Evidencias de extraterrestres entre nosotros

Evidencias de extraterrestres entre nosotros

Hay ciertos temas que, siendo serios en su comienzo, cuando “sufren” algún giro humorístico resulta tarea ímproba darle marcha atrás. Ocurrió con el enigma de los “hombres de negro” cuando Hollywood se cebó en ellos para hacer unas comedias (unas peores que otras) y, con el referido del título, la inflexión fue cosa de Andrés Calamaro y su tema “Fabio Zerpa tiene razón”, ínclito homenaje con la estética “kitsch” del absurdo al investigador/difusor fallecido no tanto tiempo atrás y sorpresiva -aunque tardíamente- de recordada memoria aún por muchos que pasaron su vida (la de ellos y la de él) atacándole por “comerciante y fabulador”. Bien, desde la popularización de ese tema musical, es difícil volver a hablar de la posibilidad que seres no oriundos de nuestro planeta deambulen mimetizados con los humanos sin que algún insoportable comience a tararear aquello de “Fabio Zerpa tiene razón / hay marcianos entre la gente…”

Pero un servidor, testarudo, volverá una y otra vez sobre los temas que le apasionan, con cierta indiferencia (como siempre) a lo que piensen superficialmente los demás, confiado sin embargo no sólo en el interés intrínseco de esta posibilidad sino de cara a su convicción cada vez más firme que sí, que efectivamente, “hay marcianos entre la gente”. O no tan marcianos, quizás. Ya saben mis lectores que, en esto de los objetos no identificados y sus tripulantes, cuantitativamente (no cualitativamente) me inclino más por la hipótesis interdimensional que por la extraterrestre. Es decir, que es mayor la probabilidad estadística (por un colectivo de razones que he desarrollado en innúmeros artículos, evítenme repetir aquí) que nuestros visitantes provengan de “aquí al lado” en términos cósmicos (pero no vibratorios, es decir, en planos, dimensiones o universos paralelos) que habiendo atravesado abismos galácticos. En cuanto a esta segunda alternativa, la acepto también, por supuesto (creo que uno de las falencias más grandes de los ufólogos es apostar a una sola explicación del fenómeno, ignorando que justamente su propia naturaleza inaprensible y “no identificada” ‘puede incluir más de una sola respuesta) sólo que en una menor, mucho menor, proporción de circunstanciales visitas. En consecuencia, permítaseme emplear, de manera genérica, el término “extraterrestre” de aquí en más para referirme a entidades no humanas disimuladas en nuestra sociedad (¿o debería decir, como alguna vez se propuso, “exocogitantes”, y con perdón de la palabra, para definir “entidades inteligentes de fuera de nuestro planeta”?. No puedo evitar la asociación de ideas: fue por los tiempos (allá por lo ‘80 del siglo pasado) que ufólogos castizos, para hacer más “seria” la Ufología, propusieron el término “Agnotecnología” para definir la investigación de estos casos…).

Entrando en tema, adviértase que la cuestión es más delicada que suponer “visitas” esporádicas de estos seres. Entre nosotros, literalmente, significa que se adaptan al aspecto, usos y costumbres humanas para disimularse socialmente. Y algo más significativo aún: que si lo hacen, es porque tienen un propósito a largo plazo.

Cuando anticipé en las redes que escribiría sobre ello, observé una reacción interesante de consenso y aceptación: numerosos lectores se refirieron hasta dar por sentado que ello ocurría, y alguno que otro refirió tener su propia “evidencia”. Al profundizar (y cuidado; respeto todas las opiniones) descubrí sin embargo que tales “evidencias” eran más bien especulaciones del tipo “¿y por qué no?”, o “canalizaciones”, “contactos” y un largo etcétera. Por consiguiente, no era la línea de hipótesis que me interesaba seguir, y que presentaré aquí. Y que se refiere a la casuística “de campo”!.

