El dato parece asaz menor, ante la magnificencia de tanto monumento y tantas preguntas. Pero la Verdad tiene caminos bizarros y suele colarse por las hendijas más inesperadas. Hace apenas un par de días, en la lista «Planeta UFO», que moderan los amigos y colegas Guillermo Giménez y Christian Quintero, circuló, si la memoria no me falla a iniciativa de la investigadora cubana Julia Calzadilla, la fotografía de un extraño «jeroglífico» tallado en el dintel del acceso antiguo (original) a la Gran Galería de la Gran Pirámide de Keops.
Hay un debate instalado sobre la «autenticidad» (en términos históricos) del mismo: es obvio que los ultraconservadores de la Arqueología lo suponen obra de algún gracioso en tiempos más o menos pasados, mientras que las olas renovadoras del revisionismo egipcio lo transportan a la misma época de construcción de la misma. Ambas posturas argumentan, pero hasta donde se sabe, no existen estudios fidedignos para determinar su datación (en el difícil caso que pueda hacerse).
Espoleada nuestra curiosidad al creer recordar que este diseño hacìa «eco» en nuestra memoria, sometimos al nuestro Grupo CAI (ya saben: el espacio virtual de reflexión e intercolaboración del Centro de Armonización Integral ) la imagen, buscando referencias que sumaran en el análisis interpretativo. Rápidamente, Patricia Kieffer nos facilitó este enlace , que en lo personal no me sedujo en absoluto; sobrecargado y abtruso, parece responder más a la típica verborrea insulsa New Age teñida del supuesto aval que significan referencias a Pueblos Originarios. Pero el escritor Martín Arriarán Pérez nos remitió a otra referencia que, de pronto, disparó en mi memoria el eco de aquello que me cosquilleaba: el extraordinario parecido de ese jeroglífico con otros, pero éstos, en una varilla supuestamente obtenida luego del «ovnicrash» de Roswell, en 1947.
Es seguro que más de un lector, desconfiandso a su vez de la credibilidad de Roswell, dirá que esta es una pobre analogía. Puede ser. O puede que no. Este autor está convencido de la autenticidad del Incidente Roswell, para comenzar. Claro que alguien puede decir aquì que, aunque así fuera, nada prueba la extraordinaria similitud ya que alguien podría haberlo grabado en Giza a partir de la difusión masiva de las fotografías de las varillasa de Roswell. Es cuando quiero aplicar un poco de sentido común, toda vez que algunos suponen que el sentido es «común» cuando a toda costa se trata de sostener explicaciones «positivistas» aunque la propia, exagerada complejidad de las mismas las harían caer por su propio peso en cualquier tribunal.
Porque recordemos que así como no se puede autentificar la remota antigüedad del jeroglífico de Giza, tampoco se puede demostrar lo contrario. Luego, ¿cuán «masivo» y «popular» fue, en los años inmediatos de Roswell, el dato de las «varillas»?. Recordemos que se sabe que el jeroglífico de Giza existe, cuando menos (porque así ha sido reportado) desde hace algunas décadas. Jugar con la idea que algún fanático ovnílogo de los 50 o 60 (no luego, donde ya son abundantes las referencias al jeroglífico del dintel) se trepó en una hipotética visita a Egipto, peligrosamente sobre las piedras para tallar pacientemente ese jeroglífico, es sólo eso: un juego de la imaginación. Que una especulación «pueda ser» posible no implica que necesariamente lo sea.
Por eso, es desde toda óptica absolutamente lícito que nos planteemos la antigüedad del jeroglífico egipcio en correspondencia con la autenticidad del caso Roswell (a este último respecto, recuérdese que el «meme» de tratarse solamente de un fraude es más eso, un «meme» instalado con oscuros fines en el ideario colectivo, que una certeza empírica. Tal como ocurre con el famoso video de la «autopsia de un extraterrestre», denostada precariamente por ovnílogos más empeñados en parecer «serios y académicos» que coherentes con su búsqueda. Nosotros seguimos afirmando, como hemos dejado constancia, en la credibilidad de dicho video). y, sumando, que el «mensaje» de uno -sea cual fuere- tiene analogía con el otro. Hasta es posible que las leves diferencias tengan que ver con cuestiones más de estilo que de fondo, atendiendo al paso del tiempo.
Para finalizar, diré esto: para algunos intelectuales que sostienen que una «civilización avanzada» no emplearía jeroglíficos o caracteres ideiformes para escribir, sino acudiría a una sintaxis más «literaria», vayan a explicárselo a japoneses, chinos, coreanos….
Nuestro agradecimiento a los colegas Guillermo Giménez, Christian Quintero por ser el espacio original de debate, a Julia Calzadilla, por «resetear» nuestro interés y a los amigos Patricia Kieffer y muy especialmente Martín Arriarán Pérez, por orientarnos hacia estas conclusiones (aunque ninguno de los mencionados es copartícipe de todo irritante comentario o especulación de mi parte).