¿QUIÉN LE TEME A LA OVNILOGÍA?

¿QUIÉN LE TEME A LA OVNILOGÍA?

Pocos ejercicios intelectuales son tan aleccionadores y deparan tantas irónicas así como estimulantes conclusiones como aquél al que soy tan afecto: hacer el esfuerzo de «desprenderse del mundo” durante algunos minutos; tratar de observar el flujo de los pensamientos de los demás, buscar comprender un significado holístico en los movimientos sociales y culturales que trasciendan la estrechez de un determinado momento histórico; preguntarme sobre los verdaderos «porqués” más allá de las apariencias.

En algo de todo esto pensaba cuando hace unos días me dediqué, algunos dirían que bastante mediocremente, a plantearme el creciente temor (no otra cosa puede esconderse detrás de las agresiones mediáticas) que venimos observando quienes nos dedicamos a esta disciplina por parte, no como cabría esperar, de las masas ignorantes, sino precisamente de los estamentos que uno supone más informados y formados: los periodísticos, los religiosos, el «establishment” de la cultura.

Centraré mi análisis en una disciplina paradigmática, la Ovnilogía, y la tomaré sólo como ejemplo para expresar situaciones y razonamientos que sin duda serían igualmente aplicables para el Tarot, la Parapsicología, Astrología o el Control Mental. Ciertamente, aquellos defensores apasionados de una de estas temáticas en particular se resentiría ante la posibilidad de que su «ciencia” sea confundida con otras sobre las que prefiere no opinar pero sospecha discutibles. Empero, este solipsismo intelectual no puede ignorar el hecho de que el embate de los escépticos racionalistas cae sobre todas por igual, y que intentar una tímida defensa de una de ellas en detrimento de las demás sólo puede estar ineluctablemente condenada al fracaso. Insisto en este punto que considero importante: más allá de discusiones sobre las raíces y los destinos que buenos o mal intencionados cultores han dado a estas paraciencias, preocupa observar cómo muchos ovnílogos sufren erupciones cutáneas cuando algún periodista despistado les pregunta sobre los signos zodiacales, así como algunos espiritualistas de cuño fruncen el ceño si la pregunta que les dirigen apunta a las motivaciones de los extraterrestres. Es obvio, natural y respetable que cada apasionado de cada una de estas vertientes busque centrar su atención en consideraciones que no salgan del tema que domina; empero, es peligroso no advertir que el problema no está en si la Ovnilogía es más «científica” que la Parapsicología o ésta que la Astrología sino que, respetando el disenso y el espacio intelectual vital de cada uno, todos estamos hermanados por una lucha y una misión en común: aportar un grano de arena en el cambio de modelos colectivos de pensamiento (paradigmas) ya que este particular momento histórico enfrenta a dos concepciones de la realidad.

Seguramente, mis detractores argumentarán que nadie le «teme» a la Ovnilogía; que, por el contrario, ellos –sus refutadores– se encuentran sanamente empeñados en una tarea de clarificación y concientización de la población, y que los ataques que se le dirigen sólo apuntan a demostrar la superchería y el fraude, cuando no la sospecha de paranoia, que aletea detrás de ella.

Y sin embargo, como he escrito en algún otro lugar, creo que el movimiento de «racionalismo” con que trata de enfrentarse a la Ovnilogía tiene otras motivaciones que no son las científicas. Por supuesto, mis contendientes intelectuales argumentarán que dado que los ovnílogos no cumplimos los preceptos y condiciones propios de la investigación científica, nuestras aseveraciones navegan en un mar de confusiones y falsas interpretaciones.

Bien. Busquemos la «inversión de la carga de la prueba». Supongamos –no es tema que entraré a discutir ahora– que en efecto estas disciplinas no cumplen las condiciones científicas. Supongamos también, sólo para no despertar risitas irónicas en mis confrontadores, que evito caer en la tentadora filosofía que la «ciencia» que entendemos como tal en esta época, soberbia y dogmática, puede no ser el non plus ultra del conocimiento humano. Supongamos que evito señalar que, aunque lo que se nos critique no es tanto contradecir las conclusiones científicas, nuestro problema es que no respetamos el método científico y, en consecuencia, perdemos el derecho de exigir credibilidad científica a nuestros postulados. Y, en el colmo de lo permisivo, supongamos también por un momento –pero sólo por un momento– que, humildemente, acepto que los términos de exigencia intelectual de los científicos son los que realmente deben prevalecer y en función de ellos condicionar nuestra búsqueda de respuesta. Bien. Si esto es así, la primera responsabilidad –casi escribo «culpa»– por la falta de «pruebas” valederas es de los propios científicos.

