“Los extraterrestres entre nosotros” ¿un criptomensaje de The Economist?

“Los extraterrestres entre nosotros” ¿un criptomensaje de The Economist?

Publicación del martes 28 de abril de 2020.

La revista semanal británica “The Economist”, dedicada -precisamente- a análisis de macroeconomías, política internacional, etc., ya nos tiene acostumbrados a portadas sugerentes y muy simbólicas. Recordarán ustedes aquella, en 2017, que codificaba en clave de cartas de Tarot un metamensaje sobre Donald Trump. En marzo de este año -apenas declarada la pandemia por la OMS- otra portada señalaba lo que sólo podía entenderse de una manera: que la cuarentena subsiguiente a aquella era explícitamente una forma de control de las masas. Y ahora, abundando sobre el Coronavirus, incluye a los extraterrestres en la ecuación.

Necesariamente debemos aclarar, antes de avanzar en este análisis, que “The Economist” no es en absoluto lo que sus no-lectores prejuiciosos pueden esperar de una publicación especializada en estos temas e inglesa: algo férreamente conservador, de extrema derecha y (puesto a resonar en ámbitos conspiranoicos) brazo mediático de infusos Illuminati. En puridad, esta revista es liberal, no en el sentido de la simplista mirada populista sino en un contexto absolutamente técnico.

De manera que entonces quizás debemos considerar su línea editorial, sus artículos de fondo (raramente firmados, porque su política editorial es avalar corporativamente redacción hacia adentro lo que cualquiera de su staff publique) y sus portadas, más que “operaciones” en favor de los poderosos, algo distinto.

Salvedad necesaria: si algún lector supone que portadas como la que estamos considerando tiene como objetivo el sensacionalista logro de capturar la atención de viandantes en los puestos de ventas o aumentar la circulación, es porque evidentemente no conoce en absoluto el perfil editorial así como el de sus lectores. Sea creíble o no (porque ciertas fuentes le vinculan, especialmente durante todo el siglo XIX y buena parte del XX, estrechamente relacionada con la familia Rotschild y, en consecuencia, el mundo bancario internacional), el argumento de “honestidad intelectual” que reivindica su Directorio desde 1843 (en que, y con continuidad, ha venido siendo publicada) se sostiene en el postulado de ser “fidedigno en sus fuentes y fiel a sus convicciones” y, sin duda, el ambiente lector -economistas, políticos y funcionarios gubernamentales, empresarios- no es sospechoso de ser de fantástica imaginación o intereses de tipo conspiranoico o alienígena.

Así que acometamos la lectura del artículo de portada. Y, quede claro, en ningún momento se regresa sobre la especulativa suposición (de quien se haya dejado llevar por el entusiasmo de esa portada) de proponer al SARS-Cov-2 (denominación científica del virus ya que, como se sabe -o debería saberse: aburre escuchar a “periodistas” por TV queriendo aparentar “profesionalismo” y cometiendo errores básicos de información- “Covid-19” no es nombre de virus sino proviene de “CoronaVirus Disease 2019”: es decir, “Covid 19” es el nombre de la enfermedad, no del virus) como de origen extraterrestre. O, cuando menos, no explícitamente.

Debo al periodista y amigo Marcelo Metayer alertarme sobre el tema -y obtenerme el artículo de marras, que compartiremos aquí para quien desee chequear la fuente. Leyéndolo con cuidado, sin embargo, existen algunos párrafos que considero relevantes y que le dan al título de referencia otro contexto:

“… la colonización de las Américas fue instigada, y tal vez posible, por epidemias de viruela, sarampión e influenza traídas sin saberlo por los invasores, que aniquilaron a muchos de los habitantes originales”.

Fuera de ser una contundente verdad, ciertamente no tomaríamos estas líneas en consideración si no fuera a la sazón de los párrafos que comentaré luego, porque el hecho es que sugiere sutilmente que los virus son una “herramienta” funcional a toda colonización. Y no olvidemos que la cosa comienza hablando de extraterrestres.

