A la memoria del doctor Enrique Briggiler
No voy a perder demasiado tiempo en preámbulos para lanzarme de lleno al sentido de este artículo, por otra parte, absolutamente explícito en el título. Si bien sé que una cierta arrogancia de mi parte –en el sentido de intuir como probable tener algún tipo de decisión propia en esto del “contacto”– va a granjearme por igual la antipatía de ovnílatras y ovnífobos, los primeros por descreer en un determinismo absoluto en manos de esa Inteligencia alienígena, y los segundos por sentirme sospechosamente cerca de Roy Neary (¿recuerdan?, era el electricista infantiloide de “Encuentros Cercanos del Tercer Tipo”), pienso que la investigación del fenómeno OVNI está descuidando dos instancias fundamentales: una, que aceptada una Inteligencia rectora detrás del fenómeno, es obvio que toda inteligencia que se expresa a través de una conducta, debe necesariamente tener una motivación y un propósito.
Basándonos entonces en los hechos expuestos en este libro, reflejos objetivos de aquella conducta, trataré de delinear hipótesis que expliquen sus propósitos e intereses. En segundo lugar, desconfío de los métodos tradicionalmente postulados para establecer contacto con extraterrestres: emisiones de radio, rastreo de la banda radiotelescópica del hidrógeno interestelar, y un largo etcétera, y ello a su vez por otras dos razones, a saber:
(a) suponer la lógica de adoptar por razones racionales un determinado sistema (toda civilización emite ondas de radio, si tratan de comunicarse lo harán empleando frecuencias electromagnéticas) supone necesariamente admitir que esa civilización opera con patrones lógicos análogos a los nuestros, y en otras páginas ya hemos analizado que no necesariamente esto ha de ser así (y si aún no le quedó claro es que se ha salteado algún capítulo) de manera tal que quizás no se trate tanto de que su evolución es millonaria en años adelantada a la nuestra, sino que procedió por caminos psíquicos distintos.
Ya me imagino la sonrisa sardónica de mis detractores y su respuesta: “¿pero, a ver, cómo es eso de una “lógica distinta”?. Afirmar eso es ilógico”. Debo admitir que tal argumento no me mueve un pelo: una estructura cerebral diseñada para procesar la información de una manera lineal y sólo una –como la nuestra– no puede “comprender” otra lógica, de la misma manera que el raciocinio elemental de un primate no le permitiría, en su pragmaticidad, aceptar como lógicas nuestras propias ecuaciones matemáticas.
O, (b), quizás sí, después de todo, nuestras formas de comunicación –radial, televisiva, fonética– les resultan absolutamente perdidas en la noche de un tiempo evolutivo inmensamente más antiguo que el nuestro. A fin de cuentas –y sin tanta diferencia evolutiva de por medio– si un habitante cualquiera de nuestras ciudades paseara en su automóvil por la carretera de algún inhóspito desierto y en la lejanía observara algunas columnas de humo elevándose intermitentemente, ¿podría suponer –y no digamos ya distinguir– que se trata de algo más que un remoto incendio de matorrales o los restos de algún asado campestre, en lo que en realidad serían indígenas transmitiendo dificultosamente mensajes a parientes lejanos?.
Por eso soy un convencido de que debemos explorar formas alternativas de hacer contacto. A otros, más capaces que yo, dejaré los vericuetos del contacto telepático, la tabla ouija, las psicografías y otros métodos que, a no dudarlo, nos darán en el futuro interesantes revelaciones, si no de extraterrestres, cuanto menos de entidades de otro orden de realidades o de nuestro propio inconciente. Aquí, mientras tanto, me decido a explorar opciones que, entiendo, no han sido expuestas antes, y cuya factibilidad dejo librada a la imaginación del lector.
Llovía la mañana de agosto de 1980 en que llegué por primera vez a la ciudad de Santa Fe. En ese entonces me encontraba organizando un congreso de parapsicología por cuenta y orden de una academia de Buenos Aires la cual, como parte del ajetreado trajín que significaba montar tal evento, me había enviado a esta ciudad con la misión de contactar a un científico del cual, en ese entonces, oía yo hablar por primera vez: el psiquiatra Enrique Briggiler.
En su casona-consultorio de calle Javier de la Rosa, departimos una mañana sobre los temas de nuestro común interés, y me llevé la imagen de un hombre de ideales firmes, serio y metódico en su proceder profesional pero poco preocupado por las convenciones sociales: no de otra manera puede explicarse su entusiasmo cuando me describía sus “experimentos para contactar extraterrestres”. Volví a verlo en varias oportunidades –coincidíamos en algún otro congreso, generalmente– y cuando me radiqué en la ciudad de Paraná (que podríamos decir que queda a “tiro de piedra” de la ciudad de Santa Fe), siempre tuve en mente hacerme una “escapadita” para conversar largamente con él y, por qué no, participar en sus experimentos y aunar esfuerzos. Pero durante un par de años mi ajetreada vida profesional fue dilatando ese deseo y un día de 1991 la noticia, en boca de un colega investigador, me golpeó como un puñetazo: el doctor Briggiler, tan cercano, había fallecido. Y nunca pude saber hasta dónde había llegado.
Experimento sin embargo la contundente sensación –y soy una persona que aprendió a confiar de sus intuiciones– de que Briggiler estuvo cerca, muy cerca, de “algo”. Alguna vez.
