En conexión con energías telúricas

En conexión con energías telúricas

El omnipresente Uritorco

Estamos en condiciones de afrontar un viaje. Un viaje en una doble dirección: hacia fuera, hacia ciertos lugares geográficos, y a la vez hacia dentro, al descubrimiento de potencialidades dormidas. Porque la invitación —una más, seguramente, de todas las motivadoras y estimulantes que a diario nos ofrece el mundo de lo espiritual, lo paranormal, lo alternativo; seguramente también no menos enriquecedora— nos llevará a descubrir los efectos de conectar con las tantas veces ponderadas, especuladas, aceptadas pero pocas veces experimentadas energías telúricas.

En numerosos ensayos he dejado constancia de dos certezas: que periódicamente se presentan ciertas deformaciones espacio temporales asociadas a entornos y lugares específicos que, circunstancialmente, conectan con lo que podemos llamar “otras dimensiones”, “mundos paralelos”, espacios y tiempos concomitantes con aquél en que nos desenvolvemos, origen y fuente hipotéticos de entidades y vectores que se manifiestan en nuestra Realidad cotidiana bajo una miríada de denominaciones, presencias históricas gestoras de religiones y mitologías, de conocimientos y literatura, de ensoñaciones y pesadillas. Pero así también, la existencia de potenciales energéticos, fuerzas asociadas a ciertos lugares. Cuando unos y otros coinciden, en latitud y longitud y en el almanaque, nuestra probabilidad de percibir esos planos y, casi como un regalo del Universo, experimentar transformaciones internas con efectos impactantes en nuestra vida cotidiana es inmediata e inevitable. Lo escribo porque lo he vivido. Porque así como desde pequeño nunca me gustó hablar de lo que no conociera o experimentara en una siempre retroalimentada curiosidad que aún hoy tiene mucho de adolescente, es igualmente visceral mi necesidad de compartir experiencias. Algo políticamente incorrecto, según como se mire. En efecto; eso me ha granjeado una dudosa fama de “esotérico” (hubiera preferido “esoterista”) en ámbitos ávidos de etiquetas academicistas.

Mapa de la región

En verdad, poco importa. Lo único, en un casi solipsismo intelectual, es que comparto lo que he percibido como real, y si eso es consecuencia de que los márgenes de mi Realidad a través de estos años han excedido los de algunos congéneres, no es mi problema. Pero también, ustedes saben, soy desconfiado del vacuo discurso del facilismo espiritualista, de la-apertura-de-su-portal-personalizado-en-la-comodidad-de-su-living-en-un-fin-de-semana. Como en la novela de Coelho (mal plagio de un cuento de Borges, malo por plagio y malo porque el brasileño necesitó toda una novela para expresar lo que don Jorge hace en un par de páginas) , el destino que buscamos allá está también aquí pero jamás lo habríamos descubierto sin haber partido antes aunque tengamos que regresar, porque el camino es la meta.

Limitaré estos comentarios a un exiguo punto de la geografía argentina que conozco en profundidad: los alrededores del cerro Uritorco y el pueblo de Capilla del Monte, en la mediterránea provincia de Córdoba (Argentina). Exigirán lectores de otras latitudes correspondencia con sus propios lugares sacros que, no dudo, compartirán o superarán en energía a éste. Pero hablo de lo que conozco y experimento, ya saben. Algún día (aunque la canción diga que “algún día nunca llega”) transitaré esas geografías y sobre ellas sabré escribir, como ya he hecho sobre algunas, que nunca son suficiente. Sirva esta tercermundista y vecinal experiencia sin embargo como excusa para hablar de otra cosa. Del impacto de lo macrocósmico de la Tierra en el microcosmos de este corpúsculo que llamamos ser humano.

