OVNIs y espiritualidad
Antes de continuar, intuyo que la manera de aproximarme al estudio de los OVNIs que aquí planteo resultará bizarra y extraña a la mayoría de los lectores (aunque sostendría que si han sobrevivido a la lectura hasta aquí vamos bien encaminados); en mi descargo sólo puedo decir que otras aproximaciones –intentadas en el pasado por muchos acreditados colegas y hasta por mí mismo- más cercanas al método de laboratorio –no quisiera decir “científico”- no han dado mejores resultados para entender al fenómeno. Y creo, sinceramente, que el método más seguro es el de estudiar siempre un fenómeno en su propio plano de referencia, sin perjuicio de integrar luego los resultados en una perspectiva más amplia. De manera que me he visto obligado a hacerme algunas preguntas (otras más) cuando acometí este análisis. Por ejemplo: ¿porqué el tema OVNI ha ido girando –algunos dirían “mutando”- en los últimos años de un tratamiento exclusivamente “cientista” o casuístico a una óptica pseudoreligiosa?. ¿Por qué la evolución del tema llevó a la opinión pública a llamar “expertos en OVNIs” hoy en día a quienes son lisa y llanamente “contactados”, mientras que décadas atrás ese rótulo se le endilgaba a quien sólo sometía al testigo y su relato a un cribado estudio estadístico?. ¿Porqué se “espiritualizó” de esa manera el tema?. Una de tantas posibles respuestas: ¿no será que se fue volviendo más “espiritual” porque precisamente esa era su naturaleza desde el principio?.
Tenemos que ser muy cuidadosos cuando incluímos la variable “espiritualidad”. Desde ya, no me estoy refiriendo a las religiones y, mucho menos, a las iglesias –del tenor que fueren- a las cuales, con todo respeto y sana disensión, sólo considero lo que su etimología griega (“ekklesía”) significa: “reunión de hombres”. Hablo de espiritualidad para referirme, ora a una dimensión inasible de la naturaleza humana, ora a una necesidad inconsciente, la necesidad religiosa o necesidad mágica, arquetípica en toda la especie humana. Sólo que no considero esta necesidad como un “chupete afectivo”. Ya expresé alguna vez que si nuestra naturaleza busca algo, es porque en algún lugar hay otro algo que la satisface. Dicho de otra manera, en la medida en que el inconsciente es el “cul de sac”, el precipitado de las innumerables situaciones límites vividas por el individuo, no puede dejar de parecerse a un universo mágico, ya que toda magia, aún la más elemental, es una ontología: revela el ser de las cosas y muestra lo que es realmente, creando así un marco de referencias que propone un Centro cada vez que nuestra existencia se ve amenazada de caer en el Caos. Por ello, la espiritualidad es la salida ejemplar de toda crisis existencial. La espiritualidad comienza allí donde hay revelación total de la realidad: revelación de lo sagrado a la vez –de lo que es por excelencia- y de las relaciones del hombre con lo sagrado, multiformes, cambiantes, muchas veces ambivalentes, pero que siempre sitúan al ser humano en el corazón mismo de la experiencia. Esta doble revelación abre al mismo tiempo la existencia humana a los valores del espíritu, por una parte lo sagrado constituye lo Otro por excelencia, lo “trascendente”, y por otra parte, lo sagrado tórnase ejemplar, en el sentido que instala modelos a seguir: trascendencia y ejemplaridad que fuerzan al hombre espiritualizado a salir de las situaciones personales, a sobrepasar la contingencia y lo particular y llegar a valores generales, a lo universal.
Esa metamorfosis viven muchos testigos de apariciones OVNI. Están en el centro episódico de una situación trascendente, que se manifiesta –se puede manifestar- de innúmeras formas: es proteiforme, ya lo dijimos. Pero después, la persona cambia: se abre a nuevos valores, nuevas creencias, y nuevos paradigmas de vida. Trasciende la estrechez de su cotidianeidad y, transmutado en contactado, testigo estrella o “ufólogo”, tiene algo que predicar al mundo.