Una década antes de su fallecimiento, me había facilitado un material resumiendo sus trabajos, que a continuación reproduzco. E insto a quienes quieran reiniciar, de alguna manera, sus propios pasos, a hacerlo, individual o colectivamente, de manera solitaria o tomando contacto conmigo, porque la metodología del “cuarto estado” (¿quizás otro de los conocimientos que alguna fuerza oscura quiere privar a la humanidad?) puede reservarnos muchas sorpresas.
Consideraciones generales
Como médico dedicado a psiquiatría, hace 40 años Briggiler inició trabajos de investigación en el área de la psicología normal y de la psicopatología por medio de técnicas inductivas que desde Braid han sido designadas erróneamente con el término de “hipnosis”. Comenzando a investigar las posibilidades de la mente humana, sus limitaciones y posibles fronteras, más allá del concepto condicionante de tiempo y espacio, pronto surgieron fenómenos especiales, no habituales en estado de vigilia (despierto), que aparentemente pertenecían al terreno de la Parapsicología, tales como regresión en el tiempo, bilocación, etc. Después comprobó que este procedimiento era un recurso limitado para sus objetivos de investigación, y que el problema de fondo en la metodología no era cuantitativo, o sea, profundización de un estado mental determinado o expansión de la conciencia, sino cualitativo: debía lograr un “cambio de estado”, y no seguir arando en el mismo surco o cavando en el mismo pozo. Había que llegar a provocar un estado alterado de conciencia, con técnicas de laboratorio y en experiencias que pudieran ser controlables y controladas.
Esta situación alterada de conciencia a la que denominó Cuarto Estado, por ser diferente a los habituales de vigilia, sueño e hipnosis, la logró mediante una metodología que combina técnicas multidisciplinarias muy elaboradas, que describiré, así como los resultados obtenidos.
Llegó Briggiler al campo de la Ovnilogía de forma tangencial, casi por accidente, a causa de un fenómeno surgido en una de las sesiones, pues no formaba parte de su plan de trabajo. Más adelante consideró que el problema actual de la ovnilogía radica en la metodología de investigación debido a la ausencia, por agotamiento, de una técnica de estudio de los fenómenos a investigar. Hasta entonces el procedimiento utilizado había sido solamente la observación, cuando aún no se habían popularizado otros métodos alternativos de análisis. Y estableciendo comparaciones con la evolución de otras ramas de la Ciencia, como la física, química, biología, etc., concluyó que en este campo estamos en la edad de piedra en lo que a metodología científica se refiere.
Sostuvo que no se podía seguir mirando el cielo, cámara en mano, para intentar registrar un fenómeno OVNI, dependiendo del azar. Y, como sabemos, es excepcional que esa circunstancia se de al investigador. Habitualmente es un observador accidental, automovilista u hombre de campo, y el investigador debe limitarse a escuchar su relato, o tomar fotografías del terreno donde el OVNI dejó sus huellas. Así, las comprobaciones son las más de las veces indirectas y accidentales, y en condiciones no reproducibles en laboratorio. Condición ésta imprescindible para el estudio científico de un fenómeno. Y además, dos elementos importantes que le restan seriedad a este tipo de fenómenos (o al estudio del mismo): la gran cantidad de diletantes e improvisados, sin formación científica, dispuestos a aceptar sin ningún rigor todo lo que se les ofrece, y también la enorme cantidad de delirantes a los que atrae el tema, y que contribuyen en su delirio a desvirtuarlo, incluso dándole connotaciones metafísicas o religiosas.
De allí nuestra inquietud en presentar este trabajo, que consideramos puede ser un aporte de interés como una nueva metodología de estudio en la investigación OVNI.
Considerando la posibilidad de existencia de civilizaciones extraterrestres, supuso Briggiler que solamente habría dos formas de comunicación (excepto la directa, persona a persona): una, por medios electrónicos de avanzada tecnología, de los cuales aparentemente no disponemos fácilmente, o al menos no han dado resultados concretos, y otra posibilidad podría ser por medios biológicos, haciendo el sujeto en el 4ºE las veces de centro emisor-receptor.
¿Cómo podemos lograr que un ser humano se convierta en un perfecto emisor-receptor biológico, incluso con la posibilidad de modularlo a voluntad, para que nos permita este tipo de comunicación?. Dos premisas básicas:
- Sintonizar los ritmos cerebrales del sujeto en determinadas frecuencias.
- Sintonizar los ritmos corporales también en determinadas frecuencias.
(Nota: estos ritmos no están relacionados con los en este momento tan difundidos biorritmos de Krumm-Heller y las tablas de Vélez Rojas. Pertenecen a un campo diferente: el de la inducción biorritmológica).
De esta manera, con técnicas que denominó de inmersión, logró que el sujeto entre en resonancia con determinados tipos de frecuencia vibratoria que con técnicas electrónicas convencionales aún no se ha podido lograr.
Haremos una síntesis de la técnica, a fin de no abrumar con su complejidad, recordando que en todos los casos es conveniente la participación de un ingeniero electrónico y un médico especializado en neuropsiquiatría con conocimientos de electroencefalografía.
El primer concepto básico es el de ritmo, ya mencionado. Todos los procesos vitales están sometidos a un ritmo determinado en su funcionalidad.