Es interesante señalar que el “cómo” es mucho más infuso que el “dónde”. Es decir, cómo actúa ese impacto sobre cada uno es absolutamente aleatorio desde la minúscula perspectiva humana, y conforme a orden cósmico desde la omnipresente panorámica del Todo. A usted le afectará de manera distinta que a mí. Pero no tenga dudas que dejará su huella. ¿Que cómo me afectó a mí? Es personal, por lo tanto intransferible y obviamente privado, gracias por preguntar. Pero creo que he hecho una buena descripción en el “síndrome del pájaro pintado” . La experiencia aúna —si están actualizados con algunos de mis trabajos pero especialmente con la evolución de mi pensamiento, cosa no menor, ya que si mi pensamiento fuera fotocopiado del de años atrás, ¿de qué evolución podría estar hablando?— observaciones sobre Geometría Sagrada, Radiestesia y Radiaciones Telúricas. Tomando, como “laboratorio”, una particular “área energética”, que trascienden el mítico Uritorco y abarcan a El cerro Uritorco, el cerro Pajarillo y el cerro Colchiquí (o cerro de “La Maldición”, en Ongamira), El último de estos cerros —el Colchiquí o Colchiquín, alguna vez llamado Chalcareta— situado aproximadamente a 24 Km en dirección N-E del Uritorco, ha sido desde el siglo XVI objeto de crónicas históricas por parte de los mismos colonizadores españoles que han referido legendarias concepciones mítico-religiosas por parte de los grupos comechingones, pre y post conquista española, otorgando no sólo al Cerro sino a sus próximas grutas (las Grutas de Ongamira) atributos de sacralidad que son reconocidos aún hoy. Enmarcado, pues, por estas tres formaciones, y conformando un triángulo, se emplaza la denominada popularmente Quebrada de Luna, singular planicie que muchos han dado en llamar Valle de los Espíritus o Valle de ERKS. Otros autores (no discutiremos aquí el punto) llaman “Valle de los Espíritus” a lo que primigeniamente se conocía como “Hondonada del Buey”, más genéricamente como “La Pampita” y que se refiere a un área plana próxima a la cumbre del Uritorco, en realidad, el añejo y desaparecido (y cubierto por depósitos sedimentarios) cráter de ese arcaico volcán que supo, hace millones de años, ser el cerro.

Serían innúmeras las experiencias a que podría remitirme. La fotografía de lo que en otro contexto sería interpretado como “ovni fortuito” pero aquí prefiero circunscribirlo a la idea de estas “energías”, como este documento, que siempre se obtiene en un vértice concreto del triángulo.

Pero allí no terminan las sorpresas: sólo en otro vértice, pero esta vez del triángulo, se obtienen siempre luces con comportamiento inteligente en el cielo nocturno.

¿Energías? ¿OVNI?

Esta fotografía, tomada por mí mismo, puede parecer pobre; la observación que la acompañó no lo fue, ya que esas “luces”, circunscriptas en el círculo amarillo, bailotearon durante… una hora, ante mi estúpido rostro sorprendido. Menos espectaculares, pero más intrigantes —cuando menos para mí— desde el punto de vista investigativo, fueron las prospecciones radiestésicas. Empleando un simple “péndulo de frecuencias” —cualquiera, a los que se le hacen divisiones proporcionales respetando la escala cromática, de hecho, en forma convencional— se comprueba que si nos situamos en los vértices del triángulo [1], para comenzar mirando al Este, siempre girará sólo al alcanzar la frecuencia violeta, pero descenderá al añil al volver el rostro al Oeste, permaneciendo impertérrito tanto al Norte como al Sur. En cambio, al ubicarnos en los vértices del triángulo [2], comenzando a mirar al Oeste girará sólo a alcanzar la frecuencia añil, y pasando al violeta cuando giramos hacia el Este, descendiendo al amarillo- anaranjado-rojo tanto al voltearnos al Norte como al Sur. Esto es muy extraño porque, si ustedes leyeron con atención, puestos en idénticos puntos el sentido de giro del péndulo dependerá de en cuál dirección estemos mirando, y no de ninguna otra variable (por ejemplo, el tipo de péndulo). Esto señala a gritos que la energía del lugar resuena en nosotros según nuestra orientación tanto con los campos geoelectromagnéticos como con las redes Hartmann, y abre un campo apasionante para la aplicación de técnicas Psicogeométricas en esos lugares. A título ilustrativo, digamos que son vértices del triángulo [1] los cerros Pajarillo, Colchiquí y la “capilla neotemplaria” ubicada en el mismo poblado de Capilla del Monte, y del triángulo [2], ésta, el cerro Uritorco y el cerro Colchiquí.

