen, reflexionen, debatan sus trabajos y conclusiones.
Regresando al mismo Libro Azul, la serie refleja bastante bien lo que suponíamos todos: no solamente que se trataba de un “cover up” de las reales investigaciones y avances en ese terreno por parte de los militares norteamericanos, sino de las disidencias, presiones y conflictos entre Ruppelt y Hynek por un lado y sus superiores jerárquicos por otro. Eso explica no solamente la defección de Hynek (en ese proceso que lo llevó de negador a defensor de la realidad no humana del fenómeno) sino del propio Ruppelt, quien en 1954 abandona el mismo, se retira y pasa a la actividad privada. En 1963, fallece, aparentemente, de un infarto. Pero aquí debemos señalar un hiato: en los meses previos a su fallecimiento, Ruppelt había comenzado a acercarse a los círculos privados de investigadores y al propio Hynek, retomando una relación suspendida casi una década atrás. No alentamos conspiranoias compulsivas, pero permítaseme señalar un hecho concreto: la tumba de Ruppelt es desconocida (Fuente: https://es.findagrave.com/memorial/116480535/edward-j-ruppelt). Mientras que las del resto de su familia (padres, hermanos) están ubicadas e identificadas, la de Edward no. ¿Esto es accidental, casual? Se me hace difícil creerlo. Hipótesis: Ruppelt sabía que su vida estaba en peligro –recordemos el caso de Forrestal, James Mc Donald y tantos otros– y “fraguó” la noticia de su muerte, desapareciendo y, quizás, viviendo en el anonimato bajo una falsa identidad muchos más años hasta el fin de sus días.
Hay episodios tangenciales y anecdóticos que convendría citar. Como que, en Argentina, las sucesivas comisiones de investigación OVNI de nuestras Fuerzas Armadas bailaron la canción que los norteamericanos imponían (aunque, a título personal y privado, durante décadas pude constatar el interés y casi apasionamiento que el tema despertaba entre nuestros militares, muchos de los cuales, de forma más o menos expuesta, co-participaron y facilitaron el trabajo de ufólogos civiles en todo el país). Puedo citar aquí que conocí fugazmente a Hynek en una de sus visitas a Argentina en 1982 e intercambiamos una docena de palabras, por lo que este hilo de referencias es producto de seguir su trabajo, no conocimiento personal. Y, sí, debo hacer especial hincapié en cómo en los últimos años de su existencia muchos “ufólogos científicos” (bah…) comenzaban a tomarlo en broma –al igual que su enorme amigo y traductor al español, el doctor Willy Smith– porque, lentamente, el venerable y venerado patriarca iba girando a posiciones más “extremistas”. ¿Cuáles? Precisamente, las que también tomaba Vallée (claro que como éste afortunadamente sigue vivo y muy activo, no suma puntos criticarle en ese espacio de seudo cientificistas ufológicos): que el fenómeno posiblemente es algo aún más complejo que “visitas extraterrestres”. Vallée crea su Hipótesis del Monitoreo, habla de emergentes de una Realidad más amplia, ambos comienzan a señalar la ocurrencia de eventos que parecen vincularle más a lo parapsicológico que a lo astronómico… y remiten –sin decirlo así– a la Hipótesis Interdimensional…
Lo que me lleva a una reflexión: tales “ufólogos racionalistas”, imberbes que bromeaban con la edad del respetable hombre de ciencia (falleció en 1986, a los 75 años de edad) le cuestionaban que habiendo sido tan “racional y escéptico” en un momento mutara luego a ser un “creyente”. ¿Qué decir entonces de esos escasos “creyentes”, entonces, que luego mutaron en “escépticos”? –como alguno que habiendo hecho ese camino criticaba a Hynek y Smith– ¿Lo de ellos fue “evolución” y lo de nuestro protagonista “involución”? Es más sencillo: se llama pedantería.