Las claves iniciáticas de Erks

Las claves iniciáticas de Erks

Pocas dudas puede haber que una de las historias más atractivas para muchos que -por vez primera o ya como costumbre- se acercan a Capilla del Monte es aquella que habla de una misteriosa ciudad intraterrena, Erks. Cualquier lector conspicuo de estos temas sabe que la versión de su existencia supo comenzar con Ángel Acoglanis, precisamente el autodefinido “portero de Erks” (aunque él citara a incomprobables referentes previos que le habrían transmitido ese conocimiento, como el ínclito Orfelio Ulises Herrera, fuente de inspiración tanto del tan conocido y malogrado osteópata como del profesor Guillermo Terrera (otro personaje sobre el que deberemos regresar en algún momento (Orfelio, no Terrera) ya que el debate sobre su existencia real o no, a este paso, terminará transformándolo en un egrégoro. Sin embargo -tal como demostró el investigador Diego Arandojo así como el Museo Municipal de Bolívar “Florentino Ameghino”- todo apunta a señalar que el tal Herrera no es una invención sino un personaje real, con filiación histórica).

“Sarumah”, la entidad espiritual que -según esa corriente de pensamiento. Empleaba a Acoglanis primero y Terrera luego como “avatares” (poseyéndolos, aunque a sus seguidores les produzca escozores el término, pues si hemos de aceptar el hecho sería indistinguible de uno de esos casos), permitiría así que sólo puñados de testigos presenciaran cuando, desde el balcón natural de Los Terrones, Acoglanis realizara sus invocaciones en “Irdin”, pretendido idioma cósmico, y se abriera el “portal” que permitía ver, en otra dimensión, la ciudad, todo desde ese balcón natural hoy señalado por un arco metálico con un gran cuarzo.. Luego Acoglanis fue asesinado, como es de público conocimiento, y los propietarios de Los Terrones (terreno privado, después de todo) prohibieron los grupos nocturnos. Así que para que el flujo de entusiastas no se detuviera, simplemente decidieron llevarlos a otro punto, más apartado y más allá de Ongamira, la actual “Puertas del Cielo” desde donde y como ya hemos explicado, en plena noche turistas totalmente desconocedores del lugar pero ansiosos por ver a Erks son llevados, señalándoseles las “luces que se mueven” en la distancia (y que si lo cotejaran de día, en lugar de afirmar con entusiasmo que eran “naves en el cielo” cuando de noche en esos parajes es indistinguible la línea de horizonte, comprobarían que se trata del pueblo de Colonia Caroya, Deán Funes y la ruta próxima).

El arco metálico con un gran cuarzo, en "Los Terrones"
El arco metálico con un gran cuarzo, en «Los Terrones»

Sin embargo, mucha gente que tuvo oportunidad de formar parte de los grupos originales de Acoglanis (todo hay que decirlo) siguen hoy sosteniendo la veracidad de sus experiencias allí, desde sus procesos personales hasta, literalmente, la observación de verdaderas “anomalías visuales” suspendidas frente al precipicio. Permítaseme señalar aquí que si un incrédulo lee estas líneas y descartaría (como suelen hacerlo) las afirmaciones de personas que no ha entrevistado previamente sólo por parecerle demasiado “fantasioso” y por lo tanto explicable como fabulaciones o ilusiones, tal afirmación, por más que se disfrace de ropaje académico -que no “científico”, pues la Ciencia, tantas veces injustamente invocada, es otra cosa- es una absoluta falta de respeto, un insulto gratuito. De modo que el debate entre los “creyentes” y los “incrédulos” se seguirá eternizando. Pero estamos aquí para proponer otro abordaje. Uno que nos de, casi, una “clave iniciática” para comprenderlo.