El segundo es que todo tejido u órgano viviente genera electricidad. La originada en el corazón la registramos con el electrocardiógrafo (electrocardiograma), la muscular con el electromiógrafo (electromiograma), y, lo que nos interesa fundamentalmente, la actividad eléctrica cerebral con el electroencefalógrafo (electroencefalograma). El cerebro genera potenciales eléctricos a un ritmo determinado correspondientes a diferentes estados. Resumiendo, son cuatro ritmos básicos: las ondas beta, rápidas, de gran frecuencia y poca amplitud, que corresponden al estado de vigilia y atención conciente intelectual. En el otro extremo de la banda aparece el ritmo delta, con ondas muy lentas y de gran amplitud. Se registra en estados patológicos (tumores, artereoesclerosis, etc.) y, en condiciones normales, en diferentes fases del sueño natural. Pero los ritmos que nos interesan son las otras dos bandas básicas de electrogénesis cerebral: el ritmo alfa, de 8 a 12 ciclos por segundo, originado en las partes posteriores del encéfalo (región occipital) y que solamente aparece en estado de relajación y vigilia alerta. Es tan sensible, que basta abrir los ojos para que desaparezca o se bloquee.
Alrededor de este ritmo se ha creado toda una mitología de estados alterados de conciencia y se fabula que utilizando aparatos de “biofeedback” (bioinformación) se logra colocar al cerebro en alfa, llegándose a un éxtasis comparable al nirvana oriental. Esto no es verdad.
El estado alfa es importante como paso preliminar, y desde comienzos de siglo se puede lograr con el “entrenamiento autógeno de Schültz”, sin sofisticaciones electrónicas. Lo primero es mantener y difundir a través del cerebro dicho estado, especialmente a las regiones frontales y prefrontales. Es el paso previo para llegar al estado o banda theta, caracterizado por su frecuencia de 4 a 8 ciclos por segundo, cuya forma sinusoidal y su amplitud de 50 microvoltios lo hacen semejar un ritmo alfa lentificado. Y este es el ritmo fundamental que debemos inducir en el cerebro para lograr el objetivo buscado. Lo lograremos por los siguientes medios:
A) Estimulación electrónica trasnscerebral
Nos permite provocar en forma rápida una situación rítmica cerebral determinada. Para ello utilizamos corrientes pulsatorias de baja frecuencia y poca intensidad, con las que estimulamos el cerebro, ejerciendo una influencia compleja sobre el sistema nervioso central, más una importante acción sobre el sistema neurovegetativo que rige las funciones supuestamente autónomas de la voluntad (ritmo cardíaco, aparato digestivo, etc.). El control electroencefalográfico acusa las modificaciones bioeléctricas. Con la Estimulación Electrónica Transcerebral sincronizamos la actividad bioeléctrica cerebral. Posteriormente controlaremos al sujeto mediante hipnosis.
B) Modulación foto-sónica
Las principales puertas de ingreso del conocimiento al organismo, por las cuales tenemos acceso a la realidad, son la vista y el oído, y ambos responden a estímulos diferentes. A través de ellos logramos sintonizar el cerebro con el resto del cuerpo, actuando sobre el sistema neurovegetativo, o de las funciones involuntarias. Conocemos el control que sobre estas funciones se logra por técnicas de meditación orientales. Y estos estados van acompañados de modificaciones bien determinadas en la actividad eléctrica cerebral. Estudios realizados en la Universidad de Tokio por A. Kasamatsu y T. Hirai han establecido los cambios que se producen en el electroencefalograma en las diferentes etapas de meditación en el Budismo Zen: primero aparece alfa con los ojos abiertos, luego alfa aumenta de amplitud, posteriormente va disminuyendo, se produce una aminoración y enlentecimiento, hasta que aparece el tren rítmico theta. La misma sucesión la enseñó a provocar Briggiler.
C) Estimulación luminosa intermitente (ELI)
Se utiliza en los estudios electroencefalográficos de rutina a los fines de poner en evidencia posibles epilepsias encubiertas. Utilizamos destellos luminosos intermitentes de frecuencia variable producidos por un estroboscopio de tipo industrial modificado (“fotoestimulador”). Con esto provocamos los llamados potenciales evocados: los ritmos cerebrales son “arrastrados” por la frecuencia impuesta a los destellos luminosos. De esta manera, si actuamos con una frecuencia de destellos de 10 ciclos por segundo, que es el promedio de alfa, el cerebro se coloca en alfa. Y así, a través de esta inducción, establecemos el control de la actividad cerebral eléctrica en un sujeto dado con posibilidad de modularla. Y algo que no termina de sorprendernos: el cerebro también responde a los armónicos. Si colocamos la frecuencia luminosa en los armónicos de alfa, o sea, la mitad (5) o el doble (20), el cerebro también produce alfa (¡!). Y aquí surgen serios interrogantes: ¿es que tenía razón Pitágoras?. ¿Es que la totalidad del Universo está en armonía y existe un ritmo cósmico?.
La activación cerebral con fotoestimulación para su posterior modulación tiene por objeto colocar el cerebro en alfa para luego llegar a theta. De allí la importancia del límite inferior de la banda alfa (8 c/seg.), pues las frecuencias inmediatamente por debajo pertenecen a la banda theta. Es un ritmo de transición que nos abre las puertas a theta. Adoptando el lenguaje de los especialistas en cibernética, el ritmo alfa sería explicado como un “barrido” (scanning) análogo al radar. Cuando un sistema de este tipo no tiene nada para señalar, tiende a oscilar. Pero se bloquea, por el contrario, si algo entra en su zona de barrido, para oscilar después buscando otras informaciones.
