La emoción era casi palpable, como si alguien hubiera anunciado la llegada de Mick Jagger, Jimi Hendrix o cualquier otro famoso de la época. Corría la década de los años 60 y todo parecía posible, desde la inminente llegada del hombre a la Luna, la igualdad entre razas, y el auge de una nueva generación con valores radicalmente contrarios a los de sus padres. Así que la multitud que abarrotaba el salón de un prestigioso hotel neoyorquino no dudaba que una mujer del planeta Venus estaba a punto de anunciar la “buena nueva” de sus congéneres a nuestro planeta.
Se llamaba ViVenus y era preciosa. Diminuta y de muy buen vestir, se había personado en los estudios de la cadena NBC en el mes de junio de 1967 para entablar una conversación con el locutor Long John Nebel, cuyo programa radial convocaba la flor y nata de la Ovnilogía estadounidense en las altas horas de la noche para recorrer toda la gama de temas afines al fenómeno OVNI.
Bueno… en realidad se llamaba Vivian, Vivian Venus… y aunque provenía de un pueblo pequeño de Nueva Inglaterra, afirmaba haber nacido en Venus 28 años antes y de llevar una estadía de sólo seis meses en nuestro planeta, y su misión era bastante directa: la de llevar su mensaje a cada hombre, mujer y niño de nuestro mundo. Por más que el curtido locutor —conocido por su característica expresión “I don’t buy it” (no me lo trago) cuando alguien le relataba una extravagancia sobre “marcianos”— intentaba hacer trizas la historia de ViVenus, le fue imposible lograrlo.
“Quince minutos después”, aseveró el locutor, “formulé mi juicio al respecto. Estaba absolutamente convencido de que esta encantadora señorita creía a pies juntillas en su procedencia venusina y en cada palabra que había pronunciado al respecto”. Pero desde ese momento, Nebel supo que ViVenus, origen aparte, representaba material de gran valor para su programa de radio. Se comunicó con el departamento de publicidad de la cadena para que anunciaran que el próximo sábado, una venusina compartiría el micrófono con él. Aunque los encargados de la publicidad pensaron que todo podía tratarse de una de las burlas que Nebel solía jugar al personal de la estación, siguieron su pedido fielmente, emitiendo comunicados a la prensa y por la radio.
Llegada la noche de la transmisión en directo, cuarenta personas miraban por los cristales de la cabina de radio para ver a la venusina, leyendo tranquilamente un ejemplar del New York Times, antes de comenzar el programa. Entre los presentes estaba el investigador OVNI Art Ford. Nebel dio la bienvenida a su distinguida invitada y le pidió que contara su historia al público.
ViVenus no se hizo de rogar: se explayó durante media hora sobre la vida en el planeta de Afrodita, diciendo que todos los seres humanos tienen su doble en Venus, y que en dicho planeta imperan la paz, la armonía y la buena salud. Los venusinos son sumamente longevos, llegando a vivir cientos o miles de años. En Venus había de todo: perros, gatos, televisores y coches, al igual que en la Tierra. La diferencia es que bastaba con hacer uso de poderes mentales para conseguirlo todo; en otras palabras, no había que trabajar en Venus.
Después de esta descripción del paraíso espacial, Nebel comenzó a hacer preguntas a la presunta extraterrestre sobre cómo llegó a nuestro medio. ViVenus contestó que los venusinos sólo pueden visitar la Tierra si su contrapartida terrícola ha muerto, y ViVenus aprovechó el suicidio de su doble humano para asumir su cuerpo terrestre.
El número de espectadores fue en aumento: Nebel pudo distinguir entre ellos a varios comentaristas y locutores de renombre de la NBC que se interesaron en la atractiva venusina y sus declaraciones. Art Ford y los miembros del panel de ovnílogos la bombardearon de preguntas, y la venusina salió airosa. Sin embargo, el supuesto mensaje quedó sin articularse. Los humanos aún no estaban listos para recibir su mensaje, y sería necesario aguardar varios meses más.