¿Cómo es posible que virtualmente no se le haya prestado a la Ovnilogía atención seria por parte de la comunidad científica, y que no se hayan dedicado fondos para su estudio, cuando paralelamente ingentes cantidades de dinero se han dedicado a temas que de ninguna manera han alcanzado la consideración que el fenómeno OVNI ha ganado en las últimas décadas?. Parece haber subsidios para casi cualquier cosa pero, ¿y para los OVNIs?. Nada…

Uno podría pensar que la reacción de los científicos debería ser de avidez, furiosa curiosidad y ansiedad por obtener respuestas, cuando individuos altamente confiables, pilotos comerciales y militares, oficiales de la marina, ingenieros, técnicos, agentes del gobierno informan observaciones de OVNIs. Pero… no.

¿Dónde está la curiosidad científica sobre la cual tanto nos hablaron en nuestra época de estudiantes, y aquella obligación científica sobre la cual Schroedinger, padre de la moderna mecánica cuántica, escribió: «Un científico debe ser curioso y tener vivos deseos de hallar respuestas» ?. ¿Dónde están los científicos curiosos y anhelantes de hallar respuestas a las aseveraciones de aquellas personas fiables y responsables que afirman haber observado OVNIs?.

J.A. Hynek, astrónomo ya fallecido y verdadero «padre» de la ufología norteamericana, quien supo ser un escéptico en sus primeros tiempos, hasta que descubrió que sus empleadores, los de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, lo empleaban como una «tapadera”, explicaba así sus presunciones respecto del porqué de lo que él llamaba «apatía» por parte de los científicos:

«Personalmente, entiendo que existen dos razones profundas para justificar la apatía respecto del fenómeno OVNI. Las dos son propiedades de la mente humana, demostradas a lo largo de los años en innumerables oportunidades.

Una podría denominarse el efecto escala de peldaños en la aceptación de nuevas ideas. Supongamos que nuestra presente comprensión del mundo que nos rodea es pensada como uno de los peldaños de una escalera, una suerte de escalera de conocimientos. Cuando algo nuevo nos llega, que implica justamente el avance de uno o dos peldaños en esta escalera, no existe dificultad alguna en nosotros para aceptar esa transición hacia un nivel superior. Pero, cuando recibimos un nuevo conocimiento que implica un salto de muchos escalones por sobre el nivel actual de nuestra comprensión, la mente humana se rebela a esa transición; el salto hacia el peldaño superior es demasiado grande. Esto podría semejarse a solicitar a los mejores cerebros de la época de Galileo el considerar seriamente la existencia de la energía nuclear.

Pedirnos ahora aceptar la elusiva presencia junto a nosotros de alguna forma de inteligencia distinta a la nuestra, hacia los que muy bien documentados informes de OVNI apuntan ineludiblemente… implica solicitarnos un salto hacia un precario y elevado peldaño de la escalera. No es un problema de falta de evidencia, es una carencia del tipo de evidencia que nuestra presente posición en la escala de los conocimientos, y nuestro actual sistema de creencias científicas, demanda. Lo que se demanda es una pieza de un OVNI, un aterrizaje en los jardines de la Casa Blanca, una petición cósmica presentada ante la Asamblea de las Naciones Unidas. Sin eso, el fenómeno OVNI es descartado como algo inadmisible en el campo actual de la ciencia. Pero, ¿dónde deja eso a los miles de increíbles informes elaborados por personas enteramente fiables?. ¿Dónde está la curiosidad científica acerca del porqué de la existencia de tales informes y, más aún, su increíble persistencia a lo largo de décadas?.

Una segunda razón para la apatía respecto del fenómeno OVNI radica en el temor a lo desconocido. Nuestra mente se siente confortable y a salvo en el más bajo peldaño de la escalera, y no solamente se requiere un esfuerzo mental para saltar hacia los peldaños superiores sino que allí también existe un temor a lo desconocido, profundamente enraizado en la mente humana. Entonces, no nos molesten en nuestra actual y confortable posición intelectual; no nos inciten a pensar en cosas o hechos atemorizantes…

Budd Hopkins, autor de «Missing Times», (Nota de AFR: «Momentos perdidos») ha comparado la resistencia a considerar seriamente el fenómeno OVNI con la resistencia de muchos ciudadanos alemanes (y de otros países) a aceptar la realidad de Auschwitz y del holocausto judío. Ambos hechos, aunque en distintos niveles, desafían la realidad comúnmente aceptada y originan un increíble bloqueo mental.

