No existe la “casualidad” en la Experiencia OVNI

No existe la “casualidad” en la Experiencia OVNI

Tal vez la semilla de estas disquisiciones surgió en una época tan lejana como 1972, cuando comenzaba a interesarme –con pasión creciente- en esta disciplina y un docente, escéptico él, se burlaba de la casuística con el argumento de “los astrónomos se pasan el día observando el cielo y no ven nada, y un tipo sube al techo de su casa cinco minutos a arreglar la antena de la TV y ve un OVNI”. La “coincidencia” azarosa era –según él- lo que le quitaba credibilidad al episodio. Debo admitir que durante años me produjo cierto desasosiego; luego, comencé a comprender.

Para la primera parte de la ecuación, “el astrónomo” es simple física o, mejor dicho, óptica. Fuera del hecho que en contra de la imagen popular ese tipo de científico pasa más tiempo frente a su computadora que mirando por un telescopio (o en aquellas épocas pre-ordenadores, haciendo cálculos y tipeando informes- aún cuando lo haga, el telescopio, todo telescopio y cuando a mayor potencia, más aplicará esto, tiene “profundidad de campo” en su capacidad de aumento pero esa misma profundidad quita “ángulo”, es decir, espacio de campo visual. Se ve más lejos por una “ventana” visual cada vez más restringida a medida que se incrementa la potencia del aparato.

En cuanto al señor de la casa que “justo” trepó cinco minutos al techo de su casa… Es cierto, mucho tiempo me hizo “ruido” la “casualidad”. Hasta que con los años y las vivencias comencé a cuestionarme la misma.

Fue Jacques Vallée, creo, el primero que llamó la atención sobre esto. Lo ilustró comentando que uno de los típicos “escenarios OVNI” es aquél en que un automovilista avanza por una carretera, solo, a la madrugada. De pronto, al llegar a un grupo de árboles, de éstos parte un intenso haz de luz. El testigo se detiene y observa como el típico “platillo volante” asciende hasta perderse en el cielo. Y hasta aquí, pareciera que no hay nada particular: un testigo involuntario del despegue de un OVNI.

Pero la cosa es más complicada. La inteligencia detrás del OVNI, en esa carretera solitaria de madrugada, podría haber despegado unos minutos antes, o unos minutos después, y nadie se hubiese percatado. Es más, los defensores de la “privacidad” del fenómeno que argumentan que esas inteligencias no quieren mostrarse abiertamente, tienen con estos episodios un tema difícil de digerir. Porque si el despegue se produce justo cuando el único testigo pasaba, es porque la inteligencia detrás quiso que así fuera. Quiso hacerse notar. En cierto modo, le eligió. O, cuando menos, le manipuló conforme a su propósito.

El “porqué”, claramente, es materia opinable.

Sirva esta introducción para señalar el doble interés que nos merece el siguiente caso. Doble, porque le ocurre a un amigo cercano y estando quien esto escribe, justamente a no mucha distancia. Veamos entonces los hechos.

En julio del 2017, el periodista Orlando Rodríguez, radicado en Tyler, Texas, USA, me invita, junto con su familia, a una serie de actividades en el país del Norte. La mayoría ya las he descrito en distintos trabajos: una conferencia en esa ciudad, un viaje de investigación tras las huellas de los “ufocrashes” de Aurora y Roswell (Nuevo Méjico). Este hecho en particular ocurre el 8 de ese mes, inmediatamente después de finalizada la citada conferencia.