Mi mirada tiene que ver con la cantidad de episodios -distribuidos en algunas décadas- de objetos y entidades extraños, ajenos a nuestra Realidad, definitivamente exóticos y no humanos que, en presencia de testigos, se metamorfoseaban” en personas y objetos absolutamente anodinos y bien “terrícolas”. Esta “mimetización” -que sorprendentemente no ha sido tan esporádica, y que obliga a que en este artículo me remita sólo a un puñado de casos para no fatigar, pero que cualquier interesado en profundizar con un poco de indagación literaria podrá hacerlo- podría extrapolarse para tratar de aplicarse y explicar a los ya mentados MIBS (“men in black” u “hombres de negro”) pero dejaré para otra ocasión deambular en el resbaladizo terreno de la teorización sobre los “para qué” y me centraré, aquí, en los “por qué”. Es decir, porqué estoy cada vez más convencido de ello. Y citaré unos pocos episodios ilustrativos.

El caso Damiani

“Hombres de negro” (ilustración).

El 13 de octubre de 1968 en horas de la tarde Humberto Damiani, productor agropecuario radicado en cercanías de la ciudad de Correa, provincia de Santa Fe, Argentina, es alertado por su esposa que una camioneta con tres individuos acaba de detenerse frente a su vivienda, a la entrada del campo de 183 hectáreas de su propiedad. Sale y encuentra el vehículo y sus ocupantes, vestidos con un “mono” marrón y ancho cinturón con hebilla plateada, uno de los cuales, parcamente, le pregunta “dónde está la salida”. Damiani, casi mecánicamente, le señala la tranquera a no mucha distancia, abierta, y el rodado parte y desaparece en un recodo del camino. Humberto regresa a sus faenas y sólo una media hora después cae en la cuenta de algo extrañísimo: la camioneta provenía del fondo del campo, allá donde alambrados rurales de tres hilos separan las propiedades.

Suponiendo entonces haber estado en presencia de intrusos que provendrían de fincas aledañas habiendo entrado furtivamente a sus terrenos cortando las alambradas, decide avisar a su hermano (quien con su familia ocupaba una vivienda cercana) que deberían revisar esos lindes. Pero como el atardecer avanzaba, deciden dejarlo para el día siguiente.

El lunes 14, Humberto sale temprano hacia la ciudad a cumplir algunas diligencias y para el mediodía, regresa a su casa. Allí se encuentra con la sorpresa que su hermano -que había aprovechado la mañana para revisar los alambrados- le informa que en éstos no había encontrado nada extraño pero, por el contrario, a lo largo de muchos metros, allí, al fondo del campo, aparecían unos gigantescos y extraños círculos, algunos con enormes hongos en su periferia. Y es entonces cuando Humberto recuerda algo que parecía haber olvidado: que el sábado 12 por la noche, extraños fogonazos y “flashes” de luz habían llamado la atención de la familia… al fondo del campo.

Los Damiani no fueron testigos aislados. Un vecino de apellido Pertusatti también los observó, así como una quincena antes el propio suegro de Damiani y un oficial de policía de Correa. Es interesante que todos los mencionados tienen campos colindantes (a esa fecha, claro) que confluían en ese punto.

Al fondo de un campo al cual no se puede acceder desde otro lugar que no sea el camino que pasa, precisamente, frente a la vivienda de los Damiani. El fondo del campo desde donde provino la camioneta y sus silenciosos ocupantes no pudieron llegar allí de ninguna otra manera que haber pasado por la puerta de la casa donde -si ustedes suponen que podrían haberlo hecho de noche y con las luces apagadas- los enormes perros de los Damiani hubieran alertados a centenares de metros a la redonda (cualquiera que tenga campo o haya visitado fincas y observado sus perros siempre observará que son numerosos, escandalosos y agresivos con los no conocidos).

“ammanita muscaria”.

En este caso -que en las semanas siguientes fue seguido por mutilaciones de ganado en tierras de los Damiani y de otros vecinos cercanos, y no olvidemos que este pueblo está muy, muy cerca de Carcarañá, otro poblado con alto indice de hechos insólitos en su historia, como relato en nuestro artículo “El mundo subterráneo y el visitante de Marte”-, la pregunta es obvia: ¿quiénes (o qué) eran esos sujetos en la camioneta? Pues era imposible que hubieran llegado “normalmente” al lugar desde el que salieron. Y si los imbricamos con las “luces” y otros fenómenos (como el de “anillos de hadas”: ya sabemos que es normal la aparición espontánea de hongos en un campo; lo que no es normal en la especie “ammanita muscaria” es que alcancen el tamaño que alcanzaron, de hasta cuarenta centímetros de diámetro). Y si aceptamos este caso OVNI como “auténtico”, entonces inevitablemente debemos preguntarnos cuál era la intención inconfesa de esos seres de hacerse pasar por humanos en un vehículo humano.