D) Ritmos sónicos
De la misma manera que los ritmos luminosos afectan la mente y el cuerpo, haciéndolos oscilar a determinadas frecuencias, también lo hace el sonido. Sabemos la influencia de los ritmos sonoros y su participación fundamental en ceremonias tribales primitivas africanas, el voodoo haitiano, la macumba brasilera, etc. Esta influencia abarca un amplio espectro según su frecuencia. Los sonidos audibles están comprendidos entre los 16 y 20.000 ciclos por segundo. Pero también afectan al ser humano los infrasonidos (por debajo de 16) con cambios en los ritmos cerebrales, alteraciones circulatorias, incluso parálisis, y los ultrasonidos (superiores a 20.000), con acciones físicas (actúan sobre los movimientos vibratorios de las partículas, generan campos eléctricos de gran intensidad que provocan ionización), químicas (desintegración de grandes moléculas), biológicas (los infusorios son pulverizados en fracciones de segundo, se exalta la virulencia de algunas bacterias y los virus se debilitan. Las lombrices, batracios, renacuajos, ranas y ciertos peces experimentan tenia seguida de parálisis, luego destrucción celular y hasta la muerte). Así que debemos cuidarnos de los sonidos, aunque no los escuchemos.
Con respecto a los ritmos sónicos audibles, el científico búlgaro Georgi Lozanov descubrió la influencia sobre el organismo de ciertos ciclos sónicos que utilizó en psicopedagogía para acelerar el aprendizaje (un idioma en un mes). El propósito es crear un estado orgánico “ralentizado”, moderando el funcionamiento y sincronizándolo con ritmos de base, referidos a la totalidad corporal. El ritmo actúa como resincronizador de ritmos internos desincronizados. Con el “clip” rítmico de un metrónomo, a 50 ciclos por minuto, nosotros logramos, en el cuarto estado, que el sujeto sincronice su corazón al mismo ritmo, 50 pulsaciones por minuto. Pero habitualmente Briggiler prefería trabajar con un tipo de música especial, de ritmo muy lento y sostenido. Con la colaboración de Radio Nacional (Santa Fe) grabó una selección muy laboriosa de música barroca, tomando exclusivamente los movimientos largos, de un ritmo de 40 a 60 ciclos por minuto, con clave de tiempo de 4/4, donde alternan diferentes instrumentos (violín, clavicordio, mandolina, guitarra, flauta) y diferentes claves (mayores y menores) de Bach, Corelli, Häendel, Telemann y Vivaldi.
Este conjunto de técnicas muy elaboradas constituyen la metodología para llegar al Cuarto Estado, en el que el organismo sincroniza holísticamente sus ritmos biológicos, colocándolo en forma controlada en una situación rítmica especial que permite que actúe integrado, sin que uno de los sistemas bloquee al otro. La base consiste en hacer desaparecer compartimentos obstaculizadores y abrir circuitos habitualmente cerrados. Con estas técnicas de inmersión se coloca al individuo en estado de resonancia, donde la totalidad del organismo funciona en armonía consigo mismo, y, tal vez, con el Universo. Se ha transformado en el mejor equipo biológico emisor-receptor para cualquier tipo de comunicaciones. Y, lo que es muy importante, controlable, siendo posible determinar la dirección de búsqueda.
Contactos
Haremos una breve reseña de tipo general de los resultados obtenidos y reportados por Briggiler mediante el Cuarto Estado, metodología electrónica de comunicación extraterrestre.
Y comenzaremos por el primer contacto, por las características particulares que revistió, y que volcó en una obra de ficción (“YADOS, contactos extraterrestres del cuarto tipo”, Enrique Briggiler, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1979). El sujeto en el Cuarto Estado establece un contacto, comenzando a recepcionar emisiones en un lenguaje desconocido, de tipo binario, que no existe como lengua viva ni muerta. Después de varias comunicaciones sin comprender nada, le llamó la atención el hecho de que ellos sí podían comprender al equipo de psiquiatras trabajando sobre el sujeto sometido al experimento. Como si utilizasen información del caudal de datos contenidos en el cerebro del sujeto receptor.
Así, si podían utilizar dicho material para recepcionar, a la manera de un analizador automático, se supuso que de igual forma sería posible revertir el proceso y utilizar el mismo sistema para sus emisiones. Progresivamente lo lograron. Al comienzo hubo dificultades, pues al intentar emitir en lengua española equivocaba la terminología, trastocaba la ubicación de las sílabas, desconocía la significación exacta de los vocablos, incluso de términos comunes como “agua”, etc., en fin, les recordaba un niño en el período de aprendizaje con desconocimiento de la pronunciación y el significado de términos habituales de la vida cotidiana (después, como comprobaron, su realidad era otra, muy distinta a la nuestra). Al interrogarle acerca de cómo se alimentaba, contestaba: “¡Jakiaratinque!. Jari ya serive”, y se señalaba el costado derecho, a la altura en que nosotros tenemos la cintura. Al fin llegaron a comprenderse mutuamente, para sorpresa del equipo santafecino: estaban en contacto con un “robot”, o algo semejante, aparentemente perdido en el espacio, y en una situación de urgencia, pues lo que repetidas veces les había indicado como fuente de alimentación en su costado era una batería (¿?) (así las designaron, sólo por analogía) descargada, y requería urgentemente de materiales para recargarla. Tenía unos 50 centímetros de estatura y Briggiler supo mostrarme el boceto del mismo. No vamos a detallar su mundo, pues cada uno de los contactos establecidos con diferentes civilizaciones demandaría un libro. Estos seres dependían de una estación central que dirigía sus actividades, pero estaban programados con cierto margen de independencia que les permitía hacer elecciones o tomar resoluciones como si fuesen propias, o al menos, así lo suponían ellos. El contacto con Yados fue una historia larga, y por momentos emotiva (¿Es difícil –o no– encariñarse con un robot?).