En los días siguientes, Long John Nebel recibió más de diez mil cartas, tarjetas y telegramas de los oyentes de su programa: algunos querían unos momentos a solas con la venusina, mientras que otros querían extraerle el secreto de la vida eterna. Otros deseaban comunicarse con los “dobles” de seres queridos muertos en la Tierra que aún seguían vivos en Venus.
Fue entonces que Jim Moseley, el conocido empresario OVNI y editor del boletín Saucer News, sugirió que no sería mala idea que ViVenus acudiese al gran congreso OVNI de Nueva York a celebrarse en fechas próximas. Nebel repuso que no tenía manera de comunicarse con la señorita Venus y, para su sorpresa, recibió una llamada esa misma noche de parte de su entrevistada, manifestando su agrado por la invitación extendida.
Y fue así como tres mil personas se dieron cita en el salón de bailes del Hotel Commodore en Nueva York para conocer a la enviada del planeta Venus. Tras de una breve presentación por parte de Nebel, los asistentes al congreso OVNI de Jim Moseley escucharon con detenimiento las palabras de ViVenus, totalmente cautivados por esta personaje mesiánica que les prometía el paraíso a menos de 200 millones de millas (322 Mill. de Km) de la Tierra.
Pero no fue sino hasta que ViVenus declaró: “Damas y caballeros, efectivamente, ¡existe un Dios!” que los miles le dieron una ovación ensordecedora que duró muchos minutos. Todas las promesas de los hippies sobre la era de Acuario, la nueva era, y la época de grandes cambios que experimentaba Estados Unidos se habían concretado en ese momento, en la persona de la encantadora venusina. Sin embargo, jamás se volvió a saber de ViVenus.
Haciendo memoria sobre sus experiencias, el ya fallecido Nebel afirmó que en ningún momento creyó lo de la procedencia venusina de ViVenus, pero que no podía tacharla de fraude porque en ningún momento sacó provecho de su origen extraplanetario y jamás cobró un centavo. Parecía estar sinceramente convencida de sus orígenes y de su misión, cuyo objetivo nunca fue esclarecido.
Contactados Made in U.S.A.
El caso de ViVenus, olvidado por la Ovnilogía, es uno de decenas de casos de “contactados” o de individuos que alegaban proceder de otros mundos con un mensaje de amor, paz y esperanza para los seres humanos. Tal vez ninguno de los otros (Adamski, Menger, etc.) tuvo la fuerza carismática de la señorita Venus, pero sí lograron hacer mella en la conciencia de la investigación OVNI y ser recordados.
Pero mientras que miles de personas vitoreaban a la venusina en el prestigioso salón neoyorquino, otros enviados de lo extraño pululaban por Nueva York en 1967, aunque de corte más siniestro. Como la princesa Lechuza Lunar.
En su libro “Las profecías del hombre polilla” (NY: Signet, 1975), John A. Keel, indudablemente el máximo autor de temas ovni/paranormales, narra la extraña aparición de un extraño personaje en los estudios de la emisora de radio WBAB (Babylon, Nueva York) el 11 de junio de 1967 a las 3:30 pm. La locutora Jaye Paro llegó al trabajo para comenzar su turno cuando descubrió que alguien la esperaba: una mujer de raza negra y de dos metros de estatura, vestida en un traje que consistía mayormente de plumas. Fijando sus ojos grandes y vidriosos sobre la locutora, dijo, “Soy la princesa Moon Owl (Lechuza Lunar). Soy de otro planeta. Llegué aquí en un platillo volador”.
La mujerona jadeaba de tal manera que Paro pensó que estaba a punto de sufrir una crisis cardíaca. Pero a pesar de ello, la princesa espacial, cuya edad mediaba en unos siete ungotes (aproximadamente 350 años terrestres) mal cuidados, pudo hablar por espacio de media hora sobre la vida en el planeta Ceres y despotricando sobre los investigadores y entusiastas OVNI de la zona neoyorquina. La locutora pudo grabar la mayoría de las opiniones vertidas por el personaje, pero se sintió alarmada por el hecho de que el cuerpo de la princesa Lechuza Lunar exudaba un fuerte olor a huevos podridos que iba en aumento.