El poder de la mente humana a cerrar sus puertas a lo no deseado, a lo desconocido, al temor a lo demasiado extraño, se ha verificado a lo largo de toda la Historia, especialmente en el terreno de la ciencia, y se patentiza actualmente en la resistencia a considerar seriamente la existencia del fenómeno OVNI. Pero, afortunadamente, un creciente número de científicos (aunque todavía muy pequeño) están siguiendo la admonición de Schroedinger; están volviéndose cada vez más curiosos respecto del fenómeno OVNI. «

Es una muy buena posibilidad. Detrás de todo científico sigue habiendo un ser humano con las mezquindades de siempre, es cierto. También podemos afirmar que muchos detractores lo son en función de actitudes prejuiciosas, ya que refutan sin jamás haber estudiado a fondo el fenómeno. Luego tendríamos que buscar una explicación para esos –pocos– refutadores que sí lo han estudiado, ya sea siempre como negadores –el caso de Phillip Klass– o el ex ufólogo Alejandro Agostinelli. Pienso que, más allá de toda discusión teórica, cuando uno desea negar algo es como cuando desea afirmarlo: los hechos, los testimonios, no son vistos con objetividad, y siempre puede encontrarse un pelo en la sopa si uno busca con cuidado. Así, el refutador siempre encontrará «otra» explicación, mientras que el creyente siempre encontrará «su» evidencia.

Y después tenemos a los otros resistentes: aquellos que medran a la sombra del cenáculo clerical. Los ministros de los más diversos credos, que descubren, tardíamente, que su religión no les había preparado para responder las grandes preguntas del hombre y la mujer contemporáneos, entre ellas, aquello relativo a nuestros hermanos del cosmos. Aquellos que se incomodan ante la idea de que sus respuestas y doctrinas salvacionistas, pacientemente inculcadas a las masas a través de los siglos, puedan derrumbarse ante la sola presunción de que otros pueden haberse redimido por otros ignotos caminos cósmicos que no sean los suyos. Porque las religiones llevan a Dios; no gratuitamente, el término, «religio», alude a encontrarse a sí mismo en Dios. Pero mientras tanto, las Iglesias (en griego, «ekklesía” significa «reunión de hombres”) son órganos concentradores de poder. Y la Primera Ley de Fernández dice: «Toda estructura religiosa o pseudorreligiosa necesitada de bienes, recursos materiales y apoyo político crece numéricamente de manera inversamente proporcional a la masa de información y del buen uso que del raciocinio hagan sus feligreses”. Porque mientras los honestos creyentes del llano y muchos sinceros representantes de las Iglesias entienden, con el corazón abierto a otros seres hijos de la Creación, que sus convicciones se verán reforzadas si de los cielos llegaran otros espíritus iluminados, los jerarcas, históricamente más interesados en reforzar, no sus convicciones, sino su poder geopolítico, seguirán creando la confusión en las almas sencillas con anatemas y amenazas veladas, o con el sarcasmo soberbio que nace de creerse propietario de un reinado temporal. Entonces, mirarán con displicencia, casi con paternal paciencia, a los interesados en OVNIs, excepto hasta el momento en que ese interés implique comenzar a hacer preguntas. Ocasión en que el dedo digitador se levanta en los púlpitos, alertando sobre «el avance de pensamientos mágicos» (como si los rituales litúrgicos de las iglesias derrocharan racionalismo) o estableciendo perversas asociaciones entre el olor a «motor quemado» de algunos avistajes OVNI y el de «azufre» de apariciones demoníacas medievales.

También podríamos hablar de los “intelectuales”, a secas. Es decir, gente que con más o menos suerte deambula en el mundo de la cultura como periodistas, poetas, dramaturgos, cantantes, representantes de las «ciencias humanísticas» (con psicólogos y sociólogos a la cabeza), que fruncen el ceño con desagrado ante la mención de semejantes «pavadas» como los platillos volantes, justo en el momento en que se encuentran enfrascados en discusiones tan prioritarias para la humanidad respecto de si Borges era un surrealista, un conservador o un funámbulo, o la esencia de la nada en Sartre y Heidegger. Un segmento de respetables diletantes del saber que, casualmente, suelen tener una orientación política definida, activista y partidaria. Y ya se sabe; ciertas ideologías (creo que con tantos aciertos y errores como cualquier otra) sospecha a estos temas como un opio para las masas, un quiste en la cultura contemporánea que la aleja de los temas revisionistas y sociales urgentes. Y así como en la política de todos los días un fanático de derechas no aceptaría hablar de «la imaginación al poder» (lo cual sólo hablaría de su propia falta de imaginación), un militante de izquierda, doctrinalmente vuelto su rostro hacia las fábricas, los campos y las masas obreras, sólo reconocería con vergüenza su fascinación por el Universo. Es «intelectual» y queda bien en ciertos cafés literarios, entonces, ridiculizar a los OVNIs.