Era un día sábado. Aproximadamente a las 22.20 hs, Orlando se encontraba finiquitando detalles tras el cierre de la conferencia. Había llevado a su familia a su domicilio, mientras yo esperaba en el salón junto con el equipo técnico que nos asistiera. Mi amigo regresaba en su vehículo por el Loop 323 de Tyler cuando al alcanzar la escuela Bishop T.K.Gorman, una escuela católica, cree observar en el campo de deportes anexo a la misma algo extraño. Las luces del campo estaban apagadas (había, como yo mismo constaté minutos después cuando ambos regresamos al lugar, cierta claridad por las otras luces próximas) y sin embargo en el mismo había un grupo de siete a diez personas muy, muy delgadas. Pensó, primero, que eran estudiantes y luego, trabajadores que estuvieran poniendo el lugar en condiciones. Se movían en sus propios lugares, pisando el césped y agitando los brazos y, como advierte después, moviéndose rítmicamente, casi como al unísono. No había detalles ni de vestimenta ni de facciones, ya que todos parecían uniformes, pero sus cabezas adoptaban la forma de conos. Toda la observación duró unos quince segundos (realizamos al día siguiente el mismo recorrido a la misma velocidad, y ese era, precisamente, el lapso de tiempo comprendido desde que el sector entra en el campo visual hasta que se le abandona. Por la premura no se detuvo y simplemente desestimó lo que vio.

Esto no es extraño, todo lo contrario. La investigación ufológica está llena de episodios donde se produce lo que llamamos la “suspensión de la extrañeza”, es decir, el testigo simplemente no se asombra de aquello que, en otras circunstancias, llamaría poderosamente su atención. Suele ser luego, al repasar los hechos, cuando se da cuenta de lo particularmente bizarra de la experiencia.

Y aquí debemos señalar un detalle que no es menor. Si bien Orlando tiene un sincero interés en estas temáticas desde hace mucho tiempo (interés que, precisamente, le impulsó a embarcarse en la aventura de llevarme para cumplir aquellas actividades) siempre le rechinó no haber sido testigo ni protagonista, nunca, de algo “raro”. Me describía en conversaciones previas que sólo una vez vio una “luz” sugestiva pero, claro, podría tener muchas explicaciones convencionales.

En el momento que conducía de regreso al salón a buscarme, iba pensando, precisamente, en este tema. Luego me admitió que algunos conceptos expuestos por mí en la reunión le habían resultado debatibles (esperaba conversarlo puntualmente en los días siguientes) y, otra vez, iba pensando en porqué él no podía ver algo “inusual”.

Y entonces, ocurrió.

Este es el punto donde el lector escéptico puede suponer que el testigo inventa el episodio, o que, sugestionado por la conferencia, deformó la percepción de los hechos. Respecto a lo primero, me presento como aval moral de este caballero (claro que en este punto el escéptico podrá decir que yo tampoco soy aval de nada, pero ciertamente no conseguirá de mí más que un encogimiento de hombros). Respecto a lo segundo, es un periodista profesionalmente bien formado y consistente y dueño de una personalidad equilibrada y proactiva. No es nada fácil de sugestionar. De modo que continúo con el hecho en sí.

No existe la casualidad en el comportamiento del fenómeno OVNI. ¿Cuál es la probabilidad estadística que, por azar, un fenómeno inusual ocurra inmediatamente después de una conferencia ufológica y teniendo como único testigo a alguien que va pensando en ese momento en el porqué de su “no ocurrencia” de fenómenos inusuales?. Estoy convencido que alguna “inteligencia” –hipoteticemos en otro momento cuál y para qué- montó el “escenario” de una representación para enviar un mensaje.

No podemos ser conscientes de la multiplicación a futuro de hechos posibles a partir del impacto de ciertas experiencias. Hoy, además de su habitual actividad profesional, Orlando dirige en Tyler un programa radial, “Misterios al este de Texas” que sospecho “hijo” de esa experiencia (pueden seguirle en su página de Facebook: https://www.facebook.com/groups/145560602945706/ ) con el objetivo, incluso, de llevarlo más allá de las fronteras de su comarca. Y es sólo una muestra de “consecuencia cuántica” (para emplear un término tan de moda) de una serie de procesos que sólo observaremos con el tiempo.

Dibujo hecho por el testigo al día siguiente.
Campo donde ocurrió el hecho.

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