Una vez que la extraña visita abandonara el estudio, Jaye Paro se comunicó con Keel por teléfono sobre la nueva estrella del firmamento OVNI. El autor le instó a no transmitir la grabación, ya que Lechuza Lunar era un fraude o peor aún, una víctima de posesión demoníaca, por las señas. Paro hizo caso omiso y difundió la grabación, creando una sensación en los círculos platillistas de la región.
Lechuza Lunar inició una campaña telefónica, comunicándose con todos los aficionados del tema OVNI en Nueva York y sus alrededores —incluyendo aquellos con números privados— para hablar sobre el evento a ser celebrado en el Hotel Commodore por Jim Moseley. Esto hizo creer a Keel que la princesa no era más que un artilugio publicitario creado por el mismo Moseley, pero a partir de su encuentro con la princesa espacial, la locutora Jaye Paro comenzó a experimentar incidentes claramente paranormales en su vida, documentados en el libro de Keel.
¿Fue Lechuza Lunar un fraude creado por Moseley para su congreso? El empresario platillista nunca lo admitió, ni siquiera en su reciente autobiografía Shockingly Close to the Truth (Shockeantemente cerca de la verdad) (2002). Y existe otro hecho provocador: el 16 de junio de 1967, la señora Gladys Fusaro recibió una llamada telefónica de parte de la princesa Lechuza Lunar para el investigador Keel. El mensaje rezaba: «Los guijarros en la playa son depositados bajo el puente donde se reúnen las aves y se entreven los rayos del sol». ¿Una predicción sobre el desastre del puente Silver Bridge en Virginia Occidental al final de las apariciones del hombre-polilla? Nunca lo sabremos.
Las peripecias de Sir Salvador
Hasta escépticos a ultranza como el Dr. Edward U. Condon tuvieron sus transacciones con contactados: según el experto en estadística David Saunders, autor del libro “UFOs? Yes!” que sacó a la luz pública las manipulaciones del Informe Condon sobre la realidad de los OVNI, Condon pasaba gran parte de su tiempo metido con “chiflados”: entre ellos figuraba Sir Salvador, representante autoproclamado del Tercer Universo, quien había ofrecido la suma de tres mil millones de dólares en oro a cambio de recibir permiso para construir un ovnipuerto capaz de alojar las naves procedentes de su espacio tiempo.
Saunders agrega el comentario mordaz de que si alguien está interesado en saberlo, existe un Segundo Universo habitado por osos. Pero Sir Salvador no pasó a convertirse en una mera nota de los libros de Ovnilogía. Al contrario. En el otoño de 1969, meses después de su transitoria relación con Condon, el extraño personaje figuraría en las experiencias del escritor Eugene Olsson, mejor conocido por su nombre de pluma, Brad Steiger.
Steiger cuenta que en los últimos meses de la “década del amor”, recibió una llamada de una agencia publicitaria en la ciudad de Chicago, que solicitaba sus servicios como asesor en una reunión de ejecutivos de aerolínea, pilotos y un grupo de extraterrestres. El autor quedó boquiabierto mientras que la voz al otro lado del teléfono explicaba que los extraterrestres tenían cosas que interesaban a la aerolínea, específicamente una sustancia capaz de transmutar el agua en carburante, y un líquido ignífugo que sería de gran valor para la aviación comercial. La agencia publicitaria solicitaba la experiencia de Steiger en averiguar si estos supuestos “aliens” eran quienes decían ser.
El escritor llegó a la reunión y se encontró con el ejecutivo de la agencia publicitaria, un piloto militar, y con un extraterrestre —Salvador— quien afirmaba ser navegante abordo de un OVNI y el elegido para negociar con los humanos. Presente en la reunión también se encontraba “una pelirroja de ojos extraños”, según la descripción de Steiger, quien increpó al escritor por haber sugerido que las intenciones de los OVNI pudiesen ser menos que amigables.
El autor descubrió que “Salvador” no era un extraterrestre, sino un humano más al servicio de los extrahumanos, o mejor dicho, un sabio alemán que había trabajado para “ellos”.
Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, el sabio alemán había recibido indicaciones por parte de un grupo de extraterrestres de que se le concederían los planos y ayuda para fabricar una máquina maravillosa, a condición de que el germano formase un grupo de colegas en un pueblo minero de Estados Unidos. El alemán no se hizo de rogar y sus colegas se mudaron a EE.UU. tan pronto como se firmó el armisticio entre ambos países. El núcleo científico, apoyado con recursos financieros ilimitados por los supuestos extraterrestres, se instaló en el pueblo minero y poco a poco fue adquiriendo las minas para convertirlas en hangares y laboratorios. Pasaron los años y la primera de las naves “en forma de plato sopero” estaba lista para volar. Salvador, un aprendiz en aquella época, estaba ciegamente enamorado de la hija del sabio alemán, quien sería la primera en volar el aparato.
La nave despegó sin incidentes, dijo Salvador, y la hija del sabio alemán se convirtió en el primer ser humano en salir de la atmósfera terrestre. Por desgracia, otro platillo volador mayor que el suyo apareció de la nada, engullendo al platillo “made in U.S.A.” y alejándose a gran velocidad.
Los científicos alemanes recibieron la noticia de parte de sus amigos extraterrestres de que “otro bando” de no humanos se había opuesto a que los humanos recibieran dicha tecnología, y que el platillo y su piloto habían sido confiscados, para gran pesar de Salvador y del viejo sabio alemán, quien afligido por su pérdida murió poco después.
A pesar de que la rocambolesca historia de Salvador tenía visos de ciencia ficción de los años 30, los presentes estaban interesados en los productos que el extraño decía tener, y más importante, si tenía permiso para divulgar dichas sustancias. Salvador dijo que sí, y que algunos de los presentes habían comprobado la utilidad de tanto el ignífugo como del carburante instantáneo.
A fin de cuentas, la gran demostración prometida por Salvador —la de traer uno de los platillos restantes diseñados por los sabios alemanes a un aeródromo cerca de la ciudad— jamás se cumplió, y el mensajero de los hermanos del espacio desapareció para siempre… ¿tal vez para reunirse con ViVenus y reírse a carcajadas?
Las ocurrencias de Ashtar
Ahora está muy de moda tomar un interés activo por la bolsa de valores y “jugar el mercado”. A comienzos de la década de los 70, eran pocos los que solían hacerlo y eran mayormente grandes empresarios o personas habituadas a la cotización de valores. Invertir cincuenta mil dólares y ver un capital reducido a varios miles nada más es una experiencia sumamente dolorosa para el accionista, sobre todo si la pérdida se debe a los malos consejos de un “hermano del espacio”.
La víctima de este descalabro financiero fue H.T., un comerciante de la ciudad de Springfield, Missouri (EUA) entrevistado por el autor Warren Smith para su libro Gods and Devils from Outer Space (Lancer, 1976). Smith, famoso por sus entrevistas y sesiones hipnóticas con Herb Schirmer, el policía secuestrado por un OVNI cerca de Ashland, Nebraska, disponía de un dossier de once casos que según él, “documentabancasos de posesión por seres relacionados con los OVNI”. La importancia del Caso H.T. no sólo se basa en que se trata de un caso de contactismo en el que el contactado no tenía ni el más mínimo interés en la vida extraterrestre, sino porque envuelve al Comandante Ashtar o Ashtar Sheran.
H.T. se describía a sí mismo como el típico hombre de negocios estadounidense: preocupado sólo por los ingresos de su empresa y poco amigo de leer nada aparte de su estado de cuenta. Una buena noche a comienzo de los años 70, decidió acudir a una reunión en la ciudad de St. Louis con el objetivo de aumentar su eficiencia personal y su “potencial humano”. De regreso a casa, el automóvil de H.T. sufrió una avería y se vio obligado a caminar las dos millas (3,22 Km) que lo separaban de su hogar. A mitad del camino, se dio cuenta de que una luz le venía siguiendo; sintiendo un miedo repentino, se lanzó a la carrera, perseguido por el extraño objeto.
La luz se hizo más grande y H.T. pudo ver que se trataba de un platillo volador con luces parpadeantes. Sorprendido, el comerciante dejó de correr para ver el objeto que se le venía encima. Pero el aparato se detuvo a una distancia prudente del testigo antes de salir disparado a gran velocidad.
