Una reflexión sobre “OVNIs Nazis”

Una reflexión sobre “OVNIs Nazis”

Haunebu II

En lo personal creo que una de las actitudes que han impedido unificar criterios entre los ovnílogos –y quizás rozar con más precisión la polimórfica superficie de este enigma- es la dicotomía de “explicaciones excluyentes”. Esto es, tomar la postura que los OVNI son tal cosa versus quienes piensan que son otra, excluyéndose mutuamente.

Sin duda algún crítico puede argumentar que adoptar simultáneamente varias explicaciones como todas ellas posibles y coexistentes es también una muestra de pereza intelectual, toda vez que podría interpretarse como un facilismo tendiente a contentar todos los oídos. Pero aquí es cuando un servidor debe plantearse con franqueza que, si después de todo efectivamente coexisten distintos orígenes para este fenómeno, ¿la pereza intelectual no será entonces reducir al simplismo de una sola teoría toda explicación?.

Estoy firmemente convencido que un segmento de los “no identificados” son ingenios extraterrestres (especialmente, creo percibir esa presencia en los relatos históricos y aún los que se remontan a una arcaica antigüedad). Y al mismo tiempo, estoy convencido que una enorme proporción de los mismos representan vectores –o literalmente, “inteligencias”, en el sentido de “seres”– interdimensionales. Y que, entre uno y otro, han campeado algunos “ovnis nazis”.

No será esta la oportunidad de extenderme en el relato de este matiz de la investigación ovnilógica, porque existen sobrados antecedentes bibliográficos y en la web. Simplemente acotar –antes de ir a la reflexión en sí que quería acercarles- que el increíble parecido del OVNI de Kicksburg con “Die Glocke”, la “Campana” -sobre lo que me he extendido aquí- , el número sugestivo de OVNIs que presentaban una swástika en su superficie reportados a fines de los ’40 y principios de los ’50 y, finalmente, el inevitable parecido del “Haunnebu” con el OVNI de Adamski y otros alimentan ese abordaje. Empero, la gran críticas que los escépticos suelen plantear (aquellos que, sin negar que los nazis llegaran a construir prototipos de aeroformas circulares pero “simplemente” propulsadas a retropropulsión se mofan de suponerles una tecnología tan avanzada que fuera capaz de llevarles al espacio o alcanzar los parámetros de comportamiento que habitualmente se le asigna a los mismos y que hablan de conocimientos aplicados muy por delante de nuestra actual –y más aún; la de ese momento histórico- tecnología): si realmente los hubieran tenido, los habrían empleado en combate y –merced a su superlativa perfomance, sin necesidad de construir grandes números- asolar, sin ir más lejos, los centros urbanos y fabriles de Estados Unidos. Simplemente y como comparación, imaginemos si en la Segunda Guerra Mundial cualquiera de los bandos en pugna hubiera dispuesto de apenas una docena de modernos aviones de combate…

Bien, mi reflexión apuntará a demostrar que razonar de esa manera para excluir la posibilidad que los nazis realmente hubieran accedido a tal tecnología peca por defecto.

Recordemos en qué contexto se adquiere –según las versiones que han llegado a nosotros- el conocimiento tecnológico que permitió –según los exégetas de los “ovnis nazis”- desarrollar el “Haunnebu” y el “Andrómeda”. Todo se fundamenta en el manejo de una fuerza misteriosa, el Vril. O no tan misteriosa, si pensamos en la “fuerza ódica” de Von Reichenbach, el “Orgón” de Wilhem Reich, el “präna”, el “ki”, el “manas” polinésico… Y ese conocimiento no “aterriza” (discúlpneme el mal e inevitable chiste) entre los nazis como producto de una investigación exotérica sino como absoluta canalización esotérica. Ya que en efecto, es la “Sociedad Vril” (“Wahrheitsgesellschaft: Sociedad por la Verdad”) , un desprendimiento de “Última Thule”, la afamada organización ocultista que sirviera de fundamento al Partido Nacional Socialista alemán y de la que fuera Secretario de Actas Adolf Hitler, la que alrededor de 1925 en reuniones de tipo mediumnímico afirma haber contactado una civilización extraterrestre la que les habría proporcionado la tecnología de conversión del Vril.

Debo hacer un verdadero esfuerzo de voluntad para no dispersarme en este punto, porque la tentación es fuerte; una vez más, viene a mi mente aquella frase que tantas veces he repetido (“estoy seguro que los contactados contactan con algo. Pero me pregunto con qué”) y pienso hasta qué punto la información “canalizada” puede llegar a afectar la historia de una Humanidad. Se me hace improbable suponer que lo único “recibido” por la Sociedad Vril tenía que ver con tecnología y, conocedor de tanto material contactista, pienso que más bien ha sido ideología y filosofías. Y allí se despertó con su fuerza imparable el nazismo (digo esto de “fuerza imparable” porque siempre me ha llamado la atención, al leer tanta bibliografía sobre su evolución social y política y ser espectador de tantos documentales, cómo un individuo y un grupúsculo que tenías todas las de perder logran tan rápidamente hacerse con el control absoluto de un país y, especialmente, la mente de sus habitantes.

De manera que regreso al hilo conductor de esta nota y, repensando la crítica de los escépticos, digo esto. Suponer que se hubiera aplicado inmediatamente la reciente tecnología basada en el Vril para inclinar la balanza del conflicto a favor de Hitler y los alemanes, es una lectura simplista. Que demuestra, en todo caso, el profundo desconocimiento de quien lo diga respecto a la operatoria y cosmovisión de muchas sociedades esotéricas. Sin aplicar ningún rasero moral, es un hecho que muchas de ellas, por su propia concepción, se consideran ajenas al momento histórico, al núcleo social, a la nación o al “compromiso ciudadano” dentro del cual se gestan. Un miembro de muchas Órdenes se debe primero a otros Hermanos de Orden y luego, quizás, a su país. Eso explica su crecimiento, su sostenimiento a través de los siglos y (sobre todo) su poder.

Así que es ingenuo suponer que los máximos responsables de la Sociedad Vril (o en lo que haya mutado durante la guerra) pondrían sus logros a disposición de su país beligerante. Quizás, sí, a disposición de unos pocos y elegidos jerarcas. Usaron el aparato industrial de la Alemania nazi, sus recursos humanos, financieros y científicos para alcanzar determinados objetivos (supongamos: transformar la información canalizada y recibida en vehículos operativos). Y luego, simplemente, se pusieron a resguardo, en este planeta (“Nueva Suabia”, en la Antártida, quizás sólo en forma provisoria) u otros, abandonando al inmenso conjunto humano, fabril, urbano, que les fueron funcionales, a la derrota, el escarnio, la culpa, la destrucción y la muerte.

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