Consciente que algunos lectores pueden tratar a este artículo de divagante y -en el mejor de los casos- puramente especulativo, sólo diré en su defensa que tanto el terreno de la Ufología como el de la Parapsicología han entrado en un círculo vicioso donde los “creyentes” se convencen con un puñado de “evidencias” muchas veces de dudosa fuente mientras los negadores se abroquelan en la autocerteza impuesta por el dedo señalador del sesgo de autoridad (supuestamente) científica. ¿Consecuencia?: estamos en un pantano.
Sólo en los últimos años -aunque hay trabajos pioneros que ameritan reconocerse, como los de John Keel, Jacques Vallée y Salvador Freixedo- se ha producido en las filas de la investigación OVNI cierta “disrupción” cuando la “hipótesis interdimensional” o “multidimensional” (esto es, presuponer origen de los no identificados no ya en mundos extraterrestres sino en planos, dimensiones o universos paralelos) comenzó a ganar adeptos, respetabilidad y espacios de debate, aunque debemos ser sinceros y reconocer que la mayoría del público simplemente interesado continúa militando con fervor la presunción interplanetaria. Pero, cuando menos, en mesas redondas y debates entre especialistas podemos (me incluyo) enarbolar la hipótesis multidimensional sin ser ya ridiculizados. Eso nos ha permitido, cuando menos, cierto ejercicio intelectual, obligado a expandir el ámbito de nuestras fuentes y nuestras lecturas y, atrás de todo ello, los horizontes de nuestras reflexiones.
Un paso aún más adelante (aunque limitado a lo fenoménico) es la teoría que tanto el universo de lo que llamamos “fenómenos ufológicos” como el de los “fenómenos parapsicológicos” es el mismo emergente que se expresan y manifiestan de formas diferentes. Como ya aburro explicando: Tengo una luz extraña de comportamiento aparentemente inteligente en el cielo nocturno y pienso: “¡Caramba! Un OVNI. Seguramente una nave extraterrestre”. Tengo una luz extraña de comportamiento aparentemente inteligente de noche en un cementerio y pienso: “¡Caramba!. Seguramente un espíritu o fantasma”. Y en ambos casos, de lo único que puedo estar seguro es de haber visto una luz extraña de comportamiento aparentemente inteligente. Lo demás, su origen o naturaleza, definido por el marco físico de la aparición, es sólo la proyección de mis creencias preexistentes.
La siguiente gráfica es bastante descriptiva: lo que “cree ver” un observador desde la izquierda de la imagen proyectándose como sombra en la pared del fondo, es distinto de lo que cree ver el observador desde la derecha proyectándose en la otra pared. Pero el objeto que las produce no es ni lo uno ni lo otro. Es un hecho que ambos ven algo, pero perciben de diferente manera. Ambos ven “algo”, pero es “otra cosa” de lo que creen ver.
Sentado este precedente, avancemos en esta consideración:
Siempre aceptamos que las pareidolias son trucos del inconsciente, proyecciones de asociaciones o racionalizaciones. Voy a explorar otra posibilidad: ¿y si una Suprarrealidad consciente se expresa modelando símbolos con la «materia » de modo que nuestro inconsciente -como metafísico recurso de adaptación- pueda así acceder a la misma?
Sería injusto si no reconociera aquí el aporte intelectual del gran Vallée. Incómodo para muchos ufólogos ya que su condición “patriarcal” en la rama, aunado a su enorme prestigio académico, lo hace un hueso duro de roer para quienes desean reducir, en el caso del fenómeno OVNI, todo a visitas de extraterrestres. Me curo en salud y destaco: no niego que alguna parte de lo que llamamos “OVNI” sí sea, efectivamente, visitantes extraterrestres -tanto hoy como en la antigüedad- lo que estoy diciendo que no todo OVNI es una nave extraterrestre (y ya habremos excluido aquí las explicaciones convencionales). Aquí tenemos lo que yo considero uno de los grandes obstáculos en el avance de la comprensión del fenómeno: el maniqueísmo de los interpretadores. O son naves extraterrestres, o son fenómenos parapsicológicos, o son vectores interdimensionales, o son viajeros en el tiempo, o son … cuando bien perfectamente podría ser varias de esas cosas a la vez ya que, por definición, cuando hablamos de OVNI hablamos de lo que no es antes de lo que es.