Pasaron varios días después del extraño encuentro antes de que H.T. comenzara a experimentar fuertes dolores de cabeza y la sensación de que una voz le hablaba. Pensó primero que se trataba de una ilusión producida por la jaqueca, pero al relajarse escuchó lo siguiente: “Soy Ashtar, Representante del Consejo Unido de la Hermandad Universal. Los Consejeros son los gobernantes del universo, y necesitamos de tu ayuda para impedir la destrucción de tu mundo. Debes ayudarnos, el tiempo se agota”.
Aunque H.T. pensó que se trataba, tal vez, de un diálogo entre su inconsciente y su consciente, las explicaciones de Ashtar eran bastante convincentes. Su interlocutor se encontraba en una nave espacial y se comunicaba mediante una máquina de vibraciones cerebrales. Mediante esta comunicación remota, explicó H.T., Asthar le ofreció una excursión a los demás planetas habitados del universo y —lo que más impresionó al comerciante— la promesa de un secreto de negocios que le rendiría millones de dólares.
Este contacto mental duró por siete meses, según el contactado y Asthar se deleitaba en vaticinar el futuro, informándole cuáles serían los titulares de prensa al día siguiente o asesorándole sobre la bolsa de valores. “Me sentí confiado de que se trataba de una persona del espacio exterior”, explicó H.T. a Warren Smith. “Llegó a interesarme en la filosofía, el esoterismo, la Ovnilogía, la PES y la reencarnación”.
Cumplidos los siete meses, Ashtar informó a su contacto en la tierra que había llegado la hora de que el comerciante “salvara a la humanidad”. El mandamiento del hermano espacial consistía en fundar una iglesia, y que los hermanos espaciales convertirían a H.T. en un nuevo mesías, con el poder de sanar, cautivar la atención de millones y ayudar a los demás.
H.T. era un hombre eminentemente práctico y no podía verse a sí mismo como predicador de la “buena nueva” de los extraterrestres. Tan cortésmente como pudo, H.T. rehusó la misión encargada y ofreció a cambio hacer cualquier cosa que estuviese dentro de sus medios.
La voz de Ashtar adquirió tonos amenazantes, advirtiendo al comerciante del peligro que representaba negar los deseos del Consejo Universal. A veces el hermano espacial moderaba su tono, suplicando la ayuda de H.T. para realizar la misión. Mientras que esta tormenta paranormal se desataba dentro del cráneo de H.T., el comerciante podía ver que su mundo se desintegraba: su mujer le exigía el divorcio y sus negocios habían quedado en el olvido. “Estaba tan absorto pensando en asuntos filosóficos”, explicó el comerciante, “que pasaba dos o tres días sin afeitarme”.
Pero el hermano espacial parecía conocer el punto vulnerable del comerciante, que era la especulación bursátil. Comenzó a suplicarle que le consiguiese dinero, como fuera, para invertir en determinada acción. Mediante hipotecas y préstamos, H.T. reunió 50.000 dólares y los invirtió, creyendo en la predicción de Ashtar. Pero a las dos semanas, el valor de la acción había mermado a tan sólo trece mil dólares. Ashtar desapareció completamente de la vida de H.T.
“Ya no escucho voces”, confesó el hombre de negocios. “Me dedico a llevar mi negocio y leo muy poco. La vida me resulta menos misteriosa gracias a las enseñanzas de Ashtar… pero me pregunto si seré capaz de resistir a Ashtar si regresa… me pregunto si perdí más de lo que gané al no seguir sus instrucciones.”
En el espacio hay perros
Miles de estadounidenses de distintas edades disfrutaron —en la década de los años 30, finalizados los estragos de la Gran Depresión— de las aventuras espaciales del personaje Buck Rogers, protagonizado por Buster Crabbe en una serie de películas de matineé que abarrotaban los cines los sábados por la mañana. Veinte años después, miles de estadounidenses se deleitarían con las aventuras de un personaje llamado Buck Nelson, interpretado por sí mismo.
