Confieso que medité largamente el título de este artículo. Me debatía entre darle una objetividad aséptica (ya saben un lustre de academicismo que lo haga digerible al esófago hipersensible de los cientificistas), simplemente insinuar, con sesgos velados y como pidiendo disculpas, un cierto contenido esotérico, o lanzarme abiertamente a las fauces de los leones, sin negarles (o negarme) las sensaciones vividas cuando lo visité. Adivinen mi elección.
Es que lo que puede interpretarse como un devaneo literario o, en el peor escenario posible, un síntoma preclaro de brote psicótico, fue parta mí una avalancha de percepciones, sensaciones, imágenes, “flashbacks”, preguntas y más preguntas. Y no es un debate menor. Los que hacemos oficio del arte de escribir sobre cuestiones tan lindantes con lo fantástico, enfrentamos todos los días la dicotomía de resultar potables para un ámbito académico, en cuyo caso tenemos que ceñirnos a normas sobre la buena manera de escribir un artículo científico, o pensamos en ese enorme público que espera otras vivencias. En lo personal creo que escribo (disculpen) para mí; y no puedo negarme una evolución desde el mero recabado de pruebas y evidencias –cosa que sigue siendo muy importante, qué duda cabe- hasta el permitirme escuchar a mi corazón cuando deambulo en sitios sagrados. Algunos dirán que lo hago para vender más (y la pregunta sería “¿vender qué?”). Otros, dudarán de mi cordura. Sepan disculpar: me importa un bledo. Creo haber dado sobrada muestra de objetividad y racionalidad (que no racionalismo) demasiadas veces como para prohibirme el placer de aunar sensaciones y reflexiones en lo que será este trabajo.
Curado entonces en salud, la cuestión siguiente era si alimentar el viejo concepto dänikeneano de guías extraterrestres dirigiendo este monumento al misterio, o presuponer otro origen. Por un colectivo de razones que iré desgranando, mi teoría es que Tiwanaku era la puerta a otras dimensiones, un verdadero portal cósmico.
Tiwanaku (o Tiahuanaco, en la grafía hispana, pero prefiero respetar la aymara, si bien nadie está seguro que ese haya sido siempre su verdadero nombre y menos el original) es un término sobre el que aún se discute, simplemente, si es de origen aymara o queshwa. El nombre original en Aymara del lugar de Tiahuanaco no era el que conocemos hoy, sino que se llamaba «Taypicala», que en Aymara quiere decir «La piedra en el centro», demostrando que, para sus habitantes, el centro ceremonial de Tiahuanaco era el centro de todo su universo conocido.
• Tiyay (sentarse) y wanaku (guanaco), es decir: «Siéntate, guanaco»
• Sut’iyay (alborada) y wañuq (participio del verbo morir), lo cual significaría: «Alborada moribunda» (gramaticalmente erróneo, lo correcto sería wañuq sut’iyay)
Como se ve, todo entra en el terreno de la especulación. Como su antigüedad. “Oficialmente”, se le considera erigido en torno al año 1.500 AC y prolongándose hasta el 1.200 AC. Pero varias fuentes autorizadas (claro que execradas del academicismo al que hiciéramos referencia) señalan su erección alrededor del 16.000 AC. A veinte kilómetros del lago Titicaca y a 3.885 metros sobre el nivel del mar, aún si aceptamos los parámetros conservadores no quedan dudas de su fuerza primigenia frente a la cual la cultura inca empalidece. Acotación al margen: hay un interesante paralelismo entre incas y aztecas, que me gustaría señalar, pues en los manuales de texto escolares de todo el mundo, cuando se quiere hablar de culturas avanzadas en la América precolombina, siempre se cita a éstas. Y coom ya he descrito en muchas ocasiones, los aztecas (más bien deberíamos llamarlos “tenochcas”) pasaron a la Historia por nutrise de la sabiduría y tecnología de culturas que los precedieron (Olmecas y toltecas) pero, muy especialmente, por estar en el escenario presentes a la llegada d elos españoles. Y lo mismo ocurriò en este Sur; los incas se apoyaron en culturas previas (aymaras y tiwanakanos, entre otros) y eran el Imperio dominante a la llegada de los conquistadores. Y así como los aztecas tuvieron su Cortés, los incas tuvieron su Pizarro…
Toltecas y Aymaras, ¿una sola nación?
