«Morir es como un viaje en tren: lloran los que le despiden en el andén, pero el que viaja está muy contento”.
Estas fueron las palabras de Víctor, “El Gallego” como le conocíamos, de respuesta a otro periodista cuando le preguntaba sobre lo que fuera el tópico dominante de las dos últimas décadas de su vida: la muerte o, más bien, la Vida más allá de ella. Este jueves 13 de diciembre se cumplirán once años desde que Víctor se subió al tren y nos saludó por una ventanilla y por última vez… y vale la pena detenerse en el recuerdo.
Para aquellos lectores no argentinos que no le conozcan (es difícil que los connacionales, salvo que sean pequeños, no sepamos a quién nos referimos), supo ser periodista y conductor de TV, muy popular en este país desde 1970 y tantos en adelante. Al frente de numerosos programas de radio, columnista en periódicos y revistas, primero iniciándose en la sección “Policiales” (de esa época hizo otro gran amigo, hoy también llorado, Enrique “El Turco” Sdrech, a quien por esas sincronías del Universo, tanto afecto yo mismo le debo de recién iniciado en estas lides). Pero –y no tan por fuera de su actividad profesional– “El Gallego” y “El Turco” se parecían en otros intereses: el fenómeno OVNI y la Parapsicología.
Sueiro sufre un infarto agudo de miocardio en 1990 que, sumado a una serie de once intervenciones quirúrgicas de distinta complejidad por cuestiones siempre cardíacas, le llevan –desde ese primer episodio– a tener la típica visión del “túnel de luz” y las presencias en esa experiencia peritanatológica. Y una vez repuesto, sintió que tenía que compartir lo vivido con la mayor cantidad de personas posibles. Ya lo habían hecho antes numerosos autores e investigadores, nacionales y extranjeros. Pero Víctor era un comunicador nato, un tipo de carácter gruñón cuando se enojaba pero se le pasaba enseguida y siempre tenía su mano tendida y sus brazos abiertos para ser solidario y proactivo, con conocidos y desconocidos. En ese sentido, déjenme contarles las circunstancias en que le conocí.
Yo tenía a la sazón 15 años. Hablamos de 1973. Ya estaba metido de lleno en esto de los OVNIs. Organizado con amigos adolescentes nuestro grupo de “investigación”, estábamos desde hacía unos meses editando un boletín mensual y habíamos brindado nuestra primera conferencia pública –en el Salón de Actos del colegio secundario al que concurría en ese entonces– y nos aprestábamos a organizar una segunda. Imaginarán ustedes este contexto, con todo el entusiasmo –y la ingenuidad a prueba de bombas– de mis 15 años.
Una tarde suena el teléfono de mi casa (de casa de mis padres) y preguntan por mí. ¿Quién era? Víctor Sueiro. Que en ese entonces se encontraba al frente de un popularísimo programa de televisión (“Teleshow”) junto a Laly Covas, José de Zer (cuando aún no gritaba “¡Seguime, Chango!”) y Alfredo Garrido. Tiempo atrás yo había enviado a la producción de ese programa uno de aquellos mentados boletines y he aquí que el tipo, al teléfono, me decía que le había interesado muchísimo y que… querían entrevistarme en TV. Fijamos la entrevista para una semana más tarde.
Se imaginarán ustedes la semana de ansiedad y exaltación que pasé. No sé cuánto habré dormido en esos días. La cuestión es que llegó el día de marras y –hecho un manojo de nervios– fui al canal de televisión. Larga espera, un productor que sale y me atiende y se regresa, más espera, una productora que vuelve para preguntarme lo mismo y se vuelve sobre sus pasos, otra larga espera, yo mirando mi reloj pulsera, nervioso, pues era hora de comenzar al programa y –en mi debut– suponía un período de pre-producción, cuando de pronto me buscan y me hacen pasar a una pequeña oficina. Un par de minutos y aparece… Víctor Sueiro. Yo era una sola, enorme sonrisa. Sonrisa que se hiela cuando Víctor, muy amablemente, me dice que debe ser una broma: él nunca me había llamado.
