GUARDIANES DE LA LUZ, BARONES DE LAS TINIEBLAS (Tercera parte)

GUARDIANES DE LA LUZ, BARONES DE LAS TINIEBLAS (Tercera parte)

CAPÍTULO 2

    Escribir este ensayo resume una búsqueda de muchos años, con una evolución en las ideas, desde ser un integrante más del “pelotón de tuercas y tornillos” que con una concepción materialista veía en los ovnis simplemente naves, tripuladas o no, extraterrestres, hasta descubrirlos como vectores de una dimensión paralela que actúan como un arquetipo catalizador[1].

     Unos, de acuerdo a la personalidad y bagaje genético y/o cultural de cada uno de nosotros, asumiendo las más variopintas manifestaciones, para despertarnos a esta Realidad Paralela. La pérdida del sistema celular de familia (en cuanto, más allá de los sinceros sentimientos, es un mecanismo del Sistema para abrumarnos de “responsabilidades” y “compromisos” que bloqueen la Búsqueda[2]) o dificultades económicas, todo lo cual nos lleva a “ver en la dirección correcta”, superado la Noche Oscura de las dudas y las tribulaciones (donde muchos se detienen) para terminar descubriendo que cuando logramos “sintonizar” todo se encamina mejor… si tenemos el coraje de abandonar lo seguro. Por lo que la seguridad (material, familiar, religiosa) es una forma de controlar a las masas, y de allí que se nos eduque desde pequeños en cuanto a que lo que se sale de lo seguro sólo merece denuestos (locura, irresponsabilidad, reproches de los seres queridos, soledad).

     La Causalidad rige el Universo. Acabo de hacer un paréntesis en el escribir y tomo un libro para distraerme. Es “Una realidad aparte”, de Carlos Castaneda. Abro una página al ¿azar?. Y mis ojos acaban de caer sobre este párrafo donde habla Don Juan: “El mundo es así-y-así o así-y-asá sólo porque nos decimos a nosotros mismos que esa es su forma. Si dejamos de decirnos que el mundo es así-y-asá, el mundo deja de ser así-y-asá. En este momento no creo que estés listo para un golpe tan enorme; por eso debes empezar despacio a deshacer el mundo”.

 ¿Casualidad?. El libro, regalo de un amigo,  tiene 302 páginas de texto y precisamente allí (¿bibliomancia?) cae mi vista. No: es un S.P.A.[3]. Una señal de que estoy haciendo lo correcto, el Wu Wei del Universo, en un sentido jungiano. Así que sigo.

     Me resultaría sencillo y conveniente enmascarar la información y conclusiones dadas en este trabajo como fruto de algún tipo de “revelación” de orden superior. Creo que eso es lo que hacen algunos “contactados” que predican su propia óptica de las cosas, claro que poniéndolo en boca de algún mensajero extraterrestre o espiritual. No es lo mismo, claro, que Gustavo Fernández afirme que las inteligencias que nos visitan tienen tal o cual intención, que Gustavo Fernández revele haber sido contactado telepáticamente por el comandante galáctico Ikrena o el ángel Istarion – El. En todo caso, si hay algo atípico en esta lectura, conceda el lector la pitanza de ver este bodoque literario como una forma ersatz de escritura automática inconsciente.

     Si la filogénesis repite la ontogénesis, si la evolución del ser (humano, por ejemplo) va desde el sencillo espermatozoide flagelado hasta el bebé con conciencia pasando por el renacuajo y el mamífero placentario, si ello es cierto (y hasta la Biología ortodoxa lo sostiene) la evolución en los distintos ciclos de vida, encarnación tras encarnación, repite la evolución biológica, de estadio en estadio. Esto, claro, no lo dice la Biología. Ni siquiera este autor. Sin hablar de filogenia u ontogenia, pero sosteniendo que la metempsicosis cumple función similar al crecimiento del feto, lo decía ya Pitágoras. Si es un concepto revolucionario hoy, piensen en veintitrés siglos atrás. Por esto y otras “audacias” Cirión de Trotona (el primer Illuminati inquisitorial conocido) “empujó” al suicidio a Pitágoras y envió a la muerte a muchos de sus discípulos. Hizo Cirión lo imposible para borrar hasta su recuerdo, tarea inútil por lo que vemos.

