Dedicado a esos millones de espíritus caritativos, humildes y bienintencionados, feligreses católicos, sacerdotes y monjas sacrificados que siguen creyendo en un camino de Fe que construyen todos los días con sus sanas intenciones, ignorantes de los oscuros manejos de las más altas y secretas Jerarquías.
Sé que necesariamente estas reflexiones incomodarán a muchos, sin duda me ganaré la animadversión y, lo que es peor, el rechazo sin discusión ni evaluación crítica de algunos de mis lectores. Tal vez hubiera sido más sensato no escribirlo. Pero alguna vez (no hace tanto, realmente) me impuse la promesa de escribir cómo pensaba, porque creo que esa es mi razón de ser más allá de las consecuencias. Así que, simplemente, estas líneas son un intento de ser coherente conmigo mismo. Y en este tráfago de información, investigaciones y meditaciones en las que uno se ve envuelto, suelo dedicar bastanbte tiempo a clarificar las campañas de intoxicación, desinformación y ocultamiento que las más poderosas organizaciones han implementado alrededor del tema OVNI. Tan luego, ahora, es el turno de la Iglesia. Cualquiera, en realidad, aunque los argentinos debemos remitirnos indefectiblemente a la Católica. La que si bien ha tenido algunos aislados miembros interesados en la Ovnilogía –en Argentina, el jesuita Segundo Benito Reyna; en España, el padre Puig; ahora, ¿no llama la atención que sean precisamente los jesuitas los únicos que parecen interesarse en ella, estos aristócratas del conocimiento, aún vistos con resquemor histórico por otras órdenes de quienes deberían ser sus amorosos hermanos?– es evidente el disgusto que en muchos de sus frentes (carismáticos, por ejemplo) la sola mención de la palabra OVNI provoca. Una Iglesia que apoya investigaciones entre los alumnos de la escuela católica donde, a la par de evaluar el «impacto» de las múltiples creencias de la Nueva Era, ladinamente desliza la Ovnilogía entre ellas, esperando masificarlas en un solo conjunto de cara a una repercusión periodística que no ha aprendido a separar la paja del trigo. Una religión que se escandaliza de las suposiciones de que Jesús fuera un extraterrestre, que Ezequiel viera una nave espacial. Una institución que se refiere despectivamente (con un acento propio de «hermano mayor» orwelliano) sobre la necesidad de regresar a la «madre» Iglesia ante este avance de «pensamiento mágico», como si sus rituales dominicales y sus libros de catecismo estuvieran fundamentados científicamente y abundaran en razonamientos lógicos, empíricos y objetivamente comprobables. Una Iglesia que está ocultando algo. Trataremos de descubrir qué.
Sospecho que existe un Cristianismo Esotérico, y que éste es el reservorio, debidamente codificado, de evidencias de una ciencia legada por seres extraterrestres, algunos de ellos “no materiales” (si energéticos o espirituales, discútanlo ustedes) que contactaron en distintas épocas a los humanos para provocar saltos cuánticos en la evolución de la humanidad, saltos que respondían a sus propios intereses y beneficios, saltos cuánticos cíclicamente alentados u obstaculizados por sociedades humanas con intereses muy afines a este ajedrez cósmico.
A los pies de la Virgen
Esta ciencia se expresa, a mi criterio, con un «metalenguaje»: el simbólico. Dicho de otra forma, no esperemos hallar –aunque sería bonito hacerlo– un arca sepultada bajo un radiofaro estelar donde en discos de material ultraterreno nuestros hermanos del cosmos nos leguen la enciclopedia virtual de sus conocimientos. A fin de cuentas, ese arca y ese radiofaro podría ser destruido por algún cataclismo, natural o artificial, y adiós herencia interplanetaria. Nada mejor que dejar la información a la vista: en los monumentos, en las culturas, en las costumbres, en las creencias. Quien tiene oídos para oír, que oiga. Uno de los símbolos que han llamado mi atención es la representación –varias de ellas– de la Virgen María en la iconografía católica. Independientemente del ropaje y la oración así como de la advocación que se le atribuya, es común que se encuentre dibujada con un semicírculo de doce estrellas por encima de su cabeza y de pie sobre una Luna. O una media luna, lo que es lo mismo. ¿Por qué?. ¿Ha sido sólo la febril imaginación de un artista aburrido o se nos ha querido transmitir alguna instrucción en ese dibujo?.