Hay muchas evidencias que en el pasado ambos pueblos estaban en pleno contacto. En México y aquí, desde antes de la Conquista, el «tamal» es el mismo tipo de comida (harina de maíz y carne cocida envuelta en la chala de la mazorca). «Tata», en quechua, es «papá» y en nahuatl, «abuelo». Los incas tenían los «kipus», notación con cuerdas trenzadas, y los toltecas, el «mecatl». Los «purépechas», etnia mexicana sobre el Pacífico, tienen las raíces lingüísticas del quechua («k’us», «kius») y se han descubierto grandes canoas por las que navegaban por la costa entre Perú y México. Ambos pueblos tenían el ciclo cósmico de 52 años, y el año sagrado de 270 días. En Xochimilco, hoy un barrio de México DF, antes un brazo del gigantesco lago Texcoco, los tenochcas construyeron islas artificiales -aún en uso- de juncos trenzados, llamadas «chinampas». Y la etnia de los «urus», en el Titicaca, viven aún hoy sobre islas artificiales de totora. En el mismo Titicaca existen dos islas sagradas: la del Sol y la de la Luna. Esta última es llamada «isla serpiente» o «Coati» en aymara, y en nahuatl «coatl» es, justamente, «serpiente».
De ahí la sensatez de la historia que dice que en Xochicalco, en el año 640 de nuestra era, se reunieron sabios de toda la América precolombina para unificar calendarios. O, como se dice, se reunieron todos los «ixachitekatl»(indígena americano, nativo americano, amerindio, gente autóctona que habita en las tierras de todo el continente americano, desde Alaska y Groelandia, hasta la Patagonia chileno-argentina).
Un guía excepcional
Ya comenté en alguna ocasión que seguí en este derrotero los pasos de mi amiga Débora Goldstern, la Alexandra David-Neel argentina. Por recomendación de ella, logré contactar _(y a partir de allí forjar una cálida amistad) con el escritor y arqueólogo (algunos dirían “amateur”; en tanto y en cuanto fue adscripto al INAr, el ente oficial de prospección arqueológica en Bolivia por lo meritorio de sus trabajos, es un arqueólogo por derecho propio, y sobre él volveremos en este espacio en el futuro en muchas oportunidades) Antonio Portugal. Toda descripción de sus cualidades que yo haga aquì será exigüa, para conocerle en profundidad, de modo que sugiero leer la excelente entrevista que la misma Débora le hiciera en su blog “Crónica Subterránea”, haciendo click aquì. ¡Alto!. Esperen. Prométanme, cuando menos, que si hacen “ahora” click y van al reportaje, luego volverán por aquí, sí?. No me gusta quedar hablando solo.
En el terreno
¿Cómo organizar claramente las sensaciones, las evidencias, las presunciones?. Permítanme llevarles de la mano por una galería de fotos, para ir comprendiendo el contexto.