     La ontogenia siendo repetida por la filogenia y ésta por la reencarnación, he ahí una enseñanza invalorable y clave de crecimiento interior. Un crecimiento sistemáticamente torpedeado por las Iglesias, todas, necesitadas de vendernos la explicación mágica del creacionismo. Somos imagen y semejanza de un dios. Ante la evidencia del evolucionismo y la férrea tozudez de los creacionistas, uno cae en el riesgo de la herejía espontánea: si Dios nos hizo a su imagen y semejanza pero tenemos tanta familiaridad con los simios, entonces la imagen de Dios es la de un mono. Prometo, en la próxima visita al zoológico, hacerlo con respeto devocional.

     Y en plan de irreverencias doctrinales y manejos de energías, no sería desatinado volver aquí sobre la naturaleza antropofágica de nuestros cultos. ¿Qué es el simbolismo de la liturgia misal, sino la sublimación del viejo rito de almorzarse al rey-sacerdote?. No es ocioso recordar que muchas de las más antiguas culturas lo hacían. Los celtas, como ejemplo, enfrentaban en ocasiones la contingencia de una cierta endofagia semi divina: se comían a su rey. En el preciso caso de los celtas, el pavoroso proceso era precedido por el acto de la cópula del rey con una yegua blanca, que luego era trozada y hervida en un gigantesco caldero… junto con el desdichado monarca, para después ser esta pareja zoofílica el plato principal del pueblo en esa (in)fausta ocasión.

     Sexo bestial, muerte, canibalismo. Difícil digerir (uff, fallida elección del verbo) tanta violencia sádica al pensamiento tercermilenarista. Pero a la irrefutabilidad histórica de estos hechos puede anteponerse la certeza de que, al igual que los masivos sacrificios de otras culturas, no han sido per se orígenes de nada sino recuerdos tergiversados (intencionalmente, sospecho) del conocimiento aún más arcaico (ignoro si de “esta” Humanidad o una anterior) de una transmutación alquímica: la de elevar las energías sexuales de la categoría animal a la semi divina y el peligro latente del vampirismo vital.

     En las horas litúrgicas de “maitines” entre las cuatro y las cinco de la mañana de ese 15 de febrero de 1600, un grupo de hombres embozados en sayos negros se afanaba enterrando hasta una tercera parte de su largo en tierra, un grueso madero burdamente cepillado a hachazos.

    No lejos de allí, donde Campo di Fiore diluía sus miserables casuchas de artesanos y pequeños comerciantes en las orillas del verde mar del bosque, con los oídos atentos al silencio sesgado aquí y allá por los aullidos de algún lobo, otro grupo reunía ramas y leños sobre un carro.

    Una hora después, los dos grupos se reunieron. Los leños fueron arracimados alrededor del madero enhiesto, y los pobladores comenzaron a llenar el lugar, incipientemente bañado por la decadente luna de ese tardío invierno italiano. Jueces, altos dignatarios de la Iglesia, los funcionarios del brazo secular, el verdugo, los curiosos clavaron su mirada en la cetrina puerta del cercano monasterio, la puerta desde donde se abría el camino final de los condenados a la hoguera, uniendo las mazmorras con el cadalso.

    Seis meses de torturas exquisitamente elegidas, donde el potro era apenas un descanso después de las tenazas al rojo mordiendo las tetillas y las pinzas de hierro arrancando las uñas, no sirvieron para que el monje Giordano Bruno se retractara de su principal herejía: afirmar que había muchos mundos habitados como el nuestro en el Universo, que las estrellas eran soles alrededor de los cuales giraban otras Tierras y que el hombre no era la obra máxima de Dios, sino apenas uno más de sus innumerables hijos racionales expandidos por el Cosmos.

    Cuando Bruno estuvo atado con cadenas al madero, se le ofreció, como gracia última, el arrepentimiento de sus blasfemias y el reconocimiento de sus errores, con lo que los inquisidores, en un gesto de bondad que campeaba por entonces, ordenarían estrangularlo antes de quemar su cuerpo, evitándole así mayores sufrimientos. Giordano se negó. Azorados, y contraviniendo algunas normas después de intercambiar rápidos comentarios dieron aquellos la orden al verdugo de repetir el ofrecimiento —oportunidad extraña para la moral de los inquisidores— advirtiendo que, en este caso y de aceptar Giordano la retractación, la madera seca sería reemplazada por leños verdes, para provocarle la asfixia antes que las llamas lamieran su carne.

    Simplemente para no comprometer un agradecimiento moral en el último instante de su vida para con sus exterminadores, Giordano volvió a negarse y arrojó al aire dos maldiciones: una, dirigida específicamente a sus jueces, los cuales tres murieron antes de un año. La otra, a la orden del Santo Oficio. “Aún estarán ardiendo mis cenizas —dijo— cuando mi vida estará olvidada. Aún no habrán removido las brasas, cuando el pueblo os habrá olvidado a vosotros. Pero será cuando nuestros huesos y vuestros nombres estén sepultados por el polvo, el momento en que mis ideas seguirán tan luminosas como ahora”.

