El “accidente OVNI” de Aurora, Texas: la conexión masónica

El “accidente OVNI” de Aurora, Texas: la conexión masónica

Este artículo despertará el inevitable escándalo de ovnílogos y masones por igual. Los primeros, siempre más proclives a visitantes extraterrestres o, en último caso, prototipos secretos militares y los segundos…. Bueno, porque son masones y, como tales, poco deseosos de verse en papeles protagónicos de escandalosas teorías. Sin embargo ycon pesar debo decir que, ante la falta de mejores evidencias y la certeza de las que aquí presento, esta relación, casi una monstruosidad híbrida del intelecto, me parece la única posible. Ubiquémonos. Es el 19 de abril de 1897 y el pueblo de Aurora, al norte de Texas, con su poco menos de doscientos habitantes, pasa una tarde tranquila, ocupada por las labores agrícolas y el escaso comercio en la única calle del pueblito. Sorpresivamente, desde el sudeste se escucha acercarse un desagradable sonido metálico y al levantar sus cabezas los testigos ven un objeto de describirán en los dìas siguientes al “Dallas Times Heralda” (entonces un periódico de la no lejana ciudad de Dallas) como un “cigarro que despedía abundante humo”. El objeto, evidentemente controlado pues descendía con movimientos erráticos pero no muy rápidamente, se dirige hacia lo que era la propiedad del juez local, de apellido Proctor. Pero no llega a aterrizar. Sin poder evitarlo, colisiona con un molino (en realidad, la torre de un percutor mecánico excavador de pozos de agua) y se estrella. Cuando los lugareños corren a los restos humeantes, para su espanto encuentran, entre éstos, los restos semicalcinados…. de un tripulante. Ese mismo atardecer le dan cristiana sepultura en el cementerio local.

Ingresando al cementerio.

Esta es la crónica histórica. Por supuesto, siempre, en los años siguientes (es a partir de 1979 cuando la historia comienza a recuperar espacio en los “círculos platillistas”) existieron dos acendradas posturas. La de los escépticos, que sostienen que tal hecho nunca existió y es un “invento de la prensa de entonces”, y la de muchos investigadores que por el contrario rescataron suficiente evidencia para señalar que sí ocurrió y, obviamente, extrapolaron la visita de una nave fuera de nuestro planeta. Entre las evidencias rescatadas están no solamente las crónicas periodísticas de ese entonces (que fueron reflejadas en más de un periódico local o regional) sino, hasta hace unos décadas, los testimonios de quienes eran niños muy pequeños cuando el suceso ocurrió y que si bien no pudieron ver por sí mismos al “tripulante”, recuerda la excitación y aprensión que en los grupos familiares de entonces la noticia produjo durante mucho tiempo. Recordemos también (hay mucha información visual disponible en Internet) que las tierras del juez Proctor fueron pasando a sucesivas manos, y en tiempos de la década del ’60 del siglo XX un vecino local mostraba a quienes le entrevistaban las monstruosas deformaciones artríticas que sufría en sus manos, según él, consecuencia de hacer consumido el agua de un pozo donde se arrojaran los restos de la aeronave desconocida. Algunos médicos que le evaluaron sostuvieron que tales deformaciones podrían deberse a haber estado sometido a “algún tipo de radiación de naturaleza desconocida”.

Tumba masónica.

No es intención de esta nota volver una vez más sobre todas las investigaciones que cualquiera puede encontrar fácilmente en la Web, sino proponer un aporte original. Para este autor, está demostrada la realidad del hecho. Respecto al supuesto enterratorio en el cementerio, la historia se complica con matices propios de una película de suspenso. En efecto, cuando los investigadores civiles de OVNIs comenzaron a presionar para obtener la autorización de exhumar el cuerpo pretendidamente extraterrestre (la tumba estaba claramente marcada con una gran piedra), la comunidad local se opuso firmemente. Como es sabido, la justicia, en Estados Unidos, es respetuosa de las libertades de las comunidades; así, la de Aurora, con el concurso de la Asociación Nacional de Cementerios, presentó los recursos suficientes en los tribunales para impedir las exhumaciones. De hecho y en el año 2002 ocurrió una situación intensa: algunos habitantes locales trataban , en aras de beneficios turísticos para el pueblo, de darle trascendencia nacional al hecho, llevando, incluso, grupos de visitantes a recorrer el lugar y ver la tumba. Esto motivó que el resto de la comuna local –reacia a tanto forastero- lograra una custodia policial en el cementerio, al punto que durante varios días, incluso, no se permitió el acceso de ningún particular al mismo. Para cuando el expidió la orden judicial que definitivamente impedía de ahí en más toda exhumación y se levantó el cordón policial, la gran piedra que marcaba la ubicación de la sepultura había desaparecido.