Con posterioridad a esta primera experiencia continuaron perfeccionando la técnica, entrando en comunicación con diferentes civilizaciones. Parece que los vecinos que nos frecuentan son mucho más numerosos de lo imaginado. Describiremos (siempre según los escritos de Briggiler) algunas características generales de nuestros visitantes:
a) Provienen de distintas civilizaciones, independientes entre sí. Muchas veces se niegan a indicar su procedencia. Algunas han establecido asentamientos artificiales (bases) temporarios en nuestro sistema. Otras veces proceden de sitios desconocidos por nosotros y designados con diferente terminología en el mapa celeste.
b) Sobre la causa de su presencia aquí han encontrado dos constantes: por una parte, al detectar la existencia de vida en nuestro sistema, vienen con objeto de investigación. Somos motivo de estudio por parte de ellos. Y otra razón que se repite con bastante frecuencia: su concentración en zonas de conflicto armado, con vigilancia permanente de sitios donde existe movilización de tropas. La posibilidad de una conflagración de grandes proporciones es motivo de constante preocupación por parte de ellos. Esto se debería a que una guerra nuclear podría afectar determinados equilibrios en el espacio provocando reacciones en cadena y perjudicando otros sistemas y otras civilizaciones. Y aquí, algo muy importante: todos sin excepción, pregonan la paz. Parece que somos el último reducto de la galaxia donde en un planeta sus habitantes hacen la guerra entre ellos mismos. Son seres con una moral supuestamente más elevada que la nuestra, o al menos con un instinto de conservación más desarrollado. Y esto trae aparejado una actitud general hacia nosotros casi de rechazo, a veces colindante con el desprecio, originada en nuestra agresividad y violencia. Esto suele crear dificultades en el contacto por su falta de interés, y a veces, hasta se niegan a hacerlo. Somos considerados bárbaros, y algunas de estas civilizaciones muestran una soberbia molesta. Briggiler siempre insistió en esto: procuran pasar inadvertidos, no les interesa el contacto y tratan de evadirnos.
c) En cuanto a las características objetivas, señalaremos: con respecto a las naves, tienen diferentes tamaños, que oscilan de 6 a 40 metros, con una media de 15 a 20 metros. En lo que hace a color, brillo y luminosidad, no difieren de las observaciones directas descriptas hasta el momento. Lo mismo la forma, que en general es una estructura circular u ovoide, más bien aplanada, a veces alargada. Su superficie exterior es descripta como metalizada sin que a simple vista se detecten alteraciones de continuidad que indiquen aberturas. Lo que habitualmente se describe como ventanillas con luces, no son tales. Existen dos tipos de estructuras con apariencia de ventanillas luminosas: unas pertenecen al sistema de propulsión, y de acuerdo a su funcionamiento, es la coloración o destellos con que se perciben. Otras pertenecen al sistema de observación, pero no directa. Son pantallas que a la manera de lentes de cámaras de televisión transmiten la información visual a pantallas receptoras de imágenes en el interior de la nave y pueden regular la distancia del objetivo a la manera de nuestros microscopios o telescopios. Podemos ser estudiados como una bacteria en el microscopio electrónico. Cuando el “sondeo psíquico” encontró naves posadas sobre la superficie, su base de sustentación no difiere de las observaciones clásicas (patas en trípode, etc.). Habitualmente se desplazan en conjunto. Rara vez encontraron naves aisladas, y en estos casos integraban un grupo del que momentáneamente se habían desprendido para cumplir una misión.
d) En cuanto al interior, de acuerdo al tamaño está dividido en compartimientos, y se destacan dos características frecuentes. El interior está siempre iluminado totalmente, y es imposible identificar la fuente de iluminación, que, según los sujetos, es como si “saliera” o lo produjese la misma pared. Y en estas, son muy pocos los espacios libres. Están prácticamente cubiertos de pantallas, paneles con botoneras y luces funcionales.
e) Habitualmente las naves están ocupadas por “seres”. En una sola oportunidad se localizó una nave solitaria sin ocupantes, que se desplazaba a gran velocidad sobre el Atlántico con rumbo aparente hacia Canadá. Todo su instrumental funcionaba automáticamente. El número de ocupantes difiere, en los que se han contactado, desde dos hasta un máximo de nueve. Esto, directamente vinculado al tamaño de la nave, y a su vez, relacionado con el tamaño de sus ocupantes.
Si intentáramos hacer una sistematización o clasificación del tipo de seres contactados, los dividiríamos de la siguiente manera:
1) Seres totalmente vivos (en el sentido de lo que nosotros designamos “vida”, con determinadas características biológicas en común), y dentro de éstos, dos clases: seres antropomórficos, con forma semejante a la humana, pero variantes diferenciables en lo anatómico y funcional. Por ejemplo, algunos tienen seis dedos en las manos y en los pies. Otros son lo que consideraríamos enanos (60 cm) o gigantes (¡2,50 m o más!). Suelen ser lampiños totales y carecen de faneras, restos inútiles de la evolución biológica: no tienen pelos, vello ni uñas. Carecen de párpados y sus ojos tienen una inmovilidad que hace “difícil mantener la mirada”. El color de la piel es diferente, lo mismo que su rugosidad. En algunos también la boca es un resabio sin ninguna utilidad alocutiva, pues se comunican entre sí de otras maneras, por lo que aparece en estado de atrofia: labios finos, sin movilidad, etc. Lo mismo que nariz y orejas. Algunos son desproporcionados, en los que suele destacarse el tamaño de las cabezas.
