La “ruta ufológica” Mendoza – San Juan (4º parte): las extrañas energías del Templo de Silo

La “ruta ufológica” Mendoza – San Juan (4º parte): las extrañas energías del Templo de Silo

En las notas anteriores (ver 1° parte, 2° parte y 3° parte) he mencionado, claro que al pasar, nuestra visita a la Comunidad, o el Espacio de Estudio y Meditación manera tangencial de referirse al centro que fundara el controvertido Silo, seudónimo (¿filosófico?, ¿espiritual?) de Mario Rodríguez Cobos.

Portada de una revista masiva de la época.

Sobre su vida y obra, libros y ensayos, movimientos que originó y filosofía de vida, política, social- cualquier interesado puede bucear en el universo de San Google, ya que tampoco es nuestra intención hacer un panegírico de él. Digamos, sencillamente y a título introductorio, que fue un pensador independiente, con intereses en lo espiritual, lo político y social, escritor con una veintena de libros publicados, fundador del movimiento social llamado “La Comunidad” y (hoy en día quizás más conocido por esto) del partido político Humanista. De alguna manera, gusto en verlo (y llamarlo) el “Krishnamurti telúrico”. Escéptico de religiones y organizaciones de toda índole aunque, paradójicamente, estaba al frente de un par de ellas- lo interesante de contar es que luego de abandonar la universidad y vagar un tiempo por Latinoamérica y Europa, regresa a su Mendoza natal, comienza a organizar “grupos de estudio”, reuniones de jóvenes disconformes con el “status quo”, donde vuelca su personal manera de comprender la realidad pero, muy especialmente, el “espacio vital” que el ser humano ocupa en la misma.

Todo ello alcanza su punto álgido el 4 de mayo de 1969, cuando hace una proclama desde un pequeño cerrillo en Punta de Vacas, camino a la frontera con Chile. Permítanme detenerme en este momento en especial. Silo no era entonces un hombre de grandes recursos. No tenía, como dije, más que un puñado de seguidores, tanto en Mendoza coomo en Santiago de Chile. No escribía columnas en periódicos ni contaba con espacios radiales ni, mucho menos, televisivos. Aún no había publicado libro alguno y en ese entonces, como sabemos, no existía la Internet. Aún más, en esa época había en Argentina un gobierno militar, y Silo encuentra que se le deniega el permiso para hacer “concentraciones públicas” o, más bien, sólo podrá hacerlas a más de cincuenta kilómetros de todo centro poblado. Aparentemente por eso elige Punta de Vacas (aunque, conmo señalaré después, parece haber habido otros motivos mas esotéricos). Y a principios de mayo, ya hace bastante frío en la Cordillera de los Andes. No obstante, Silo hace su llamado, la invitación se transmite de boca en boca y el día citado un gran número de interesados (los cálculos de sus detractores hablan de 200 personas, los de sus fieles, 5.000. Mis propias indagaciones lo fijan en cerca de 2.000) llegan de todas las maneras posibles al punto de encuentro, en un lugar desértico, inhóspito, donde los servicios más cercanos estaban en Puente del Inca  a 18 kilómetros, para escucharle. Da entonces su propio, verdadero “sermón de la montaña”, un discurso que a fuer de ser sinceros no incluye nada particularmente maravilloso, aunque con sensatez y buen decir regresa sobre los tópicos esperables: que nadie puede conocerte fuera de ti mismo, que la Sabiduría está en el corazón, etc.. Sabrán disculparme los entusiastas de Silo; con todo respeto que como (todo) pensador merece, su enseñanza, aunque bien intencionada, es bastante llana a mi parecer. Pero esto no tiene otro valor que una opinión personal.

Nota en la revista “2001”, de BuenosAires, donde se sugiere su naturaleza profética.

Lo que me resulta impactante, en todo caso, es la consecuencia: no solamente cómo un individuo literalmente sin recursos logra reunir en condiciones desfavorables un número tan importante de oyentes (así hubieran sido apenas 200 que no lo fueron sigue en ese contexto siendo una sorpresa- sino que (especialmente con la persecución que tanto desde las autoridades como desde la iglesia sufrió a posteriori) su mensaje no solamente persistiera sino que se expandiera, al punto que según ciertas estimaciones hoy en día (y no me parece una cifra exagerada) un millón de personas siguen aún sus enseñanzas en todo el mundo. Cuestiono que actualmente, aún con las redes sociales a favor, un buen conferencista por ese solo hecho pudiera provocar un impacto similar.

Y sin embargo, Silo lo hizo. Muchos sostendrán (y estarán en su derecho) que ello se debe a que su mensaje es “verdadero”, aunque mi pragmatismo relativista me hace ser suspicaz respecto a la “verdad” de unos sí, de otros no. Y también deberíamos preguntarnos si no hay otros motivos, más cercanos al uso práctico de conocimientos de índole esotérica.