No sé –pero imagino– cuál habrá sido mi cara porque –a escasos minutos de comenzar el programa que, huelga aclararlo, iba “en vivo”– me pide que me siente y le comente qué es lo que hacía, a qué me dedicaba. Le relato de nuestras “investigaciones”, nuestras conferencias, nuestro boletín. Escucha, ojea la publicación, se detiene en algunos párrafos, se disculpa, se asoma al pasillo, llama a la productora que me atendiera en segundo lugar, hablan en voz muy baja algunas palabras y se asoma nuevamente al cubículo diciendo:
–Tengo que irme al programa. Pero esta señorita te tomará ahora algunos datos y se pondrán de acuerdo; te haremos la entrevista la semana que viene.
Y ese año, estuvimos siete veces en Teleshow.
Ése era el Gallego.
La explicación del equívoco fue sencilla: ¿recuerdan que les comentaba que nuestro “grupo de investigación” estaba formado con amigos de mi edad? Pues el tío de uno de ellos decidió hacerme la “broma”, llamándome por teléfono y haciéndose pasar por aquél. Hoy, retrospectivamente y perdónenme la franqueza, pienso en eso y concluyo que este caballero se portó como un verdadero ya sabrán qué… sin medir cómo afectaría a un adolescente de quince años la situación, habida cuenta de que –si me permiten– “aquellos” adolescentes quinceañeros no son los de hoy. Y comprendo el enojo mortal de mi madre, preclaro antecedente genético de quien esto escribe, que le buscó y le dijo unas cuantas verdades en el rostro. Por un tiempo, ambas familias –la amistad era más allá que la de Alejandro, mi amigo, y yo– estuvieron un tanto distanciadas. Yo, envuelto en la fascinación y la alegría de ese debut mediático, creo que ni me sentí afectado. Y siendo un tanto displicente me pregunto hasta dónde este individuo fue sin saberlo instrumento de un Universo que me puso en el camino transitado hasta hoy…
Muchas otras veces me crucé con Víctor, en los estudios televisivos, radiales, en alguna redacción, con un par de cafés. No sé si podría haberme llamado “amigo” de él; no sé si tuve ocasión de corresponderle o de compartir tanto como él compartía con quien se acercara porque su corazón era inmenso, un recipiente infinito.
Éste, era el Sueiro persona. Como escritor y profesional, muchos recordarán sus numerosos libros sobre el Más Allá, hay que decirlo, con una fuerte impronta devocional: Víctor era un católico practicante confeso pero a la vez enormemente abierto a otras confesiones y respetuoso de la opinión y creencia del otro. Escribió estos libros, casi todos “best sellers”: “Más allá de la vida”; “Más allá de la vida II”; “Poderes”; “Curas sanadores”; “El ángel, un amigo del alma”; “Año 2000: las profecías”; “Historias asombrosas”; “La Virgen, milagros y secretos”; “Líbranos del mal”; “Milagros más que nunca”; “No tengan miedo”; “El ángel de los niños”; “Bendita tú eres”; “Los siete poderes” y “Crónica loca”. Supongo que los neocríticos dirán que estos libros eran anecdóticos, superficiales y hasta tendenciosos a lo religioso y quizás tengan algo de razón. Pero no podrán refutar el hecho de que en esas décadas Víctor abrió el debate público de temas urticantes y espinosos a la vez de poner a disposición –en tiempos pre Internet– de material que tratara de satisfacer las expectativas de información de un enorme público interesado que no sabía buscar en otro lugar que no fuera en esos medios abiertos. Fue un pionero, un paladín de intelectos a los que estimaba interesantes pero desconocidos y sobre todo, un defensor del derecho de expresar toda opinión, toda creencia, todo episodio sin el sambenito periodístico de “nota de color” cuando no de “fraude” o delirio patológico.
Por ello, esta semana varios recordaremos rendirle un homenaje. El amigo doctor Antonio Las Heras, por su parte, convoca el mismo jueves, a las 15 horas, a quienes deseen acompañarle en el Cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires, frente a la bóveda que guarda sus restos para compartir algunas palabras y depositar una ofrenda floral. Nosotros lo recordamos desde estas líneas y un pequeño podcast de homenaje. Y el permanente recuerdo y agradecimiento.