De lo que estoy hablando es que supongo que el contactado tiene la potencialidad latente de “algo”, que se dispara con el contacto: si superioridad espiritual, ingenuidad a prueba de bombas o paranoia galopante, quién sabe. Pero la experiencia física afuera dispara algo adentro. Una conmoción sensorial puede despertar una personalidad distinta. Eso es absolutamente esotérico, duerme en los fundamentos de todo rito iniciático. Con frecuencia –aún fuera de los templos- se requiere la conmoción producida por una experiencia emotiva para hacer que la gente se despierte y ponga atención, vea más que mirar. En el siglo XIII, eso le pasó a Ramón Lllulio, quien, después de un largo asedio, consiguió una cita secreta con la dama de la que estaba enamorado. En la noche y a solas, ella, calladamente, se abrió el vestido y le mostró su pecho, carcomido por el cáncer. La conmoción cambió la vida del hasta entonces libertino Lllulio, quien con el tiempo llegó a ser un místico y teólogo eminente y uno de los más grandes misioneros de la iglesia católica. En el caso de un cambio tan repentino, se puede demostrar con frecuencia que un arquetipo ha estado operando por largo tiempo en el inconsciente, preparando hábilmente las circunstancias que conducirían a la crisis.
¿La salvación por el OVNI?
En líneas generales, todos los “contactados” transmiten el mensaje de que si esta sociedad no cambia a tiempo su destrucción es inminente: revelados estos mensajes o no por sus Maestros Extraterrestres, siempre serán unos pocos elegidos los salvados en el último momento. Y así uno no crea en Arcas de Noé interplanetarias evacuando la Tierra minutos antes del Apocalipsis, la presencia de los OVNI en nuestra cultura tiene la paternidad de la potestad divina. Porque es bien sabido que los malestares y las crisis de las sociedades modernas responden, en buena manera, a la ausencia de un mito –no como mentira, sino como ideal legendario- propio. Si consideramos el crecimiento intelectual y moral de un individuo como el de la ontogenia de la cual proviene, y si afirmamos que las crisis y caídas del adolescente lo son en buena manera por no tener una “imagen” paterna que ansíe imitar o emular, la ausencia de una “imagen paterna” en una sociedad cambiante como la moderna es la razón de sus desequilibrios y carencias. Por ende, la salvación del mundo moderno, en crisis después de su ruptura con los valores tradicionales, está en encontrar un nuevo mito, lo que le llevará a una nueva fuente espiritual y le devolverá las fuerzas creadoras. Pero si además ese mito también tiene una realidad física, y si esa realidad física también evidencia una Inteligencia detrás, tenemos un epifenómeno a caballo entre dos mundos: el de lo tangible cotidiano, y otro plano. Si dimensión paralela, mundo de los sueños, cielo o infierno, depende de la terminología a la que sea más afecto cada uno. Lo cierto es que el OVNI –y sus responsables- están aquí, y expresan nuestra necesidad de cambio.
¿Pero cambio de qué?. Es bastante obvio. Si tecnológicamente tenemos lo que queremos –sabemos que aún habrá más, pero nunca hemos estado en este sentido como ahora- si afectiva o sexualmente no tenemos represiones o se nos veda nada, si intelectualmente desde la enciclopedia en la biblioteca del barrio hasta Internet podemos acceder libremente a cualquier tema que nos interese, entonces nuestras carencias son estrictamente espirituales. Y si usted piensa en su alicaído bolsillo a consecuencia de una economía nacional pauperizada, permítame decirle que en última instancia eso también es espiritual. Sin negarle ni quitarle su derecho a ingresos más dignos, recuerde aquello de que “rico no es quien más tiene sino quien menos necesita”. Una actitud espiritual que puede aceptarse o no libremente, pero no deja de ser una actitud espiritual para enfrentar la crisis. Y una conclusión a la que he arribado es que, salvo escasas excepciones, el público afecto en forma más o menos comprometida con el tema OVNI en principio termina inclinándose, tarde o temprano, en búsquedas más espirituales: yoga, orientalismo, parapsicología, metafísica, angelología, o lo que sea. De donde el OVNI hace las veces de “portal”, de acceso (todavía no llegó el momento de hablar de iniciación). Y si de algo podemos estar seguros, es que la historia del pensamiento humano no hubiera sido la misma si no hubiera aparecido, sociológicamente, la variable OVNI.
La nueva guerra santa
Siempre me ha llamado poderosamente la atención la emocionalidad subyacente detrás de la investigación OVNI. Difícilmente exista campo del interés humano donde entusiastas y detractores se enfrenten más empeñados en un combate cuerpo a cuerpo que en un sensato intercambio de ideas. Los insultos, los conatos de pugilato y las actitudes despectivas proliferan de ambos lados, y todos y cada uno creen tener una razón profunda, una verdad inalterable para proceder así. Gente sencilla y alegre, confiable y sensata, pragmática y querible, comerciantes, bancarios, ingenieros, periodistas, maestros de escuela, padres de familia y apreciados por quienes les conocen, se transforman en “explotadores de la credulidad ajena” o “reaccionarios mentirosos” a los ojos de sus contendientes intelectuales. Deberíamos entonces preguntarnos si esto –que no me animo a llamar “fanatismo”, porque éste se trata de una verdadera psicopatología con muchas otras características que por lo habitual los ovnílogos y escépticos militantes a los que me refiero no muestran- no tiene correlato con las actitudes intransigentes de cristianos y musulmanes propias de épocas pasadas, donde el combate contra el “enemigo ideológico” era una verdadera guerra santa por la Verdad.