Un “torii”.

Cierto es que no tenemos evidencia que demuestre que este personaje haya accedido a arcanos de conocimiento o maestros de enseñanza particularmente relevantes. Pero, por otro lado, el mismo Silo fue cuidadoso en ser extremadamente parco, casi hasta el límite del secretismo, sobre sus propios caminares. Contamos que había estado viajando por Latinoamérica y Europa; nunca fue explícito sobre esos tiempos en cuanto a lo que hizo y con quienes eventualmente se reunió. Esa extrema discreción llevó incluso a sus seguidores a atribuirle distintas características. Mientras los “miembros formales” de la Comunidad simplemente le consideran un “pensador”, en la prensa de la época era habitual que se sugiriera su condición de “profeta”, “gurú”, “iluminado”. Incluso, conocimos en Buenos Aires a un pequeño grupo de ex miembros que estaban convencidos que se trataba de un “canalizador”, aunque él mismo gustaba considerarse simplemente un “escritor”. Sea como fuere, el impacto de su pensamiento es innegable en la cultura contemporánea, impacto que se amplifica a través de los numerosos “Espacios de Estudio y Reflexión” que, de manera casi calcada de su matriz mendocina, se han diseminado por el mundo. Espacios que por lo general reproducen el “templo”, cuya planta muestra un diseño sugestivo para los interesados en Geometría Sagrada; aquél que reproduce una cruz de brazos iguales con reminiscencias de templaria, un círculo y un cuadrado. Y hablando de reminiscencias: los accesos (de entrada y salida) tienen una clara evocación de los “torii” japoneses, portales de acceso a templos y áreas sagradas o ceremoniales.

Por todo esto era interesante efectuar una rápida visita al lugar, algo que nos deparó algunas sorpresas. Por ejemplo, apenas llegados al lugar, mientras aguardábamos ser atendidos y conducidos a una “visita guiada”, observamos a través de la ventana de una pequeña oficina una mapa satelital del lugar, con la indicación de dónde nos encontrábamos. Pues bien, el lugar elegido por Silo (recordemos que el Templo (y a partir de él, el resto de las construcciones) se levanta sobre el pequeño cerrito donde dio su arenga del 69. De hecho en el mismo, en su mera cima, hay una columna de acero inoxidable conmemorativa de aquella reunión y a un lado, la construcción del templo: el resto de las edificaciones se diseminan sobre unas pocas hectáreas a su alrededor.

“Columna conmemorativa”, iglesia católica en India (créditos del autor).

Por cierto, esa “columna conmemorativa” de acero inoxidable me retrotrajo a las idénticas que, en la India, había visto en el atrio de las iglesias católicas, una costumbre de aquellas tierras donde los feligreses cristianos rinden así tributo a la Divinidad. Bien, el punto es que observando esa foto satelital, que indicaba que Silo había elegido ese lugar por ser la confluencia de tres ríos, aparentemente por ciertas “propiedades energéticas” -se dice- de esa característica. Pero yo me quedé contemplando fijamente la imagen porque esa confluencia me mostraba otra cosa: la “pata de la oca”. La runa algiz.

En cuanto a la primera, desde la época de los templarios fue una “señal” distintiva de conocimiento esotérico. O, más bien, un signo de reunión, de localización de aquellos unidos por un secretismo espiritual común. Esto se hizo tan evidente que la marca fue casi considerada “talismánica”, en un sentido de “protección” de quienes la replicaran. Se llama así porque imita la huella que la pata de una oca dejaría en una superficie blanda, aunque algunos exégetas dicen que es una forma críptica de representar la crucifixión de Jesús. Y, como si fuera poco, es también la citada runa: considerada asimismo símbolo de “protección” y de “contacto” con “entidades superiores”.

Es aquí donde podemos permitirnos preguntar si, entonces, es meramente casual que Silo eligiera ese lugar. Y esta pregunta se hizo profunda cuando ingresamos al interior del Templo.

Sonido y psiquismo

En el Templo.

El citado templo tiene unos quince metros apenas de diámetro en su parte interna. Sin otro detalle en la gran cúpula hemisférica que una sucesión de luminarias empotradas, cuenta con algunos bancos, en sección de arco, para recibir una discreta audiencia. Aparentemente, en sesiones eventuales los oyentes se acomodan en esos bancos y el disertante se ubica en el centro. La buena acústica del lugar asegura la correcta audición. Pero ahí comienzan los interrogantes.

