Debo admitir que pese a tener muchos años de oficio como escritor, me ha resultado particularmente angustiante sentarme a escribir este ensayo. No porque su temática exceda, dentro de lo humanamente posible, el campo de mis deambulares —he sido un investigador del fenómeno OVNI por más años de los que me gustaría recordar— ni porque las informaciones y reflexiones que aquí me propongo volcar sean de una potencial peligrosidad para mi integridad. Soy apenas un estudioso “amateur” de estas disciplinas, y no estoy en condiciones de exhibir honrosos títulos universitarios que por sí mismos generan expectativas en el público lector (como si los créditos académicos garantizaran certeza en lo que, precisamente, se ha revelado como el fenómeno más “antiacadémico” pensable), ni dudosos antecedentes que me vinculen a servicios de espionaje o fuerzas armadas emparentadas, en mayor o menor grado, con el “secreto” tras los OVNIs. No he formado parte de ninguna sociedad conspiranoica y, hasta donde sé, nunca he sido abducido. De allí que, en lo que a mí concierne, puedo tener la tranquilidad de ser apenas un entusiasta más —eso sí, con muchos kilómetros a las espaldas— tratando de encontrarle un sentido a lo que quizás, por designios que se nos escapan, no lo tiene.
Hilando fino, colijo que mi ansiedad es producto más de lo que no sé que de lo que sí sé. Sofoca la sensación de que, si sólo a medias lo que esbozo en estas páginas es cierto, posible o probable, la historia de la humanidad puede sentirse sacudida hasta sus cimientos. Y de que una vez que he adscrito a esta teoría, sólo me queda avanzar en busca de evidencias, semiplenas pruebas de que, tal vez y después de todo, esté en lo cierto.
También sé que esa sensación incómoda es producto de cierto desconcierto respecto a cómo contar la historia; la incómoda idea de que no seré entendido por el lector o, lo que quizás es todavía peor, seré mal entendido.
Temo que algún lector (de esos que si se muerden la lengua mueren envenenados) piense que lo que trato de hacer es introducir compulsivamente toda la fenomenología dentro de una única teoría. Y bien, ese lector sería mal pensado —en lo que a mis motivaciones atañen— pero no errado en sus conclusiones. Porque creo firmemente que con excepción de algunos casos aislados (sobre los que volveré más tarde) existe una teoría unívoca para todo el fenómeno OVNI, ahora y desde la noche de los tiempos.
Creo en el origen extraterrestre y extradimensional de los OVNIs y sus ocupantes.
Creo que no se trata de “máquinas” en un sentido estricto —como opinarían mis colegas que de ahora en más denominaré como “la brigada de las tuercas y tornillos”— sino de vectores energéticos que responden a facetas de las leyes físicas del Universo que aún desconocemos.
Creo que sus tripulantes, en ocasiones, son seres altamente evolucionados que precisamente por ese grado de desarrollo han trascendido las limitaciones de un cuerpo biológico siendo entes —ignoro si con conciencia individual o colectiva— absolutamente energéticos sin los condicionamientos temporales y espaciales de todo cuerpo material.
Creo que su presencia en nuestros cielos (más aún, en nuestra Historia) tiene como fin imprimir un sesgo específico a la evolución de nuestra especie, con fines que sospecho pero aún no puedo fundamentar.
Creo que son la realidad espiritual de este Tercer Milenio. Y que quizás estemos cerca, muy cerca, de despejar todas las dudas.
Mientras tanto, este trabajo debe ser tomado como un ejercicio intelectual. Donde la Realidad (debería preguntar: ¿cuál Realidad?) demanda paradigmas ni lógicos ni ilógicos, quizás sólo analógicos. Y siguiendo ese camino esbozamos nuestras teorías.
Una sociedad que, por su naturaleza y desarrollo fuertemente emparentado con lo que conocemos como Ciencias Herméticas y Ocultas, le ha puesto en poder de determinadas facultades extrasensoriales o el acceso a fuentes de energías no físicas. Una sociedad secreta puesta al servicio de ciertas entidades —quizás más extradimensionales que extraterrestres— deseosas de impedir un salto cuántico en la evolución de esta Humanidad, y seguramente de otras también. Quizás por una simple cuestión de supervivencia…
Existe un movimiento, a través de la Historia y los gobiernos, que opera desde las sombras para impedirle a la Humanidad progresar demasiado velozmente o en determinadas direcciones, un poder particularmente deseoso de cercenarnos espectaculares progresos científicos y tecnológicos que en distintas confluencias de los tiempos pasados, remotos o cercanos, estuvieron casi al alcance de la mano y que hubieran provocado, de ser reconocidos y alentados, un “salto cuántico” en la historia de nuestra especie. Este Poder detrás del Poder, a quienes llamo los “Barones de las Tinieblas” —y que volveremos a encontrar inquietantemente afines a las motivaciones o aparentes objetivos de cierta clase de visitantes cósmicos— están en permanente conflicto con otra sociedad secreta —llamémosla los “Guardianes de la Luz”— afines a seres extraterrestres o extradimensionales benéficos para con la especie humana.