De siempre sabemos la erisipela que a los teólogos católicos les provoca la Astrología. La sola posibilidad de que el común de los mortales pueda conocer algo de las tendencias por venir les enerva, quizás porque su difusión le haría perder el control de las masas ignorantes, aún crédulas en que el hombre necesita intermediarios para comunicarse con Dios.
Por cierto, admitida la Astrología como probable (sí, ya sé que este artículo no era sobre la ciencia de los horóscopos; pero es necesario ser un poco interdisciplinario para comprender a dónde quiero llegar), no es peligrosa en el sentido que se le adjudica en los estamentos eclesiásticos: cualquier buen astrólogo hará especial hincapié en que la misma sólo muestra tendencias, no determinismos, y así es cuando más se debe luchar para jerarquizar la propia calidad de vida, de forma tal que el argumento de que la Astrología empujaría al ser humano a una inacción espiritual y material por creerse absolutamente en manos de un destino irreductible, es sólo una expresión de ignorancia, cuando no de insidia. Cierto es que algunos «astrólogos» juegan con la debilidad de algunos consultantes garantizando lo «providente» de sus lecturas, pero aquí la falla no está en la disciplina, sino en el cultor que la profesa; nada desagradaría más a la Iglesia que un racconto de los asesinatos, individuales y colectivos, en que por error, elección u omisión muchos de sus ministros han estado envueltos. Pero las Iglesias –todas– existen, tienen poder, sólo en función del miedo. Tomemos el caso de la Iglesia Católica, pero esta referencia podríamos hacerla extensiva a cualquiera dominante en cualquier cultura: ¿dónde reside su poder?. No en la fuerza de las armas; ese es atributo de los ejércitos. No en el dinero; ello queda en manos de los «trusts» y las multinacionales. Tampoco en el de las ideologías y sus manejos de compraventa de voluntades, exigencia de los partidos políticos. ¿Es el poder del conocimiento?. No ciertamente, salvo en el caso de los intelectuales que optan por la Iglesia creo yo más por las conveniencias o el control sobre terceros que ello les otorga. Numéricamente, las Iglesias dominan más el pensamiento de los poco instruídos (y poco pensantes, lo que es peor) que el de las sociedades esclarecidas. Tiene más fuerza entre los desesperados que entre los reflexivos. Y si hacemos abstracción de su respaldo económico (que no es poco) y su penetración histórico-cultural, su poder deviene del miedo. Desde el miedo al infierno hasta el miedo a ser mal visto en el medio social por no acatar las instrucciones de un sacerdote sobre el matrimonio, la educación de los hijos, la buena o mala convivencia con los vecinos. El poder de la Iglesia es una entelequia: es la proyección de lo que se le teme en lugar de lo que es: una sociedad de mentalidad retrógrada y fanática, que se adjudica el derecho a la única Verdad, hipócrita, militarista, más preocupada por las relaciones prematrimoniales «pecadoras» de los adolescentes que por las matanzas realizadas con armas a las que ellos mismos dieron su bendición. Y si realmente los popes eclesiásticos saben que milenariamente han venido ocultando «algo más» a la Humanidad, de allí su crítica necesidad de desalentar la curiosidad de la gente sobre las probabilidades de la vida extraterrestre. Empero, ¿dónde está ese conocimiento?.