2) Además de estos seres antropomórficos, existen otros seres vivos que se apartan completamente de las formas convencionales, semejantes a batracios de gran tamaño (40 cm). Lograron un solo contacto que no prosperó por imposibilidad de comunicación. Detectaron la presencia de los experimentadores del psiquiatra y comenzaron a comunicarse entre ellos con sonidos ininteligibles y guturales, tipo “chillidos”, que les hizo suponer que estaban alarmados. Fue imposible entenderse.
3) En el otro extremo de este bosquejo de clasificación, estarían los denominados “robots”, o algo semejante. Seres completamente artificiales, programados pero con cierta autonomía, de tal manera que les permite elecciones, con cierto margen de capacidad resolutiva independiente. Están permanentemente contactados con una central o base, desde la que reciben y a la que emiten información en forma continua. Tienen capacidad de desplazamiento y se comunican entre sí.
4) Y por último, un tipo de seres de constitución mixta, con un organismo funcional en el que poseen implantados distintos tipos de dispositivos de naturaleza biónica; así, unos disponen de una especie de lente en la frente a través del cual emiten proyecciones de imágenes o ideas por medio de ondas o radiaciones con las que se comunican. Otros poseen un aparatito muy interesante, implantado en el pecho, al igual que uno de nuestros marcapasos, pero sin conductores, y que desempeña las funciones de sensor biológico: cuando alguna de las funciones orgánicas se altera o desequilibra lo indica de inmediato. Otros tienen en el rostro una especie de pequeña pantalla tipo televisor. De hecho, en una sesión se filmó y grabó las instancias de un contacto con esta clase de extraterrestres. A los pocos días de esta experiencia salió publicado en todos los medios de difusión un encuentro de dos niños en Mendoza con un humanoide o robot que respondía con notable coincidencia en su descripción al contacto establecido por los investigadores. En lo que hace a la forma de comunicación entre ellos, varía: se han encontrado lenguas diferentes con respecto a las conocidas en nuestro planeta, especialmente en los antropomorfos. Otra forma de transmisión es la que nosotros designamos como “telepatía”, pues al menos no necesita de sonidos para comunicarse ni utilizan medios físicos detectables por nosotros: simplemente, se comprenden. Y una tercera forma es a través de técnicas y códigos electrónicos (señales) utilizados por los seres de constitución mixta (¿biónicos?) y robots.
El concepto de tiempo y espacio por parte de ellos difiere completamente del nuestro, así como el manejo que hacen de determinado tipo de materia y energía desconocido por nosotros. Los parámetros que ellos utilizan para medir el tiempo son diferentes (por ejemplo, un “nove”, que es el “día” de una de estas civilizaciones, equivale a 45 días de los nuestros), y con respecto al promedio de vida, se han encontrado algunos que viven… hasta 800 años de los nuestros, lo que nos trae reminiscencias de los patriarcas bíblicos que vivían, según la tradición, ese tiempo y aún más. No tienen problemas de salud ni conocen lo que es la enfermedad, ni la función del médico en nuestra sociedad. Su existencia se interrumpe al terminar su ciclo, en forma natural, o por accidente, o por voluntad propia, esto último frecuente cuando se encuentran agotados de vivir.
Por otra parte, ellos sólo pueden ingresar a nuestro planeta en determinados períodos y por ciertas zonas, que varían según las épocas. Desconocemos qué tipo de condiciones son las que facilitan o no esa penetración. Y una vez bajo la esfera de influencia de nuestro planeta, pueden desplazarse siguiendo determinadas líneas de fuerza lo que les impone trayectorias preestablecidas y planificadas, con escaso margen de maniobra para alterarlas.
Y algo importante: sabemos que para que la luz impresione nuestra retina y provoque la percepción de una imagen, las radiaciones luminosas deben tener una frecuencia y amplitud determinadas (espectro luminoso o luz visible) de 4000 a 8000 Aº (Armstrongs = diez millonésima parte de milímetro). Las radiaciones por encima y por debajo de estas magnitudes constituyen la “luz invisible”, que no impresiona nuestra retina. Es muy frecuente en las descripciones de avistamientos de OVNIs escuchar decir que “desapareció de golpe”, atribuyéndolo a variaciones de velocidad o aceleración. Y no es así. Durante uno de los contactos se ha explicado el fenómeno. Para hacerse visibles a nuestra retina, dependen del nivel de condiciones vibratorias en que se encuentren o coloquen, y lo mismo sucede a la inversa. O sea que cuando desaparecen abruptamente no se debe a fenómenos de aceleración, sino simplemente que dejan de impresionar nuestra retina, por ingresar en longitudes de onda diferentes. Sencillamente, dejamos de verlos. De la misma manera que no oímos un tipo especial de silbato para perros, porque producen frecuencias vibratorias no audibles para nosotros.
Somos objeto de estudio por parte de ellos: estudian las condiciones de vida de nuestro planeta y recogen muestras. Algunos desconocen lo que es el agua. En una zona deshabitada de la costa atlántica una nave descendió y sus ocupantes, desconociendo este elemento, pretendían infructuosamente recoger muestras de agua con la mano. Pero otras civilizaciones necesitan de ella: en un paraje del río Bermejo encontraron dos naves gemelas suspendidas sobre la superficie del agua abasteciéndose de la misma. Todo aquí les interesa, desde los peces (“¿qué son esas cosas que se mueven debajo del agua?”), los perros (“¿cómo se llaman esos seres que conviven con ustedes?. ¿por qué conviven con ellos?”), los pájaros, los libros. Ellos no utilizan la comunicación escrita. La conversación y acopio de conocimientos e información, así como su transmisión generacional, la realizan por medio de computadoras.