Lo que ocurre en las sombras y las masas parecen no enterarse, es que la Ovnilogía es un catalizador (en Química, un «catalizador» es una sustancia que acelera la transformación de otra) de la sociedad. A través de ella, las turbulencias culturales que origina pueden generar un orden nuevo. Pienso que la actual situación del mundo es una estructura disipativa cuyas fluctuaciones pueden alcanzar una masa crítica que provoque el salto a un nivel de organización más elevado. El Premio Nobel de Química Ilya Prigogine decía que las «estructuras disipativas» son sistemas abiertos, cuya estructura se mantiene por una disipación continua de energía. Esta disipación crea la posibilidad de un «reordenamiento» brusco hacia una mayor complejidad. Y como el Inconsciente Colectivo de la Humanidad es un sistema abierto, la velocidad de absorción y generación de información que contemple la posibilidad de un «universalismo» compensa la velocidad de entropía de la cultura dominante. Está por ocurrir un “salto cuántico”. Y si esto es consecuencia de un proceso natural de nuestro psiquismo humano o es sembrado «desde afuera», es algo que escapa a los alcances de este artículo.

Muchos detalles sugieren esto. Por ejemplo, el crecimiento de los «cultos ovni» con su secuela de contactos. Una proliferación similar, pero de corte fundamentalista, ocurrió hace unos 170 años, cuando la sociedad civilizada estaba en medio de otro cambio básico, de un orden agrícola a otro industrial. Por lo que hay que advertir que lo verdaderamente importante de la Ovnilogía no es, tal vez, su aporte de pruebas de visitas extraterrestres, sino que resume el Zeitgeist, el «espíritu de la época». Si bien existían cenáculos espiritualistas antes de los años ’40, y ya pululaba una abundante bibliografía al respecto, la popularización de lo «extraño», lo «sobrenatural», vino a caballo de los OVNIs. Porque mucha gente, interesada en este tema, con el paso del tiempo amplió el horizonte de sus intereses culturales a la Parapsicología, las religiones orientales, los misterios del pasado, el Yoga, el espiritualismo en general. Los OVNIs tuvieron una popularidad televisiva que después abrió las puertas a otras disciplinas de la Nueva Era. Y si hoy en día, en ciertas comunidades, suena más «raro» creer en ángeles que en OVNIs, lo es, sencillamente, porque los segundos comulgan mejor con la esencia tecnocrática de estos tiempos y que adquirieron crédito popular por su mediatización con anterioridad a esas otras temáticas. Lo escribió Marilyn Ferguson: «Esté o no escrita en los astros, lo cierto es que parece estar aproximándose una era diferente; y Acuario, la figura del aguador en el antiguo zodíaco, símbolo de la corriente que viene a apagar una antigua sed, parece ser el símbolo adecuado.» La antigua sed del conocimiento, de que nos digan la Verdad.

Por todo esto, hacer Ovnilogía es algo más que recopilación, organizar congresos, reunir firmas y concertar cafés. Por eso es necesaria la difusión y salir a decir lo que uno piensa; para cambiar el paradigma. A comienzos del siglo XIX, Alexis de Tocqueville observaba que los comportamientos culturales y las creencias no verbalizadas cambian normalmente mucho antes de que las gentes admitan entre sí que los tiempos han cambiado. Durante años, e incluso generaciones, se siguen proclamando de palabra ideas que en privado se habían abandonado tiempo atrás. Como nadie conspira contra esos viejos marcos de creencias, dice Tocqueville, éstas siguen ejerciendo su influjo y debilitan el ánimo innovador. Incluso mucho tiempo después de haber perdido su valor un paradigma, éste sigue reclamando una especie de hipócrita fidelidad. Pero si tenemos el valor de comunicar a otros nuestras dudas y nuestro abandono del mismo, si nos atrevemos a exponer lo incompleto, la endeble estructura y los fallos del viejo paradigma, podemos llegar a desmantelarlo. No necesitamos esperar a que se desmorone sobre nosotros.

Por eso se le teme a la Ovnilogía: porque es una revolución. Y por eso, cuando se ataca a los ovnílogos, no se lo hace criticando sus métodos o contraencuestando sus trabajos, sino se busca socavar su credibilidad como persona o se prejuzga su sanidad mental: porque somos partisanos de la cultura.

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