Hay que saber leer los símbolos, insisto. La Virgen «pisa» una Luna, así como en otras imágenes pisa una serpiente: un claro ejemplo de dominación. Bien, la serpiente es el Maligno y ahí se entiende a quién domina pero, ¿y la Luna?. Pues la Luna es el símbolo de los matriarcados de la antigüedad remota, los cultos a la fertilidad de las vestales y las sibilas, la dominación del hombre por la mujer, algo apoyado por las modernas investigaciones arqueológicas. En la ciudad más antigua hasta ahora descubierta, Catal-Hüyuk, en la Anatolia, la sociedad estaba en manos de las mujeres: gobernaban, hablaban con los dioses, mandaban en el hogar. Obsérvese cómo el Catolicismo es, en cambio, una religión fuertemente machista: no sólo la mujer no puede llegar a los más altos estamentos de ella, sino que hasta el medioevo se discutía si tenía alma, que es tanto como decir si se trata de un ser humano. Su sometimiento –bíblico– al varón, su oscurantismo social, hacen del Cristianismo una religión solar. La persecución despiadada y ciertamente «diabólica» en un sentido moral de la brujería de antaño, ¿encuentra explicación en los crímenes que supuestamente se le atribuían a ésta o en que se trataba de un renacimiento de antiguos cultos paganos fuertemente feministas?. La sola posibilidad de que la mujer volviera al poder aterra a las culturas solares: hace apenas un siglo y medio, en Argentina se fusilaba a Camila O’Gorman por tener amoríos con un apasionado cura…
Detrás del símbolo «Virgen» puede subyacer otra cosa. Como un ser extraterrestre, una fuente de inteligencia allende nuestro planeta que usa ese «disfraz» para adaptarse al marco cultural dentro del cual espera manifestarse y hacerse comprensible. Que una campesina esté segura de que «la Virgen le ha hablado» nada demuestra: la percepción siempre deforma la realidad, y de hecho, nada evita suponer que esa inteligencia se presenta como desee. Creer que es lo que dice ser es, cuanto menos, un acto de ingenuidad. ¿Por qué la Virgen sólo se aparece a quienes ya creen en ella, personas que, en ocasiones, no son tan «espirituales» como para recibir un premio especial por su conducta?. Porque si la inteligencia se manifestara ante una mujer de escasa instrucción como «Khrisna» o «Buda», no sólo no sería comprendido su mensaje, sino también sería susceptible de ser asimilada como una manifestación demoníaca. A fin de cuentas, es natural en el ser humano temer lo que se desconoce, y seguramente esa pobre mujer jamás habrá oído hablar del Baghavad Gita, pero sí de la Biblia. Ni digamos si la inteligencia apareciera con traje plateado, antenitas y en platillo volante… el aspecto que sí adopta cuando se cruza en el camino de un más o menos instruído viajante de comercio solitario en una ruta nocturna, pongamos por caso. Casi todos los ovnílogos estamos seguros de que el fenómeno «elige» a sus testigos, por lo menos, en muchas ocasiones. ¿Por qué no iba, entonces, a elegir también previamente el «guardarropas» que habría de usar para la ocasión?.
Pero también, ese símbolo, «Virgen», encierra un secreto: su sugerencia de una puerta a las estrellas.
Por lo menos para quienes somos afectos a estos temas, no nos asombra especialmente la suposición de una conexión, por ejemplo, entre los antiguos egipcios y otros habitantes del Cosmos, y no regresaré ahora gratuitamente a los miles de evidencias acumuladas, desde la magnificencia (estética y técnica) de sus construcciones hasta los secretos de su religión. Pero lo que es particularmente interesante para este estudio, es el descubrimiento, confirmado astronómica y matemáticamente, de que la posición de las tres grandes pirámides de Gizeh se corresponde con exactitud con la posición de las tres estrellas que forman el cinturón de Orión. Tal precisión, además de los interrogantes que plantea en vista de los conocimientos necesarios para tal ubicación, ha sido discutido en el contexto de la Astroarqueología hasta el hartazgo. Esto, desde hace años, es una verdad aceptada.
Pues bien. En Francia, cinco de las más importantes catedrales góticas, según una investigación llevada a cabo en 1969 por Louis Charpentier y recientemente ampliada por Javier Sierra, reproducen a la perfección ese rombo deforme que es la constelación de Virgo. Así, la estrella Gamma Virginis está representada por la catedral de Chartres (edificada en 1194), Alfa virginis por la catedral de Reims (1211); Épsilon Virginis por Bayeaux (1206), Virginis 484 por Évreux (1248) y Zeta Virginis por Amiens (1220). La distribución sobre el mapa es exacta, y esto viene a sumar una incógnita más a las que de por sí acumula esta explosión de arte gótico, enigmas arquitectónicos, astrológicos y alquímicos.
¿Qué nos quisieron decir sus constructores?. Ciertamente, muchos investigadores suponen que detrás de ellas está el espíritu de los Templarios, por lo cual el mensaje no responde sólo a las enseñanzas vaticanas sino que hunde sus raíces en el Oriente. Pero estas catedrales (de todas formas, puestas bajo la regencia de «Nuestra Señora», para más datos) perpetúan la enseñanza de que en ese lugar del cielo hay algo de importancia. Virgo-Virgen. Así como los egipcios suponían que en Orión estaba la entrada al Amenti, el reino de los muertos… ¿la entrada a qué suponían esos antiguos cristianos se escondía en la constelación de Virgo?.