   A la plebe que se burlaba de su martirio, sólo le dirigió una mirada despectiva. Y comenzó a arder.

     El filósofo francés Pierre Piobb escribió a principios del siglo XX: “En el Medioevo, a los magos se les quemaba en las hogueras. En el siglo XX, se les cubre de ridículo, lo que es todavía peor, ya que el ridículo jamás ha creado mártires”.

    Piobb hablaba de los “magos” (de “magista”: sabios) como pioneros del conocimiento. Como aquellos que pudiendo encerrarse en el dogmatismo académico habitualmente aceptado, preferían arriesgar el crédito en terrenos desconocidos para el intelecto. “Las grandes ideas —escribió alguien— las sueñan los locos, las amasan los audaces, las popularizan los doctos y las disfrutan los mediocres”.

    Y cuando uno fatiga los claustros universitarios y se detiene a pensar en el papel que jugará en el burgués concierto social advierte —por más que trate de mirar hacia otro lado— que en un determinado momento se ve enfrentado a una elección terminal: o comulga con el sistema en que se encuentra inmerso, o se enfrenta a él. Y uno elige. El camino ya conocido, con su sensación de confortable estabilidad, de rutina mental, de somnolencia espiritual, de hipocresía a la que llaman diplomacia, del argentinismo (y argentinísimo) “no te metás”; o el otro, el de lo desconocido y lo enigmático, el plagado de obstáculos, el de los constantes sinsabores y desengaños, el de chocar contra los prejuicios… pero aquél donde a la distancia siempre está la esperanza de la luz.

    Y comencé un camino, alejándome de las mullidas comodidades de una intelectualidad convencional. Opté por investigar, difundir, enseñar lo esotérico, lo ovnilógico, lo alternativo. Gasté muchos buenos años y energías que no creía que tuviera en presentar “mis” ciencias como algo merecedor del crédito respetable, y no sólo reservado para las amarillentas páginas de revistas sensacionalistas. Fui, creo, franco en exceso, cosechando adhesiones y oposiciones en cantidades divertidas. Y —como cantara el catalán— harto ya de estar harto, con un cuerpo que no es viejo pero fatigado por diez siglos de lucha contra el oscurantismo y treinta años contra la frivolidad, como restos del naufragio de la “revolución de las flores”, la no violencia, los Beatles y mayo del ’68, decidí detenerme. Reflexionar. Y escribir.

    No mis memorias, no. Es demasiado pronto para eso —espero— y soy demasiado supersticioso para burlarme de la Parca convocándola con liturgias literarias propias del ocaso. Hay todavía demasiadas batallas que se perfilan en el horizonte, otros combates del y por el conocimiento. Otros escenarios, miles de páginas aún por escribir, otras investigaciones, conferencias, programas de radio y televisión, miles de kilómetros en el espacio real y virtual que recorrer. No, escribiré de otra cosa.

 (Continuará)


[1][2] En el sentido que la Química da a la palabra: una sustancia que acelera o retarda los procesos en otra. Y que quede claro —una vez más— que no excluyo el origen planetario y extraterrestre de algunas inteligencias detrás de los ovnis; sólo reduzco su número.

[2][3] Puede resultar hasta chocante ponerlo así, pero observen que el viejo sistema verticalista familiar —el hombre buscando día a día el sustento, la mujer atendiendo hijos y casa— es muy útil para el Sistema. El hombre, en ese modelo perimido, se enreda más y más en las telarañas confortables que él mismo va tejiendo, cada vez con más cuotas, más servicios que abonar, más deudas, tarjetas de crédito, cheques, etc. La mujer, corriendo del lavado de la ropa a la cocina, a las necesidades de los chicos. Posteriormente, ambos asumen “repartirse las obligaciones” que sólo significa un “enroque” (jugadores de ajedrez comprenderán la expresión) pero siguen siendo las mismas, cualitativa y cuantitativamente y así, corriendo la zanahoria que pende de ellos mismos y por eso nunca la alcanzan, se les va la vida. ¡Qué cómodo resulta entonces creerle al cura, al pastor, al imán o al rabino, que basta con cierta liturgia una vez por semana, algunas oraciones y seguir sus consejos masticados y regurgitados para “atender” la vida espiritual!

[3][4] En Parapsicología, Signos Precursores de Acontecimientos, hechos causales que en la realidad material significan o preanuncian sucesos espirituales.

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