Pero lo que más les llama la atención, a todas las civilizaciones sin excepción, es la mente. Nuestra mente (lo cual es un índice de sus limitaciones). Y eso se debe a esta técnica de comunicación. En forma reiterada preguntan: “¿qué es lo que ustedes llaman mente?. ¿Qué es eso que les permite llegar tan lejos?”. Les resulta inexplicable y sorprendente que los hallamos descubierto y localizado, pretendiendo como pretenden pasar inadvertidos, y aún más, que se haya hecho contacto con ellos. Sus mecanismos psíquicos son diferentes, y se les han notado carencias emocionales y afectivas. A veces ellos detectaban la presencia de los “exploradores” antes de que éstos se hicieran notar. El sujeto-sonda ingresa y comienza la descripción de lo que ve, interrumpiéndose en un momento determinado: “Ya se dieron cuenta que estoy –dice–. “Se están comunicando entre ellos sobre esto. Están sorprendidos”. Luego se establece o no la comunicación.
Cuando la rechazan disponen de medios técnicos para neutralizarnos. “Es como si me hubieran bloqueado”, dice el sujeto. O “Estoy fuera de la nave; me echaron”. Lo vuelven a introducir, y a poco: “Estoy de nuevo afuera. Me volvieron a echar. No quieren saber nada”. En escasas oportunidades han utilizado métodos violentos, pero persiste el convencimiento de que no ha sido por agresividad o con el objeto de hacer daño, sino como mecanismo de defensa. En estas circunstancias, la experiencia fue dolorosa para el sujeto. Para ello han utilizado radiaciones que a través de la vista, el oído o directamente, afectan el cerebro del sujeto. Éste se contrae violentamente lanzando gritos de dolor y tapándose con las manos desesperadamente los ojos u oídos, según el caso: “…¡Fue un sonido como si me destrozara la cabeza!, o, “Esa luz… esa luz… ¡me taladraba el cerebro!… ¡enceguecedora!”. Por supuesto, inmediatamente se lo trae de vuelta sin consecuencias.
En otros casos se establece una relación fluida y dinámica, no amistosa ni cordial, pero al menos interesante en el intercambio. Pero siempre con limitaciones, siendo ellos los que imponen las condiciones, y con reticencias en cuanto a la información que suministran. En más de una oportunidad se concertaron nuevos encuentros, siempre supeditados a la planificación de sus tareas, su trayectoria y su permanencia en el planeta.
En una oportunidad, contactaron con una civilización en extinción. Habían padecido una conflagración con una civilización de otro sistema que los destruyó, y los pocos sobrevivientes quedaron con secuelas irreversibles. Este grupo huyó al espacio (no más de cien seres) y deambulaban penosa, pero serenamente, esperando su fin. No pudieron colonizar otro planeta por las condiciones especiales de vida que requerían, y además, habían perdido la capacidad reproductora, o fuente de reproducción, a causa de las radiaciones recibidas. No se pudo determinar la naturaleza exacta de estos seres, pues si bien estaban separados en individualidades físicas, todos se encontraban interconectados entre sí, y a la vez, a una central reguladora. Lo que pensaba uno simultáneamente lo percibía la totalidad del grupo, a través de esa central, y la respuesta era elaborada, percibida y emitida por todos, a través de uno de ellos. Lograban sobrevivir porque habían encontrado una fuente de energía en el espacio de la cual debían abastecerse periódicamente. La extinción de uno de sus miembros significaba un “rebote” doloroso para todos, a través de uno de ellos. Esta interconexión de partes individuales para constituir una superestructura diferente nos trae a la mente el concepto de “Guestalt”.
Las incursiones de algunos de ellos a nuestro planeta la realizaban a título de observación, por curiosidad, sin otro objetivo que el solaz o el esparcimiento. Una vez en la esfera de influencia de nuestro planeta debían tener sumo cuidado con la proximidad de nuestros satélites artificiales, que representaban un peligro para ellos, pues les interrumpía o bloqueaba la conexión con la central reguladora y eso podía significar su fin. Se concertó un nuevo contacto con ellos, y establecieron una fecha alejada (un mes de los nuestros), porque en ese intervalo debían salir de nuestro planeta para “recargarse” y además, debían esperar determinadas condiciones para su reingreso. En la fecha preestablecida se logró el contacto, pero llegaron ya sobre el final de Ellos. Estaban terminando. Para Ellos fue un divertimento final. Para los humanos testigos, a los que aún les quedan resabios ancestrales de nuestra evolución biológica, como los pelos, las uñas, el coxis, el apéndice y las emociones, fue una experiencia angustiante.
Una última experiencia: con fecha 6 de marzo de 1982 llegó al Colegio de Médicos de Santa Fe una nota firmada por un supuesto comandante Benni Kuharén, autoidentificándose como extraterrestre y estacionado con sus naves en nuestro sistema. La nota llegó a manos de Briggiler y su gente, y por sus características, se supuso en un primer momento que sería obra de un delirante. Después de algunas vacilaciones, resolvieron investigar. Se estableció un contacto con el supuesto comandante Kuharén, el que fijó sus normas, pretendiendo imponer su autoridad. Se solicitaron pruebas de su existencia real, y se sugirió un encuentro en zonas rurales poco habitadas de los alrededores de la ciudad de Santa Fe. Él manifestó que esto no era necesario, ya que podía acercarse a los humanos sin causar trastornos. Así se convino la fecha del sábado 13 para su presentación en el barrio Guadalupe (donde se encontraba el Instituto de Investigaciones Biológicas, sitio de trabajo). Contrariamente a ciertas versiones periodísticas, la nave espacial enviada comenzó sus evoluciones en el sector mencionado en los primeros minutos de dicho día, en dirección noroeste de la ciudad. Con posterioridad reapareció en las primeras horas del día domingo, en el mismo sector, evolucionando en dirección noreste hasta ubicarse en las inmediaciones de la laguna Setúbal, oportunidad en que fue percibida por algunos vecinos y filmada por un periodista.