Uno de los puntos más interesantes el Kalassasaya, al que se supone uno de los centros ceremoniales en uso simultáneo. Aquí, visto desde la cima de la akapana, pirámide que domina el conjunto, expoliada en buena medida por los españoles por la sospecha de un tesoro enterrado. La reconstrucción supuesta (y que se prosigue en forma paulatina) ubica en su cima una «Chakana», cruz escalonada que se ha transformada en distintiva de la sabiduría ancestral de estas regiones, cavada como un lago pequeño, alrededor del cual se disponían los sacerdotes que, observando el ingreso del reflejo de los astros sobre el agua, podían así efectuar cálculos calendáricos. Es sólo una hipótesis, y pueden brindarse otras, tal vez más audaces pero no menos probables. En la akapana efectué algunas experiencias, como medir radiestésicamente el lugar (con la certeza personal de la existencia de una cámara subterránea aún no descubierta y la prolongación de dos pasadizos subterráneos en dirección a la cercana serranía). Permítanme acotar aquì que es un hecho que aún no se ha excavado más del 5 % del lugar, por lo que muchas sorpresas aguardan bajo tierra. En ese contexto, la afirmación de Antonio -reflejado en dos de sus libros, «La Chinkana del Titicaca» y «Ciudades Secretas de los Andes»-, en el sentido que habría una «ciudad» subterránea aún no descubierta a la que él habría podido acceder en la forma de un viaje astral, no resulta tan exótica como parece. Aún más, repetí la experiencia que me enseñaran mis hermanos mexicanos de estimular mi propia «visión astral» por contacto meditativo sobre los monumentos, y tuve así la primera de las más fuertes sensaciones visuales: la presencia de grandes oquedades bajo tierra. ¿Mi imaginación?. Puede ser. O puede no ser.
En el Kalassasaya se encuentra la turísticamente famosa «Puerta del Sol». Que no es la única, como se cree. Por lo menos, se han descubierto otras dos, que aún permanecen tumbadas. Todas, talladas en un sólo bloque de piedera finamente pulida, así como la «Puerta de la Luna», que me hizo rememorar inevitablemente al dolmen (¿cómo llamarlo de otra manera?) sobre la pi8rámide de Xochitecatl, en México, centro de un intenso y aún presente culto a la Diosa Madre. Si bien en Tiwanaku no tenemos un trilito como ese verdadero «oopart» («out of place artifact», «artefacto fuera de lugar») mexicano, el aprecido es sorprendente.
Cuál es la finalidad de la (o las) Puerta del Sol, es algo que aún se ignora. Para empezar, no está en el lugar original, a todas luces. Por cierto, nada parece estar en su lugar… Ésta fue la segunda impresión demoledor que tuve: al buen rato de estar paseándonos entre las ruinas, le pedí a Antonio me permitiera retirarme a meditar en soledad un rato. Así lo hice, trepando a otro montículo, tardíamente inca, desde el cual se tiene un panorama general del lugar. Fue sólo cerrar los ojos y tener la certeza inenarrable que todo estaba fuera de sitio, y aún más, que era más lo que faltaba que lo que se veía.
Bajé un largo rato después, y deambulé en silencio entre las ruinas meditando sobre lo que sentía. Al alcanzar a mi amigo, le referí, como hago ahora con ustedes, la íntima convicción que el lugar me generaba. Había leído las noches anteriores los dos libros que Antonio generosamente me obsequió y repasando su concepción -avalada por otros- que en algún lugar se encontraban cámaras subterráneas con «desconocida maquinaria» de objeto desconocido, expresé una leve disensión: no creo que en algún lugar oculto de Tiwanaku haya maquinarias. Creo que todo Tiwanaku ES la maquinaria.