De modo que regresando a lo planteado, en este caso la mirada de Vallée y su hipótesis del Sistema de Control, pongámoslo sencillo: lo que llamamos “Realidad”, es mucho más amplio que lo generalmente creemos percibir. Es como mirar hacia el exterior desde el interior de una habitación a través de la ventana y creer que lo que alcanzamos a ver es toda la realidad, cuando sabemos que si me aproximo y saco la cabeza fuera, mi campo visual (y por ende, mi realidad) será infinitamente más extensa. Esta limitación en la percepción de la Realidad (así, con mayúscula) tiene múltiples causas, entre ellas el “condicionamiento cultural”, la necesidad del “cierre cognitivo” (para muchas personas convivir con preguntas sin respuestas les genera un verdadero estado de ansiedad no verbalizado, que les lleva a “casarse” con cualquier “explicación” para dar cierre a ese estado) y nuestra propia evoluci´´on. Es el típico ejemplo de “Flatland”, la hipótesis que en un universo de dos dimensiones -plano- la aparición de seres (y sus acciones) de tres dimensiones serían “mágicas” para los habitantes de ese plano bidimensional, incomprensibles, y ello no tendría nada que ver con su inteligencia sino con su percepción, limitada a dos dimensiones. Un universo de tres, les sería incognoscible, como a nosotros incognoscible un universo de cuatro, cinco o veinte dimensiones. Si es Metarrealidad (o Suprarrealidad) se manifiesta en nuestra Realidad acotada y limitada, nuestra percepción hará el esfuerzo de “racionalizar”, es decir reducir lo desconocido a términos de lo conocido. Pero en ese proceso de “reducción” se pierde algo: la comprensión objetiva de lo que se manifiesta.
Ahora, acerquémonos desde otro ángulo. Recordemos aquél concepto aristotélico de la “entelequia”. El mismo Aristóteles lo definía como: “un estado de la realidad ideal que espera el momento en que la materia la llene”. Un árbol es la entelequia de una semilla, la silla fabricada por un carpintero es la entelequia de su idea de la misma. Ahora, si pensamos que una Suprarrealidad -que, por ser tal, puede tener ciertas cualidades como una consciencia propia, o muchas consciencias individuales- busca comunicarse con esta Realidad limitada y restringida, por ser ésta “inferior” (en términos de complejidad evolutiva) podría hacerlo “manipulando” esa realidad inferior, “llenándola de materia” como si fuera una entelequia. Así también -y me siento más cómodo con esta alternativa- podemos enfocarlo desde otro ángulo: que exista en el ser humano una tendencia natural -de origen y naturaleza espiritual- que lo lleve a “saber” (intuitivamente) que hay “realidades trascendentes”, una Suprarrealidad. Y siendo así, las pareidolias serían la adaptación de la percepción a ver “más allá del velo”.
Recordemos que se considera a la “pareidolia” la tendencia innata de la psiquis a “ver” formas y significados visuales donde no los hay: una nube que se asemeja a una oveja, el perfil de una montaña que parece un dromedario. La explicación parece sencilla: el cerebro busca semejanzas. Habría que discutir, en todo caso, porqué las busca. Algunos autores ejemplifican que, en el estado de alerta primitivo que algo “se pareciera” a un tigre dientes de sable infundía pavor y ponía “por las dudas2 en huída al cazador solitario, aumentando estadísticamente sus probabilidades de supervivencia. Pero creo que en todo caso el problema sería el inverso: ver el perfil de un verdadero tigre dientes de sable a la distancia y confundirlo con otra cosa menos peligrosa.
El amigo Rodolfo Bibilotti, reflexionando sobre estos temas, me hizo llegar la siguiente apreciación: “Podría ser una forma en que el cerebro te muestra la realidad de la forma más simple que puedas entender o necesitar. Por ejemplo, cuando ves números como 1111 o 2222 en la pantalla de tu microondas (me ha pasado) pero otras series de números no las ves. Tal vez es la necesidad o facilidad de reconocer patrones que has creado en la mente. Lo que no es útil o necesario no lo ves.”
Le comentaba que, entonces y siguiendo ese razonamiento, lo que el cerebro “reconoce”, entonces es útil, a nivel físico, mental… o espiritual. Y éste es el punto al que quería llegar. Siendo así, la pareidolia, cuando “creemos” ver duendes, entidades, etc., no sería una “confusión”, o un mero “sesgo de creencias”, sino una señal del “esfuerzo espiritual” por traducir -con el mismo rasgo quizás erróneo que la ilustración del comienzo, pero indudablemente reaccionando a “algo”- a una percepción entendible el conocimiento metafísico de una realidad trascendente -una manifestación de la Suprarrealidad-
Para cerrar (momentáneamente) esta nota, tomemos algunos ejemplos recogidos por el equipo de “Al Filo de la Realidad” y el Instituto Planificador de Encuentros Cercanos (para este ejemplo -pero no excluyente de otros lugares- en el área de Capilla del Monte, Argentina- imágenes éstas de lo que creemos “presencias” o “entidades” en diferentes oportunidades. Cuando se nos dice que “podría ser cualquier cosa” (pretendida “explicación” escéptica absolutamente infantil, ya que si “puede ser cualquier cosa” entonces bien puede ser lo que decimos que es) y que es la pareidolia de nuestro cerebro el que “cree ver”, oponemos esta explicación alternativa: en esos lugares “especiales”, es el esfuerzo del espíritu que crea una “entelequia” al percibir -pero no poder racionalizar adecuadamente- que allí hay “algo” de esa Suprarrealidad, manifestándose.