El caso Jerez de la Frontera

Existe en la casuística ufológica centenares de casos de “humanoides”, es decir, de reportes de la aparición de seres antropomórficos extraños, en y sin relación a manifestaciones lumínicas -si es nocturno- o aparatos -si es diurno- que pudiéramos catalogar como “ovnis”. Incluso, existen numerosos testimonios de incidentes extraños donde tanto el “objeto” como el “tripulante” parecen humanos, pero un sinnúmero de características del episodio hace que, aunque lo parezca, no lo es. Antes de hablar de Jerez de la Frontera, recordemos, como ejemplo, otro episodio:

En Temple, Oklahoma, Estados Unidos, el 23 de marzo de 1966 un instructor de electrónica de la base aérea de Sheppard en Wichita Falls, Texas, de nombre Eddie Laxson, de cincuenta y seis años de edad, observó en una autopista la presencias de un vehículo aéreo con “forma de pez” y de color plateado. Junto a la máquina pudo ver a un hombre vestido como los soldados rasos nortemericanos. Laxson regresó a su automóvil, del que había descendido, en busca de su cámara fotográfica, pero en tanto el desconocido trepó a bordo del artefacto y éste, en absoluto silencio, despegó verticalmente. El testigo alcanzó a advertir en su fuselaje la inscripción: T L 4 1 , que no respondió a la identificación de ninguna aeronave en la investigación subsiguiente que llevaron a cabo desde el Blue Book.

Se ha supuesto que se trataba de un “prototipo experimental”. Quisiera señalar que no solamente nunca se reveló la existencia de semejante “prototipo” sino que el sistema hiper silencioso de desplazamiento sigue, evidentemente, siendo desconocido hasta hoy. Por otro lado, si era experimental y secreto, ¿cómo se condice su exhibición a plena luz del día fuera de territorio seguro y discreto -como los terrenos del Área 51, sin ir más lejos- Y si era experimental y no secreto, ¿por qué no pudo ser identificado con su “matrícula”, especialmente porque en USA toda aeronave experimental lleva inevitablemente la letra “X” como parte de su identificación?.

¿La teoría?. Un OVNI -sea lo que fuere que interpretemos como tal- inteligentemente haciéndose pasar (pero no cuidando todos los detalles) por una nave y tripulante “terrestre”.

Uno no puede aquí menos que recordar los “dirigibles fantasmas” de fines del siglo XIX, que asolaron y desconcertaron tanto a Estados Unidos, máquinas -e individuos- que “parecían” humanos y terrestres pero que por una multitud de características -desde su “perfomance” hasta los usos de los tripulantes en las ocasiones en que se acercaron a desprevenidos testigos- no correspondían al horizonte tecnológico y cultural del planeta en esos tiempos.

Así que pasemos al episodio que nos ocupa en el subtítulo.

En julio de 1974, un miembro de la Guardia Civil española -su nombre se reserva por obvias razones- regresaba en su motocicleta (una Puch) a su casa luego de visitar a su novia -tenía a la sazón veinticuatro años- cuando al desplazarse por la carretera nacional IV en Jerez de la Frontera (Andalucía, España) ve, detrás de unos edificios, una luz naranja, redonda, que se mueve cruzando la carretera y se aleja en la oscuridad hasta descender y posarse en lo que parecería el alto de un cerro, a unos tres kilómetros.