Las crónicas contactistas han exaltado las historias de Adamski, Fry, Williamson y otros contactados de la década de los 50, pero las historias de ninguno de estos se compara en encanto a las aventuras del desdentado e hirsuto montañés Buck Nelson y su perro, que se lanzaron al espacio muchos años antes de que lo hicieran Alan Shepherd y John Glenn con el proyecto Mercurio de la NASA.
Nelson, oriundo del estado de Colorado en el oeste de Estados Unidos, había trabajado como obrero rural y urbano en distintos estados de la unión y en otros países. Después de vagar de obra en obra, decidió asentarse en Mountain View, en plena ruralía del estado de Missouri, la tierra del personaje Huck Finn del autor Mark Twain.
Según el relato ofrecido por el mismo Nelson, su vida sosegada sufrió un vuelco cuando durante una tarde del mes de julio de 1956, el obrero salió de su rústica cabaña para ver tres enormes objetos discoidales cerniéndose casi directamente sobre su hogar. Sin pensarlo dos veces, Nelson agarró una linterna e hizo señales contra uno de los gigantescos platillos, recibiendo como respuesta un rayo que lo bañó de energía sumamente extraña.
El obrero no perdió el conocimiento ni mucho menos. Tras de haber padecido neuritis y otros síndromes relacionados con su vida de esfuerzo físico, Nelson sintió cómo dichos achaques se desvanecían por obra de la fuerza que lo invadía. Los platillos se elevaron y desaparecieron, pero volverían a visitarlo en varias ocasiones.
Nelson adquirió la dignidad de contactado cuando un buen día aterrizó un platillo y salieron tres individuos acompañados por un “perro gigante”. Uno de los individuos resultó ser Little Bucky (pequeño Bucky) un pariente de Nelson que había fallecido algún tiempo atrás, pero que en realidad había cambiado de residencia a Venus. Los otros dos eran venusinos de pro, un aprendiz y un mecánico de doscientos años de edad cuyo aspecto físico era el de un joven de veinte.
Little Bucky había regresado al mundo de los vivos, por lo que parece, para encargarle una misión muy especial a Buck Nelson: velar por la seguridad de su gigantesco chucho Big Bo, sumamente lanudo y con un peso de 175 kilogramos. Las instrucciones eran bastante sencillas: Nelson sólo tenía que cepillar el perro espacial varias veces al día.
Con el paso de los meses, Nelson llegó a acumular cantidades considerables de la lana del “perro venusino”, colocándolo en sobrecitos destinados a la venta en las reuniones contactistas de la década de los 50, principalmente la Cuarta Convención Interplanetaria celebrada por el contactado George Van Tassel en California. Cuando la gente comentó que la lana del perro venusino guardaba un parecido sorprendente con la de un perro terrícola, Nelson repuso, con su inimitable acento: “Claro que sí. Los perros son perros, no importa de qué planeta vengan”.
Nelson no tardó en publicar un librito titulado My Trip to Mars, the Moon and Venus (Mi viaje a Marte, la Luna y Venus) en el que trataba las “Doce Leyes de Dios en Venus” comparándose a sí mismo con Juan el Bautista, y relataba su “viaje a la luna” acompañado por Little Bucky, el perro Big Bo, y su propio perro, Teddy. Sus descripciones sobre la superficie selenita son muy escuetas: Nelson alcanzó a ver una estructura y varios niños selenitas que jugaban con perros de tamaños distintos.
Sin embargo, los chicos lunares se emocionaron mucho al ver a Big Bo, y se montaron sobre su espalda “como si fuera un potro”, según Nelson. En Venus, Nelson se quedó sorprendido de que dicha sociedad practicaba la segregación racial, situación que tuvo su aprobación.
Nelson comenzó a celebrar sus propios congresos en su propiedad de Missouri, llegando a encargar nueve mil hot dogs para un evento en 1959 al que sólo se presentaron 300 personas. En 1964, según recuerda Jim Moseley, Nelson presentó varias diapositivas borrosas de un humanoide venusino, una foto bien enfocada de sí mismo y de su perro Teddy, y una foto de Big Bo.
A pesar de figurar en el elenco de contactados de la época, Nelson parece no haber alcanzado la fama de sus congéneres y sus aventuras autopublicadas no tuvieron el éxito de las obras de Daniel Fry o Adamski.
