En nuestra nota anterior, puede haberse interpretado como de cierto escepticismo mi mirada sobre la existencia fáctica de Isidris, la ciudad intraterrena. Dejo al lector sus propias conclusiones, si bien en respeto a la sinceridad debo aclarar que me inclino más al cuestionamiento que a la creencia. Sin embargo, no puedo dejar de señalar lo interesante y sugestivo que me resulta este hecho: que el “relato” de una sola persona, volcado en un librito de poca circulación, y tratándose de alguien sin mayor convocatoria o predicamento (sin que esto signifique opinión alguna sobre su respetable persona; sólo atiendo a un hecho cuantitativo) sea capaz de “fijarse” como convicción e, incluso, sostenerse en el tiempo y crecer con lozanía.
En realidad, esto ocurre con todas las “ciudades intraterrenas”: Erks, Aurora, el monte Shasta. Ya he señalado en un tanto remoto artículo que en tanto mito encuentra raíces históricas, hechos legendarios y necesidades inconscientes. Pero sigue intrigándome la asociación entre “ciertos” lugares y esas historias. O, puesto de otra forma: ¿por qué los relatos de “mundos subterráneos” aparecen en lugares geográficos específicos y asociados a puntos de observación de OVNIs (sea lo que fuere que el lector interprete por tales), siendo que, si de creencias irracionales se tratara, la suposición del eventual origen “extraterrestre” de éstos no los vincularía con aquellos?
Mi opinión personal –a la luz de lo que en innumerables artículos y algunos libros he explicitado como mi preferencia por la hipótesis extradimensional como origen de las inteligencias tras esos “vectores”, aún más que la hipótesis extraterrestre– es que los no identificados tienden a tener cierta agrupación estadística en lo que algunos llaman “zonas de ventana” y otros, “portales”. Expresión muy de moda esta última pero sobre la que los propios defensores no parecen ponerse de acuerdo.
Pero, ¿qué es un portal?
Señalaba que en tiempos contemporáneos la expresión “portal” ha bastardeado su concepción original. Que era entenderle como una deformación, un “pliegue” del Espacio Tiempo que comunicaba dos Realidades, dos planos dimensionales paralelos y distintos. Un “agujero negro” casi doméstico, a través del cual fenómenos, energías, entidades, vectores de uno y otro mundo podían pasar recíprocamente.
En el mundillo ufológico se llama, desde hace décadas, “ventana” a un lugar de aparición recurrente de objetos no identificados. En entrevista con el ingeniero Ariel Godoy (presidente de la Red Argentina de Bioenergética, cuya entrevista podrán ustedes ver en toda su extensión en el video documental de este viaje en el que ya estamos trabajando) hace una particular e interesante distinción entre “portal” y “ventana”: dice él que en zonas de “ventana” se puede ver lo que existe en otro plano; en zona de “portal” lo que está de uno y otro lado puede cruzar. Por esta razón la Red BIO –como coloquialmente se conoce a la organización que Ariel dirige con la colaboración de estudiosos de estas temáticas de otras provincias y países limítrofes– dice tener identificados y diferenciados “portales”, “subportales” y “ventanas”, obviamente muchos de ellos en la misma zona que estamos cubriendo con esta crónica.
Aquí es necesario advertir entonces y de acuerdo con este paradigma, del mal uso que se está haciendo últimamente del término “portal”, casi como reemplazo del de “fenómeno parapsicológico”. Ya he escuchado demasiadas veces personas que dicen que tal o cual “anda abriendo portales” al referirse a lo que, en la vieja, querida Parapsicología académica, hubiéramos llamado simplemente “fenómenos de clarividencia”, “precognición”, “retrocognición” o “telepatía”. Va de la mano, supongo, con la pobrísima formación intelectual (siempre remitiéndome al campo de lo paranormal) de tanto “maestro” y “maestra” puestos a dar talleres casi de la noche a la mañana, habiéndose perdido la “tradición” de estudiar, documentarse, experimentar antes de abrir espacios a terceros.
Dicho esto, quisiera regresar a la “coincidencia” –que no creo tal– de las zonas de “portal” con el “anclaje” de mitos que se sostienen contra toda probabilidad (por improbables, por reducidos en número de “fieles”, por falta de buen “marketing”). Y no solamente de mitos. Cuando en notas futuras me refiera al “fenómeno Silo”, querré llamar la atención de ustedes cómo una “idea-fuerza”, contra toda probabilidad, se transforma en movimientos de alcance internacional… partiendo de puntos energéticamente significativos en esta “ruta ufológica” que hemos constatado.
Dije que tenía una hipótesis personal. Y es esta: ciertos Arquetipos del Inconsciente Colectivo (remito otra vez a la nota linkeada casi al comienzo de este artículo) se “anclan” (no gratuitamente he empleado este término antes) con fuerza egregórica en zonas de portales. Si, como sospecho, esos “otros planos” a los que se accede por los mismos son lo que en otros contextos llamamos “plano espiritual”, “astral”, “etéreo” y etcétera, pues lo que “aquí” es una idea-fuerza (nutrida de milenios de memoria genética y la estructura simbólica de tantas historias asociadas), “allí” se manifiesta como una “realidad”, en todo caso, como un “ente” con vida y fuerza propia.
Próxima nota: extrañas energías y fenómenos sociológicos en la Comunidad de Silo –Nuevamente “luces” en la Pampa del Leoncito– Misteriosos petroglifos en El Tunduqueral hacen pensar en extraterrestres – Guía del misterio en la ruta.
El autor agradece al increíble equipo que le acompañó, de integrantes del IPEC y aquellos que se sumaron para brindar su apoyo: Emanuel Giúdice, Leandro Rosale, Osvaldo Pérez Echegaray, Esteban Pieroni, Leonardo Aracena, Dr. Rodolfo Álvarez, Ing. Ariel Godoy, Sebastián y Martín de “Estación Cielo” y la bella gente de “El lugar del Sol”, donde nos hospedamos.