Debo admitir que desde un comienzo sospeché que todo era un bulo. Y esa sospecha se basada en que conocía personalmente (y había seguido las actividades) de algunos de los primeros “impulsores” públicos del tema Erks. Es decir, hablo de gente que he conocido. Allá en los ’80, cuando se dispara el furor por Capilla del Monte (una vez más debo desmentir un concepto que sin fundamento se ha naturalizado: que antes de la “huella del Pajarillo”, en 1986, “nadie hablaba de OVNIs en Capilla del Monte y el Uritorco”: eso es mentira. Yo mismo, cuando de niño visitaba con mis padres en plan vacacional el entonces pequeño y tranquilo pueblito, escuchaba a camareros y turistas hablar de los “platos voladores” durante las veladas en el hotel “Roma”. Aún en febrero de 1986, cuando con el equipo de la revista “Ufopress” visitamos la localidad (Jorge Suárez era todavía Secretario de Gobierno), nuestras reuniones con los lugareños y con Monir Addur, entonces Secretario de Cultura (luego también extrañamente asesinado; y pensándolo con perspectiva nunca se investigó suficientemente las circunstancias de ese homicidio, rápidamente zanjado justificándolo en rumores personales sobre Monir que corrían por el pueblo) el relato de las apariciones previas -previas en años- de OVNIs en la región eran absolutamente cotidianas. Aún más: cuando en enero de 1986 el viejo grupo IPEC, del que me había desvinculado recientemente en ese entonces, visita el lugar y se establece varios días, lo hace bajo la idea, justamente, de establecer una extensa “vigilancia OVNI” en la región.

Entonces y como venía escribiendo, la historia de Erks, que escuché ya allá por 1986, me parecía sumamente improbable. Pero de todos modos deambulé muchas veces por esas sierras (cuenten que solamente de ascensos a la cima del Uritorco, acumulo 22 al día de hoy) y por cierto, vi OVNIs, vi otros fenómenos extraños (y me sucedieron) pero no encontré evidencias de una ciudad intraterrena. Al comienzo eran los libros de Triguerinho y Dante Franch los que estimulaban la imaginación, con sus gráficas amateurs que mostraban naves entrando y saliendo por “chimeneas” en el Uritorco a la “base” de varios niveles que habría en el subsuelo. Cuando uno les señalaba que no hay chimeneas en el Uritorco (los amigos mexicanos la tienen más fácil con el Popocatépetl) nos decían que las rocas ocultaban compuertas que se abrían y cerraban a su paso. ¿Pruebas? Ninguna, pero era cuestión si te “resonaba” o no la afirmación. Y cuando les decíamos que seguíamos sin encontrar huellas, pues sencillamente se explicaba por nuestra falta de evolución espiritual, porque no estábamos preparados o “no era el momento”.

Eran tiempos en que Capilla del Monte seguía siendo un pueblito (pero ahora cada vez menos tranquilo), no existían redes sociales ni internet y no eran muchos quienes podían ubicarle con precisión en el mapa. De tal modo que -incluso hasta los primeros años del siglo XXI- mucha gente creía que para apersonarse se necesitaba una logística complicada, entrenamiento de montaña y todas esas fantasías que la febril imaginación emplea para completar los vacíos de lo desconocido. Pero llego internet, Capilla creció groseramente y todo estuvo más cerca, más sencillo, más evidente. Como la evidencia que sostener la idea de la “ciudad intraterrena” se hacía, justamente, insostenible. Era una lástima: fueron los años que comenzó a correr como reguero de pólvora los rumores de otras muchas “ciudades intraterrenas” (“Isidris” bajo Uspallata, Mendoza, otra bajo la estancia “La Aurora” en Uruguay, otra en el monte Shasta, en California, otra bajo los esteros del Iberá (según Matías Di Stéfano, del que también deberemos escribir en algún momento).