El testigo se dirige hacia allí, adentrándose en el campo por un camino vecinal, cuando le ve nuevamente, ahora una luz de mismo color y forma pero mayor tamaño elevándose y alejándose. Permaneció observándola, y comprueba que a los pocos segundos desciende nuevamente, al parecer para posarse a otros dos kilómetros en un altozano. El testigo retoma la carretera y se desplaza en aquella dirección, observando -aunque sólo le llamó la atención después- que durante los minutos siguientes no se cruzó con ningún otro vehículo en la misma lo que era asaz extraño, ya que en esa autopista, en esas fechas y horarios, las encuestas de los investigadores señalan que, promedio, por un punto fijo pasan entre dos y cuatro autos por minuto (el testigo ocupó diez o quince según cree para alcanzar su nueva posición). Luego hablaremos de esto en particular.

Cuando se aproximaba a un desvío que le llevaría donde supuso había aterrizado el objeto, apareció ante él un camión de mudanzas. Circulando en dirección a Jerez, era de color azul y dos luces fuertes en la parte superior. Al ser rebasado por el mismo, advierte… que no hacía ruido alguno. Aunque fuera un camión de poco tonelaje, al pasar a su lado debería haber escuchado el ruido del motor y el típico “golpe de viento” al desplazar el aire.

Tan extraño le resulta (a la par que hacía varios minutos que había dejado de observar la “luz”) que se regresa y comienza a seguirlo. Marchando a unos sesenta kilómetros por hora aproximadamente, se sitúa a unos cincuenta metros de la parte trasera. Es una zona de muchas curvas, y al salir de una de ellas, el camión había desaparecido, precisamente al comienzo de una recta de casi un kilómetro. La distancia entre el motociclista y el “camión” era tan corta que así hubiera tomado algún desvío (que no los había) tendría que ser claramente visible. Esto desconcierta tanto al testigo que decide continuar viaje a su domicilio, tras detenerse unos segundos. Cuando, al echar las luces largas poniéndose en movimiento, vuelve a ver la luz ámbar esta vez al final de la recta.

No la ve descender; simplemente, se “encendió” cuando dio arranque a la motocicleta. Decide echarse a un lado y observa atentamente; ve entonces, a la luz ámbar, la sombra de lo que parecía una cúpula sobre ella. Ya asustado, comienza a hacer “señales”, pero la “luz” no se da por aludida. Tan insólita le parecía la situación que literalmente roza el tubo de escape: la quemadura le indica que estaba bien despierto y consciente. Y entonces, aceleró la moto en dirección al OVNI.

Apenas había comenzado el recorrido cuando la luz ámbar, con cúpula y todo desapareció de su vista… peor en su lugar, aparecieron los faros de dos automóviles. Para que quede claro: la extraña “cosa” ahora se había convertido en dos automóviles aparentemente normales…

Cuando los vehículos llegan a la altura de nuestro protagonista, éste advierte que al volante del primero se encuentra un hombre de unos cincuenta años, cabello canoso, vistiendo traje y chaleco gris ceniza impecable. Usaba una camisa blanca y corbata oscura. Le da las “buenas noches” y le pregunta por la carretera IV. En el asiento del acompañante alcanza a ver otro individuo y atrás, otro hombre y una mujer. La penumbra, el mal tiempo, la falta de luces en la carretera e interior del auto le impide ver con claridad a los hombres pero relata que la mujer estaba iluminada por el foco frontal de la motocicleta. La describe como rubia, cabello muy largo, unos treinta y cinco años, de bellas facciones. Vestía una especie de traje, con el cuello al descubierto. Excepto quien le habla, todos permanecen en silencio, inmóviles, con la mirada clavada al frente. Detalle importante sobre el que regresaremos: el testigo recuerda que tenía consciencia de lo “extraño” de esos momentos, pero no despertaba en él ninguna desazón, ningún temor ni desconfianza, razón por la cual sigue interactuando con los “visitantes”.