Tengo la sospecha de que la ubicación por parte de los hombres del Nilo de un «mundo» para los muertos en un lugar específico del Cosmos sea quizás el resabio del conocimiento, deformado a través de los milenios, de que existen seres «sobrenaturales» (no necesariamente «muertos», es decir, seres de otro plano dimensional) que viven en otros puntos del universo. Con lo cual el culto a la Virgen no sería, después de todo, mas que una codificación simbólica, fuertemente emocional e impresa en el Inconsciente Colectivo de la humanidad, para empujarnos, como una orden proveniente del fondo de los siglos, a buscar a nuestros hermanos en ese lugar del espacio cuando las condiciones estén dadas. Y las «apariciones marianas», ya sean «explosiones simbólicas» del Inconsciente Colectivo o metamensajes enviados por una fuente inteligente exterior, nos realimentan periódicamente con una carga similar… conceptos todos sumamente peligrosos para el catolicismo, que perdería así su «exclusividad», si esto fuera cierto, con la «madre del Señor» que no sería tal, después de todo. Casi, casi, como si un moderno teléfono celular cayera en manos de indígenas bantués y éstos, porque alguna vez le escucharon emitir extraños y maravillosos sonidos, creyeran que es en sí una manifestación divina, cuando en realidad sólo es una herramienta (cuyo funcionamiento se les escaparía por completo) para comunicarse con algo muy distinto a «eso» que sostienen reverentemente entre sus manos.
También habría que preguntarse, ya casi fronterizos con una Ovnilogía esotérica, si en realidad las «traslaciones espaciales» no se efectuarían sin «tuercas y tornillos», es decir, a fuerza de pura mente y puro espíritu en lugar de máquinas habitables y sofisticadas tecnologías. Si esto fuera cierto, es posible que las «bases de lanzamiento» para el espíritu sean lugares donde la confluencia de factores astrológicos (esa obsesión de los antiguos para comunicarse con los dioses, siempre supeditados a determinadas fechas del año) con edificaciones potenciadoras de facetas de nuestra personalidad que aún no dominamos y apenas intuímos, sirvieran para «teletransportarse» en esencia a otros mundos. A veces me pregunto, yo, que no soy católico pero no puedo evitar sentir la «energía» de templos religiosos de toda creencia, si mis sensaciones no son como las que preceden una cuenta regresiva…
¿Y si de pronto los seres humanos pudiéramos bilocarnos, o transportarnos telepáticamente a otros mundos habitados a través de lugares y fechas especiales?. Y si ciertas catedrales provocaran ese efecto, tan distinto a aquél para el cual los sórdidos libros de Historia quieren hacernos creer que fueron construídas?. ¡Qué golpe para la Iglesia Católica, desplazada en un santiamén de su autoproclamado papel de intermediarios con Dios a una cachonda NASA metafísica!.
Escribe Javier Sierra: “Según un tratado fechado en el siglo I y llamado el Koré Kosmou, y perteneciente a los llamados escritos herméticos, Isis dio cuenta a su hijo Horus de cómo el dios de la sabiduría Toth reveló “los grandes misterios del cielo” en una serie de libros que un día serían descubiertos por los hombres. Aparentemente, el descubrimiento de esos libros no se produjo nunca, pero bien es cierto que durante el dominio árabe de Egipto y durante el Renacimiento corrió el rumor de que los textos de Toth –al que los griegos llamaron Hermes– comenzaron a circular en manos de iniciados. Es incluso probable que lo que descubrieran los templarios en el solar del antiguo Templo de Salomón fueran parte de esos libros, tal vez las célebres Tablas de la Ley de Moisés, que él mismo pudo haber robado de Egipto antes del Éxodo. Hipótesis aparte, uno de esos libros inspirados en los escritos de Toth-Hermes se redactó precisamente en España. Nos referimos a un tratado de magia conocido como Picatrix, fechado en torno al siglo XII, y en el que su autor recoge un método para fabricar talismanes siguiendo un complejo sistema de vigilancia de las estrellas. Los talismanes de los que habla el Picatrix son mucho más que medallitas; se trata de supertalismanes en forma de edificios y hasta de ciudades, que imitan ciertas estrellas del firmamento para obtener de ellas todo su “poder”. Su autor, Abul Kasim Maslama, propuso incluso edificar una ciudad que tuviera en cuenta esas correlaciones con estrellas para elaborar así una fabulosa fuente de poder”.