Con el advenimiento del nuevo milenio, el concepto de Erks comenzó, literalmente, a “desmaterializarse”. Ya era entonces una ciudad en “otra dimensión”, a la que se accedía mediante circunstancias y exigencias muy especiales. Esto era interesante: finalmente se imponía la visión de Acoglanis, quien siempre sostuvo su naturaleza “etérea”, y sospecho que el concepto intraterreno era en cambio alentado por Terrera (quizás porque la idea de una “tierra hueca” siempre fue atractiva para quienes manifiestan simpatías filonazis. A los recién llegados: sobrer las mentiras de Terrera, por ejemplo, he escrito aquí: Templarios en América: la mentira filonazi de Terrera) o bien por aquel citado y añejo equipo IPEC (donde Franch participara) incapaces de comprender intelectualmente la sutileza de la “astralidad” e inclinados a la mirada más prosaica de “una base de ovnis bajo tierra”. Porque recordemos que avanzados los ’80, no se hablaba de ciudad intraterrena -otra vez, no confundir con Erks que era literalmente un concepto propiedad de Acoglanis y siempre remitido a lo etéreo- sino de “base subterránea”. Con el paso de unos años., especialmente tras la muerte de Acoglanis, es que se asimiló la “base” con la “ciudad” y, en una primera instancia, se “trasladó” la misma bajo tierra.

Escribí párrafos arriba que en aquél entonces era yo escéptico frente a la idea de una “ciudad”, tanto subterránea como en “otro plano”. Aclaro antes que oscurezca: sigo siéndolo. Mi evolución -de ideas solamente- es preguntarme si no deberíamos comprender Erks en tono de “clave iniciática”.

Como es bien sabido pero suele olvidarse, una “clave iniciática” es una alegoría, una leyenda, en ocasiones un símbolo o un objeto, que re-interpretado adecuadamente provee, en primer lugar, un aprendizaje del que se carecía antes pero, necesaria e inevitablemente, una experiencia personal intransferible de ese conocimiento. Si sólo se trata de “información”, no sería iniciático, es decir, esotérico, sino “exotérico”. Y entonces, ¡cuál sería la “clave iniciática” de Erks?

Aquí es donde tendremos que preguntarnos si no debemos reconsiderar a Acoglanis. Existen quienes le han considerado un fabulador, alguien que “inventó” toda la saga Erks, si no para ganar dinero, cuando menos para satisfacer su ego reuniendo una cohorte de admiradores (admiradoras, casi en su totalidad). Sin embargo, otras circunstancias -las de su asesinato, por ejemplo, nunca bien aclarado (así como el destino del asesino)- y los testimonios de mucha gente confiable obligan a ser prudente y mesurado.

Me pregunto si Acoglanis, en efecto, no poseía el saber y la llave para acceder a ciertos planos trascendentes. Y hábilmente, cubrió con un manto de cierta y controlada “desinformación” para que sólo los Iniciados accedieran al arcano. Un manto que, a su desaparición, malinterpretado, exagerado o falazmente estimulado se transformó en el aluvión absurdo de afirmaciones sobre la ciudad subterránea y demás.

Porque como recordamos, Acoglanis proponía que en la zona -no necesariamente ese punto específico donde llevaba a sus amigos; hacer pensar eso sería, justamente, la habilidad despistante de un iniciado frente a los profanos- la Realidad podía alterarse. Abandonen, lectores ahora, sus propios prejuicios y sesgos de aceptación sobre “portales”, “stargates” y “cómo debería verse” otra dimensión, y enfóquense en esta línea, que tal vez algunos sepan dimensionar: en ciertas circunstancias (¿temporales?, ¿electromagnéticas?, ¿psíquicas?) en la zona se altera la Realidad.