Como para acceder a la autopista había que ingresar en el pueblo y el trayecto era un poco laberíntico, el guardia civil se ofrece a abrirles camino, cosa que aceptan. Del segundo vehículo no ve detalles, aunque señala que las luces de éste eran altas y, por lo tanto, le impedían precisiones. Toma la delantera, y es así cuando otra característica le pone los pelos de punta: no escucha que los motores de los autos arrancaran y durante el trayecto, ronronearan siquiera. Pero ya había tomado velocidad, y el trayecto continúa sin otras sorpresas hasta que, entrados al pueblo, gira para ponerse al lado del conductor y le indica los giros y reveses que debía dar para tomar la carretera. El canoso le devuelve un seco “muy bien, gracias” (sin acento, sin una sonrisa) y el testigo se ofrece a guiarles por lo dificultoso de ese trayecto. El conductor le mira fijamente y sólo le dice un “no, gracias”, pero al protagonista de la historia le resulta suficientemente claro para comprender que hasta allí llegaban sus servicios. Gira ciento ochenta grados y emprende el regreso a su casa.

Relataría posteriormente a los investigadores, como agregado, una sensación que reconoce como muy subjetiva: cuando ve por primera vez los “automóviles” dirigiéndose a él, tiene la certeza que le estaban esperando.

Conil de la Frontrera

Playa de los Bateles, Conil de la Frontera, provincia de Cádiz, Andalucía, España. En setiembre de 1989, vienen llamando la atención de habitantes y turistas una extraña “luna llena” que en distintos días se aparece sobre el mar, a muy poca altura sobre el horizonte, algo que obviamente no era Selene y, hasta donde se averigua, ningún buque que se encontrara en ese día y hora en tal posición.

El 29 de setiembre cinco jóvenes residentes deciden ir a la playa para observar el fenómeno. Al cabo de poco menos de una hora aparece la “luna”. Tratan de verla en detalle con los prismáticos que habían llevado (de escaso aumento) pero nada significativo distinguen. Un par de minutos más tarde observan, también sobre el mar pero en dirección al puerto otra luz, pero ésta roja. Suponen que podría tratarse de una barca que se acercaba también para observar el fenómeno, pero de pronto se sorprenden cuando ven que entre la “luna” y la luz roja comienza a haber lo que parece un intercambio de señales: flashes luminosos que ocurren inmediatamente en uno de los focos cuando previamente ocurre en el otro.

«El caso Conil» (ilustración tomada de cadizdircto.com)

Tan ensimismados están observando esta situación, que los sorprende la aparición “como de la nada” de dos sujetos a unos cincuenta metros de distancia. Parados en el límite entre la playa y el agua, inmóviles, lo observan a ojo desnudo y prismáticos y se horrorizan: muy altos, como de un poco más de dos metros, vestidos con lo que parecían largas túnicas con mangas (que incluso en sus extremos eran llevados y traídos por el agua), la piel increíblemente blanca… y sin rostros. Aterrados, se ponen de pie y emprenden la carrera hacia la rambla, pero a mitad de camino se detienen cuando al mirar hacia atrás ven que los dos seres siguen en su lugar y (aparentemente) de espaldas a ellos. En ese momento cae del cielo lo que parece una “estrella fugaz”. Pero, extrañamente, no es la ilusión de caída de un objeto minúsculo que se desintegra a gran altitud (como todas las estrellas fugaces) sino que ésta en particular lo hace directamente sobre la cabeza de los seres, desapareciendo a sólo unos cinco o seis metros de altura. Entonces, los dos seres dan unos pasos en la playa y se sientan, muy juntos y con las espaldas rectas. Al cabo de unos segundos hacen lo que a la vista de los testigos parece ser mover arena para hacer un pequeño muro, y se acuestan completamente, quedando fuera de la vista, pero ven, desde su posición, como aparece sobre el lugar que ocuparían una pequeña “esfera azul” que va moviéndose de uno a otro. Es cuando Pedro, uno de los muchachos y el que estaba con los prismáticos, lanza un grito: acababa de ver (los demás no lo recuerdan) algo como una “niebla” que del mar se acercaba al lugar ocupado por los seres y, al disiparse, revela otra entidad pero muy distinta: mucho más alta, de unos tres metros, vestida con lo que parece un mono negro, una cabeza calva, voluminosa como una pera invertida, y dos enormes ojos simplemente como óvalos negros.