Tumba masónica.

Un años más tarde, algunos investigadores lograron inspeccionar la zona con georradares, localizando el emplazamiento original pero, sugestivamente, detectando que, si bien nada había enterrado en el lugar, era evidente un gran movimiento de tierras. Conclusión: algo sí estuvo sepultado, y luego se retiró. Conclusión también obvia: esos días de acordonamiento policial fueron aprovechados, precisamente y vaya a saberse a partir de las órdenes de quién, para eso. No fuera cosa que la sentencia judicial sí fuera propicia a la exhumación y algo se hubiese encontrado. Así que en julio de este año, acompañado de nuestro amigo y corresponsal en Texas Orlando Rodríguez y su familia, nos acercamos al lugar. Debo decir que no esperaba encontrar nada nuevo, y el hecho de hacerlo tenía más que ver con la mera curiosidad y el estar en camino a Roswell, verdadero objetivo de nuestros esfuerzos. Pero sin embargo y como suele suceder, la visita a un lugar que se piensa intrascendente reserva en ocasiones sorpresas inopinadas.

Piedra marcadora d ela ubicación de la tumba, posteriormente retirada.

No fue difícil, ya en el cementerio, localizar el sitio del pretendido entierro. Me valí del uso de un péndulo radiestésico –técnica para mí sumamente precisa- pero crucé los datos obtenidos con éste con fotografías de época de la piedra mencionada, localizando las tumbas contiguas que en las imágenes aparecían. Fue entonces allí, de pie en el mero emplazamiento de la tumba del tripulante de ese objeto fusiforme caído en 1897, que comprobé algo que me galvanizó: estaba rodeado de tumbas masónicas. Resulta literalmente conmocionante observar que en ese pueblito rural (uno lo imagina a fines del siglo XIX, no sólo mucho más pequeño sino también, si se quiere, retrógrado, ultracristiano –Texas profundo lo es aún hoy en día- de costumbres casi cuáqueras, tal vez analfabeto- para ese entonces la proporción de hermanos de la Masonería era –a tenor de la población de entonces- inusualmente alta: en la parte antigua del cementerio pude contar claramente veintisiete tumbas expresamente masónicas, marcadas con el compás, la plomada, el martillo.

El cementerio antiguo.

Esto dice varias cosas: que seguramente buena parte de el pueblo lo era (por simple extrapolación de la cantidad de tumbas), que ese grupo estaba plenamente integrado y aceptado por el resto de la sociedad local, y que no tenían ningún prurito en exhibirse públicamente, al extremo de dejarlo expresamente evidente en sus tumbas. Todas las de “hermanos” están a su vez agrupadas, y por lo que pude observar, en la parte central del primitivo cementerio. Y es en el centro de todas ellas, donde fue sepultado el tripulante del OVNI.

Lugar donde estuvo la tumba.

Antes de hilar conclusiones, quiero recordar un hecho al que habitualmente se hace caso omiso: la aparición de un OVNI en Aurora no era un episodio aislado. Todo el sur de Estados Unidos, desde 1895 a 1901, fue literalmente “barrido” por decenas de apariciones de “dirigibles no identificados”, de objetos fusiformes, con ruido de motores, hélices visibles, tripulantes que en ocasiones descendían y se dirigían a los azorados campesinos en perfecto inglés. Podrían ustedes suponer que simplemente se trataba de un “club de aventureros del aire” (los dirigibles ya eran conocidos a fines del siglo XIX) pero es importante destacar que éstos “dirigibles” (de serlo) no se comportaban como los “otros”, los que cotidianamente ingenieros y científicos exhibían en ámbitos más “oficiales”. En efecto; los “dirigibles fantasmas” presentaban una maniobrabilidad, velocidad, luces poderosísimas… en fin, un conjunto de detalles que los ubicaban un paso más delante de lo que la tecnología popularmente conocida entonces podía conseguir. Debo señalar que no es un hecho menor que la “oleada” de “dirigibles fantasmas” no se manifestaba antes de 1895 y dejó de hacerlo con el nacimiento del siglo XX. ¿Qué sucedió allí?.