¿Cuáles son los fundamentos de esta afirmación? Las personas que llegan por primera vez a la localidad, suelen -entre tantos- oír reiteradamente el comentario (yo también lo he hecho) que, además de eventuales observaciones de luces no identificadas y posibles “entidades” (si “duendes”, “elementales”, etc., pasa por la opinión respetable de cada uno) en Capilla del Monte hay una “energía inteligente” (a falta de definirlo de otra manera) que provoca que “pasen cosas”. ¿Qué cosas? Repetimos -lo hemos comprobado muchas veces- que pareciera que no hay cortapisas con el lugar: o te acoge y te arropa amorosamente y uno quiere regresar una y otra vez, o te patea donde la espalda cambia de nombre y ya no quieres saber de regresar. Eso, en primer lugar. Pero podríamos abundar en numerosos ejemplos de cómo las “cosas extrañas” que ocurren tiene que ver con distorsiones en la percepción espacio temporal, casos de “tiempo perdido”, encuentros inexplicables, un océano de emociones y sensaciones indefinibles e intransferibles (pero absolutamente evidentes para quien las protagoniza). En el “Addenda” de esta publicación incluiré algunos episodios como ejemplos, incluso propios, que no hago en el cuerpo central de esta nota ya de por sí extensa para no resultar aburrido y dejar su lectura a quien interese. Pero, retornando a aquella “clave iniciática”, las enseñanzas del lugar -en boca de Acoglanis, “Sarumah” o alguno de los muchos guías, conocedores, maestros o simples “vivenciadores” que han elegido en un momento dar un vuelco sorpresivo a sus vidas comenzando de cero en ese pueblo- señalan cómo, cuando el buscador se permite abrirse a los relatos, a la magia paisajística del lugar, a las sensaciones, aumenta la probabilidad estadística que le ocurran anécdotas como las que describiremos. Si “portal”, alta demografía de duendes, construcciones egregóricas, ideoplastias o la intervención de fuerzas de otros planos, es materia del parecer de cada uno, y bien respetable es que sea así. La clave, entonces, es cuál es el estado de consciencia que me permito sostener mientras deambulo en el lugar, con lo que Erks, entonces, no sería ni base subterránea de ovnis ni ciudad astral: Erks es un estado de consciencia.

En tanto, ¿qué ocurre con los testimonios de las personas que -junto a Acoglanis- afirman sí haber visto Erks?. En puridad, yo no he encontrado a nadie que diga haber visto una “ciudad” al otro extremo de un túnel de luz: sus comentarios hablan de “luces”, “nubes fosforescentes”, entidades sutiles y traslúcidas vistas en las proximidades. Que se concluya casi por carácter transitivo que esas son evidencias de una “ciudad astral” es sólo la expresión de la necesidad de un cierre cognitivo. Y reafirma así, entonces, el enmascaramiento sutil que buscó Acoglanis y la tesis propuesta en este artículo.

Addenda

Comenzaré relatando dos episodios en los que estuve involucrado; podría citar varios más. En todos los casos, reservo en el anonimato los nombres de sus protagonistas, simplemente porque no he recabado sus autorizaciones para publicarlos en este ensayo.

Caso 1

"Paso del Indio"
«Paso del Indio»

Desde unos días antes recorría los puntos de interés de la zona con un nutrido grupo de acompañantes (en su mayoría oriundos del Paraguay). Uno d ellos sitios que habitualmente visitamos es Los Mogotes, con su atractivo “Paso del Indio”. Para amenizar, emprendiendo el regreso suelo gastar la misma broma a mis grupos: llegando a una zona donde la roca, extremadamente lisa y con pequeño declive recorre una decena de metros, les cuento que allí realizaremos un antiguo ritual “comechingón”, bajo la admonición que, quien no lo haga, podría esa noche ser visitado por los “duendes” del lugar para reclamarles. Respetuosos y atentos, todos esperan las sagradas instrucciones que terminan siendo… deslizarse en “culipatín” (surfeando con las pompis, bah) toda la extensión de esa roca, cosa que todos hacen siempre entre risas y gritos, despertados sus niños internos.