Y uno de los matices colaterales de esta “emocionalidad” intrínseca a la actividad ovnilógica (y, al mismo tiempo, punto de quiebre entre los que reivindican una “objetividad científica” y aquellos a los que acusan de “demasiado subjetivismo en el tratamiento de la información”) es la actitud con que los ovnílogos tomamos nuestra actividad: es casi nuestra vida. Lo hacemos con pasión, con lágrimas y risas, con depresiones y éxtasis exultantes.
¿Porqué la ovnilogía nos motiva tanto?. Ciertamente pueden inventarse muchas explicaciones, pero creo que la mayoría no pasarán de ser simplemente eso: inventos. Que compensamos carencias infantiles, que satisfacemos necesidades mágicas, que alimentamos nuestro deteriorado ego con protagonismos insulsos, que reprimimos nuestro complejo de inferioridad… Tal vez en casos individuales algunos de estos enfoques reflejen la realidad, pero ciertamente aglutinar todos ellos para describir el porqué de tanta pasión en los ovnilógico –pasión que en calidad, no en signo, es compartida por igual por defensores y detractores- debe tener otros fundamentos. Y entiendo que estos fundamentos son esotéricos.
Tomemos un ejemplo paralelo para comprender este aserto. Y remitámonos a algo tan cotidiano como la actividad laboral, el trabajo nuestro de cada día. Y, de paso, comprender porqué “sufrimos” el vacío espiritual detrás de las actividades diarias, que es como decir descubrir porqué la vida, pese a tener a veces cuánto deseamos, aparece “sin sentido”. Si esta aproximación esotérica a la Ovnilogía nos permite, colateralmente, entender esa situación, creo que en cierta medida mi esfuerzo –aunque por razones ajenas a mi interés principal- se verá recompensado.
En las antiguas culturas tradicionales, la sacralidad, la espiritualidad estaba necesariamente presente en todos los órdenes de la vida. Era impuesta desde la niñez, y no se concebía, por ejemplo, abrir la tienda por la mañana sin abluciones, ni reunirse con amigos sin elevar ciertas preces. Cualquier gesto responsable de la tarea humana reproducía un modelo mítico, trascendente y, en consecuencia, se desenvolvía en un “tiempo” ajeno a la línea de temporalidad mortal, en un tiempo sagrado. El trabajo, los oficios, la guerra, el amor, eran sacramentos. Escribe Mircea Eliade: “Volver a vivir lo que los dioses habían vivido “in illo tempore” traducíase por una sacralización de la existencia humana que completaba de ese modo la sacralización del cosmos y de la vida. Esta existencia sacralizada, abierta sobre el Gran Tiempo, podía ser muchas veces penosa, mas no por ello dejaba de ser menos rica en significado; en todo caso, no estaba aplastada por el Tiempo. La verdadera “caída en el Tiempo” comienza con la desacralización del trabajo; sólo en las sociedades modernas ocurre que el hombre se siente prisionero de su oficio, por cuanto no puede escapar ya del Tiempo. Y es porque no puede “matar” su tiempo durante las horas de trabajo –esto es en el momento en que goza de su verdadera identidad social- por lo que se esfuerza por “salir del Tiempo” en sus horas libres; de donde el número vertiginoso de distracciones inventadas por las civilizaciones modernas. En otros términos, las cosas ocurren precisamente al revés de lo que son en las sociedades tradicionales, donde las “distracciones” casi no existen, por cuanto la “salida del Tiempo” se obtiene por todo trabajo responsable. Es por esta razón que, como acabamos de verlo, para la mayoría de los individuos que no participan de una experiencia religiosa auténtica, el comportamiento mítico déjase descifrar, fuera de la actividad inconsciente de su psiquis (sueños, fantasías, nostalgias, etc.) en sus distracciones”.
De esto deduzco tres cosas:
– La naturaleza mística del fenómeno OVNI dota a quienes lo hacen eje de sus tiempos de una sacralidad que (esto es importante señalarlo) no está en el observador – analista, sino en el fenómeno en sí. Esta “transferencia” del contenido feérico del objeto – símbolo al sujeto humano asume el carácter de una verdadera “emanación” en el sentido más cabalístico del término, lisa y llanamente una epifanía.