Sin embargo, sé que puede resultar una tarea ímproba y casi imposible demostrar, más allá de toda duda plausible, la existencia de esa “sociedad secreta”. Simplemente por el hecho que cuanto más fuerte y más clandestina es, menos evidencias habrá dejado de su paso, y ni qué pensar en registros escritos u otras de similar tenor. O dicho de otra manera; cuanto más éxito haya tenido en permanecer secreta, aunque parezca una verdad de Perogrullo, más ímprobo resultará demostrar su existencia. Así que la pauta para probar su realidad dependerá de aplicar el razonamiento de que si a través del tiempo podemos encontrar personas aunadas por idénticos procederes y objetivos, reivindicando intereses comunes, o eventos o personas, físicas o jurídicas, manipuladas por igualmente extrañas circunstancias que en todos los casos conlleven a consecuencias concomitantes con los objetivos de los sujetos mencionados en primer término, podrá entonces colegirse con bastante fundamento que los segundos serán víctimas de las maniobras de los primeros, a su vez, hermanados en una mística común; la que sólo puede responder a la fraternización dentro de una organización unívoca.
Porque el accionar de los Barones de las Tinieblas ha apuntado, cíclica, persistentemente —y debo admitir que con éxito— a frenar la evolución de la especie humana. ¿Con qué fines?. Tal vez vayamos develándolos a lo largo de otras páginas, pero convengan conmigo que de suyo se impone el más obvio: una humanidad ignorante de sus potencialidades, alejada de descubrimientos que podrían provocar un “salto cuántico” en su evolución, es fácilmente manipulable. Distraídos de lo Trascendente, encolumnados detrás de espurias metas ilusorias, recuerdan aquel comentario de Charles Fort: “¿Acaso las ovejas saben cuándo y cómo van al matadero?”.
Y precisamente porque su accionar ha sido exitoso, es que nos resulta muy difícil tomar conciencia de cuánto nos hemos alejado de un camino de crecimiento interior y exterior, cuán lejos podríamos estar en el camino a las estrellas si en ciertos quiebres de la historia, en ciertas curvas de la ruta, no se nos hubiese empujado a tomar desvíos que, en lugar de incómodos, traumáticos pero efectivos atajos, eran en realidad sofisticadas, atractivas y cómodas autopistas hacia la Nada.
De ejemplos está llena nuestra crónica. Sobre los que, si les interesa, sabremos regresar.
Además, es importante introducir una nueva variable en esta ecuación: ¿se trataría de una sociedad física de orden esotérico con capacidades de inmiscuirse en los planos espirituales o, por el contrario, de una entidad —como colectivo de voluntades— no física con la prebenda de inmiscuirse en nuestros planos de Realidad?. Porque tanto la literatura shamánica como la psicoanalítica nos remiten permanentemente a las apariciones, en sueños o visiones alucinatorias (tomando lo de “alucinatorio” en el contexto que me he esforzado en explicar hasta aquí) de seres vestidos de negro, a la usanza antigua (generalmente muy antigua, esto es, de capa o túnica de ese color) o moderna, interpretándoselos, en el segundo contexto, como corporizaciones del concepto psicológico de “La Sombra”. Se le llama así a esta faceta de la mente en tanto se entiende que la sombra lanzada por la mente consciente del individuo contiene los aspectos escondidos, reprimidos y desfavorables o execrables de la personalidad. Pero esa oscuridad no es exactamente lo contrario del ego consciente. Así como el ego contiene actitudes desfavorables y destructivas, la sombra tiene buenas cualidades: instintos normales e instintos creadores. Ego y sombra, aunque separados, están estrechamente ligados en forma muy parecida a como se relacionan entre sí pensamiento y sensación. Es La Sombra entonces otro de los múltiples “yoes” a los que ya hemos hecho referencia y que definen la naturaleza humana. Pero si, siguiendo la hipótesis que hemos venido delineando en estos capítulos, entendemos al mundo de los sueños como otro orden de Realidad, o una correspondencia (en el sentido de lo microcósmico correspondiéndose a lo macrocósmico) entre el plano de lo psíquico y el plano de lo físico, ¿serán los Hombres de Negro la expresión en el mundo material de esas mismas fuerzas psíquicas que en el plano mental e individual se expresan como La Sombra?. ¿Quieren una tercera fórmula?. Pues bien, aquí la tienen: ¿serán los Hombres de Negro la expresión egregórica y materializada de La Sombra del Inconsciente Colectivo de la humanidad?
No obstante, permítanme un último comentario. La hipótesis de una sociedad secreta de origen milenario, dotada de facultades supranaturales y con fines más psíquicos y espirituales que materiales, concuerda perfectamente con el modus operandi de los Hombres de Negro. Son necesariamente atemorizantes para el testigo y simultáneamente poco creíbles, de forma que el destinatario sienta hasta vergüenza de dar detalles de su odisea. Porque si fuesen mafiosos típicos o paramilitares puntillosos, la verosimilitud de la historia no sólo desencadenaría investigaciones policíacas y gubernamentales profundas sino que por carácter transitivo daría credibilidad al “episodio OVNI” de ese testigo. Pero si éste, ya sospechado de delirante por haber visto “platillos volantes”, encima declara haber sido visitado por seres vestidos de negro que aparecieron de la nada, con baterías que se descargan, una libido incontrolada, voyeuristas cósmicos de fotos desnudas de la esposa de usted o ese toque femenino de carmín, el delirio es total, el absurdo campea por sus dominios y el testigo es despedido entre risotadas y burlas crueles. Al igual que todo el fenómeno OVNI, es otro “koan”: están pero no se ven, influyen sin interferir, marcan la Consciencia Colectiva pero nadie ve a los manipuladores. Se mueven (no podría ser de otra forma) al filo de la realidad.
(Continuará)