Ejercicio para el intelecto de mis lectores: consíganse un mapa del Vaticano y ya verán las conclusiones que pueden obtener.
Agreguemos aquí algo de mi propia cosecha: en mi ensayo “¿Fue Moisés yerno de Akhenatón y “esposo” de Tutankhamón?” cabe entroncar la posibilidad que plantea Sierra: si Moisés huyó de Egipto llevándose ya las Tablas de la Ley, sería sencillo fabricar un supuesto «encuentro con Dios» en el monte para hacer aparecer las Tablas como algo original. Es posible, entonces, que Moisés, el egipcio, supiera del origen extraterrestre de estos conocimientos y eligiera a un pueblo derrengado y sin esperanzas para perpetuar una religión y, a través de una etnia, una filiación cósmica. Pero el Jehová bíblico poco parece tener que ver con Dios, es posible –y remito a ese ensayo– que el «segundo Moisés», el yerno del pastor, conociera un dios menor, sangriento, llamado «Jehová» y lo entronizara, siendo absorbido como símbolo y fetiche por el pueblo errante. La historia siempre la escriben los vencedores: tanto es posible que el dios que se impuso no fuera el Dios de Amor cósmico que intuimos (cabe preguntarse entonces: ¿a quién o a qué estamos adorando?), como que el pueblo de Israel o, cuanto menos, algunos de sus jerarcas a través de los tiempos, tengan conciencia de esta «paternidad» interplanetaria más que sobrenatural y por razones más que religiosas, cósmicas, sobrevivan en una pureza racial más propia de especímenes en cuarentena o de… cadenas de experimentos genéticos con fines últimos que se nos escapan.
La jerarquía católica y la hebrea, ambas, deben conocer esta hilación, en el caso, quizás improbable, quizás no, de que resulte ser algo más que un delirio personal. Habría entonces un mutuo «pacto de silencio», o, tal vez, una extorsión recíproca que los conmina a ocultar estas evidencias a ambas feligresías.
Creo asimismo que la Iglesia (o, cuanto menos, muchos de sus cerebros) conocen estas y otras implicancias. Saben sin duda que muchas de sus prácticas tienen raíces egipcias como la elevación de la hostia durante la misa, una práctica de los sacerdotes de Akhenatón, o el movimiento en forma de la cruz de la misma simbolizando los cuatro puntos cardinales. Otra similitud con el cristianismo es el uso del pez como símbolo, que se usó en los días de Cristo. Véase el siguiente pasaje de tiempos faraónicos: “Estamos ahora en el signo del Carnero, su opuesto es el signo de Libra, un horizonte que representa la balanza. Pero cuando el Sol se levante en el signo del Pez, el Pez será el signo del nuevo evangelio y el signo que estará frente a él será el de la mujer virgen”.
En el centro de la cámara subterránea o «cámara del caos» ubicada bajo la Gran Pirámide se encuentra un foso conectado al Nilo. ¿Con qué objeto?. Suponiendo que la pirámide y todo su sistema subterráneo de galerías estuvo al servicio de iniciaciones esotéricas, podemos continuar especulando que el ritual comenzaría con un baño purificador en el Nilo y luego de superar diversas pruebas se llegaría a la cámara de la iniciación. De aquí a vislumbrar el tardío bautismo por inmersión hebreo –y el bautismo por agua asperjada del cristianismo– hay sólo un paso. Claro que al masivo público ignaro que asiste a las representaciones dramáticas del mundo espiritual que es toda liturgia –Catolicismo incluido– le está vedado estos conocimientos reveladores, pues conocimiento es igual a libertad, y quien es libre no necesita intermediarios con la Divinidad.