En primer lugar, señalo que no es exactamente una hemisfera: desde la aparente sección del diámetro, la construcción, sin embargo, continúa unos cuarenta o cincuenta centímetros tornándose hacia abajo y al centro, como proyección ideal de una esfera. Tiene cuatro puertas, perfectamente alineadas con los puntos cardinales. Y el “efecto eco”, propio de construcciones de este tipo, se ve incrementado por una característica muy extraña: en pleno centro, quien habla no solamente escucha el resonar de su voz en la circunferencia (como todos) sino escucha su propia vos reingresando en sus oídos como si tuviera puestos un par de auriculares. Caminas un paso alejándote del centro, y esta particularidad desaparece, quedando sólo el “efecto cámara” (más bien que “eco”). Vuelves al punto, y escuchas tu propia voz, claramente diferenciada del entorno, directamente en tus oídos. Ninguna explicación define tan bien la experiencia como precisamente lo comentado: imaginar estar escuchándose a sí mismos con auriculares.

Sentados en las bancas, experimentando.

Esta particularidad no puede ser grabada. Y para ver qué efecto producía, hicimos el experimento de sentarse todos en las bancas y yo (casualmente con un ejemplar del libro de Silo, “El mensaje interior”, que encontramos allí mismo) elegí una página al azar y me ubiqué en ese lugar, leyéndolo en voz alta. Mis amigos no notaron nada especial… pero no fue ese mi caso. No solamente escuchaba mi propia voz retornando, como dije, tal como si tuviera auriculares: experimenté una extraña emoción, muy particular, ya que lo que estaba leyendo no era tan significativo después de todo: unos párrafos sobre como manejar el “poder interno”, como si de una energía se tratara, para dirigirlo hacia el exterior. En algún punto me resultó extremadamente simplista y mediocremente expuesto. Pero, a la vez, me conmovía casi hasta las lágrimas. Es cuando me hice esta pregunta: ¿ese efecto tan “especial” de ese punto en particular, que hasta allí habíamos supuesto era para “impactar” de alguna manera a los oyentes, no estaría más bien pensado para quien se ubicara en ese lugar?. Así, fuera que episódicamente el espacio se empleara para el dictado de clases o conferencias, bien podría ser el espacio sagrado para determinadas ceremonias iniciáticas de quienes conocieran sus propiedades.

Porque, hasta aquí, ustedes podrían suponer que era, simplemente, un efecto acústico, de algún especialista profundo conocedor de las leyes del sonido. Pero bien podría haber algo más. Emanuel y Leandro (después de todo, músicos ellos) comenzaron a explorar el sitio y, golpeteos mediante, descubrieron que debajo de ese punto central había dos cámaras huecas subterráneas, pequeñas, orientadas hacia el Este y el Norte, precisamente, las direcciones donde ese “efecto retorno” se notaba con mayor intensidad. Y cuando con mis varillas radiestésicas prospeccioné el lugar, en todo sentido que me desplazara al pasar por el mismo centro las varillas se cruzaban violentamente, señal indicativa que en ese exacto punto había un cruce importante de líneas de energía telúrica. La pregunta es: ¿se debe a simple casualidad que Silo eligiera ese punto tanto para su discurso de 1969 como para la elección de su complejo? Ciertamente, estoy seguro que no.

Pero habría otras sorpresas. Fue aporte de Esteban, quien conocía el lugar y sus particularidades, indicarnos que nos sentáramos todos de un lado, bien pegados a la pared, mientras él, desde el otro lado, se volvía hacia el muro y susurraba, muy, muy quedamente, frases como “Bienvenidos a Punta de Vacas”… ¡y, para sorpresa nuestra, su voz, clara y potente, salía “de la pared” a nuestras espaldas!. Escuchen ustedes el audio del video (aumenten el volumen de ser necesario):

Alguien que a quince metros musita en voz extremadamente baja contra un muro y cubriéndose la boca, y esa voz literalmente “brotando” del otro lado del templo…

Contaba Esteban que le habían referido en su oportunidad que esto era propiedad acústica de ciertos edificios sagrados, como determinadas catedrales e iglesias (no cualquiera, claro, lo que me retrotrae a los “paseos” de Silo por Francia y España) bajo el precepto que “en un ámbito sagrado no puede haber secretos” (bastante obvio: no hay modo de susurrar allí sin que se escuche).

Hay otros sitios de interés y curiosidad por visitar, como el promontorio, casi un mirador, donde los discípulos de Silo que fallecen, pidiendo en vida ser cremados, se lleva allí sus cenizas para arrojarlas al viento. Y nos fuimos -por el momento- con la extraña sensación que Silo, sus más cercanos colaboradores y seguramente maestros ignotos acababan de darnos una lección de cómo el manejo de ciertas energías sutiles en puntos telúricos significativos tenían efectos sensibles, mensurables, sobre el mundo físico.


El autor agradece al increíble equipo que le acompañó, de integrantes del IPEC y aquellos que se sumaron para brindar su apoyo: Emanuel Giúdice, Leandro Rosale, Osvaldo Pérez Echegaray, Esteban Pieroni, Leonardo Aracena, Dr. Rodolfo Álvarez, Ing. Ariel Godoy, Sebastián y Martín de “Estación Cielo” y la bella gente de “El lugar del Sol”, donde nos hospedamos.

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