Este incidente lo dejaremos en el depositario de las anécdotas. Pero algo para meditar, suponiendo que todo se haya debido a coincidencias:
1) En los contactos OVNI establecidos por el equipo de Briggiler, todos convergen sobre posibles zonas de guerra.
2) En la carta del comandante Kuharén al Colegio de Médicos, aquél designa su representante personal con sede en Port Stanley (para nosotros, por siempre Puerto Argentino) en las islas Malvinas (o Falklands, para los angloparlantes).
3) En pocos días más, se desencadena la tragedia de la guerra de las Malvinas.
Consideraciones finales
Briggiler supo escribir en un opúsculo estas reflexiones, fruto de lo que aprendió de estos contactos:
a) “El ser humano, desde su nacimiento, está condicionado. En primer lugar, por la piel, que lo limita, lo separa de “lo otro”, le condiciona su individualidad, transformándolo en “isla” (conciencia del yo). Tiene masa y ocupa un lugar en el espacio. Por otro lado, los aconteceres cíclicos naturales fueron incorporando a nuestro ser el concepto de tiempo: las cosas suceden, se suceden, su-ce-si-va-men-te, en forma lineal, de acuerdo a nuestros mecanismos mentales, con la lógica del pensamiento cartesiano: antes-durante-después. No concebimos el simultáneo. No podemos aprehender otro tiempo y espacio que no sea el nuestro. El tiempo nos “pasa”, sin imaginar que tal vez seamos nosotros los que “pasamos” a través del tiempo.”
b) “Con estas limitaciones conceptuales, vamos asumiendo en nuestro yo esa parcela de entorno en que nos desenvolvemos. Y a esta porción de realidad incorporada a través de los órganos de los sentidos le damos categoría de realidad total. De tal a cual longitud de onda o en tal frecuencia vibratoria, existe. Lo demás, no. Pero resulta que esa realidad es cambiante a través del tiempo, lo cual la invalida como tal. Antes del microscopio “no existían” los microbios. Ahora resulta que, a cierta velocidad, el tiempo se acorta. Y también parece que la Tierra se mueve, gracias a Galileo y a pesar del Santo Oficio. Vamos re-creando la realidad. Esta es en tanto y en cuanto yo soy. Y como yo soy como soy, voy creando una realidad totalmente falseada. Pero la academia ortodoxa la acepta como tal, y además nos aconseja que el único alimento útil es la alfalfa. Y si así lo dice, debemos comer alfalfa.”
c) “Con esta realidad condicionada pasamos de lo que en una época fue antropocentrismo a lo que hoy podríamos denominar antroporrealidad. El ser humano no acepta otra realidad más que la que puede captar con sus limitados medios (sus sentidos), con los que se conforma, y luego internaliza (sus mecanismos psíquicos), al igual que la cucaracha: tiene sus necesidades de cucaracha, su lenguaje de cucaracha, sus amores, sus problemas, sus angustias, sus dioses, en fin… su realidad de cucaracha. Y esa cucaracha no puede imaginar ni concebir lo que estamos debatiendo aquí, porque sus estructuras biológicas no se lo permiten.”
d) “De esta manera, las dificultades que se nos plantean para aceptar otro tipo de realidad que no sea la nuestra, son innumerables. Estamos condicionados, al igual que ese individuo que visitó el zoológico y llegó al corral de la jirafa. Sorprendido, la examinó detenidamente: el cuerpo tan chico respecto al cuello, éste, enorme de largo, con una cabeza desproporcionadamente pequeña. Patas delanteras altas y traseras cortitas. Después de estudiarla un buen rato, se encogió de hombros y siguió su camino, diciendo: “este animal no existe”. No podía incorporarlo a sus estructuras mentales.”
e) “Charles Lindbergh, pionero de la aviación norteamericana, que fue el primero en efectuar el vuelo directo New York-París en un monoplano y solo (1927), con posterioridad ayudó a iniciar y apoyó el programa espacial norteamericano. Con motivo de la preparación de hombres para viajar a la Luna, Lindbergh declaró: “… debido a la duración de los viajes, parece evidente que nuestras exploraciones espaciales no pasarán de los planetas más próximos, y además, quizás debamos atravesar fronteras ajenas al tiempo y el espacio, por lo que debemos aplicar nuestra ciencia, no a la construcción de vehículos, sino a la vida, a las cualidades infinitas y en infinita evolución de los seres humanos, a su capacidad y posibilidades ilimitadas. Cuando nuestra conciencia crezca –continúa– la experiencia (mente) podrá viajar sin necesidad de acompañar a la vida (organismo). Descubriremos que sólo sin naves podremos llegar a las galaxias, que solamente sin ciclotrones podemos llegar al interior de los átomos”. De esta manera, Lindbergh planteaba las ventajas que sobre el envío de sondas físicas (satélites, naves) tiene el enviar sondas psíquicas.”
“En ingeniería aeronáutica, una de sus ramas, la aerodinámica, puede ser utilizada científicamente para demostrar que el abejorro no puede volar. Y muy que les pese a los ingenieros, el abejorro vuela.”