En la prensa de la época se multiplicaban denuncias de «dirigibles fantasmas».

Voy a proponer mi teoría. Recordemos que en el año 1886 el escritor francés Julio Verne (que hoy, sabemos, era miembro de la Masonería) publica por primera vez su novela “Robur, el Conquistador”, donde un científico un tanto ególatra y perturbado trata de imponer a la fuerza la paz en el mundo mediante la amenaza a las naciones desde su poderosa máquina aérea (como también tratara por las suyas, y por lo visto también sin mucho éxito, Nemo con el Nautilus). Bien, la “nave aérea” de Robur tenía las mismas extrañas características de los “dirigibles fantasmas”. Como éstos, “parecía” un dirigible pero era algo mucho más grande, poderoso, tecnificado, versátil, polivalente y funcional que ellos. Y luego de la novela, aparecen estas imitaciones de la nave de Robur.

Parte moderna del cementerio.

Imagino una sociedad secreta, un grupo clandestino de intelectuales, ingenieros, todos librepensadores, quizás miembros de alguna Sociedad Iniciática, que deciden comenzar, en el sur de Estados Unidos, a experimentar y construir estos prototipos, quizás inspirados en lo escrito por su hermano Verne. O quizás la novela de Verne sirvió de “clave secreta”, de instrucciones codificadas dirigidas en tono de fantasía a quienes tenían ojos para ver y comprender.

En la prensa de la época se multiplicaban denuncias de «dirigibles fantasmas».

Durante unos años, estos hermanos de Orden experimentan pero algunos accidentes terminan desalentando la consecución de esos experimentos. Tal vez, también, otras razones. En medio de ese período, un hermano de Orden, al mando de uno de estos aparatos, decide dirigirse a un pequeño pueblito en Texas donde sabía que había un núcleo numeroso e importante de hermanos de Logia. Pero en la aproximación, sufre un accidente y se mata. Y los masones del lugar le sepultan entre los propios, reconociéndolo como hermano. Ésta es la clave. Sólo quien no conozca los códigos de las Órdenes y Sociedades Herméticas e Iniciáticas en general y la Masonería en particular, minimizaría el hecho de haberle sepultado “inter pares”. Es un claro gesto simbólico: uno entre iguales. Si no lo hubiera sido, más aún, si el tripulante hubiera sido meramente un “alienígena” (tanto en el sentido de “extranjero” como de “extraterrestre” que se le da a esta palabra) le hubieran sepultado en cualquier otro punto del cementerio. Quizás en un lugar apartado, lindante con la periferia, bajo algún árbol ignoto. Pero no.

En la prensa de la época se multiplicaban denuncias de «dirigibles fantasmas».

Se le dio un lugar de preeminencia, lo que también hace pensar que además de Hermano, se le reconocía autoridad. Lo que me da a pensar que la llegada tuvo que ser sorpresiva, seguramente, para los profanos, pero no para los Iniciados del pueblo. Es un hecho que algo se estrelló. Tenemos relatos de gente de la época, las pruebas de laboratorio que indicaron que en el pozo de Proctor se arrojaron sustancias con una concentración altísima de metales pesados, los efectos en la salud de los habitantes de la zona. El georradar indica, donde la tradición señala la sepultura del “tripulante”, una tumba removida. Ya no tenemos el cuerpo, aparentemente exhumado por instrucciones desconocidas cuando todo el asunto estuvo a punto de saltar escandalosamente a la luz. Y tenemos el hecho de la ubicación espacial de la sepultura. Que, sumado a esas circunstancias solapadas –Robur y Verne, la “oleada” de dirigibles fantasmas- robustecen mi convicción que en Aurora (extraña y sugestivamente, el mismo, evocador nombre de esa estancia en Uruguay que supiera ser sitio recurrente de apariciones OVNI) una comunidad masónica esperaba la llegada de un Hermano de Logia, espera que terminó fatalmente. Y con ella, a la vuelta de un par de años, el intento de una sociedad secreta de ganar el control de los cielos.        

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