– Es consecuencia esperable, lógica y hasta sana que la “investigación científica del fenómeno OVNI” devenga en una “espiritualidad del OVNI”. Una espiritualidad no religiosa, o, más bien, no eclesiástica. El problema –en todo caso, metafísico y teológico- es si podemos considerar divinizables a las entidades inteligentes que operan detrás del fenómeno, o si por el contrario el ámbito de lo metafísico debe abandonar el Parnaso intelectual para ser reducido a materia de discusión empírica. ¿Debemos hacer de las religiones una ciencia?. ¿Debemos retornar a una ciencia de las religiones?. ¿O no sería más sencillo comprender que estos ámbitos nos muestran las limitaciones que ciencia y religión acusan –no por falsas e incompletas, sino por insuficientes para este especial momento de la evolución humana– y por consiguiente debemos crear una nueva opción en el proceso de conocimiento de la Realidad, una opción que hermane la ciencia y la religión?.
– Finalmente, la extrapolación natural de estos razonamientos nos enseña que a través de estas disciplinas de la Nueva Era (concepto que empleo en un sentido sociológico, desprovisto de toda connotación peyorativa) en general y de la aprehensión (más que de la comprensión; luego explicaré las sutiles diferencias entre ambos términos) se materializará el próximo salto evolutivo de la humanidad: que esta vez, no será biológico, intelectual ni tecnológico; será hacia una nueva espiritualidad. Y esa nueva espiritualidad debe construirse sobre los escombros de la espiritualidad reinante en el aquí y ahora. Esto es tanto como decir que, si el mundo estuviera sensatamente encauzado espiritualmente, no habría lugar para una nueva espiritualidad: ni sentiríamos la necesidad de buscarla, ni nos angustiaría que la anterior hubiera caducado –porque entonces no lo habría hecho-; cómodamente instalados en esa espiritualidad perenne, no sentiríamos las fuerzas que nos moverían a hacer ningún cambio. Precisamente porque la espiritualidad que conocimos se derrumba, es que surge la oportunidad del nacimiento de una nueva; pero también podríamos decirlo así: precisamente porque nacerá una espiritualidad nueva, debe primero derrumbarse la vieja. Y esa nueva espiritualidad no es ajena a las fuerzas que operando en –o desde- un campo Psi son monitoreadas por inteligencias ocultas detrás de lo que llamamos (o percibimos como) OVNIs.
Jung supo escribir: “… Se puede percibir la energía específica de los arquetipos cuando experimentamos la peculiar fascinación que los acompaña. Parecen tener un hechizo especial. Tal cualidad peculiar es también característica de los complejos personales; y así como los complejos personales tienen su historia individual, lo mismo les ocurre a los complejos sociales de carácter arquetípico. Pero mientras los complejos personales jamás producen más que una inclinación personal, los arquetipos crean mitos, religiones y filosofías que influyen y caracterizan a naciones enteras y a épocas de la historia”. Es innegable la colateralidad de este comentario al componente “emotivo” de los OVNIs. Y cualquier escéptico podrá, burlonamente, señalar que esa fuerza sentimental es lo que le quita seriedad a la investigación de los OVNIs en particular y a la vida de los ovnílogos en general, porque tal componente obnubila la razón, el análisis frío y desapasionado de los hechos, tiñéndolos más de un matiz religioso que científico. Pero el ovnílogo, frente al científico escéptico, tiene desde el vamos una postura ventajosa. Porque su emocionalidad ya le ha permitido ganar la más difícil de las batallas: el temor al sin sentido de la vida.
Todos necesitamos ideas y convicciones que le den sentido a nuestra vida y que nos permitan encontrar un lugar en el universo. Podemos soportar las más increíbles penalidades cuando estamos convencidos de que sirven para algo, y nos sentimos aniquilados cuando tenemos que admitir que estamos tomando parte en un cuento contado por un idiota. Una sensación de que la existencia tiene un significado más amplio es lo que eleva al hombre más allá del mero ganar y gastar. Si carece de esa sensación, se siente perdido y desgraciado. Si San Pablo hubiera estado convencido de que no era más que un tejedor ambulante de alfombras, con seguridad no hubiera sido el hombre que fue. Su verdadera y significativa vida reside en su íntima certeza de que él era el mensajero del Señor. Se le puede acusar de sufrir megalomanía, pero tal opinión palidece ante el testimonio de la historia y el juicio de las generaciones posteriores. El mito que se posesionó de él le convirtió en algo mucho más grande que un simple artesano.