Sinatra, el peluquero místico
Frank Sinatra es sin duda uno de los gigantes de la música popular estadounidense, pero desgraciadamente jamás se interesó por los OVNIs ni los hermanos del espacio. Le tocaría a otro Sinatra —Andy Sinatra, para evitar confusiones— establecer contacto con los buenos hermanos espaciales y difundir la buena nueva de la salvación por los OVNIs.
Sinatra era un inmigrante italiano que hablaba el inglés a duras penas, y que tenía una peluquería en Brooklyn. Autoproclamándose “el peluquero místico”, el brooklinense se consideraba profeta y vidente, iluminado por sus contactos psíquicos con seres del espacio exterior. La naturaleza de su contacto le permitía realizar viajes astrales sin la engorrosa necesidad de platillos voladores: fue así que el peluquero místico llegó al centro de la tierra y posteriormente a la superficie lunar.
Ayudado por su esposa Giovannina, el peluquero vendía “máquinas psíquicas” —extrañas cintas metálicas para la cabeza, que sobreviven en nuestros días como las “cintas talantes” disponibles por varios dólares en las revistas ovnilógicas— diseñadas para evitar que los “seres espaciales negativos” leyesen el pensamiento de los seres humanos.
En febrero de 1962, el peluquero místico se personó ante la sede de las Naciones Unidas en Nueva York para realizar una ceremonia destinada a proteger el enorme edificio contra las fuerzas destructoras que lo amenazaban. Sinatra y sus aliados —un ejército invisible de marcianos, según su descripción— lograron su propósito ante los atónitos ojos de varios turistas y transeúntes.
Pero los hermanos del espacio parecen haber abandonado a su “elegido” después del incidente en Nueva York: Sinatra fallecería de un cáncer fulminante poco después de haber aparecido en un programa de televisión.
Conclusión
El contactismo en Estados Unidos produjo los pintorescos personajes mencionados arriba además de los otros cuyas historias transcendieron a la comunidad internacional. Puede apreciarse que sus personalidades recorrieron la gama desde personalidades sociopáticas hasta timadores de poca monta, pero ciertos detalles resultan altamente curiosos, tal como la “segregación racial” practicada en la utopía venusina de Buck Nelson: el contactismo parece ensalzar sociedades altamente estructuradas que oscilan peligrosamente en el fascismo, habitadas por seres rubios y de ojos claros de costumbres claramente militares, algo que queda a la vista en el sinnúmero de “capitanes” y “comandantes” adosados a distintas flotas espaciales, o que ostentan títulos nobilarios.
El mismo Long John Nebel, que sirvió de anfitrión a muchos de los contactados descritos en este trabajo, comentó en su libro The Way-Out World (NY: Prentice Hall, 1961) que el nazismo se había vuelto palpable en las narraciones de los contactados que desfilaban ante su micrófono noche tras noche.
Nebel comentó sus preocupaciones con Robert Eric Norden, un politólogo de la época, expresando el temor de que individuos sin miramientos y con fines puramente políticos pudiesen aprovecharse de la ingenuidad de los contactados para perseguir otros fines. Norden, por su parte, consideraba que el movimiento contactista era ideal para ocultar espías extranjeros a plena vista, pero que resultaba imposible manipular a los contactados para convertirlos en una máquina política derechista. El lector debe tener presente, sin embargo, que las cavilaciones de ambos autores estaban marcadas por la preocupación general por la Guerra Fría y la eventual “guerra caliente” que le sucedería.
Los contactados que han sobrevivido los cincuenta años que nos separan de su época dorada inicial son pocos. La mayoría ha fallecido, incluyendo a Ruth Norman su secta UNARIUS, cuyos miembros se vestían como príncipes y princesas en un cuento de hadas. Entre nosotros siguen el Dr. Frank Stranges y su contacto venusino, el príncipe Val Thor; el reverendo Hal Wilcox y su contacto, el Maestro Fahsz del planeta Narvon en el sistema Eltair; Penny Harper y sus amigos del planeta Erra… vestigios de una corriente casi desconocida para los que se interesan en el fenómeno ovni.