Bah, no siempre todos. En esta ocasión una de las damas paraguayas nos dice que no, que ella no lo haría. Que la superficie de la roca estaba un poco húmeda, que iba a mojar y ensuciar su ropa, y algunas cosas más. Le digo, socarronamente, que se haga responsable de la visita de los “duendes”, y mirándome fieramente me responde que sí, que vinieran los duendes nomás que ella se encarga. El resto del día transcurrió con otras actividades y para la noche habíamos olvidado la circunstancia.

Al despertar el día siguiente -nos alojábamos en un hotel céntrico- y en el momento que bajo a desayunar, asoma esta damita de su habitación (que compartía con dos amigas) y, muy enojada, me espeta:

-“¿Vos les dijiste a “éstas” -señalando con un golpe de cabeza el interior de la habitación- que me hicieran esa broma?”

Desconcertado, le comento que no sabía de qué hablaba y me señala pasar al cuarto. Las dos amigas estaban descostilladas de la risa. Y las tres me cuentan lo sucedido. Esta chica gustaba despertar muy temprano para tomar mate. A última hora de la noche había dejado junto a su cama un termo con agua y el equipo de mate y, al despertar, en primer lugar casi cae de aquella: encendiendo la luz, descubre que alguien había anudado fuertemente un extremo de la sábana con una de las frazadas (muy fuertemente; a mí mismo me costó mucho esfuerzo desatarlo) y además el termo había desaparecido. Las otras compañeras reían y hacían culpable al “duende”. Lo cierto es que juraron no haber sido ellas y el termo, por cierto, jamás volvió a aparecer.

Caso 2

Con otro grupo estábamos almorzando en un pequeño restaurante sobre calle Pueyrredón. La gran ventana junto a la que habíamos armado la larga mesa de nuestros comensales estaba abierta, en lo que era una antigua casona refaccionada. Entre risas y relatos cenamos, y llegó la hora de los postres. La camarera fue tomando nota, aclarando que quedaba sólo dos tipos: budín de pan y queso y dulce, popular postre argentino que consiste en un buen trozo de queso -de distintos tipos según el caso- y una porción de dulce de batata o de membrillo. Es muy popular en Argentina; se le conoce simplemente como “fresco y batata” o “vigilante”. Aclaro esto último: en nuestro país se le solía decir “vigilante” al agente de policía y muchos, muchos años atrás, cuando en las ciudades solía haber agentes “de parada”, es decir, apostado de guardia cada dos o tres cuadras, en el paréntesis del almuerzo, por sus bajos sueldos, solían pedir, simplemente como refrigerio, un “fresco y batata”. Por adoptar casi todos los miembros de los cuerpos policiales esa costumbre, pasó a la cultura popular como “postre vigilante”.

Bien, ahí estábamos, ordenando postres según nuestros gustos cuando al llegar a D., una de las integrantes que a la sazón estaba sentada junta a la gran ventana abierta, interrumpió aquello que estaba diciendo (y que debía ser muy divertido porque estaba ese grupito a las risas) y golpeando la mesa con la palma de la mano casi gritó: “¡Yo quiero un vigilante… ya!”.

En ese momento, un estruendo nos sobresaltó. De la nada, sobre el alféizar de la ventana abierta, había saltado un enorme perro pastor ovejero alemán, que miró a D. fijamente unos tres o cuatro segundos, volvió a saltar a la calle y se perdió en las sombras.

Aclaración necesaria: en Argentina, a la raza pastor ovejero alemán le conocemos como “perro policía” (por haber sido siempre el predilecto de las brigadas K-9)

Caso 3

Copio textualmente el relato de M. y G . )a partir de aquí se respeta el léxico, sintaxis y opiniones personales incluso sobre temas colaterales de las testimoniantes, para cuidar la transparencia de las transcripciones):

“Esta semana fuimos a Capilla del Monte con mi prima, G., (prima-amiga). Llegamos el sábado 9 de abril de mañana, nos quedamos en la Hostería Las Gemelas, a unas seis cuadras del centro, rumbo al cerro Las Gemelas, no sé si el barrio también se llama así.