No estoy pensando en naves extraterrestres con escalerillas, ventanillas, controles de mando y luces de posición. Estoy pensando en «naves» como vehículos de pura energía o naturaleza espiritual, para seres que han trascendido las limitaciones del cuerpo físico. Es en este contexto, entonces, que la estrella de Belén es un OVNI. Alguna vez adscribí a la idea astronómica de una conjunción planetaria, por otra parte, existente en aquellas fechas. Hoy, pausadamente, releo este pasaje bíblico:
Mateo, capítulo 2: “Y como fue nacido Jesús en Bethlehem de Judea en días del rey Herodes, he aquí que unos magos vinieron del Oriente a Jerusalem, diciendo: “¿Dónde está el Rey de los Judíos, que ha nacido?, porque su estrella hemos visto en Oriente y venimos a dorarle. Y oyendo esto el rey Herodes se turbó, y toda Jerusalem con él. Y convocados todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, les preguntó dónde habría de nacer el Cristo. Y ellos dijeron: “En Bethlehem de Judea, porque así está escrito por el profeta”. Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, entendió de ellos diligentemente el tiempo del aparecimiento de la estrella. Y enviándolos a Bethlehem, dijo: “Andad allá, y preguntad con diligencia por el niño, y después que lo halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y lo adore”.
Obsérvese que nadie más en el pueblo, entonces, había visto la «estrella», y evidentemente Herodes se extrañó porque nada sabía de este extraño fenómeno. Esto invalida tanto la hipótesis del «meteorito» –ya que el recorrido de los magos excede con mucho la duración de éste– como toda otra hipótesis astronómica que no hubiera pasado desapercibida en una época en que los fenómenos cósmicos eran muy tenidos en cuenta como anunciadores de épocas difíciles. Así queda claro el aspecto «local» del fenómeno; por ende su tamaño reducido y su baja altura de «vuelo».
Como ya vimos, el mismo Cristianismo le debe mucho a la cultura del Nilo. El Nilo. Un río que, según los expertos, tiene tal talla e importancia y atraviesa zonas tan desérticas que es geológicamente imposible que se haya abierto cauce por sí mismo según se le conoce, puesto que en más de mil kilómetros de tórrido desierto no recibe nuevos afluentes. Seguramente, otro legado –ignominiosamente olvidado– de una cultura que lo concibió como «canal» antes que aceptarlo como «río». Una cultura que, según cálculos detallistas, tuvo en su época de apogeo más oro que el que en todos los siglos posteriores ha sido extraído de todas las minas en todo el mundo, lo que sólo puede explicarse si además estos geniales constructores hubieran sido poderosos y reales alquimistas. Un pueblo que, a mi criterio, recibió influencia extraterrestre a principios del advenimiento del primer faraón propiamente «humano», Menes I, también llamado «El tinita», precedido por una casta de dioses y semidioses gobernantes, hecho que ocurrió alrededor del año 3.000 A.C, coincidentemente, la misma fecha que, en otro calendario (el 4 Ahau 8 Cumku del Bactum 13) fue señalada por los mayas como del comienzo de su Era. Posiblemente seres de Sirio, con un líder llamado (o interpretado) como Enoch. La Historia, sagrada o profana, no lo olvidó: mientras que la Biblia nos habla de su profeta Enoch, quien habría existido entre el 3875 y el 3504 A.C. (el texto dice, específicamente, que vivió 365 años, esto no puede ser otra cosa que un símbolo para expresar un mito solar; el del Eterno Retorno), aun cuando leemos que Caín en tierras desérticas (¿Egipto?) construyó una ciudad de ese nombre (la relación Enoch = Sol supone que hubo una remotísima Heliópolis). Luego, sobrevienen las leyendas que lo hacen constructor de la Gran Pirámide (no físicamente, sino como «iniciador» de sus posteriores constructores, por eso los egipcios llamaban a la Gran Pirámide «Pilar de Enoch»), y se le devociona a través del Ciclo del Fénix (otra vez la imagen del eterno Retorno) o Año de Años, un período de 1.461 años vinculado al movimiento cíclico de la estrella Sirio. Sirio, conocida como «Sothis» («Perro») entre los egipcios, un punto cósmico de tanta importancia que ha sido perpetuado hasta en el Tarot (el Arcano número 18 muestra uno o dos perros ladrándole al cielo). Y casualmente encontramos un Tenoch, según la mitología mexica, como uno de los cuatro primeros hombres del mundo, creado por los dioses luego de la muerte del Sol.