Entonces, ¿cómo no recordar aquellas dos “entidades”, humanoides y vestidas íntegramente de blanco, que aparecieron inopinadamente en una fotografía tomada por nuestros colaboradores en una ascensión a las cuevas de Ongamira. Están dentro del círculo amarillo. Ustedes alcanzan a ver a una integrante del grupo llegando a la oquedad, una ermita con la imagen de una virgen (siempre me preguntaba por qué esa compulsión católica de colocar en cualquier punto imágenes de su hagiografía; hoy sospecho que con el tipo de experiencias que los lugareños han convivido históricamente debe haber servido, en su ingenua ignorancia, casi como un exorcismo).

Las entidades, en círculos

Seamos redundantes: cuando revelo la fotografía es cuando aparecen… y nadie estaba allí.

Esto, sin entrar en detalles de puntos como Los Terrones, los Gigantes, La Posta del Silencio… Una región donde quizás la única nota frívola debe ser la famosa “calle techada” de la ciudad.

Precisamente hablando de esa “capilla neotemplaria”, conocida así por su configuración octogonal en su interior —experiencia que, huelga decirlo, tuve que realizar todas las veces a escondidas del párroco y sus fieles ayudantes, un poco hastiados de tanto cazador de anomalías y confundidos por las particularidades del templo que les tocó en suertes guardar y cuya Geometría Sagrada ignoran en absoluto, o hacen como que ignoran— precisamente hablando de ella, decía, es interesante señalar dos cosas: (a) un péndulo de frecuencias siempre girará en su interior sólo en la frecuencia violeta o añil, sin excepción, y (b) cualquier meditación de Merkaba realizada en su interior provocará percepciones insólitas. La más habitual: “presencias” perceptibles o visibles en la columna de luz que, durante el día, desciende por el rosetón que culmina la capilla. Que le da nombre al pueblo, claro. De paso, sería bueno atender a las baldosas que jalonan el piso. Todas muestran lo que muchos identifican con una swástica pero que creo más acertadamente un “triskelion”, un símbolo —como se ve en la gráfica que acompaña— absolutamente chamánico.

Al César lo que es del César… y a Guillermo Terrera lo que es de Guillermo Terrera. Cuando allá por los ’80 el fenecido metafísico, antropólogo amateur, docente de la Universidad de Buenos Aires y abierto filonazi preconizaba la existencia de un “triángulo energético” en esta zona (que, pomposamente, bautizó como “triángulo de fuerzas de Terrera”) fuimos muchos — me incluyo— quienes lo consideramos un dislate. Pero no hace tanto tiempo escribí que algún día, en una caverna o la cima de alguna montaña, con un péndulo en una mano y un libro de geometría en la otra, iba a comenzar a encontrar algunas respuestas. Bien, creo que allí estoy, ahora. Porque relacionando las prácticas psicogeométricas con las áreas determinadas radiestésicamente dentro de perímetros bien definidos (el margen de aproximación para los vértices indicados es de +/- 2 kilómetros, disminuyendo la intensidad de las detecciones radiestésicas a medida que uno se aleja del punto “ideal”), queda demostrado, al reducirse todas las variables a precisas constantes, que son focos energéticos particularmente intensos y precisos.

Que el efecto que “resuena” en nosotros es mensurable, al margen de cómo repercute en nuestra vida en los tiempos venideros.

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