¿Maquinaria para qué?. Déjenme fabular, si quieren verlo así: se trata de una tecnología espiritual, un conjunto donde el conocimiento de leyes trascendentes corrían el velo entre los mundos, entre los planos. Vi a Tiwanaku como un rompecabezas del cual se perdió el sentido original y, al intentar reconstruirlo, las piezas fueron cambiadas de lugar, forzándose un «orden aparente», montándose las bambalinas del cuento que se quiere contar. Imaginen ustedes que nuestra civilización desaparece y sólo sobreviven unos pocos grupos de personas que vuelven al primitivismo. Milenios después, la civilización surge otra vez, y esos arqueólogos del futuro encuentran los restos destrozados de una central eléctrica y, luego que en los siglos anteriores se usaron algunos de esos restos funcionalmente para construcciones prosaicas, tratan, con lo que queda, de recuperar un sentido, uniendo las piezas de cualquier forma…
De esto, evidencias sobran: basta acercarse a la iglesia del pequeño pueblo de Tiahuanaco -que se encuentra a tiro de piedra del sitio arqueológico- para ver la iglesia, íntegramente construida con bloques extraídos del centro ceremonial, como prueban las fotografías donde se advierte que ni siquiera se tomaron la molestia de quitar los sobrerrelieves originales, así como las «agarraderas» talladas con maestría en las piedras para facilitar su acarreo. Y esto es sólo un botón de muestra: innumerables construcciones hispanas, en el lugar y hasta en La Paz, se hicieron aprovechando como «cantera» este lugar sagrado. Lo que, a propósito, nos lleva a otro problema: el lugar de origen del material para levantar la ciudadela. Porque no era originario, sino provenientes de canteras, en algunos casos, a ciento veinte kilómetros de distancia…. Si toman ustedes en cuenta que en el centro ceremonial de Puma – Punku algunos bloques pesan hasta ¡120 toneladas!, su sólo acarreo presenta un enigma mayor que el de las pirámides de Egipto.
El Kalassasaya y la Puerta del Sol son imágenes casi icónicas de Tiwanaku. Pero lo verdaderamente «extraterrestre» es el Puma – Punku. Allí llamaron poderosamente mi atención dos cosas: la monstruosidad de algunos bloques, y el fino pulido y tallado, milimétrico, de otros. Sinceramente, no sé que es lo que aún me sorprende más. en el segundo caso, a la tersura de la piedra, que casi hace pensar en concreto (por lo pronto, Portugal y otros investigadores recuerdan las leyendas ancestrales que cuentan que los antiguos sabían «ablandar» la piedra), se suma el tallado, terso, donde uno desliza la mano sobre su superficie y parece estar haciéndolo sobre una superficie acerada. Algunas molduras son escalonadas y cada desnivel tiene unos cinco milímetros, con lo cual la pregunta obvia es qué instrumentos fueron capaces de un trabajo tan delicado. Por cierto, no los cinceles de piedra, cobre y bronce que los libros de texto les supone a los tiwanakanos.
Los enigmas del Tiwanaku al aire libre no le van en zaga a los que se encuentran en los dos museos de sitio que se hallan en el lugar. Allí se multiplican afigies y monolitos, como el famosísimo «Bennet», al que las leyendas le atribuyen propiedades preternaturales, o el «Ponce». También, se repiten los frisos con «chakanas» y alegorías, y es una pregunta que aún quisiera responderme el porqué se encuentra prohibido el acceso al público en dos de las principales salas, donde las estelas y murales, sobrerrelieves y carátides se encuentran dispuestos para la observación de un selecto «target» privilegiado. Me preguntarán entonces cómo conseguí fotografiar todo eso. Bueno, ya me conocen.
La complejidad y variedad de certezas y presunciones que genera Tiwanaku no pueden ser agotadas aquí, y será motivo de próximas entradas. Sirva entonces esta breve reseña como una «puesta en ambiente» del lector para trascender la explicación simplista y siempre discriminatoria de la mayoría de los estudiosos del lugar, y un homenaje a los contemporáneos como Antonio Portugal o los ya desaparecidos como Posnansky, por su coraje y visión preclara.
¿Cómo no conmoverse ante el «megáfono», por ejemplo?. En el Kalassasaya, una inusual perforación en un muro permite ubicarse de un lado y, del otro, escuchar las palabras reververantes que se emitan muy amplificadas. Los fisiólogos han señalado que la estructura de la perforación reproduce todas las características del oído interno humano, lo que, cuando menos, habla a las claras del conocimiento cierto de la anatomía que tenían sus constructores.