En ese primer día visitamos El zapato y Los Mogotes y el Paso del indio. Durante el día fuimos y volvimos de la hostería al pueblo, tres veces, podemos decir que conocíamos bien el camino, porque, además, era muy fácil.

En la noche, volvíamos del centro, una vez más, y tomamos el mismo camino, cómo no era tan lejos, compramos un bidón de agua, era pesado, pero no importaba, porque era cerca.

Salimos del almacén y comenzamos a caminar, por el “mismo camino” que ya conocíamos. Era de noche, pero estaba todo iluminado. En un momento vimos un rectángulo en sentido vertical , o sea más largo que ancho, como si fuera algo así como de un metro de largo y unos 20 cm de ancho, en proporcionalmente hablando, pero no podría decir exactamente cuales eran sus medidas, ese rectángulo era de varios colores, muy luminosos donde predominaba el azul y el verde, supusimos que era una antena que habría en ese lugar, así que no nos cuestionamos nada, ni pensamos en nada místico ni sobrenatural.

Debo aclarar que nosotras dos somos personas bastante espirituales, que siempre queríamos ir a Capilla, pero no teníamos mucha idea del porqué, y antes de ir, decidimos no leer nada, ni buscar nada de información, yo siempre decía: “no quiero leer ni ver nada antes de ir, quiero que Capilla me sorprenda”, así que no estábamos predispuestas a ver nada, ni estábamos pensando en que nos pasaría alguna cosa sobrenatural, porque no sabíamos qué nos podría pasar, tampoco. Pero estábamos abiertas a nuevas experiencias, que pasara lo que tuviera que pasar. A lo sumo esperábamos ver un OVNI.

Bueno, sigo con el relato de nuestra experiencia: En un momento, la luz desapareció, y comenzamos a pensar que esa no era la calle por la que habíamos ido anteriormente, y nos dimos cuenta que ya habíamos caminado muchas cuadras, cuando antes habíamos caminado unas seis o siete cuadras. En ese momento vimos a una mujer que venía caminando de frente, y creemos que venía con otras personas, pero no lo recordamos muy bien. Le preguntamos si sabía dónde quedaba la calle Alem (nunca mencionamos la hostería, sólo preguntamos por la calle). La señora nos respondió que esa calle comenzaba ahí mismo, en esa esquina, pero que era del otro lado, que teníamos que caminar como diez cuadras y atravesar el callejón. En ese momento, no nos cuestionamos nada y seguimos nuestro camino. Doblamos por la calle Alem, y caminamos y caminamos, atravesamos el callejón y seguimos caminando unas diez cuadras.

Llegamos a la hostería, bastante desorientadas, pero siempre pensando que de alguna manera nos habíamos equivocado de camino, sin darnos cuenta.

Esa noche llovió mucho, hubo tormenta eléctrica, de todo, y yo, que soy una persona de sueño muy liviano, no me enteré de nada, dormí muy profundamente.

Al día siguiente subimos el cerro Las Gemelas, y fue muy difícil, estábamos muy, pero muy cansadas, sin energía. Pero muchas cosas nos emocionaron mucho, nos sentíamos algo “raras”.

Volvimos, y al otro día fuimos a Los Terrones y Ongamira. Allí hicimos el paseo guiado, y la guía nos explicó algunas cosas, y recién ahí empezamos a cuestionarnos un poco sobre lo que nos había sucedido. En la noche, hicimos el mismo camino, pero al revés, buscando alguna explicación, nunca vimos esa “antena”, es más, nunca más la vimos, desde ningún lugar, además, la verdad que para ser una antena era bastante rara, pero tampoco sabemos qué fue.

También nos pusimos a pensar en aquella mujer, ¿cómo sabía adónde íbamos nosotras si nunca le mencionamos la hostería?”

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