En esta cadena de eventos asaz extraños las cosas habrían de ponerse más bizarras aún. Porque pasados unos segundos, los dos primeros seres se ponen de pie. Pero ya no son quienes eran: ahora son un hombre y una mujer, de estatura alta aunque normal, él vestido con un pantalón “jean” y una camisa, ella con el cabello largo, blusa y falda larga. Comienzan a caminar, ahora en dirección al pueblo, en diagonal adonde se encontraban los jóvenes, y desaparecen detrás de una pequeña construcción. Esto es lo que ven las chicas, Loli e Isabel, y uno de los muchachos, Pedro. Porque los otros dos (Pedro G., para no confundirlo con el anterior) y Lázaro, están excitados porque ven que el ser vestido de negro comienza a desplazarse velozmente por la playa, hacia la izquierda desde su perspectiva, como si flotara a algunos centímetros sobre el suelo. Ambos tienen una reacción irracional: Pedro G. grita “¡que se nos escapa!” y se lanza a la carrera para interceptarle el paso, seguido de Lázaro quien admitiría a los investigadores que estaba espantado pero lo venció la adrenalina de la situación. Ambos corren, cuando el ser se detiene y gira su cabeza hacia ellos (es cuando le ven esos ojos tan particulares). Y perciben, mentalmente, lo que pueden definir no como palabras, sino como una “sensación” de advertencia. Hacen un alto, y el ser sigue su desplazamiento.

Es cuando escuchan los gritos de los otros tres, llamándoles. Emprenden el regreso, y es en ese acto que no saben cómo desaparece el ser, alto y vestido de negro, de la vista. Sólo pueden comprobar, en la arena, las dos hileras de pisadas de los primeros seres, ahora metamorfoseados en humanos corrientes y normales, y es, al reunirse, cuando comentan algunos detalles que luego compartirán con los investigadores. Por ejemplo, el tamaño inusitado de las huellas (unos cuarenta y cinco centímetros, mínimo, que no se condice ni con la talla de los seres ni con el habitual “agrandamiento” al pisar la arena blanda) y el hecho que esas dos entidades, al levantarse y comenzar a caminar, no habían hecho lo típico: sacudirse las ropas para desprender la arena, y caminar con cierta inclinación hacia adelante y dificultad, precisamente, por la naturaleza del suelo.

Desde entonces, la extraña “luna llena” no volvió a aparecer sobre Conil.

Victoria, provincia de Entre Ríos, Argentina.

Este caso es protagonizado por la muy conocida ufóloga argentina Silvia Simondini, relatado en “Paranormales”, escrito por Pablo “Willy” Galfré y publicado en la revista Hombre (2008) , disponible aquí.

En fecha indeterminada, la respetada investigadora (…) “estaba sentada dentro de su coche -un Peugeot 504 azul oscuro- con su hija, su madre y Ricardo Guzmán, un compañero de aventuras que en 1985 había sido uno de los primeros victorianos en ver un ovni. Estaban los cuatro dentro del auto mirando hacia el cielo. Ingenuos e inocentes como siempre –dos cualidades esenciales para un investigador- acechaban el universo, esperaban alguna luz, alguna señal, quizá un nuevo platillo volador. Pero no se encontraron nada de eso. De repente, detrás suyo distinguieron un auto con la trompa mirando hacia ellos. Pero este vehículo tenía dos particularidades. Primera: no se entendía cómo había llegado ahí ya que no tenía espacio para pasar. Los árboles, las ramas y la sinuosidad del camino hacían que sea imposible que un auto se desplace hasta ahí. Segunda: ese auto no era un auto cualquiera. “Era nuestro Peugeot 504 color azul oscuro, exactamente igual –afirma Silvia buscando las palabras precisas para que su relato sea lo más veraz posible-. El mismo tapizado, las mismas calcomanías sobre el parabrisas, hasta los más pequeños detalles. Las únicas diferencias eran que no tenía patente y que estaba vacío. No había nadie adentro”. Un profundo terror helado se apoderó del grupo. “Fue la única vez en mi vida que sentí miedo a partir de estas experiencias, porque a los pocos segundos los cuatro nos quedamos dormidos. Lo último que recuerdo es haber visto la hora. Eran la una de la mañana exacta. No sé qué pasó”. La madre de Silvia la despertó sacudiéndola y gritándole “¡Las luces de toda la ciudad están apagadas!”. Se levantó, miró hacia atrás –el auto se había desvanecido- y verificó la hora: la aguja de las horas estaba en el 1 y la de los minutos en el 35. Silvia dice que perdió casi media hora de su vida, que le faltan esos 35 minutos, que no sabe qué pasó en ese lapso de tiempo. Pero sí ostenta una teoría: “Estoy segura que fuimos abducidos. Pero no sé lo que pasó, lo que hicieron con nosotros. Hay psiquiatras que me quieren hacer una regresión hipnótica pero yo no quiero, prefiero no saber”, concluye y pienso que claro, que lo desconocido es más seductor que lo conocido.”