Pero luego, toma un giro estoy tentado a escribir que casi reptiliano (entiéndase sólo como una divertida licencia literaria): “… Esto es particularmente claro en los océanos, donde una quinta parte del plancton unicelular muere a diario por virus. Ecológicamente, esto promueve la diversidad limitando y reduciendo especies abundantes, dejando espacio para las más raras”. Implícito: una nueva especie encontrará mejor su “nicho” si los virus ayudan a desplazar a las ya existentes. Pero hay más:

“… La otra razón por la que los virus son motores de evolución es que son mecanismos de transporte de información genética. Algunos genomas virales terminan integrados en las células de sus huéspedes, donde pueden transmitirse a los descendientes de esos organismos. Entre el 8% y el 25% del genoma humano parecen tener este origen viral”.

Asistimos aquí a un giro muy interesante: el virus ya no es visto como el “gran enemigo de la humanidad” sino desde una perspectiva favorable en términos evolutivos, algo que, aún más, puede ser útil para “evolucionar” a partir de aquí. Y sigue:

“… la capacidad de los mamíferos para tener crías vivas es una consecuencia de la modificación de un gen viral para permitir la formación de placentas. E incluso los cerebros humanos pueden deber su desarrollo en parte al movimiento dentro de ellos de elementos similares a virus que crean diferencias genéticas entre las neuronas dentro de un solo organismo”.

Insisto en el punto: esto es científicamente correcto. Otra cosa es la lectura geopolítica si quieren, conspiranoica también, que un medio influyente juegue a favor de un cambio en el paradigma de la consideración del virus. Haciendo hincapié es una verdad absoluta, que es quizás la gran perla de este artículo: “una existencia libre de virus es una imposibilidad tan profundamente inalcanzable que su deseabilidad no tiene sentido”.

Lo que debería ser una actitud colectiva (aceptar convivir con el coronavirus, enfocar los esfuerzos sociales y tecnológicos en proteger a los grupos de riesgo y vulnerables, reconocer que la “selección natural” no tiene ética, no es “buena” ni “mala” pero sí inevitable y sólo podemos valernos del conocimiento adquirido para minimizar sus consecuencias fatales, en lugar de esta desesperada paranoia global de esperar que el virus “desaparezca” como por arte de birlibirloque, con los medios contabilizando diariamente el número de nuevos casos a la espera de… ¿qué?. ¿Que un día cesen?).

Pero esta sensatez va de la mano con ese matiz de “conveniencia” que de pronto para los de The Economist (porque recordemos, una vez más, que no es la opinión de “un” redactor: es apoyo colectivo) tiene la presencia de este nuevo virus en nuestro mundo. Un virus al que también se le asocia el recuerdo histórico de lo funcional que fue a la “conquista”. Y como estas observaciones -que por sí solas no parecen relevantes ni, sobre todo, relacionadas- puestas en contexto del título de la portada casi parecieran remitir a “The Body Snatchers” . ¿Que esta especulación es excesiva?. Sin ninguna duda lo es. Pero el problema es que, sin ella, el artículo y su título pierden todo sentido…

Ahora bien, ¿qué es lo que yo supongo, en lo personal?. En ningún modo que “The Economist” nos esté preparando para una visita alienígena al estilo de “los usurpadores de cuerpos”. Pero sí que su gente tiene contacto, acceso, vínculo -o reciben de fuente ignota, algo así como un “Garganta Profunda” (el nombre en código de la fuente del caso Watergate) de los Poderes en las Sombras- algún tipo de información sobre planes o proyectos (remito a las portadas citadas con anterioridad). Y para este caso, que determinados grupos de poder -con esa antelación a veces centenaria como han demostrado en su historia de manipulaciones geopolíticas- buscan “reprogramar” el genoma humano con miras a algún tipo de interacción extraterrestre en un futuro mediato.

Si así lo quieren, es sólo una especulación. Podría sin embargo decir que fundamentada en el seguimiento de las “operaciones Illuminati” que he estudiado a través de los años. Y le da sentido, sobre todo, a la monstruosa operación de “infodemia mediática” y el control pretoriano que se ha mantenido sobre los medios públicos -y no tanto- de expresión.

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