Llegados a este punto, quiero hacer algunas precisiones con la venia del lector. En primer lugar, recordarle que si desprecia estos testimonios por ”absurdos”, “fantasiosos” o “ilógicos”, con ello no establece límites de realidad al objeto de nuestra consideración, sino límites a sus propios prejuicios (dicho con todo respeto y en un sentido etimológico de “juicio previo”). En efecto, en el campo de la Ufología (o de toda la paranormalidad), ¿qué establece lo que es “lógico” y lo que no lo es?. ¿Acaso un caso debe ser más creíble si “sencillamente” relatara el descenso de un objeto sobre sus patas, un ser por una escalerilla que reúne tierra en un recipiente, asciende y vuelve a partir?.

En segundo lugar, destaco que en los dos primeros episodios los testigos expresaron (con otras palabras), lo que denominamos “suspensión de la extrañeza”. Es decir, en el momento que los hechos ocurrían no advertían lo significativamente atípicos y exóticos que eran, apenas una soterrada confusión y molestia, cierta desazón e incertidumbre. ¿es posible que las inteligencias detrás de estos eventos actúen “eligiendo” a los protagonistas, manipulando sus psiquis como cuando éstos perciben que “los estaban esperando”?. Yo lo creo así.

Tercero: el lector informado seguramente acudirá a otros episodios de sus propias lecturas que ajustará a la hipótesis que da título a esta nota. Mi intención en seleccionar éstos no se basó, siquiera, que yo los considere los mejores; sólo en su “absurdidad”, si se me permite el neologismo, pues creo que concurren de manera sugestiva al siguiente planteo: es evidente que hay, por parte -nuevamente- de las inteligencias que operan tras estos casos, una “manipulación de la Realidad” o, cuando menos, cómo entendemos y percibimos la misma en el paradigma de nuestra percepción y racionalización. Por consiguiente, creo que son episodios que nutren significativamente, antes que la “teoría extraterrestre”, la “teoría interdimensional”.

Finalmente, advertir al lector ante sus propio “sesgo de aceptación”, que podría llevarle a suponer estos casos fraudulentos, sólo por su extrañeza. Si supone que fueron inventados por su protagonista, ¿a qué tanta irrealidad, tantos detalles aparentemente “absurdos” que aumentarían la probabilidad de caer en contradicciones ante los investigadores?. Mucho más simple (y convincente) el estereotipo del platillo volante sobre sus patas, escalerilla, ser que desciende a recoger tierra y se va, y ya está. Si cree que están inventados por este autor, simplemente busque en la casuística mundial histórica y los hallará. Y si descree de los investigadores, les recuerdo que todos estos episodios fueron investigados por distintos analistas en distintos momentos. Por supuesto que los escépticos (los negadores de siempre) ya los habrán “explicado” (por ejemplo, el de Conil fue “develado” por algunos “estudiosos de salón” españoles como “un par de buzos saliendo de una inmersión nocturna” cuando esta explicación no sobrevive a una consideración seria y a la falta de evidencias que la respalden) pero una evaluación sincera sigue rescatándoles del olvido (a los casos, no a esos investigadores).

El hecho concluyente, desde mi perspectiva, que los mismos demuestran que entidades no humanas se “camuflaron”, se mimetizaron y adaptaron a los usos y costumbres humanas para disimularse y perderse, con fines que desconocemos, entre nuestras calles. El “para qué”, queda abierto a ustedes…

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